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Alberto Rodríguez

La libertad del diablo o el recurso de la máscara

La libertad del diablo o el recurso de la máscara

 Everardo González es un mexicano en sus cuarenta que parece un vikingo extraviado. Lo vi andar solo por las calles de Jardín. Llevaba una chaqueta verde de la navy, jeans y botas de caminante. Me tomé una cerveza con él, como pretexto para preguntarle por las máscaras. 

En la Casa de la Cultura nos encontramos doscientas personas, más las que debieron hacerse en el suelo, para el estreno, en el festival, de La libertad del diablo. Everardo se presentó al final para una conversación. Contó cómo había hecho la película. Demoró siete años rodándola. No fue nada fácil encontrar voluntarios entre las víctimas y los victimarios, que quisieran hablar ante cámaras.

Todos contaron desde ellos, sin atenuantes, sin entrevistador, hablándole directo a la cámara. Primeras personas que cuentan una sarta abominable de sufrimientos y crueldades, desde donde les fue dado vivirlas, con un artilugio, todos con máscaras de tela, adheridas, como las del Santo, color mate, con los orificios de los ojos, los narices y la boca, que dan un aire simbiótico de temor y caricatura. Un redondel ordinario por donde salen las palabras con un acento de máscara.

Entre los bloques de declaración se atraviesan secuencias dramáticas de paisaje semiurbano y urbano, yertos paisajes, árboles raquíticos, carreteras polvorientas, cielos contaminados, brumas letales.

Al final, una de las personas se quita la máscara, es una mujer entre cincuenta y sesenta, que hace evidente el impacto efectista de la máscara, el trastorno de identificación. El anonimato que aporta el recurso deja hablar con seguridad en un país sin seguridad. El ocultamiento es bueno para la palabra, para la versión, para el cuento y como en el cuento.

Se mencionan lugares, fechas, actos, pero nadie nunca dice que es México. No hay necesidad. La historia y el acento no mienten. Un aire abstracto se ha instalado como trasfondo de la declaración para que la crónica en cuanto relato se suspenda en lo inespacial. Si el lugar no se nombra, tampoco el tiempo. Los crímenes contra mujeres que Bolaño recogió en 2666, vienen cometiéndose desde mitad de los años noventa de manera permanente, una pandemia que ha configurado cultura de muerte. El semianonimato que asegura la máscara, cambia, tapa a la persona, hasta llegar al ideal griego: persona (máscara) que encubre persona, el teatro, la tragedia.

Todos los declarantes son trágicos, no podría ser de otra forma. Las historias terminan repitiéndose, el esquema víctima/victimario se replica, se auto produce. La declaración es insuficiente, narra, no explica, como en los cuentos. El documental encuentra ahí su límite. Los enmascarados, hombres y mujeres, niños, muchachos, dan cuenta de las dentelladas. Se desnudan, revelan las intenciones, dan cuenta de cómo se hizo, de cómo se padeció. Rememoran. Se los reconoce porque para muchos espectadores están diciendo la "verdad“. Para otros es un “montaje”, una dramaturgia con actores naturales, enmascarados, que siguen un guión. 

El efecto, a pesar de lo que se crea, es completamente depresivo. Un enmascaramiento que favorece la versión no evita que si nos sometemos durante ochenta minutos al peso bruto de la declaración y terminemos aplastados.

El film de Everardo no ha hecho más que hacernos doler. El diablo suelto nos ha pinchado el fondillo y nos ha calentado el corazón. ¿Qué cosa buscamos cuando nos sometemos voluntariamente a la “Libertad del diablo” enmascarado?

Se podría utilizar para una clase de psicología en la universidad. Para esbozar una nueva teoría del mal. O para martirizar a señoras altamente sensibles.      c

La mancha humana

La mancha humana

Una mancha es algo sucio, feo, desarreglado, defectuoso. Pero cuando es humana, nos concierne a todos los capaces de darle tiempo a la lectura de La mancha humana, de Philip Roth. Un novelista pretencioso, no en el sentido de querer decirlo todo, al punto de la “novela total”, nadie puede decirlo todo. Pretencioso en el sentido de su obsesión por los significados.

Una ruda melancolía norteamericana recorre toda la novela al hacer de cada personaje una pequeña tragedia. La novela está hecha de pequeñas tragedias que se cruzan entre un positivo/negativo particular que inicia con el incidente de “se hicieron negro de humo” en un aula en la que el profesor juzga el ausentismo de dos estudiantes negros. La mancha racial, remolacha con visos azulados y un pelo grueso. Y termina en un lago congelado, esplendorosamente blanco, brillante de luz, en un encuentro alrededor de un orificio redondo de 45 centímetros entre la capa de hielo por donde el asesino saca los pescados y el autor que llega atraído, movido por no se sabe qué salvaje intuición.

La mancha familiar: un archipiélago de pequeñas manchas invasivas, unas más o menos oscuras y granulosas. Roth busca que el autor nos lleve al pasado de la mancha, que nos saque de la acción presente, donde está la tensión de la novela. Pero la regresión la hacemos de la mano de un narrador editorial que interpreta por y para nosotros, como consecuencia de la obsesión, que comparte con Kundera: la novela como recurso para desentrañar a partir de los hechos “verdades” (significados verdaderos) que por extensión van de los personajes a los lectores.

Roth revela algo de él, como autor del autor, su condición frente a la academia, la mancha llagada que se automaquilla, la limpia mancha de la docencia. El más ostentoso de todos los manchones de la novela. El autor, Natham Zuckerman,  es un personaje que no participa, observa, asiste como testigo, no tracciona la trama con hechos, lo hace con el punto de vista, induciendo significados.

¿Qué cosa más hace parte del manchado de la novela? Por supuesto, la relación del viejo letrado, el blanquinegro Coleman Silk,  con la señora analfabeta del aseo en la universidad, Faunia Farley. Un salivazo a la falsa moral igualitaria de la academia. Un tardío arrebato de amor de él y la necesidad de ella de tener a alguien que no la victimice. Algo desigual y sencillo, posible porque se hizo posible, pero imposible como que la mancha en vez de reducirse, pareciera estar extendiéndose hasta los últimos resquicios de la intimidad.

De mancha en mancha avanzamos a través de una novela de muchas tardes, una novela que demanda esfuerzo de sentido y atención del lector. Una novela que nos pone a prueba. Queda un sabor a mancha. A algunos lectores se les    manifiesta, tres o cuatro días después de terminarla, aunque la verdad, es una novela que no se termina.  

 

Matar a Jesús

Matar a Jesús

 El título es una provocación. En el equívoco hay un veneno dosificado. ¿El Jesús que todos conocemos? No, Jesús el sicario. Ella ve matar a su padre, baleado por el parrillero de una moto que se cruza al momento de llegar a la casa. Algo que en Medellín no ha dejado de suceder. A Laura Mora, la autora y directora del film, le mataron al papá en Medellín.

Ha tenido más de doce premios en todos los festivales a donde ha entrado. Una ópera prima con actores naturales que cuenta una historia de Medellín. Segunda generación de los directores que le deben a Víctor Gaviria.  

Laura y los dos actores estuvieron acompañándonos el día de la presentación en San Antonio. Natasha Jaramillo y Giovanni Rodríguez, Paula y Jesús en el film.

Fue profesional y cuidadosa Laura Mora en la selección de los actores. No convocó a una audición. Lo que hizo fue comenzar a seguir personas. Primero encontró a Jesús que viene de un barrio difícil y sabe cómo actúan los chicos difíciles, puede hablar como ellos, porque los conoce. Haber aparecido en la película lo metió en problemas con los de su barrio. Creyeron que se había ganado un resto de billete. El asunto se creció hasta el punto en que debió trastearse a otro barrio. Después encontró a Natasha, en lo que bien podría ser un cuento.

La vio pasar en bicicleta un día, como un aire feliz y fugaz, y supo que era ella. La localizó y luego durante días la siguió por detrás. Un día entró al mismo teatro a donde la futura Paula había ido, se hizo detrás, la escuchó hablar, la vio gesticular y reír. Durante todo el tiempo en que demoró haciendo un acercamiento invisible no hizo más que encontrar lo que en un comienzo sintió que era ella. Y más tarde la abordó y Natasha se negó. Tuvo que acercarse más y “venderle” la película y hacerle entender que el personaje era solo para ella.

Laura Mora cuenta una historia sin estridencia. Sencilla y ruda. Con personajes/personas que pueden ponerse en situación. Y tras tensionar el film con un asesinato temprano echa a rodar lo que parecería ser una venganza de Paula, después de comprobar que las autoridades no pueden hacer nada, nada resolverá una oficina a la que llegan cinco casos diarios como el de ella. Y es una venganza, para la que necesita un arma. Y hace todo, hasta querer vender su cámara de fotografía para hacerse al arma. Pero no será ella la que con sus propias fuerzas desencadene las condiciones de la venganza, será Jesús, quien gracias al azar se le aparece en una rumba. Será él quien le enseñe a disparar y será con su propia arma que ella llegue al punto culminante de lo que creía ser el juego y la fuerza de una venganza a muerte.

Rítmica, dolorosa, elocuente, sincera. Es el comienzo de la carrera de una mujer en el cine, que sabe lo que quiere y lo cuenta como se debe. Un par de errorcillos en la continuidad temporal no opacan la luz que poner en la escena.

Para ir en combo y luego hablar largo.

La dictadura perfecta

La dictadura perfecta

Toda sátira induce a gracia. La satirización de una situación de poder en un film mexicano, La dictadura perfecta, causa estupor y una risa ácida. Cómo no reírse de Carmelo Vargas, que más que un personaje es la caricatura del “gobernador de estado”. “Mi Gober”. Pero es una risa muy complicada, porque a pesar de reírnos de lo grotesco prototípico de muchos gobernadores mexicanos, terminamos riéndonos de las víctimas de esa “dictadura perfecta”, que también somos nosotros. El film de Luis Estrada es una compota envenenada.

La cinta, al contrario de Santa y Andrés, vetada por la oficialidad cubana,  fue elegida por la Academia mexicana de artes y ciencias cinematográficas, para representar a México en los Premios Goya en el 2015.  

Luis Estrada es el mago que hace todo, produce, dirige y escribe. Tomó como referencia casos de la vida mexicana durante el periodo Peña Nieto: los vídeo-escándalos de Ahumada, Salinas y Bejarano; “El Gober Precioso”; la desaparición de Paulette; las aventuras de "El Chueco"; la simulada captura de Florence Cassez. Con la intención declarada de denunciar la alianza siniestra entre los medios (Televisa) y el poder estatal.  

Para los medios la “realidad” y la “verdad” (lo que dicen que es su compromiso, su razón de ser), se traslapan a unos escenarios móviles, cambiables, como si todo no fuera más que un reality. Reducen la distancia entre los hechos y la ficción de los hechos, hacen montajes, hacen pasar dramatizados como documentos, someten los hechos al efecto de la “caja china” (consagrada como metodología por los medios).

La caja china es un leitmotiv del film, porque más que el efecto de pequeña percusión asordinada del instrumento musical, es el poder de magia oriental de la caja, que desaparece, opaca, cambia, transmuta, invierte los hechos, objeto de información. Ni más ni menos que lo que haría Mr. Trump, si fuera el dueño de un medio.

Mientras el poder político local provincial en su conjunto es caricaturizado en su violencia estructural, en su corrupción, en su impunidad, en su virtuosa imbecilidad,  en su forma mafiosa de divertirse, el poder de los medios es mostrado seriamente, con personajes perfilados, sin ánimo de gracia, sin exageración, sin escenas relamidas.

Estrada obliga a los mexicanos a reírse de su condición de víctimas de la alianza que denuncia. El veneno estético que ha inyectado al film ayuda a que la realidad que muestra satirizada nos lleve al dolor, no hay ningún motivo para la alegría, pero también a que el dolor nos haga posible alguna forma de reaccionar.  Si no fuera una sátira, si no se hubiera caricaturizado una buena parte del film, el peso dramático nos aplastaría. Ha tenido que amortiguar el efecto corrosivo de lo que muestra, con un desparpajo cínico que le permite la recreación del “grotesco mexicano”.

No es una película para el viernes en las noche con la novia.

Santa y Andrés

Santa y Andrés

 En marzo de 2017 el film del cubano Carlos Lechuga fue vetado en la competencia del Havan Star Prize, en New York. La razón: un film de publicidad politizada. Quedó excluido del Festival internacional del nuevo cine latinoamericano, en La Habana. Por razones no dadas a conocer, que para nadie son un secreto. Por el contrario, en los festivales de San Sebastián, Miami y Guadalajara, levantó aplausos y premios. Hay que ver un film capaz de hacer arder la mala conciencia del poder, quizás la única.

La historia es una canallada, Andrés es un escritor independiente, que piensa y escribe lo que le da la gana, a expensas del poder que dicta la escritura, en un acto de ventriloquía al que se prestan los escritores dependientes. Ser independiente le cuesta el exilio, en la provincia rural más lejana en una casa arruinada, gris, de triste aire, el terreno desolado, arenoso, desapacible, polvoriento, salvo por el mar. El color mismo de la película es de un tenue desvaído a mitad de camino entre el blanco y negro y el color.

Santa Rodríguez es  una campesina de la localidad y miembro del Consejo Popular del que recibe la orden de vigilar al escritor. Él es homosexual, como Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas y Lezama Lima.  Lo cual agrega a la maldición oficial de ser un escritor libre, la de ser un maricón. Digamos que los motivos del poder cubano pasan por ser los mismos por los que el franquismo asesinó a Federico García.

Ella lleva un asiento, camina por los caminos de ascenso hasta la casa, a donde va presentarse. Pero la vigilancia, el acto de representar el “poder popular”, abre la puerta para que en medio de largos y agrestes silencios, observaciones prolongadas, ella vaya acercándose y acercando a un hombre que por sí mismo no lo haría, hasta el punto de hacerle tambalear su condición de género y ponerlo en el camino de una heterosexualidad que ella excita, que promueve, con el gesto brusco, con el silencio bruñido, con un hablar rápido, entrecortado, nervioso, en medio de un afecto que improvisa, más allá de la tarea encomendada.

Andrés tiene encuentro nocturnos con un mulato mudo de la vecindad que lo acosa y en medio de esa soledad sideral que reverbera en la casa, lo adopta, para que en noches vaya y le haga sentir que todavía está vivo porque puede echarse un polvo. Pero después de que llega la Santa, lo rechaza, él intenta besarlo, en el cuello, la cara, la boca, y lo aleja aunque al final sucumba. Pero aun habiendo sucumbido el daño de la Santa está hecho.

Hay una escena en particular donde la película inventa una especie de auto sacramental en el que se humilla a la víctima, donde se ejercita el vejamen del “poder popular”, como en las comunas campesinas durante la revolución cultural china. Van a la casa, buscan en todas partes, hasta en la letrina que está alejada de la casa, no encuentran nada así que para no perder la ida, someten a Andrés a una humillación medieval, lo atenazan y hacen que ella le arroje huevos. Y luego entre todos lo muelen a patadas. Qué espectáculo tan humillante del poder desperdiciando huevos que bien podrían ir con el desayuno de los colegiales cubanos. El mismo poder que ayer en el acto de reforma constitucional sacó de la carta el programa comunista y le abrió la puerta a la propiedad privada.

El film me aplastó. Creo que para eso fue hecho. No veo qué otra reacción es posible que no sea el malestar. La economía, el silencio, la desolación, ponen un aire de nerviosa tensión para que como espectadores nos acerquemos y sintamos el dolor y su costo en vida que nos causa el poder.

No es un film para ir a ver mientras se engullen palomitas.

La guerra sucia del posconflicto

La guerra sucia del posconflicto

Después de los acuerdos de paz en cualquier país se produce un fenómeno de reacomodo de las fuerzas violentas que quedan por fuera del proceso. En Colombia desde enero de 2016 se han asesinado a 311 personas y desde la firma de acuerdo, a 159. Todas ellas tenían algo en común, eran reclamantes de tierras, víctimas del conflicto, defensores de derechos humanos o querían hacer política, acogiéndose al clima abierto por el proceso de paz con las Farc. La mayor parte de víctimas se concentran en los cuatro departamentos de la Costa de Pacífico, donde precisamente ganó Gustavo Petro en las elecciones.

La guerra sucia posconflicto se anunció desde hace más de dos años cuando comenzaron a caer los llamados líderes comunitarios -campesinos, maestros, trabajadores, pequeños propietarios- sin que haya habido una respuesta clara y contundente del Estado. Por el contrario, todos los muertos han venido a engrosar la gran galería de la impunidad.

Hay dos cosas muy graves alrededor de los hechos, que no puede imaginarse sin un patrón, un direccionamiento que hace pensar en dos cosas. En primer lugar que hay una especie de franquicia permanente para los grupos a los que se responsabiliza, paramilitares, elenos, narcos y delincuencia organizada, frente a los cuales el Estado, a pesar de sus declaraciones, no ha podido ni puede hacer nada. Las víctimas no encuentran en nadie, el apoyo para hacer valer el derecho a la vida. No hay forma de parar a los asesinos.

En segundo lugar, que la oleada de crímenes del último año en el cual cada cuatro días asesinan a alguien, sea la bienvenida temática al gobierno del Dux. No exactamente porque el nuevo gobierno de alguna manera haya promovido el exterminio, sino porque sus autores actúan bajo la creencia de que el nuevo gobierno se hará el de la vista gorda. Bastaría pensar en los dos gobiernos de Monseñor para comprender  que semejante hipótesis, por desgracia, tiene asidero.

Imelda Daza, una anciana de 70 años, ex fórmula presidencial de Timochenko, declaró hoy, que está pensando volver a su exilio sueco. En este país, dijo, están matando a la gente por el delito de pensar distinto. Cualquiera que no piense como el Centro Democrático, corre el peligro de ser eliminado.

¿Cómo habrá pensado el Dux consolidar la paz, olvidar las diferencias y pasar la página? Nada de lo que ha dicho hasta ahora tiene sustancia, credibilidad. Sus auténticos designios como Presidente no los conocemos.

Nada hace pensar que la ola de crímenes se va a detener. Porque no hay quien los detenga.  

Posible demanda de Porky a caricaturistas colombianos

Posible demanda de Porky a caricaturistas colombianos

Un artículo de Arcadia sobre el humor y la política me regresó al Platón más antipoético que recuerde. El que proscribió en su República, la risa de la polis. Fue quien vio con nitidez que el poder y el humor no pueden aparecer en público. El poder, de por sí, ridículo, no tolera nada que deje al desnudo su ridiculez. Nada en lo oficial puede destilar la más mínima gota de humor, porque tendría unos costos horribles. Se diría que el gobierno no se toma en serio, que no toma en serio su responsabilidad. La seriedad platónica es la única forma en la que el poder quiere ser visto.

Si un gobierno hiciera humor alrededor de la caída de un puente, asume un papel que la sociedad en su conjunto rechazaría. Ningún gobierno está dispuesto a pagar los costos de popularidad y gobernabilidad solo para que se le reconozca su sentido del humor.     

Con lo que resulta que el poder tiene en el humor un límite infranqueable, que no le permite utilizar las mismas armas de quienes ejercen la oposición con el humor. No es un asunto legal, aunque Garzón, Daniel Samper O, Tola y Maruja, más de una vez tuvieron y han tenido que responder ante un juzgado por un chiste. Demandar a un caricaturista es un mal chiste.

Entre nosotros el humor político, el humor contra el poder, ha tenido un puñado de soberbios osados, que en una viñeta o en una postal han aireado entre carcajadas la seria ridiculez del poder, que huele a huevo podrido. No prosperaría el humor si no naciera del entusiasmo creativo que causa el sentido de oposición. La lambonería, el unanimismo,  no dejan prosperar la sátira. ¿Cómo Klim, Chapete, Salustiano Tapias, Daniel Samper, Osuna, Vlado?

La imagen física del Dux, una vez se convirtió en tendencia, les dejó ver a los caricaturistas la analogía visual/gráfica entre el presidente electo y un rosagante y educado cerdito de las tiras cómicas, Porky. Con su ojo caricaturizador encontraron que no era necesario inventarle una forma, la tomaron prestada de un personaje analógico.  ¿Qué tienen los caricaturistas contra los cerdos?  

¿Quién quiere ser comparado con una caricatura? Si a una mujer se le dice que es como la Susanita de Mafalda, se ofenderá, aun si fuera como Susanita.

Quienes se han ocupado del tema del humor y el poder han intentado encontrar el punto clave que lo precipita, han dicho que es la excepción, la contradicción, la irregularidad hecha evidente.

Sospecho, más allá de lo anterior, algo particular del humor, el ex abrupto, en auténtico sentido latino, un imprevisto que lastima. El chispazo, ver de primero el imprevisto y soltarlo con el ánimo de causar una molestia simbólica. Negarlo sería un chiste.

Tola y Maruja son capaces de una imaginación narrativa que centra el humor en la anticipación exabrupta. Dice el Dux al patrón: vamos a gobernar sin odios. Vamos es mucha gente, responde el jefe.  

 

Una soledad demasiado ruidosa

Una soledad demasiado ruidosa

 Otra vez la primera persona de Bumil Hrabal, el pequeño Kafka, en la voz de un prensador de papel que lleva 35 años en el oficio, Haňt’a: papel de regalo, de embalaje, de carnicería, manchado de sangre, pinturas, y lo definitivo de la novela, libros. Se botan muchos libros, nadie los quiere, estorban. Y él los recoge, y los lee, y aprende y muchos de ellos los conserva. Ha puesto sobre el baldaquín de su cama dos toneladas. Siempre creí mientras leía, que la muerte de Haňt’a ocurriría cuando el baldaquin cediera y los libros lo prensaran.

Haňt’a entreve la “voluptuosidad de la devastación”.

Cuando el socialismo llegó a Checoeslovaquia las brigadas socialistas de prensadoras se ocuparon, en grandes y modernas plantas,  de hacer los que como él tenían una máquina de compresión, del Estado,  con un botón rojo y un botón verde. Los chicos de las brigadas visten monos industriales, llevan cachuchas norteamericanas y toman leche. Y además en las vacaciones van a Grecia, a donde él nunca ha ido, aunque sabe de ella por lo que ha leído. La gran particularidad que le da el tono pertinaz a la novela está en el meridiano que va de ser un “salvador” de libros de los que aprende,  a la nueva tarea después de 35 años, de  prensar papel en blanco para impresión. Ese vacío que inhala, “y yo, antes de empaquetar papel blanco en la imprenta de Melantrich, yo, como Séneca, como Sócrates, yo, en mi prensa, en mi cueva, he escogido mi caída que no es sino mi ascensión”.

 Siempre las novelas de Hrabal son entrañables, por sinceras, directas, llenas de humor e ironía, tienen la elocuencia de la humildad del estilo, con personajes que no son él, sino a quienes ha prestado de su vida, como a Haňt’a.

Campea sobre todos los libros que con nombre propio se mencionan en la novela, un libro de Kant, La teoría general del cielo, que ilumina los sótanos, las madrigueras y las bodegas donde el papel se pudre como una nata de celulosa.

Y como en todas las novelas de Hrabal, la mierda, como un leitmotiv demasiado humano, como para no introducirlo en la novela. Otro checo, Kundera, lo elaboró con filosofía y lo llamó kitsch: la parte más mierda de nosotros mismos.

Una novela de una larga tarde en la que la vida de un hombre pasa rodando en la voz de un personaje que no deja de hablar y que no nos permite dejar de escuchar. Una novela para ser leída en voz alta.

“En medio de papel viejo y libros, aprieto firmemente con las manos a mi Novalis con el dedo puesto sobre la frase que siempre me ha llenado de entusiasmo, sonrío dulcemente porque empiezo a parecerme a Maruja y su ángel, empiezo a entrar en un mundo donde no he estado nunca, me apoyo en el libro, en la página que dice…”.

El maniqueísmo y la ponzoña

El maniqueísmo y la ponzoña

Es una desgracia histórica que el hoy presidente electo, El Dux, sea el que dijo Uribe. Más que por el joven Dux, por lo que significa la acción del bendito que bendice la presidencia a nombre de las fuerzas de la restauración.

En una entrevista con Yamid Amat (24-06-2008) el Dux responde con talante presidencial. Ha hecho una introducción pacifista, conciliadora, de no más polarización. Un radical llamado a unirnos en torno a lo que nos une. Aprender a vivir en la diferencia. “Digámosle adiós a las cosas que nos dividen”. Que lo diga alguien, que acaba de ser ungido, en uno de los países más desiguales del mundo, suena a ironía. Y pregunta Amat: ¿Cuáles son las cosas que nos dividen? “Hay muchos factores que en Colombia han ido generando divisiones”, por el maniqueísmo, por la ponzoña, por la noticia falsa. “Hay que pasar la página”. O el Dux no sabe qué nos divide, o sabe y no quiere decir. O peor, se burla de nosotros, presumiendo haber dado una respuesta. Quizás no sepa, que haga lo que haga, será un factor de división que atizará el relevo de fuerzas políticas en Colombia.

Colombia y México, son los dos países del continente, en los que jamás la izquierda ha llegado al poder. López Obrador será el primero en México.

En su campaña usted anunció alza de salarios tan pronto asuma el poder. No dice sí, ni dice no, es muy difícil sostener un cañazo populista de tal calibre, como los de Maduro, así que engloba la presunta respuesta como consecuencia del cumplimiento de las metas: bajar tributación (a los empresarios), reducir gasto, combatir la evasión y estimular la inversión. Si es necesario hacer todo con eficiencia para subir salarios, se le pasará el cuatrenio en blanco.  Y el alza de salarios terminará siendo la misma que cada fin de año, los empresarios, los sindicatos y el gobierno, se sientan a no convenir. Lo de los salarios, él de manera muy práctica, se lo deja a las empresas, a través de un pacto que consiste en que el gobierno les baja los impuestos y ellos suben los salarios. Un negocio chimbo para los empresarios.

¿Cómo va a combatir la corrupción que afecta la salud? Dux dixit: “Hay que quitarles a los políticos el control  de la gerencia hospitalaria en Colombia, hay que avanzar en la extinción de dominio exprés…”. Ya veremos al Dux matizando su declaración de guerra, para no propiciar divisiones, para no afectar la gobernabilidad.  

El Dux tiene la formación estándar de un funcionario medio del BID, apadrinado por Santos y luego por Uribe, en Naciones Unidas. Metódico,  trabajador, buen padre de familia y sin pasado político. Pero portador de un populismo que pasa por ser lo contrario, lo responsable, lo que se puede. Muchas de las cosas que ofreció, la “paz creíble”, el reajuste constitucional de la JEP, la erradicación obligatoria y el regreso a la fumigación aérea frente al riesgo de la desertificación, el alza de salarios, la guerra contra la corrupción,  serán “retos” que un gobierno como el del Dux, no podrá conceder.  No solo no podrá hacer todo lo que dijo, sino y lo más grave, no nos dirá todo lo que va a hacer.

Al Dux en Venecia, también se le conocía como el Dogo.onzoña

 

 

Los Divinos

Los Divinos

Los elementos de historia que la novela recupera, tienen una carga dinamitada de inmediatez, cuando la historia es algo ya ocurrido en la trama mediática (hay mucha información publicada) y se cuenta muy poco tiempo después de ocurrida. Creo que Laura Restrepo, en un afán humano de responder –como novelista– a la “monstruosidad” (lo que se muestra) del asesinato de la niña Juliana Samboní a manos de Rafael Uribe, hizo que su novela implosionara. Sacrificó la novela para que su voz se escuchara.

Los Divinos es una novela cuya trama no puede recrear la monstruosidad, se queda en una lejanía amanerada, un poco kitsch, complaciéndose en la aburrida, larga e insustancial historia de una gallada bogotana del estrato seis, con nombre de estrato tres, los Tutti Frutti.  

La historia ocurrida es de un dolor, una pesadumbre, una oscuridad y un fondo, que la novela no olfatea, aquella está llena de contrastes, improvisaciones, trampas, mentiras, pruebas, que habrían dado carne para hacer un thriller, no una novela de no ficción, que nos hubiera permitido acercarnos a lo oculto de la historia que nos han contado. Hubiera sido la oportunidad de hacer valer el recurso que Juan Gabriel Vásquez entrevé en la Forma de las Ruinas, el  de explorar lo probable de la monstruosidad a la que no llega ni el historiador ni el periodista. Se dirá, no es lo que Laura buscaba. ¿Pero entonces qué buscaba?

La primera persona que nos cuenta, el Hobbit, es el chapineruno de los miembros (Duque, Muñeco, Tarabeo y Píldora) del clan, que termina completamente comprometido en el crimen. La novela deliberadamente deja el crimen contra una niña de siete años en tercer plano, detrás de una vana y leve historia de la ridiculez trágica de los Tutti Frutti. Es una mezcla inhóspita, entre el monologista impostado de diario, narrador estereotipado, que habla como un mal locutor que transmite, y un narrador editorial que no se corresponde con el personaje, de repente el Hobbit – todo un Tutti– entra en trances aburridísimos de lirismo shakespereano, de cultismo, de sapiencia y conocimiento, sin el cual probablemente la autora no habría podido colarse a la novela.  

  La compleja riqueza de la monstruosidad que tuvo en vilo al país un par de semanas, es de una hondura, de unas raíces, que el intento prematuro de novelar no alcanza a medir, a tocar. ¿Qué cosa del crimen nos permitió la novela comprender? ¿Pudo la novela ir más allá de los medios en su narrativa?

Laura debe estar acostumbrada a triunfar, aunque desprecie el éxito. Los Divinos, será la prueba, de que después de Delirio, también se puede escribir mal.

 Una novela para quienes quieran matar el tiempo, o lo prefieran ya muerto.

La balada de Iza

La balada de Iza

Magda Szabó pertenece a la estirpe de escritores húngaros de la que hacen parte, Imre Kertezs, premio Nobel del 2002, Sandor Marai, Margit Kaffka y Attila Josef. Magda es una escritora del siglo XX, en sentido lato. Comenzó a escribir en entreguerras y en la Balada de Iza, nos entrega una novela con los tres atributos clásicos que definen el género: la lentitud, la construcción y la profundidad.

La balada de Iza es una historia cuyo personaje principal es una vieja viuda, de origen campesino, ajena a los electrodomésticos de la modernidad. Es una mujer de otra época, con sentimientos de otra época, a la que la viudez enfrenta a la más agreste y última de las soledades. Durante toda la novela está más cerca de la muerte, que de la vida. Es una mujer arquetipo, que recrea a las mujeres no sovietizadas, que llegado el otoño deben sentarse a ver caer las hojas muertas.

Un núcleo de familia con mascota. El presente de referencia es 1960. A mitad del periodo en el que el país se sovietizó y la ocupación se encargó del país; se importó una ideología y la vida necesariamente debió cambiar. Vince, el padre de Iza, es la víctima. Su independencia como juez le costó el ostracismo en su propio país. Y eso condenó a su familia a la pobreza, la excluyó de las ventajas del socialismo de ocasión.

Iza es la mujer moderna, a quien tocó en su juventud comenzar a ser en un nuevo modelo de educación, de profesión, de cultura, amor, familia y sentimientos. Ella encarna a la mujer húngara formada en la sovietización. La de ideales férreos, el proyecto de vida, independencia toda costa, frialdad en las decisiones, y lo práctico como norma.

Muerto Vince, la primera víctima, el escenario queda para que la antigua Hungría de las mujeres viejas y la nueva Hungría, de la generación de sus hijas, se enfrenten en un intento de hacer posible una vida.

La muerte de Etelka, su relato, es de los mejores pasajes que recuerde, que a decir verdad ya no son muchos. El personaje abandona la calidez y el resguardo de su antigua casa, que ha comprado su antiguo yerno, para salir a un “viaje al fin de la noche”, más allá de la noche, entre brumas espesas como las del Castillo y camina hasta perderse como una forma de estar cerca de él, en una atmósfera completamente kafkiana, un edificio en construcción, y sin saberse cómo suángel espantado vuela lejos de ella y ella sigue sola.

Para lectores acuciosos, ávidos de interpretación, Szabó divide la novela en cuatro partes y en el siguiente orden: tierra, fuego, agua, aire. Para lectores simbólicos es un potosí. Encontrar, por ejemplo, que la tierra es el pasado de donde todos venimos, la muerte es el fuego que purifica la vida, el agua es Budapest, la ciudad líquida de Bauman, y el aire, el elemento de los ángeles.

 

La perra

La perra

Viniendo de Pilar Quintana, un título como La perra, ilumina muchas imágenes, aun en los bien pensantes. La primera sorpresa de la novela es que la perra, es una perra, de cuatro patas. Y ahí el encanto de la novela, mostrarnos con frescura pacífica, la relación extrema de Damaris -que la salvó de la muerte- y la Chirli, tocada, empapada de los mismos ribetes instintivos, ansiedades y contradicciones, con que se hacen las relaciones entre personas.

Voy a confesarlo: tengo alma de animalista. Mi sensibilidad con los animales se excitó cuando Carl Sagan me explicó en Cosmos, que si somos primos genéticos de las secuoyas, somos hermanos de los chimpancés. Así que cuando Pilar introduce como personaje principal a una perra, electriza mi sensibilidad, y hace que quiera sentarme a su lado, mientras me lee la historia y no levantarme hasta el final. Como si me la contara con el ánimo franco de hacer que participe de ella. Pilar, con su historia, me habla al oído.

La misma excitada sensibilidad de Fernando Vallejo por los animales y en particular por los perros, de la que ha dado muestras públicas. La misma que lo lleva a estar más cerca de la naturaleza animal que de la naturaleza humana, a la que desprecia por bellaca. Salvo, Rufino José Cuervo, nadie merece la salvación.

La perra es una historia cargada de Pacífico, de salvaje naturaleza y de ariscos sentimientos. La simplicidad de una vida apresada por la costumbre circular reducida a los límites de la subsistencia. Está escrita con la dulce sencillez del que nos quiere decir, es una historia que se dejaría contar a la sombra de un árbol del pan mientras abajo el mar va y viene.

Con la novela, Pilar que trabaja hace tiempo, se muestra como una novelista madura. Una escritora que ha trajinado el oficio, que ha sostenido la constancia, que ha aprendido la justa economía del lenguaje y la velocidad rítmica con que hace que el lector se le entregue.

Nos recibe con la historia de una perra recién parida que fue envenenada durante la noche. Eran diez y no habían abierto los ojos. Y nos termina el cuento con una muerte de la que los gallinazos indiscretos dan indicios.

Es una novela de plan lector. Eficaz y precisa, contundente como una cachetada.  

El acuerdo sobre lo fundamental

El acuerdo sobre lo fundamental

 Pasadas las elecciones siempre se dice “ganó la democracia”, aunque no haya ganado. Las del domingo pasado nos dejaron percibir unos hechos que reconfiguran el mapa político en el posconflicto. De cuando ya las Farc no son el factor común de agitación en las campañas.

 El partido liberal, que con Samper se había prostituido esencialmente, viene ahora con Gaviria a sellar su muerte política. Una pandilla de manzanillos y forajidos que se fueron a buscar alianzas por debajo de la mesa con Duque y Vargas Lleras, una pandilla sin dirección, sin escrúpulos. Y al frente un buen señor, que firmó el acuerdo de paz, pero que no era más que un candidato retórico. No alcanzó ni siquiera el umbral.

 Vargas Lleras con toda la maquinaria, las 4G, las casas gratis, la vicepresidencia, la chequera oficial, la chequera de Sarmiento Angulo, los alcaldes, los gobernadores, la U, los empresarios y los contratistas, hizo el ridículo soberbio de las maquinarias. Y no es que no sirvan, es que se fueron con Duque. Le hicieron pistola al más soberbio candidato, que no fue capaz de hacer campaña con su propio partido. La U no le votó, los cristianos pusieron muy poco, el partido conversador se fue con Martha Lucía, a los alcaldes que pillaron haciéndole propaganda, los detuvieron. Es el castigo perfecto para un soberbio, que quizás no vuelva a tener jamás todos los astros alineados. De paso la campaña enterró al sargento Pinzón, de la entraña santista, que primero quiso ser presidente y después se conformó con ser el vice del gerente.

 Sergio Fajardo se fajó, hizo una campaña limpia, trabajada, esforzada, reunió a los verdes y a los amarillos, ganó imagen, presencia, discurso, lo que se vio reflejada en votos, de hecho deja a Fajardo en el partidor del 2022. Podrían haberle ganado a Petro, pero dicen los de la Coalición Colombia que les faltó una semana. Crecieron a un ritmo que las encuestas ya no pudieron dar a conocer. El asunto ahora es, qué va a hacer la Coalición, de cara a la segunda vuelta. De principio no apoyarían a Duque, así que las opciones se reducen a apoyar o no a Petro. Queremos verlos acertar en la decisión política. El Polo, que hace parte de la coalición se dividió desde antes de la primera vuelta, Robledo enfrenta la peor amenaza a la unidad. La mitad del Polo se fue con Petro. Él desde fuera del Polo, del que alguna vez fue parte, le está ganando la pelea a Robledo. Si se hablan con Petro va a quedar claro que se necesitan, que es posible llegar a acuerdos, que lo que se está jugando bien vale decisiones inteligentes y generosas. Ganan ambos más, uniéndose que no haciéndolo. Quedan en un juego político que se encargaría del país. Todo lo cual, tampoco es garantía de que Petro llegue a la presidencia. Si no se van con Petro, tienen tres opciones: dar libertad de voto, invitar a votar en blanco o no votar. Que es lo que está haciendo Vlado con su ni ni. En cualquier caso, es lo menos inteligente, lo más soberbio, lo menos útil, pero ante todo lo más favorable para que Duque llegue a la presidencia con más ventaja, más votación, más legitimidad. ¿Se echarían a cuestas la responsabilidad política de ayudar a elegir al que dijo Uribe?  

 Si Robledo no quiere dejar hundir el Polo debe considerar con la mayor seriedad un acuerdo con Petro, a pesar de todo el pasado de diferencias políticas. Si Claudia López no quiere que los Verdes se precipiten en el limbo solitario del orgullo, si lo que busca es que se proyecten como fuerza política con margen de maniobra, no puede quedarse por fuera del primer proyecto político en el que Colombia no sería gobernada por los facinerosos del poder, los liberales y los conservadores y sus descendientes. Si de verdad creen que son el presente y el futuro de la política, que se han levantado contra el pasado del proyecto uribista, necesitan sentarse a hablar, alrededor de una botella de ginebra y llegar a un “acuerdo sobre lo fundamental”.

 

El carácter y el poder

El carácter y el poder

 La personalidad psicológica de los candidatos presidenciales, es ya un tratado desde la llegada de Donald a la Casa Blanca. En las elecciones en Colombia la personalidad de los candidatos ha tenido más discusión que en campañas anteriores, en las que todos tenían que referirse a la paz, con una promesa de campaña según la cual se consagrarían a derrotar o a negociar con las Farc.

 Se han hecho retratos psicológicos, tipificaciones, perfiles, de todos los candidatos, en televisión, radio, prensa y portales. Y de alguna manera se los ha ido caracterizando, como quien tipifica un producto que pretende venderse en el mercado electoral.

 Vargas Lleras ha sido víctima de su carácter, como su abuelo, toda la vida. Ahora es víctima de las tipificaciones y de las encuestas, a causa de reacciones públicas que muestran lo que no se puede mostrar. Los gestos, el rictus, las miradas, los labios, el movimiento de las manos, la expresión corporal, todo ha sido observado y tipificado casi con saña (las agencias han hecho estudios durante los debates). Vargas en la tipificación está asociado al coscorrón, el patrón del bien, el director, el que habla dejando ver los puntos y las comas y es enérgico al afirmar. Alguien más interesado en hablar que en escuchar. Alguien que no da confianza psicológica de interlocutor.

 Fajardo, el candidato profesor, tiene la imagen fresca, suelta, informal, juvenil, bronceada, aunque a los sesenta años, todo eso podría parecer un buen disfraz. Es un tipo chévere, tranquilo, que no quiere camorra, metódico, que entorna los ojos hacia arriba. Un candidato cuyo carácter público, no delata puntos críticos en la tipificación de personalidad.

 Petro, es de lejos, el que más ha dado papaya para que lo tipifiquen. Bastaría leer el último editorial de Caballero en Semana, contra Petro. Un ajuste de cuentas a costa de su carácter. Todo lo que al carácter se refiere, que debiendo permanecer oculto, trasciende, se convierte en un tiro en contra, un disparo en el pie. Su pequeño ego de caudillo natural, lo traiciona. El convencimiento sincero de tener siempre la razón, apoyado en una capacidad estricta de argumentación. La incapacidad de sostener y formar equipos de trabajo, gabinetes efectivos, partido. La bravuconada de su yo ilustrado lo lleva a cometer errores de tacto, de relación política y personal. Dice Caballero, es un tipo que habla de él mismo en tercera persona. Como “Yo el supremo”, de Roa Bastos.

 El “Duque” más que debilidades de carácter, tiene debilidades de identidad. Es un tipo tranquilo, irónico, que sostiene un discurso, que está informado, habla como hablan los burócratas internacionales de la gran banca. No se le conocen bravatas, humores vidriosos, salidas de ropa, mentadas de madre, amenazas desquiciadas, no le hemos visto salir babaza paisa de borracho cargado de tigre. Y no se le conocen, porque antes de la consulta no era nadie, era una representación de Uribe, solo eso. En la campaña ha hecho un esfuerzo para moverse entre la servidumbre y la independencia, que en la tipificación de los caricaturistas no lo salvó de ser retratado como un chancho, Porky, uno de los animales más inteligentes de la creación.  Él es el que dijo Uribe, pero en campaña se muestra como si fuera él. En un espacio tan complicado se revela toda la distorsión de identidad. En su campaña gráfica de imagen el patrón despareció. Duque es un candidato, según el marrano. Como en la “Guerra del cerdo”, de Bioy Casares.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Seusis Pausivas

Seusis Pausivas

Si hubiera sido Seusis Pausivas Santrich tendría una sonoridad casi heráldica, pero Hernández…era inevitable el seudónimo. Cuando mi mujer me contó que se le habían metido a la casa y lo habían apresado acusado de narcotráfico, lo primero que se me ocurrió fue: ¡ciego tan güevón!

El punto es que los medios, la Fiscalía, la opinión, los partidos, todos, sin estar judicialmente probado, damos por sentado que Santrich tiene negocios con el narcotráfico. A excepción de los antonios caballeros de los medios, todos hemos considerado que no hay ninguna sorpresa en que las Farc reload tengan vínculos activos con el negocio. No es algo que se discute. Nadie creyó que las Farc en La Habana renunciaran a una actividad obscenamente lucrativa, en virtud de la necesidad de una declaración necesaria para solventar una diferencia en el negocio con el Estado con el que estaban negociando la terminación del conflicto.   

El momento más álgido, cuando de hecho las negociaciones se rompieron temporalmente y la delegación oficial se levantó de la mesa, fue durante la discusión sobre el futuro del negocio. Las Farc se resistieron hasta última hora a hacer concesiones. La discusión la encabezó y la dirigió Jesús Santrich. Un desconocido de 52 años, de la retaguardia del secretariado.

 Silla Vacía escribe: “La ambición o la egolatría que llevó a Santrich a continuar negociando con cocaína le ha hecho daño a todo el mundo”.

Las Farc no tienen credibilidad. Es el mayor pasivo de los firmantes del acuerdo en la etapa del posconflicto. La mayor tragedia para las Farc y para el país.

La idea de la huelga de hambre casi nunca es buena, por el costo, aunque a veces necesaria, como en el caso,  cuando ya no queda más por hacer. ¿Pero de verdad Santrich se quiere morir? Después de 32 días suspendió el castigo, los distintos poderes clamaron para que lo hiciera. De haber sido una efectiva teatralización de la situación extrema, el resultado es positivo. Con el caso Santrich se creó el limbo más enorme del proceso de paz.

No solo nadie sabe qué hacer, sino nadie quiere hacer. La JEP no puede hacerse cargo, porque no se ha establecido la fecha de comisión del delito. La justicia ordinaria tampoco, por la misma razón. El Presidente ya no tiene tiempo para intervenir, ni siquiera en una extradición. USA no puede hacer nada, mientras no lo tenga allá. La iglesia que acoje a Santrich en un albergue y como acto humanitario, ya no sabe qué hacer con él, frente al fuego nutrido de las brigadas uribistas.  

Lo más grave, sin embargo, es que Santrich sea la cabeza del iceberg de una montaña de nieve ácida, que al destaparse arrastre a otros miembros de la dirección de las Farc. Marlon Marin, hoy bajo custodia y protección de la DEA, podría ser el detonante. La DEA está buscando, desde que se lo llevó y a su familia, el testigo excepcional para hundir a las Farc. No solamente por el caso Santrich que supone los vínculos de las Farc con el cartel de Sinaloa y el cartel de los Soles, sino por el manejo sucio de los fondos para la paz, del que Marín es responsable. La DEA puede hacer que Marín diga lo que quieran que diga. Nunca habían tenido un testigo tan potencialmente peligroso. Si todo estalla, las Farc estarán liquidadas. Habrán pasado a una defensiva táctica que va a sacarlos del proceso de paz, por la vía de su defensa con recursos de derecho, o por vía de recursos menos ortodoxos.

¿Por qué Iván Márquez va a retirarse a sus cuarteles de invierno en el Caquetá? ¿Por qué amenaza con no posesionarse en el Congreso? Son actitudes erráticas, de una insolencia improductiva para el proceso de paz, que no ayudan a capotear el peor temporal. Como si en vez de aprestarse a defender políticamente el proceso amenazado, estuviera pensando en tomar distancia de salvamento.

Si Santrich decidió no morir, será porque alguien debió ver una luz al final del túnel. Una luz invisible para él, que alumbra el sentido de una esperanza gracias a la cual no terminaría de compañero de celda de Simón Trinidad.

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Todo lo que tengo lo llevo conmigo

Todo lo que tengo lo llevo conmigo

La novela de Herta Müller tiene el sabor amargo de una crónica de desgracia, en sentido estricto. Se corrobora en el epilogo en el que nos cuenta que no hubiera sido posible sin los relatos de los prisioneros de postguerra en los campos de trabajo de los rusos, que obligaron, con la deportación, a que los alemanes de las países vencidos participación en la reconstrucción de la Rusia destruida. Y en el sentido de la escritura, una escritura capitular, rápida y breve, focalizada en singularidades, la vida en el detalle, el pan, los chinches, el amor detrás de la cortina, las letrinas.

¿De qué se habla cuando se habla de un leitmotiv en una novela? Ante todo de una constancia, una obsesión, una reiteración que deja una evidencia de continuidad. En la novela de Herta hay dos grandes constancias, sin que importe demasiado establecer su origen y lo símbolos a que da lugar: el ángel del hambre y la nostalgia. La mezcla más absurdamente pervertida para hacer sentir que “la vida está en otra parte”. En todo caso no aquí y ahora. El hambre y la nostalgia, dos dolores distintos, dejan a los personajes en el peor de los mundos, el de los límites inferiores de la mínima subsistencia. Aun así el hambre bruta, el ángel devorador que está todos los días del libro, no arruina la otra desangración, la nostalgia. Incomprensible, cómo fue que sobrevivieron a ese par de acosadores de la desgracia.

A tal punto, que el nombre de la novela debería ser, El ángel del hambre. Hay una cadena temática que acompaña el arco de vida de los cinco años de permanencia del narrador en el campo: sopa-ángel-muerte-abrigo, que se cuenta a la manera de las historias de Kafka, con el aliento de la escritura de una mujer que consigue ponernos como prisioneros en un campo de trabajo ruso, donde los alemanes sobrevivientes fueron forzados a trabajar como esclavos para la “madre patria”.

El abogado Paul Gast y su mujer, Heidrun Gast, han sido deportados al campo. Durante el cautiverio, él, en razón de  su hambre, le roba sopa a ella, y ella se deja robar, a costa de su hambre. Y así hasta que muere de hambre. Entonces lo llaman al barracón de las mujeres para que reconozca el cadáver. Frente a él, permanece aterido, lo observa y después le quita el abrigo, el de cuello redondo y bordes en los bolsillos de piel de conejo. Se lo pone y sin decir nada sale, atraviesa el callejón, entra a su barracón y va a afeitarse.

Cuando Leopold entra el campo tiene 17 años. Va a estar cinco colaborando con la reconstrucción en condición de esclavo. Y más, alcanzó a vivir en el pueblo de casas prefabricadas que traían de Finlandia, donde un día les pagaron salario y los dejaron comprar en el bazar. Engordaron, tuvieron mejores zapatos, más higiene, algo de privacidad. Cuando les pagaron los integraron, después de haberlos llevado al más extremo grado de humillación. Algunos se quedaron, otros regresaron y jamás pudieron volver a sentirse en Rumania, como si estuvieran en casa.  

En la esencia última de la infamia, Leopold, en sus memorias cuadro a cuadro salta al futuro, dos, cinco, diez y sesenta años después de haber retornado del campo. Y nos cuenta, en un presente que se traslada en el tiempo, a gusto. En cada uno de los presentes en los que instala, nos cuenta ese lapso de pasado entre el presente en el campo y el presente al que regresa, en donde las dos líneas de desgracia, deberían haberse resuelto. Y en efecto, más hambre ya no padeció. En uno de esos presentes se toma la libertad de imaginar, en una especie de futuro hipotético, lo que sería el encuentro con el capataz del campo, en el vagón de un tren donde Leo es el visador de tiquetes.

Juega Herta Müller con una orla de futuros, de imaginaciones proyectadas temporalmente, de futuros a corto y largo plazo, con los que matiza y alivia el eterno dolor del presente.

Es una novela-crónica, porque la realidad siempre fue más rica que la ficción, porque el dolor se impone, porque alcancé  a sentir la necesidad de escaparme del campo de trabajo, para escapar al dolor que como lector me auto infligí, por la gana de querer saber qué había sido de Leopold.

Y cuando finalmente nos quedamos en el último presente de la novela, la velocidad del relato se acrecentó a un punto, como si hubiera que terminar pronto, porque el personaje ahora ni siquiera le importa al autor. El retorno jamás mitigó la nostalgia. Leopold regresó a un mundo al que ya no le importa, al que la condición de sobreviviente no le concede mérito sensible. En pocas líneas, conoce a una mujer, se casa, se separa y se va a Viena.

Solo para lectores que quieran sufrir a gusto.

Mayo 68. American psycho y Emma González

Mayo 68. American psycho  y Emma González

Una sobreviviente de la masacre de la secundaria Marjory en Parkland. “Tengo 18 años y soy bisexual”. De la generación Z (nacidos en el siglo XXI). Latina, de origen cubano, apariencia andrógina. Salió con cuatro más en la portada de TIME, con una palabra sobrepuesta: ENOUGH

Fue ella la que se paró pocos días después de la masacre en una tribuna desde donde le dijo a Trump que si viniera a decirles que lo siente mucho, ella le preguntaría cuánto le pagó la Asociación Nacional del Rifle. No más negocio a costa de la vida de estudiantes en todo el país. Es suficiente. Exigió.

“Soy tan indecisa que no puedo elegir un color favorito, y soy alérgica a doce cosas distintas…pero ya nada de eso me importa”, escribió Emma González en Harper’s Bazaar.

Pero la causa “suficiente” de Emma y un grupo de chicos a favor de la vida, en cambio de haber sido tomada como la iniciativa de oxigenar una causa colectiva para preservar con vida a las estudiantes de América, también fue leída como anuncio del mal. “No más pensamientos y oraciones, es hora de tomar acciones” le dijo Emma a Trump, en su discurso. Lo único que reclaman es que no los maten más, que se salve la vida en las escuelas, que los chicos y las chicas representen para América un valor por encima del valor de mercado. Una causa para evitar que más escolares sigan siendo víctimas del American psycho.

Los anticastristas dijeron, esa Emma es comunista. De lo peor de la condición humana. Y a los medios reprochan hacer eco al discurso comunista. El alma macartista de América sigue viva en el alma de una gente que ni siquiera nació aquí, vino a refugiarse desde Cuba.

Se puso en la mira de los bloques de supremacistas blancos que asimilan a Emma con el “mal latino”, una mujer de una de esas “razas de mierda”, como diría Trump. Un ser inferior que ha sido capaz de pedir control en las armerías y que con insolencia se atreve a decir, qué es suficiente para América.

Jesse Hughes, el vocalista de  Eagles of death metal, la banda que sobrevivió al ataque en la sala Bataclán de París en noviembre de 2015, también condenó a Emma. La acusó de traidora y de buscadora de imagen. Vitrinera.

No gustó a los cientos de miles de grupos de oración y comunidades espirituales de América, que Emma no quiera más oraciones. Es algo depravado, impío, que nos aleja de la salvación. No importa, que lo que Emma esté pidiendo, sea la salvación de los estudiantes en esta vida.

No gustó en la Casa Blanca, el anticomunista, machista, racista, mafioso, todopoderoso, lujurioso, mentiroso, bufó sin decir mucho. ¿Qué se ha creído? Una puta latina que habla duro y habla claro a la que los medios están inflando para joderme.

No tuvo buen recibo en la Asociación Nacional del Rifle. Los miembros de la junta se miraron entre sí y pasaron al siguiente punto en el orden del día.

A cincuenta años de la revolución de mayo 68 en París, suena bien que desde los Estados Unidos, una voz femenina disidente, un contra poder desarmado, una fuerza simbólica de muchas personas, digan algo así como, alto al mercado, paso a la vida. Y con la fuerza multiplicadora de la imaginación en red se levantase una polvareda a favor de la vida. En USA, en Siria. En todos los países.

A exactos cincuenta años de mayo del 68, Ema González celebra, aun sin ser consciente, la prohibición a prohibir la vida, que el mercado de armas sostiene por encima de cualquier consideración humana. Si con sus palabras le prende fuego al mantel, está bien, que se dañe el almuerzo. América sin armas.     

La balada judicial de Pedrito Aguilar

La balada judicial de Pedrito Aguilar

Pedrito Aguilar es, o era, un líder sindical de los transportadores de Colombia, fue quien movió la revuelta camionera de 2016. Y como buen líder, un corrupto. A cabrón el Pedrito, le vendió 12000 camiones al Estado, que le pagó para sacarlos de circulación, chatarrizalos, fue la orden que le dieron. Pero Pedrito no cumplió y dejó que sus dueños siguieran moviéndolos, a cambio de un seguro que todos le pagaban, para que nos los chatarrizara. Y al Estado le esquilmó medio billón de pesos en la venta. Es mi Pedrito. Lo agarraron al pobre, lo sacaron de circulación y lo chatarrizaron. Fue lo que pasó

El día de la última audiencia, Pedrito se presenta con su abogada, la doctora Milena Zárate. Preside la juez 77. Se instala el miércoles a las 4:53. El fiscal delegado es José Edilberto Parada. La abogada va directo al asunto, solicita al juzgado la libertad para Pedrito por vencimiento de términos. La Fiscalía está de acuerdo. Pedrito sale y va a meterse a un apartamento ambientado al sur de Cali.

Dos semanas después recapturan a Pedrito y capturan al Fiscal Delegado. Ambos fueron detenidos sin poner resistencia, sin complicación, se entregaron. Parada resultó ser un fiscal de utilería, mal actor, nervioso, azarado, tuvo lapsus notorios en dos ocasiones, que pasaron desapercibidos para la Juez  77. Un desempleado de barrio al que le pagaron dos millones, por el papel de su vida.

Y más tarde, le echaron mano a la Zárate. Le sacaron el tele, le miraron las llamadas, y encontraron las que se habían hecho con Parada. Ahora los tres están en la cárcel, esperando una sentencia. .

A Pedrito recién lo capturaron cuando la Fiscalía y el juzgado se enteraron que Parada no es Fiscal. Una acción coordinada, rápida y contundente, les permitió enterarse por los videos de la audiencia. Entonces se tendió un operativo para atrapar a un capo de los desempleados que se hace pasar por un actor que representa a un Fiscal que va a dejar que la Zárate saque a Pedrito, por dos miserables millones.

De manera completamente prevista y planeada, alguien en el poder judicial, las Judicaturas, ordenaron a los juzgados que verifiquen que los fiscales son los fiscales. Aunque en un país como Colombia, semejante exigencia no tendría sentido. ¿A quién se le ocurriría? Y además, se le pide a las partes informar a las contrapartes, cuando se curse una solicitud.  

La audiencia fue pedida por la defensa. Pero ni el Juzgado ni la Fiscalía se dieron oficialmente por notificadas. Pedrito Aguilar, puso su abogado, pidió la audiencia y puso su fiscal. No le faltó sino haber puesto a la jueza. Ese es mi Pedrito.   

 

 

La imaginación al poder

La imaginación al poder

En mayo de 1968 yo tenía veinte años y quería ser médico. Estaba matriculado en la facultad de medicina, cursando un año básico. La vida por primera vez fuera de la casa paterna en la provincia, me era incierta. Estaba matriculado, pero ya no podía ser completamente solidario con el proyecto familiar de ser médico. Pero si no era ser médico, no sabía qué.

 Había nacido el mismo año en que mataron a Gaitán en la capital y ahora venía de la provincia, a la capital regional, en donde vivía el día en que cayó el General Rojas Pinilla del gobierno, el 10 de mayo de 1957, menos de un año después de que hubiera explotado un convoy militar con explosivos en Cali.

 La imagen que tengo es precisa. Mi padre maneja un Cadillac 1954, descapotado, verde botella, con todos los servicios automatizados. Va mi madre, un tío, mi hermana, mi abuelo, gritan, mientras van sentados en  los bordes y mi padre le da como loco al claxón en medio de un rio de carros que corre por las calles con una consigna: ¡¡se cayó, se cayó!! Tenía ocho años y mi familia parecía estar loca, celebrando que se hubiera caído un tirano. Le pregunté a mi padre qué significaba toda esa locura, y él dijo: hoy ha terminado el terror.

 Nunca terminó el terror. Cuando desde el mes de abril del 68 llegaron las noticia de París, ya otro veneno había comenzado a obrar en mí, las mieles inicuas de la literatura. Había leído a Toreau, a Kierkergaard y a Henry Miller. Tenía un coctel de toxinas suficientemente explosivo como para que al enfrentar y digerir las noticia que nos llegaban atropelladas de París, lo hiciera amparado en la desobediencia, la desesperación y la literatura.

 Fue el año en que nos llegó el “prohibido prohibir”. El éter sagrado del anarquismo. Demoré en convertirme a él, lo confieso, pero finalmente lo hice a finales de siglo.

 Al comienzo pensé que era un levantamiento estudiantil como muchos en muchos países. La guerra en Vietnam servía para que nos moviéramos cada semana. La noticia, bien entrado abril,  fue que los trabajadores franceses se habían pegado. Por primera vez en nuestro tiempo el movimiento estudiantil y el movimiento obrero coincidían en salir a tumbar un régimen. Fue algo que hizo mucho ruido. Agitó todas las ideas libertarias amancebadas con las utopías, los imposibles de la historia, la política del anti poder, y las que se ligaban con la vieja idea de la “huelga general”.

 No fueron solo noticias, nos llegaron propuestas, las consignas de mayo. Fue la publicidad mundial de la revolución que llegó a América. Fue la misma insolente publicidad, retadora, que hizo que se regaran letreros, de Argentina a México, como: USA nos USA.

 Así que cuando el levantamiento se terminó y estudiantes y obreros se sentaron con el gobierno a negociar la reforma, unos acuerdos para tener una sociedad mejor, yo ya sabía que no iba a ser médico. Y me enfrentaba a una especie de vacío de futuro, de no sé qué va a ser de mí, de no sé qué quiero.

 El juego consiste en ponerse en el partidor de las vidas posibles, y seguir, como cualquier caballo, una y solo una. Quien no se entrega a una, no tiene vida. Nunca quise ser algo en particular, tratándose de trabajo asalariado, un profesional en algo. De hecho pasé por muchos empleos que no tenían que ver nada conmigo, pero que me permitían pagarme otro tiempo, el de estar tanteando de qué lado de la vida, es mejor vivir.

 La toxina que me intoxicó fue la ficción. Mayo del 68 es un tumulto venenoso de ideologías, de toxinas parisinas, un flujo desesperado y diverso de hechos que trasgreden. Cada hora, cada minuto, pasaba algo que se transmitía al mundo.  Me contagié antes de los veinte y quedé lisiado. No me puedo inclinar. Años después vine a saber que la toxina estaba concentrada en la consigna política mayor: la imaginación al poder.

Poesía, poesía, poesía

Poesía, poesía, poesía

Sé que la necesito pero no sé para qué

Ni siquiera sé cómo me llega al corazón

O si tengo un corazón para esperarla

De la cabeza no es bueno hablar

La razón no la traga, ahora quiere entenderla.

 

Lo que adoro de ella es su inutilidad sublime

Si sirviera para algo sería como la prosa

Y no, no, mil veces no, la poesía es otra cosa

Otra cosa Otra cosa

Música fortuita

Carcajada subjuntiva

Flores del mal

Fuego en el iceberg

Qué sé yo.

 

Sé que la noche en que Rimbaud

sentó a la belleza en sus rodillas

algo definitivo y oscuro pasó con la poesía

Nunca nadie lo había hecho

Pero la encontró amarga cuando la quiso besar

Y entonces la injurió, por su malva amargura

Y por lo que había sido

hasta que abjuró de la poesía

de su lívido pasado de puñal y lira

de toda la belleza que hubo en ella

de su mezquina dulzura

de su dureza de algodón y pólvora

Que le provocó un espasmo a la belleza

una contracción de vientre manoseado

que arrojó a la calle a la poesía moderna.

 

No pude evitar que sus palabras

parieran en mi y se quedaran

y se me anunciaran como arcángeles categóricos

de una poesía que nace en los albañales del cielo

“Conseguí desvanecer en mi espíritu

toda esperanza humana”.

Las palabras de Rimbaud

fueron el primer disparo en un duelo.