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Alberto Rodríguez

Una soledad demasiado ruidosa

Una soledad demasiado ruidosa

 Otra vez la primera persona de Bumil Hrabal, el pequeño Kafka, en la voz de un prensador de papel que lleva 35 años en el oficio, Haňt’a: papel de regalo, de embalaje, de carnicería, manchado de sangre, pinturas, y lo definitivo de la novela, libros. Se botan muchos libros, nadie los quiere, estorban. Y él los recoge, y los lee, y aprende y muchos de ellos los conserva. Ha puesto sobre el baldaquín de su cama dos toneladas. Siempre creí mientras leía, que la muerte de Haňt’a ocurriría cuando el baldaquin cediera y los libros lo prensaran.

Haňt’a entreve la “voluptuosidad de la devastación”.

Cuando el socialismo llegó a Checoeslovaquia las brigadas socialistas de prensadoras se ocuparon, en grandes y modernas plantas,  de hacer los que como él tenían una máquina de compresión, del Estado,  con un botón rojo y un botón verde. Los chicos de las brigadas visten monos industriales, llevan cachuchas norteamericanas y toman leche. Y además en las vacaciones van a Grecia, a donde él nunca ha ido, aunque sabe de ella por lo que ha leído. La gran particularidad que le da el tono pertinaz a la novela está en el meridiano que va de ser un “salvador” de libros de los que aprende,  a la nueva tarea después de 35 años, de  prensar papel en blanco para impresión. Ese vacío que inhala, “y yo, antes de empaquetar papel blanco en la imprenta de Melantrich, yo, como Séneca, como Sócrates, yo, en mi prensa, en mi cueva, he escogido mi caída que no es sino mi ascensión”.

 Siempre las novelas de Hrabal son entrañables, por sinceras, directas, llenas de humor e ironía, tienen la elocuencia de la humildad del estilo, con personajes que no son él, sino a quienes ha prestado de su vida, como a Haňt’a.

Campea sobre todos los libros que con nombre propio se mencionan en la novela, un libro de Kant, La teoría general del cielo, que ilumina los sótanos, las madrigueras y las bodegas donde el papel se pudre como una nata de celulosa.

Y como en todas las novelas de Hrabal, la mierda, como un leitmotiv demasiado humano, como para no introducirlo en la novela. Otro checo, Kundera, lo elaboró con filosofía y lo llamó kitsch: la parte más mierda de nosotros mismos.

Una novela de una larga tarde en la que la vida de un hombre pasa rodando en la voz de un personaje que no deja de hablar y que no nos permite dejar de escuchar. Una novela para ser leída en voz alta.

“En medio de papel viejo y libros, aprieto firmemente con las manos a mi Novalis con el dedo puesto sobre la frase que siempre me ha llenado de entusiasmo, sonrío dulcemente porque empiezo a parecerme a Maruja y su ángel, empiezo a entrar en un mundo donde no he estado nunca, me apoyo en el libro, en la página que dice…”.

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