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Alberto Rodríguez

La popularidad de la distopía

La popularidad de la distopía

En una nota publicada ayer en FB, dije que me sentía como si hubiera caído en una distopía. Paises en caurentena, sectores enteros de la economía desplomándose, el barril de petróleo a 30 dóares, dólar a 4200, los deficientes servicios de salud y las sucias entretelas de la política en tiempos de peste. Y la respuesta fue de una intensidad que me llevó a pensar en qué tan popular se llega a ser por el hecho de haber caído en una distopia. Todos los que reaccionaron lo hicieron espantados, condolidos y solidarios. Y todos dieron por sentado que estamos en la época en que aquello que la literatura anunció en el siglo XX, hemos comenzado a vivirlo.

Una pandemia global como la del coronavirus es de la magnitud de un "desastre nuclear orgánico". Con una velocidad de transmisión superior a la de otros virus conocidos, actúa con la táctica del blitzkrieg, veloz y contundente. De no detener la ola expansiva en condiciones habituales los sistemas de salud y la infraestructura hospitalaria del mundo, colapsaría. Ji Xinping lo hizo bien, teniendo en cuenta que fue el primer sorprendido, tiene todo el dinero, todo el poder y un sistema social que puede reaccionar de manera vertical y unificada. Mucho más que disciplina social, el poder militarizado. Trump lo hizo mal, y sabe que le va a costar en campaña, no tiene tanta plata, carece de un sistema de seguridad social en salud y preside una democracia liberal. No debió haber sido sorprendido.  

Estoy en cuarentena decretada por el Estado, para "protejer a los viejos" dice el presidente, y tengo un problema de hiperiluminación a causa de un par de cataratas maduras que me han ido haciendo difícil leer, más que escribir. Es un problema de cantidad de luz. Para poder leer me he tenido que ir acercando, en el último año, a la oscuridad, he tenido que ir sacrificando la luz natural para guiarme por la luz del texto; cada vez necesito menos luz, va a llegar el momento en que pueda leer en la oscuridad total. El cristalino es como una ventana, si está limpio, la luz pasa directo, no se desvía, pero si está manchado, velado en partes, la luz no puede pasar directo, se abre y crea un efecto de dispersión que nubla la visión. 

La hiperiluminación crea un efecto más parecido a la ceguera blanca de Saramago, que a la ceguera negra de Sábato. Y comienza con una coincidencia de origen inconsciente, entre lo que me está sucediendo, y lo que le sucede al personaje de la novela que estoy escribiendo, que poco a poco, a medida que resiente accesos repentinos y fugaces de ceguera, se acerca a la luz que necesita para iluminar un sueño.

La luz que reclamó Goethe al momento de morir. La luz de meseta africana que Rimbaud quería volver a ver. La luz siniestra del infierno de Blake. La luz polinésica de Gaugin. La luz relativa de Turner. La falta de luz del último infierno de Dante.

La popularidad de la distopía

En una nota publicada ayer, dije que me sentía como si hubiera caído en una distopía. Paises en caurentena, sectores enteros de la economía desplomándose, el barril de petroleo a 30 dóares, los deficientes servicios de salud.

A qué huele la India?

A qué huele la India?

 La India huele mal, el Taj Mahal es precioso, pero nada más entras el olor es nauseabundo, no te puedes imaginar. Así le escribía una turista norteamericana a su novio en USA. No creo, continua, que alguna vez volviera a este país. Si no huele mal, huele a curry. ¿A que huelen las ciudades? ¿Tienen un olor que las identifique? De la misma manera que la identifican sus sabores, su lengua, sus acentos.

 No es un olor global, como decir Washington huele a cerezos, son olores puntuales de una parte del paisaje, como el gran mercado de mariscos y peces de Lima, o el pabellón de las papas en la plaza de mercado principal de Cuzco, o el olor a combustible y podredumbre en el Piñal de Buenaventura, o el olor a marihuana en Amsterdam.

 Madrid debería oler a vino y comida. No sé si alguna vez olió a eso. No encontré ningún olor particular que me permita recordarla, salvo el olor de los fumadores en las puertas de los establecimientos. Distinto fue en Lisboa. Lisboa huele a río, huele a Tajo, huele a humedad curtida y bacalao. Es una ciudad más pequeña, en la que se encuentran los olores un poco más concentrados. Alfama huele a piedra y sofrito, y callejones que huelen a pasado. Venecia huele a podredumbre clásica, pero también a ropa limpia, a salsa bussara y a pan recién hecho.

 ¿Qué tanto importa el olor para hacer memorable una ciudad? Quizás, no mucho. Tenemos atrofiado el olfato. Me quedo sorprendido cómo un somelier, al oler y probar de una copa, puede decir: huele a metal, regaliz y romero, o sentir el aire de jazmín de un Moscatel, o la grosella en un Suavignon. Alguien me hacía a caer en cuenta de que los fumadores perdemos el olfato, con lo cual nos quedamos por fuera de la memoria de los vinos. Solo percibimos un reino acuoso y colorido cuya fragancia se la traga el alcohol.

Turismo para ñoños

Turismo para ñoños

Mientras todos cenaban yo tomaba en la cabecera de la mesa un Carlos primero en una copa que parecía una teta pequeña. Burk había regresado ese mismo día de Frankfurt, a propósito de un negocio, socialmente había venido para acompañarnos en la celebración de los treinta años de la caída del muro de Berlín, y de matrimonio, que no nos sorprendieron en Lisboa.

 Fuimos a un modesto hostal a cincuenta metros de la Fundación Saramago y nos hicimos en la mesa junto al vidrio que da a la calle con la inscripción de marca del negocio. Al hombre que parecía un libio, sus tres hijos lo acompañaban en el negocio. Pedimos el vino de la casa. Trajeron una botella, me dieron a probar, eché un buche y como si supiera algo de vinos, lo rechacé, trajeron otro que dije me había parecido mejor. Una botella, que acompañaron con paté picante de sardina, aceituna negra de Andalucía, bolitas de bacalao, una baguete y una ristra de lonchas de queso manchego, del más seco. Y celebramos los treinta años de matrimonio con la misma conclusión de otros aniversarios, que el matrimonio no es más que una larga conversación que no termina.

 En un momento, ya la cena terminada, mientras se bebían los chuponcitos coincidimos con Burk en salir a fumar a la plaza Mayor, a cincuenta metros de la gran tapería donde nos habíamos encontrado después de la cata de jerez. En la plaza, a diez grados, echamos de menos el encendedor, preguntamos donde estaba la cigarrería y el mesero de un restaurante nos dijo que bajaramos. Lo hicimos por un tramo muy largo, hasta llegar a la esquina, atravesamos la calle hasta llegar a la cigarrería. El regreso lo quisimos hacer por la que parecía ser la paralela por donde habíamos venido, tomamos otro trago y llegamos a una placita muy menor. No pudimos entender cómo no llegábamos a la Plaza Mayor, entonces nuestro hombre en Frankfurt, que no había utilizado su smart, activó los Gmaps, se localizó y enrumbó a Plaza Mayor. Ya lo tengo, dijo, así me dejé conducir por calles desconocidas durante un largo rato hasta que se nos acabó el licor. Nos detuvimos a fumar otro cigarrillo y la Plaza Mayor nunca apareció.

 Al día siguiente vine a enterarme que Burk estaba tan deliciosamente prendido, que había elegido la ruta en modo avión.

 No hay dos manzanas iguales en el centro de Madrid, son triangulares, circulares, oblongas, rectangulares, irregulares, hasta cuadradas. No se rigen por un sistema numérico de coordenadas, tienen nombres propios. Una ciudad para quienes viven en la ciudad. No llegamos, porque al subir por la paralela se interpone a mitad de camino una placita que obliga a ingresar y cruzarla hasta un callejón angosto que lleva a la plaza Mayor.

 Dejarse perder en el sentido de buscar lo que no se nos ha perdido es un turismo muy ñoño, de viejitos y escritores, pero es el que te muestra algo que solo verás si has ido. De todo lo demás, se encarga NatGeo. Ir con el plan turístico estándar premiun, te deja ver lo que ya has visto, en mejores condiciones y con más tiempo. No es lo mismo verlo que estar ahí, van a decir, y tendrán sus razones. Les juró que he gozado más en el Jardín de las delicias, proyectándolo con un video bean en el sótano de mi casa y quedándome las horas viendo cada figura y bebiendo ron. Más, al menos, que en los dos minutos y medio que estuve frente al original en el Prado, rodeado de alemanes.

 Hay dos formas de hacer turismo, eventualmente complementarias. La primera, la del plan cerrado, ruta fija, lugares “predestinados”, distancias, tiempos invariables, imperdibles estereotipados, como las Ventas en Madrid, o Alfama en Lisboa y costos tasados. La segunda, sin plan, sin ruta, sin distancias. Llegar a Lisboa y perderse en el laberinto donde están las cocinas y los bebederos y se escucha la música dulce del portugués en las peatonales adoquinadas del Chiado.

 Hay dos formas de entrar a una ciudad que no se conoce, descubriéndola en la sorpresa, o fijándola en  la confirmación. La primera ni siquiera necesita un teléfono inteligente, le basta tener la dirección del hotel, la segunda todo lo tiene en el teléfono. Sabrá que está a siete minutos de la Puerta del Sol en la ruta de menor distancia. Y aun siendo algo que me causa admiración pueblerina, sigo sin desear que algo o alguien evite que me pierda. De no haberlo hecho en las ciudades donde me he perdido, no tendría el color local, el sabor local, ni el calor local, encontrado al azar, en el metro, en la cigarrería, en un restaurante hindú, en una sala de masajes, en las librerías; no tendría algo que solo obedece a haber estado ahí, el alma del paisaje urbano. Sin ir, tengo la versión personalizada de NatGeo. Andrés Neuman dice en Fractura, que es un turismo de viejos, que además de todo, se están despidiendo. Lo que hace Yoshi Watanabe cuando tras el incidente de Fukushima, alquila un carro para ir a meter a la zona del desastre en una ciudad fantasma, donde quedan 15 personas. Y ha cumplido ochenta años.

 En la gran ruta turística está el Museo del Prado, el Reina Sofía y el Tissen Bordemisza. En la ruta antiturística, está ir a ver gente a la salida del metro, en la Puerta del Sol, en la Gran Vía, en la Plaza Mayor, y en los restaurantes al aire libre mientras bebemos un cogñac. En cada museo un par de horas, para ver personajes que ya conocemos. En la calle la tarde entera para ver los lugares cotidianos, a las personas que habitan una ciudad desconocida y que con seguridad no veremos jamás.

 Al Prado, en razón del tiempo disponible, dos horas, fui a ver cuatro cuadros, a los que he gastado mucho tiempo contemplando, quizá más por la presunción de conocer el original, que por tener una experiencia que ya he tenido, ante el cuadro proyectado o las impresiones. El triunfo de la muerte, de Bruegel, las Meninas de Velásquez, El jardín de las delicias del Bosco y Los fusilamientos del cuatro de mayo, de Goya.

 

Una distopía

Una distopía

Desde que comenzó la temporada de paros en Colombia he leído al menos cincuenta editoriales de diferente medios, tendencias y plumas. Desde los hirsutos trinos terroristas del CD, hasta la exaltación de Voz Proletaria Digital, VPD, Dilan vive, el paro sigue. Hay una masa de opinión escrita que interpreta lo que está pasando. La temporada es mundial. Lo mismo ha ocurrido en Irán, tierra de ayatolas, donde tumbaron el primer ministro, en Líbano, donde cortaron cabezas del gobierno, a Piñera le están pidiendo nueva constitución, a Macron le zangolotean la gobernabilidad los chalecos amarillos, en Cataluña se dan el lujo de tapar el flujo vehicular con Francia durante una semana, en Ecuador bajaron por el presidente, que primero huyó, luego impuso el toque de queda, para regresar a firmar la derogación  del decreto de alza del combustible; en Paraguay, una huelga general de maestros por un reajuste anual del 16%, primero el gobierno dijo no, el paro siguió, el congreso intervino y en una sesión de diez horas aprobaron el reajuste; en Noruega los estudiantes culpan a sus gobernantes y a todos los del mundo de no haber hecho lo que tenían que hacer para salvar el planeta, con un efecto tal, que tienen que invitar a Greta Thumberg a Naciones Unidas. Fernández en la Argentina es un preludio al tercero y último  acto de la comedia kitchneriana.

Hay en los editoriales algunas coincidencias respecto a las causas de una “movilización coordinada” internacional de la sociedad civil. En primer lugar, el modelo económico con el que se manejan los países, se está estrangulando, la guerra de aranceles chino-norteamericana es un solo síntoma. No puede ni podrá garantizar un estado básico de calidad de vida a la gente. No tiene la solución, ni la intención y tampoco la plata suficiente, incluyendo la que se roban. El modelo escoró, el resultado es que en todos los países se levantan por lo mismo. No tiene soluciones a problemas viejos como la desigualdad, ya no es una buena oferta para nadie, salvo para la pandilla estatal y de contratistas.

En segundo lugar, la población creció, el impacto ambiental progresivo reduce la productividad agrícola y marítima. Hay problemas que se le están presentando a los países desde la primera guerra que no fueron solucionados, por el contrario se han hecho más incómodos (tributarios, pensionales, de administración de justicia, laborales), cada uno tiene un millón diez mil estadísticas que muestran el comportamiento.

Los optimistas tienen dos argumentos frente a lo anterior. La ciencia y la tecnología lo resolverán todo. Y la tierra es resilente. Yo de manera ingenua había creído que después del Mundo Feliz de Aldos Huxley y de Hiroshima, el sueño reparador de la ciencia se hubiera puesto en perspectiva. Para los optimistas la ciencia es el deus ex machina de la historia. Aun así hay algo rescatable del optimismo cientifista, aunque no vaya a servir para salvar un modelo que hizo agua, sino para terminar de hundirlo. A los optimistas ambientales, les preguntaría si es una cualidad eterna de un organismo vivo, como la tierra. O si debemos esperar a la debacle ambiental para que después el planeta renazca pero sin el ser humano.

El caso de Venezuela es un laboratorio. El modelo ideológico hizo corto circuito, reventó todos los sistemas de seguridad del estado. Un modelo económico de opereta que por encima servía para la propaganda bolivariana del gobierno y por debajo para que los militares y los políticos leales, hicieran negocios. Inflación de un millón. Colapso del sistema de seguridad social y laboral, hambruna, siete millones de refugiados. Los indicadores de salud se devolvieron a la época prerrevolucionaria. A la gallina petrolera de los huevos de oro la sacrificaron para hacer un sancocho. Hoy se posesionó Fernández en Argentina, en su discurso, reconoció la deuda, pero dijo que no había como pagarla y propuso un “nuevo contrato social”. El Rousseau porteño.

En tercer lugar: la desideologización de la acción de la SC, la ausencia de los partidos, aunque por debajo estén alentando a unos y a otros. Que lo tengan que hacer así es su tragedia, no fueron acaso las organizaciones políticas de la sociedad civil, no fueron ellas su representación en los congresos. Mujeres, GLBTI, actores, indígenas, estudiantes, sindicalistas, los curas de barriada alentando, la clase media cantando el himno nacional en el trance de un cacerolazo. ¿Alguno de ellos, hoy se sentiría representado por partidos que no pueden participar en el paro? La SC sabe que si no se auto-representa, nadie lo hará por ella. Si las chilenas de LasTesis no hacen su performance, nadie lo hará por ellas. Los partidos terminaron sumidos en un profundo acto de auto representación. Más representación tienen las iglesias que llevan a votar a sus fieles.

Los gobernantes hoy, como las monarquías, cuando a regañadientes tuvieron que tolerar parlamentos, tienen que proponer un nuevo contrato social. Fernández, Piñera, Duque. Una fórmula romántica para remendar el modelo neoliberal, que es como usar un azadón para reparar un servidor.

Aquí en Colombia el CD dijo que todo se debía a la orquestación coordinada del Foro de Sao Paulo. Un organismo de fósiles partidistas de origen liberal y socialista. Tiene más corriente la OEA. La coordinación visible que aparece como causal secuencia de protestas similares, por necesidades comunes de la gente, desde Irán a Ecuador, es la que se despliega, casi por cualquiera, en las redes sociales. El modelo de la primavera árabe. La SC cuenta con una autonomía de participación y representación que ya no depende de las instituciones políticas, deriva del derecho al uso efectivo y la explotación de medios para producir y reproducir información. Un movimiento pendular de poder comunicativo gestionado tecnológicamente, marcaría el sentido de un nuevo modelo económico que hiciera viables y sostenibles a los países. Una pos democracia digital.

 Linda distopía: los gobiernos del mundo en el 2066 se verán obligados a intervenir, regular y restringir los servicios de la red, como siempre lo hizo China. Adiós Google, WA, FB, Instagram. De no hacerlo será inevitable el desquiciamiento de la gobernabilidad global por efecto de una “revolución pacífica” de la información, amparada en plataformas tecnológicas.

 Menos mal, todo es una distopía.

Yantar en Madrid

Yantar en Madrid

Joder, Madrid es un restaurante de mil años. En su cocina se junta el sabor seco y avinagrado de los árabes, el alambicado punto fino de los franceses, el de los patés de siervo, y el rústico sabor campesino de los quesos manchegos, los cocidos, las codornices y los callos.

 No conozco una ciudad distinta a París donde la gastronomía esté tan ligada al espíritu ciudadano. La mesa todavía es para compartir, a pesar de los smartphone.  Las mesas al aire libre en toda la ciudad, a pesar de un otoño frío que entra temprano, las de adentro con clima artificial, congregan a gentes que comen y hablan a la vez, en voz no tan  alta como los italianos, aunque pareciera que siempre estuvieran   en una polémica. Son apasionados al hablar y al comer, las dos cosas que le dan sabor real a la mesa madrileña. Desde un bocadillo vegetariano de dos euros en la calle de las putas ancianas, hasta una cena de degustación en una terraza, de 125 euros.

 Se podría permanecer un año en Madrid, yendo todos los días a un restaurante distinto. Se gastaría el mismo tiempo saboreando un vino en cada cena. Sus embutidos son de una gama inverosímil, los españoles lo embuten todo. Conservan el regusto de lo ahumado, de lo conservado, de lo especiado, como un sabor vivo de antes de la refrigeración, de las épocas precolombinas en Europa. Los arroces naufragan en distintas humedades y texturas, y hay en todos una fragancia de olivar y los que contienen bichos de mar y tierra, pulpos y liebre, los entrañan en un engrasado solidario.

 Los vinos, todos serían de consagrar en Madrid, me refiero a que todos los que se venden pasan por tan dignos, como para ser elegidos para un maridaje. Con una aplicación evaluadora de vinos, tuvimos información completa sobre cada uno, bodega, sepa, tipo, año, lo que pudiera satisfacer a un enólogo, o a un somelier, y una calificación promedio de quienes lo han probado.  Solo a los vinos cuya copa es más barata que una Fanta, no les haría falta consagrarse. Ya lo están.

 Al Botín –el sobrino del Botín- había que ir. Un restaurante que aparece en al menos treinta novelas, donde alguna vez fueron a hartarse de cochinillo y cordero asado, Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Graham Green, Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y George Orwel, en la calle de Cuchilleros 17. El más antiguo de Europa, abrió en 1725, setenta años antes de la revolución francesa. En el lugar funcionaba una hostería desde el siglo XVI. Nos llevaron al sótano, una u invertida forrada en ladrillo crudo y añejo, la disposición de las mesas es la de un taller medieval, el mismo aglomeramiento, el mismo aire pesado. En la mesa del señor Hemingway, en donde él yantaba. Y todavía debajo, la cava, donde reposan como en un osario las botellas de otros siglos cuyos vinos han perdió valor. Prueba para claustrofóbicos.

 Ir al baño por las escalerillas de velero hasta el último piso es una experiencia que usted no debe perderse si va al Botín. El primer tramo del ascenso, desde el subterráneo, termina en un sendero que se bifurca en una secuencia de muy angostos corredores que también se bifurcan, aunque solo uno lleva al mingitorio del Botín. Cuando salí alcancé a ver en el corredor el fantasma de Paul Bowles de sombrero ladeado, escurríendose como si estuviera de afán.

¿Lo contrataría usted?

¿Lo contrataría usted?

Diego Cadena tiene 39 años y sus mejores clientes son de la mafia. Tiene un avión privado, como Maluma y Madona, que cuesta ocho millones de dólares. Tenía una empresa en Miami que ofrecía charters de lujo a clientes exclusivos, como los del finado Jeffrey Epstein. La liquidó el 30 de abril de 2018. Fue quien sirvió de intermediario entre capos de la mafia, periodistas y políticos para informarles que sabían quién había matado a Álvaro Gómez y contar de los montajes de que habían hecho víctimas a los hermanos Uribe Vélez. Es un vallenato que se crió en la Tuluá de los años noventa. Un día llegó al pueblo chicaneando en un Lamborghini de color blanco, escoltado por un exparamilitar. Tiene una calvicie galopante y (tuvo) un poder firmado por Álvaro Uribe. El negocio se dañó por cuenta de que Cadena dejó todos los rastros que pudo y lo chuzaron a gusto. Entonces los abogados decentes de Uribe –Lombana y Granados– hicieron saber que su defendido prescindía de los servicios del doctor Diego. Del que dijo el expresidente que todo lo hace bien. Dijo, sin embargo, que si el doctor Diego procedió con los pagos para alinear testigos fue a sus espaldas. De haberlo sabido, le habría dicho, no proceda, doctor Diego. Cadena tiene un “asesor a la sombra” para el caso Uribe, un exjuez, alias Cachelito. En una de las grabaciones en la que hablan del caso, se le escucha decir, imitando a Uribe: “Es una cosa de ley a la que todo el mundo tiene derecho, usted y cualquier hijo de puta”. En otra grabación, Cadena habla con una mujer que ama los hamsters, él le dice que es un abohamster y ella le pregunta donde consiguió la Glock.

 Lo del aboganster es un chiste que venía encajado en la cortesía privada y que solo lo habría hecho de no haber sido verdad. Cadena fue el abogado de Uribe hasta que se le quemó. Quien se lo recomendó en Bogotá, lo hizo por lo que era, con el perfil para moverse bien en las cárceles de los Estados Unidos y de Colombia. No era un abogado a sus espaldas. Podría ser la pasta para el aforismo, dime quién es tu abogado y te diré quién eres.

 

 

 

 

 

El perfil visto por Julio Villanueva Chang

El perfil visto por Julio Villanueva Chang

Desde el antetítulo, el título y la pregunta, hay que perfilar. Perfilar es elegir el detalle y la contradicción, lo particular contradictorio, que da energía a la revelación.

Entrecomillar es una forma de escuchar. Hay que cerciorarse que las comillas den voz y no que maten la expresión, o la falseen. La voz es la que hace creíble al perfil. Creo que hay que des mistificar la narración, me refiero al dispositivo de escritura, la técnica, más que eso lo que importa son las ideas, el pensamiento.

Es urgente superar el anecdotismo, el contar por contar; el objetivo es transformar la información en pensamiento elaborado, hacer del perfil una construcción cognitiva. Una persona es un pretexto para tener una idea.

¿Cómo hacer para que lo que me importe a mi le importe a otros? Me parece que la clave está en el ejemplo, a sabiendas de que no todo el material es ejemplar, aunque quizás la mayoría. La ejemplaridad es criterio para perfilar.

El dato es crucial. Sin dato confiable, preciso, comprobado, comparado, el trabajo no funciona. La reportería es una forma de mirar, de entrar, de tocar, de preguntar, que te lleva a lo no revelado, a lo desconocido. Es necesario saber la cantidad de datos a usar y definir el orden eficiente, a jerarquizar de tal forma que el orden contribuya al perfil de ideas. Hay que diferenciar lo llamativo de lo significativo. La mayor parte de las veces lo llamativo no es significativo. Cualquier cosa que se narre debe conducir a mostrar, a compartir un sentido. Cada cosa que se elija debe ser reveladora de algo. Hay que ir por la singularidad. Cuando se trabaja en un perfil todo es un síntoma. Es usual que al principio nos movamos perdidos.

La pregunta definitiva: ¿cómo convertir el argumento (particular) del relato en la idea (universal)? Es el reto del perfilador.

 El perfil clásico por excelencia es el obituario, que además de la información ordinaria, incluye un detalle excitante. El mayor poder de un perfilador consiste en saber seleccionar el detalle. Y tratándose de relatos, el detalle es luminoso para la revelación de la escena y de la idea.  

 El trabajo de perfilar es un trabajo de comprensión, antes que todo. Y que va desde el rumor hasta la idea expuesta. No hay que desechar el rumor, tiene un grado de significancia, no sustituye al dato, a pesar de ser un “dato”. El rumor tiene su propia narrativa.

Más que periodismo y más que literatura, lo que el perfil busca es entender al mundo y a la gente. Perfilar es saber mirar trivialidades. Es condensar un carácter. Es descifrar la escena. Es descubrir lo visible en lo invisible.

Perfilar es desafiar el amor propio.

La crónica vista por Alberto Salcedo

La crónica vista por Alberto Salcedo

 Hay una horrible moda en las escuelas de comunicación social y periodismo, mandar a hacer crónicas de cualquier cosa. Crónicas de fruslerías. ¿Qué importa lo que solo me importa a mí? La crónica es un relato escrito que se le devuelve a alguien, que importa a alguien más que al autor.

 La crónica no es el premio de consolación de quienes no han podido escribir o terminar “la novela”. No es un lugar para que la  buena escritura sirva para ocultar la falta de investigación. En la crónica se encuentra el reportero y el prosista; ahora, podría no ser prosista, lo que no podría dejar de ser, es investigador.

 La crónica informa, narra e interpreta. Es su función, es su forma de poner luz en lo oscuro, como dice Kapuscinski. A la crónica no le corresponda hacer que los ratones salgan de la casa invadida, le corresponde poner la luz en la casa.

 El problema del lenguaje es definitivo. Periodísticamente las cosas se dicen de una manera, la prosa y la poesía, las dirían de otra manera. La narración como un encadenamiento de hechos suele demandar una acción prosaica del lenguaje, denotativa. Contar historias, decía Stevenson, es contar gente en acción. ¿Cómo darle un aire poético a la crónica?  Los ingenuos creen que se consigue a punta de metáforas. Decir una cosa, de otra forma, producir un desplazamiento verbal cuyo efecto es melódico, musical. Digo problema porque las metáforas siempre son de doble filo, si no dan vida, la destruyen. Les pasa lo mismo que a los adjetivos.

 La clave de una buena crónica: encanto y sinceridad.

 Al comienzo de la crónica es obligado hacer tres preguntas:

¿Qué se necesita decir?

¿Qué debo decir?

¿Qué puedo decir o no decir?

 Escribir es sentarse a descubrir algo. Es el truco, algo que solo se devela en la escritura. Hasta que no termine, no voy a saberlo. De no ser así, la escritura podría ser capciosa o fatalmente aburrida. Su virtud, como la del cuento, es perturbar, aun sin proponérselo. El recurso principal, conseguir que haya química entre el texto y el lector.

 Si  bien la pregunta sobre el tema es un tanto fútil, quisiera decir que el tema es aquello en lo que no podemos dejar de pensar. En cuanto al método, digamos que es útil tener uno, siempre y cuando, se esté dispuesto a dinamitarlo. No apegarse a él como si fuera un dogma.

 Hay tres condiciones para la crónica: que contenga actualidad, que contenga un conflicto y que sea fruto de la curiosidad. Sin curiosidad el cronista jamás va a encontrar el auténtico material.

 En cuanto a las fases, se comienza definiendo una historia y con ella la pregunta de la crónica, el mapa de la curiosidad que incita el movimiento del reportero. La inmersión, acercarse hasta hacerse invisible, mirar lo que nadie ha visto. La escritura, el descubrimiento destilado de lo que contiene el material recogido en la inmersión. Economía y ritmo.

 En cuanto a las fuentes, tener las más posibles, compararlas, no creerles del todo, estar siempre dispuesto a dudar (parte del método). En el caso de una sola fuente, el problema de fondo no es que sea única, es la forma de manejarla. ¿Cómo no ser la víctima periodística de la única fuente?

Me limpio con la voluntad de lucha

Me limpio con la voluntad de lucha

“Mientras haya voluntad de lucha”, se lee en un cartel detrás de donde aparecen los integrantes de las nuevas Farc, dando el anuncio al mundo, de que amparadas en el derecho universal a la rebelión, vuelven a las armas.  Lo que a mitad del siglo pasado tenía el significado heroico de las causas liberadoras, hoy es un chiste, el hueco lugar común, telón de fondo, del proyecto de tres o cuatro grandes operadores del narcotráfico, que trajeron a Colombia al cartel de Sinaloa. Es cómico, agridulce, ofensivo, que ex guerrilleros que nunca dejaron el narcotráfico, pedidos en extradición, que traicionaron un proceso de paz (peligrosamente defectuoso), que buscan refugio en Venezuela, donde manda el gran operador de todos los negocios del mercado negro, nos vengan a decir, que es necesaria una asamblea constituyente y un nuevo presidente. 

 Se salieron del proceso de paz para seguir traqueteando y metidos en negocios como los que habían cedido al sobrino de Iván Márquez, hoy testigo protegido en USA. Es su única esperanza, la que corresponde a la voluntad de seguir dando bala para defender sus propios intereses. El proyecto que los devolvió a primera plana es profundamente antipolítico, ni siquiera es militarista. Toda la historia que conocemos de ellos, no da lugar sino a ver la aparición siniestra de un nuevo cartel, que anuncia que va a seguir traficando, que no secuestrará, pero en cambio extorsionará. ¿Con qué política van a manejar las relaciones con Sinaloa y con Maduro? De hecho, no hace más de un mes, una columna de las Farc, se enfrentó con la Guardia Nacional, por razones del negocio.

 Por mí, la voluntad de lucha se la pueden meter bien adentro. Yo me limpio con ella. Y la esperanza, ¿cuál esperanza mientras haya gente como ellos?

 

El discreto encanto de la corrupción

El discreto encanto de la corrupción

 El señor Jeffrey Epstein era millonario, amigo de los presidentes, de los senadores, de Madona y Lady Gaga. En su libreta aparecen miembros de la casa real británica. Comenzó su carrera como corredor de bolsa y terminó por convertirse en asesor financiero de algunos ricos, incluyendo la monarquía saudí. Tenía aviones privados, islas privadas en el Caribe e ingreso a los clubes donde va Donald Trump. Su afición, no tan privada como hubiera deseado, eran las niñas. Por centenas se cuentan las demandantes y las posibles demandantes. Epstein: un depredador con instinto de gourmet que se hacía llevar desde New York y Miami, o California, carne fresca en vuelos chárter atestados de adolescentes blancas, que servían de plato fuerte o de postre, según se lo mire, en sus fiestas, que envidiaría Silvio Berlusconi. Andrés Pastrana, alguna vez viajó en un avión de Jeffrey, ahora dice, que sí, pero que fue a Cuba, para hablar con Fidel Castro.

 La señora Maxwell, primero fue la mejor amiga de Jeffrey, según Vanity Fair, era la heredera del imperio caído de medios, de los Maxwell, luego fue su pareja, durante un poco más de dos años. Tras la separación se convirtió en su operadora principal. Fue ella la que condujo, como regalo al Príncipe Andrés de parte de Jeffrey, una adolescente norteamericana, hoy demandante. La casa real se ha apresurado a negar. Maxwell, la reclutadora, era quien más se lucraba de él. Los gustos de él, su apetito, su necesidad de un menú rico y nutritivo, eran tan ostentosos como costosos. Ella siempre se arriesgó para proveerlo con lo que necesitaba. Ahora se ha quedado sin negocio y en el centro de un tortuoso escenario donde todas las luces apuntan.

 Jeffrey, después de una investigación abierta en el 2008 y en 2010, cuando fue detenido por primera vez, fue capturado hace casi un mes. Tenían con qué joderlo. Demasiadas niñas, demasiados rastros, como si jamás se hubieran percatado del riesgo que suponían sus aficiones. Lejos del beneplácito social que debería haber causado la captura de un depredador sexual, y la consecuente reivindicación legal de las víctimas, lo que más importó, lo único, a muchos, fue la libreta de Jeffrey.

 Dos días después de su detención en una celda de alta seguridad, monitoreada, en las condiciones óptimas de seguridad, el lugar más apropiado para el rico gourmet, el Centro correccional metropolitano de Manhattan, Jeffrey se suicidó. Lo encontraron inconsciente y con heridas. Murió al llegar al hospital.  

 Dos días antes de morir, Jeffrey Epstein firmó un “testamento sin beneficiario”, de sus casi 600 millones de dólares de patrimonio. Tenía 66 años.

La Olympia de Julián Marías

La Olympia de Julián Marías

  Hace muchos años leí a Julián Marías, el hijo de Don Javier, en una extraña y caprichosa novela sobre el tiempo. Pensada, bien escrita, profunda, pero desoladoramente aburrida. Me sentí frente a un buen ensayista que pretexta con una novela.

 Marías, de 67 años, no escribe en un ordenador, utiliza una Olympia Carrera de Luxe, de la que ya no se consiguen repuestos. Toda su obra ha salido de la máquina de escribir. Tiene un asistente que recibe todas las hojas mecanografiadas, las  escanea y las envía como adjuntos en PDF. Recibir sus comunicaciones es como recibir noticias de un escritor de otro tiempo, su marca tipográfica, es como la de Ezra Pound, o la de Dashell Hamet.

Después de haber presentado su novela más reciente, Berta Isla (cuya edición inglesa será lanzada esta semana en Estados Unidos), dijo refiriéndose al hecho de que cada vez es más difícil reparar su máquina, como si le estuviera llegando el fin de su historia, lo que no dejaría a Marías otra opción que parar de escribir por completo.

En los últimos años su nombre se ha deslizado varias veces a los comités de la Academia, que concede el Premio Nobel.

Alias Uribito

Alias Uribito

 

En Colombia las penas judiciales son tramitables, un defecto rentable que la misma justicia se ha encargado de incorporar, como en las operaciones del Cartel de la toga. Así que los 17 años que la Corte Suprema de Justicia le clavó a Alias, son un infortunio comprensible. Que no resulta fácil tramitar por la condición de prófugo del sujeto. Huyó a los Estados Unidos, y hasta allá, dicen los uribistas, la garra de Santos movió los hilos para que terminara encerrado y pedido en extradición.

Le hicieron un favor con la extradición, se lo mandaron a un gobierno que le da trato preferencial, un expatriado VIP, su gobierno, sus amigos, sus cómplices. Y que lo convierten en el centro de la acción de la bancada en la próxima legislatura.

El uribismo ya encontró bandera para empantanarle las iniciativas al gobierno en el periodo, la “ley Alias”, que autorizaría la segunda instancia procesal a los “aforados”, un grupo de personas (magistrados, fiscal, procurador, contralor, registrador, congresistas, militares, ministros, diplomáticos) a las que solamente puede procesar la Corte Suprema. ¿Cuál sería la instancia que podría conocer y fallar sobre los fallos de la Corte Suprema?

¿Y qué creen que va a pasar? Que la mayoría de aforados, no sabiendo cuándo van a caer, aprobarán la ley Alias, por simple solidaridad de cuerpo. Que la ley tiene nombre propio. ¿Y qué? Igual nos favorecemos todos los aforados. No sean fariseos.

Y a continuación la Corte Suprema, deberá dividirse, para que las partes conozcan cada una de una instancia. Si la Corte acepta ser ella misma la que conozca en segunda instancia, Alias podrá ponerse la corbata y ser recibido por el uribismo en pleno. Habrá terminado el largo sufrimiento de un perseguido político que no se robó un peso. Los que sí robaron, devolvieron una parte, pagaron cárcel y fueron embargados, todos agricultores ricos.

De lo contrario la Corte tendrá que reafirmarse en el principio de cosa juzgada, cerrarle la puerta al espectro de la Corte Única, una supercorte que conocería de las segundas instancias, rechazar por anticonstitucional la pretensión adicional de que la ley Alias, sea retroactiva, para que cubra y exonere todo el pasado criminal de algunos aforados.

La estratagema para sacar a Alias, no se limita a una ley Alias, es más, se necesitaría una Reforma Alias, que supone una reforma a la justicia con nombre propio. ¿Y qué? ¿No nos favorecemos todos?  

Estado de no opinión

Estado de no opinión

Un señor, Mauricio Botero, que tiene una columna en El Espectador dominical, dijo hace un par de semanas, que no les presta atención a las opiniones sobre arte de los políticos, ni a las opiniones políticas de los artistas. “Me parece tan peregrino un Roy Barreras hablando de arte, como una Doris Salcedo, hablando de política”. El señor debe ser uribista, no sé si pura sangre, media sangre o mala sangre. No parecería posible que hoy, siglo XXI, hubiera un columnista que pudiera rebuznar en tono tan elocuente.

Las opiniones sobre arte de los políticos, cuando las tienen, son tan legítimas como las opiniones políticas de los artistas, cuando las tienen. En el arte, como en todas las cosas de la vida, hay instalado un juego de poderes, en sentido de acción y reacción, que es político. En la paralógica de Botero, los artistas no pueden opinar de política, por reducción intelectual, o porque su opinión no tiene pertinencia. Y los políticos, de arte, porque no saben de eso.

Roy Barreras escribe un libro de poemas, que ajeno a su calidad, muestra una expresión frente al drama del país. Y Dorios Salcedo hace un contra monumento con las armas fundidas de las Farc, para que los espectadores se paren en él. Algo que el señor Botero jamás ha hecho, ni hará. ¿No les da su trabajo el derecho a hablar de lo que nos concierne a todos? La política y el arte. Aunque para él sería más conveniente que solo los políticos hablaran de política, y todos los demás nos dedicásemos a hacer columnas como las de él

No sé qué profesión tenga el señor Botero, pero cualquiera que sea, no le autoriza a hablar ni de arte ni de política. Qué peregrino columnista, que subestima las audiencias, que patea los derechos de expresión. Debería tener un poco de pudor para hacer en público y por escrito la revelación infame de su condición. Una semana después, Piedad Bonet, le responde en el mismo periódico, con una decencia casi rosada.



Donde manda López no manda Coronell

Donde manda López no manda Coronell

Le edición 1935 de Semana es histórica, abre con un editorial sin firma que reconoce los errores que la llevaron a no publicar, antes que el NYT. ¿Por qué Semana se tragó una información que tenía desde febrero sobre la directriz del ejército para afectaciones en combate? Las explicaciones que la revista da en primer plano son las que Coronell se dio el lujo de pedirle públicamente. Y que según dice, las que en su momento le dieron, no lo convencieron. ¿Es el ejercicio del contrapoder desde el poder, o el deber periodístico de reclamarle al medio el derecho de las audiencias?

Semana reconoce sus errores. 1) El trabajo de reportería le llevó más tiempo que al NYT, la verificación de la información, las fuentes, la sostenibilidad informativa del hecho. Faltó agilidad periodística. 2) Jerarquizaron mal las fuentes, desviaron las pistas, desgastaron la investigación 3) Una parte de la información no se puede usar sin protección de declarantes.

El editorial en tercera persona descarga el agua sucia de los errores en la persona de Alejandro Santos. Debería haberlo firmado él, con la ventaja de que lo hubiera dicho en primera persona. Él es el director.

Para María Jimena Duzán, pierde Semana (López & Gilinski). Coronell es arrogante y soberbio, como si el López fuera él. Apenas  Coronell. Lo que ocurrió fue un reto al poder, arrogante en sí mismo. Y Santos autorizó la columna. Todavía más soberbio. Y termina acusando, ella, a Coronell de pirómano, fue a “incendiar la revista”. No entiende por qué tanto interés en el asunto, habiendo cosas mucho más urgentes.

Vicky se pregunta si el despido de Coronell es una forma de cobrarle la incomodidad que le causa a algunas personas e instituciones en Colombia. Para ella Coronell está en el derecho, como cualquier columnista, de criticar a su propio medio, sobre el supuesto de que todos nos equivocamos. Y le dice a los dueños de medios que tendrán que entender que “su negocio no existe sin los periodistas”. Un medio no puede exigir libertad de prensa y luego patearla. Semana queda herida, Vicky espera que sane.

Caballero entra matando, el error principal, es que Semana se haya tragado la información. Un segundo error, la arrogancia de Coronell para pedir explicaciones, como si fuera López, para terminar dando un portazo y salir diciendo, sus explicaciones no me satisfacen, porque sostiene Caballero, solo le satisfacen las suyas. El toro ibérico enviste sin casta. A las claras está en el mismo palco con López, que solo le satisfacen las suyas. No es el momento para un debate sobre la libertad de prensa, debió haberlo dicho con el índice, porque, digo yo,  podría afectarse, “incendiarse” el medio. Caballero no está de acuerdo con que  se lo haya despedido, como si López hubiera tenido alternativa. Al golpearse la credibilidad de Semana “nos deja huérfanos, columpiándonos entre los poderes…”.

Samper se sorprende con la abrupta decisión y con el corazón le declara su solidaridad a Coronell. Luego se deslíe en  reconocimientos a Semana y su libertad de prensa, sin ahorrase adjetivos. Termina en un directo contundente contra López, que se llevó por delante la autoridad y legitimidad del director de la revista. Y entonces nos revela que los jefes no son los dueños, anarquista pervertido, sino las audiencias. Se indigna y dice que quiere protestar pero lo hace como humorista, con un complicado juego de inferencias, que probablemente solo entiende él: 1) lo que haga un columnista es problema del columnista. 2) lo que haga un director respecto al columnista es problema del medio. 3) lo que haga el medio que censura es problema del columnista. Deplora que el asunto principal, que Semana se haya tragado la información y haya quedado oculto por un debate que debería haberse dado adentro. Asume las consecuencias de su desacuerdo, a sabiendas de que no lo van a echar. Se declara discípulo de López y enfatiza su “completo rechazo”.

Una panorámica editorial de opiniones que revela el empoderamiento de los periodistas frente al poder económico de los medios. “Su negocio no existe sin los periodistas”.

 

 

 

 

 

 

 

Semana negra

Semana negra

Felipe López le vendió la mitad de Semana a los Gilinski como una forma de solventar la crisis financiera de la revista. La presidencia del grupo editorial la legó a su hija, María López Castaño y la dirección periodística se la había entregado a Alejandro Santos desde 2012. Cuando estalló el escándalo López estaba en París, ocupado en la preparación de su boda con Lila Ochoa, la directora de la revista Fucsia.

Alejandro Santos trinó una vez publicada la columna de Coronell -La explicación pendiente- donde le pregunta a Semana, por qué se guardó una información que tenía desde febrero, sobre el resurgimiento del modelo de falsos positivos en las fuerzas militares. Dijo: ”En Semana siempre defenderemos la libertad de expresión, aún la de los columnistas que critican a su casa editorial. Actuamos con rigor y responsabilidad y jamás hemos engavetado -ni engavetaremos- investigaciones periodísticas de interés público.#EnSemanaHayLibreExpresión”.

Felipe en su piso en París recibió una llamada, escuchó atentamente lo que le decían desde Bogotá, luego llamó a Alejandro Santos y se la puso clara, la pauta estatal o Coronell. Luego llamó a  Coronell y le agradeció sus servicios por los catorce años de trabajo. Al minuto, Coronell trina: “Felipe López, fundador de @RevistaSemana, me acaba de comunicar la decisión de la empresa de cancelar mi columna. Le agradezco a él, a @asantosrubino y especialmente a los lectores por estos años”.

Matador respondió diciendo que Semana se había disparado en el pie y la Silla Vacía, fue más allá, tituló “Felipe López patea la Lonchera”. Explica, que cualquiera que haya sido la causa que llevó a la decisión de cancelar  la columna es una agresión contra las audiencias. Si se cuida más la pauta que a la audiencia, ya sabremos a qué periodismo atenernos.

La independencia de los medios, repetida por ellos durante años, terminó siendo un mito tan nefasto como el de la objetividad. ¿Qué pesa más en un medio, el negocio de la prensa o el periodismo independiente”?

A manera de especulación: A quien más le convenía que Coronell saliera de Semana es a Monseñor Uribe. El fiscal mediático que ha develado los entresijos más oscuros del accionar del presidente eterno. Semana pierde su gancho editorial, va a perder suscripción (ya circula en redes un movimiento de cancelación), su circulación irá a la baja y Alejandro Santos sin autoridad, con el pecado y sin el género, desautorizado y a merced de quienes cobraron la cabeza de Coronell. De ser él, yo me iría. Y exigiría que mi renuncia se hiciera en el espacio que dejó Coronell. Y los Gilinski, que compraron su parte de Semana para hacer más dinero, habrán aprobado, conocido y sugerido a Felipe, lo que se vio en la necesidad de hacer para salvar la revista. Alguien se estará frotando las manos, muy complacido de ver el espectáculo de cómo se le corta la cabeza a Coronell.

Para las audiencias va a quedar claro por qué Semana no publicó la directiva del jefe del ejército, General Nicasio Martínez, en materia tan sensible como la actualización del modelo de los falsos positivos, como táctica de corrupción de guerra, un negocio para los militares leales.

Solo hasta el sábado 18 de mayo en que aparece el informe del N.Y Times, firmado por Nick Casey, que debió salir corriendo del país por amenazas, nos enteramos. Casey fue incómodo en Colombia, hasta para el Embajador de USA. Dos días después, ante la histeria uribista, acerca de la falta de pruebas, Casey trinó: “Anexo dos documentos que formaron la base del reportaje que salió el 18 Mayo, y fueron publicados este fin de semana por mis colegas de @ELTIEMPO y @BluRadioCo. Un fuerte abrazo a todos los que defienden al periodismo independiente”.

¿Qué hicieron los medios respecto a la directiva militar de afectaciones que se dio a conocer a comienzos de año en Tolemaida? Todos, como Semana, se guardaron la información, por las mismas razones  que pudo haber tenido Felipe López.

Si no es por el N.Y Times, no nos enteramos, incluyendo a Daniel Coronell, cuya columna es a propósito de la revelación de Casey. Los medios industriales en Colombia han sido cooptados por el poder y la presión política y de pauta del gobierno. Ninguno, habiendo de por medio en asunto de seguridad pública y de derechos humanos, se atrevió a decir nada. Supongo que todos lo hicieron por las mismas sensatas consideraciones de Felipe López.

Aquí en Colombia, en medio de lluvias y malas noticias, las cosas apenas comienzan para los medios, en Paris, al final de una linda primavera, Felipe y Lila continúan con sus preparativos de boda.

El ciego ojo de ciclón

El ciego ojo de ciclón

Jesús Santrich, ciego, exguerrillero, negociador de paz, encarcelado por presunción de narcotráfico, liberado, acusado, pedido en extradición por USA, lleva su kuffiya a lo Arafat. Le proporcionó con su primera liberación ordenada, la papaya madura al Fiscal Cianuro para que se tumbara y salir del cargo a defenderse. Y al gobierno de Uribe, para prender las alarmas histéricas que llevarían a la conmoción interior o a la asamblea constituyente.

Una decisión de la Corte Suprema mostró la catadura uribista. El Muñeco condenó a Santrich, en Tv, en un juicio sumario frente a los empresarios que lo apoyan. “Respetan a las altas cortes”, pero invitan, como lo hizo el doctor Cianuro, a marchar contra ellas. Están invitando a desconocer a las cortes, el exfiscal, el presidente, el presidente del senado, el procurador.  Están desistitucionalizando el aparto de Estado, se lo están llevando por delante, por el crónico forcejeo en la única cancha en la que el uribismo quieren cotejarse, la del 2 de octubre.

Santrich salió de la cárcel y fue  la casa del Partido Farc, y en un discurso donde parecía gozar de cabal salud, atizó la división, tomó partido declarado por Iván Marquez, cuyo sobrino, un hampón de Florencia, lo tiene entre sus palos. Los gringos se lo llevaron y ahora a cambio de dinero va a contar todo de los negocios con el ciego. A la par, la Corte Constitucional, el villano de la historia, validó la objeción a las objeciones y le dijo al Muñeco que tenía que firmar la ley estatutaria de la JEP, tal como le llegó.

Yo creería que alguien que ha hecho parte directiva de una organización que además operaba como un cartel, es propenso a continuar sosteniendo relaciones comerciales en el mundo del narcotráfico. Pero que uno lo crea o no lo crea, no es al asunto. El asunto es que por escandaloso que resulte la liberación y el reconocimiento de aforado de Santrich, obedece al lineamiento de una legalidad jurídica. Llevamos más de un milenio tratando de ordenar los procedimientos para dirimir los conflictos de la sociedad, así que si desde el gobierno, por partidismo oblicuo y visceral, por temor a que se sepa la verdad, porque las cortes hubieran tomaron partido, porque se desconfía del poder judicial, se desconoce el respeto a la independencia y autonomía de poderes, entonces apague y vámonos… para Venezuela.

Un gobierno que envía el mensaje de que los fallos de las cortes son parcializados, porque no satisfacen las expectativas, en particular en el caso de la JEP, es un gobierno que está llamando a la violencia política. La conmoción interior, es una forma de asalto en favor de facultades extraordinarias, que amplían el control del orden público, y que por ejemplo, le permitirían al Muñeco extraditar a Santrich, por decreto.

Mucho más grave que el caso Santrich es el de un gobierno que socava y deslegitima las cortes. Es lo que hacen, dijo Roy Barreras en un noticiero, los gobiernos fascistas. Y si lo dice un liberal.

Tres explicaciones

Tres explicaciones

 Cómo se puede entender la renuncia del Fiscal general, Néstor Humberto Martínez, el hijo del mestro Salustiano. Se me ocurren tres formas.

 Hace parte de una conspiración de los “enemigos del proceso”, comenzando por el Muñeco, contra la JEP. En simultánea a la renuncia, Monseñor Uribe lee una declaración ante la prensa, dice que en La Habana se firmó un pacto entre el gobierno Santos y el narcotráfico. El bachiller Macías sale a la plaza de Bolívar a decir: golpe de estado, golpe de estado. Y Edward Rodríguez  responde: constituyente, constituyente. El Fiscal en su declaración lo que dice es que la JEP se entregó al narcotráfico, que desconoce el pedido de USA, echa abajo la extradición, favorece a los narcos de las Farc. Carece de independencia y fue cooptada. Mejor dicho, apague y vámonos.

 La otra forma, sería una “retirada táctica” del fiscal de Odebrecht y de Hyundai. Los procesos contra Martínez avanzan en la Corte Suprema, la semana entrante comparece. Podría parecer más digno que sea él quien deje el cargo, a que la Corte le pide que se retire. Es tan defectuosa como la primera forma. El Doctor Arsénico sale del ring. Alguien le trae un vaso con glifosato muy frio que bebe con gusto. Y eludiría su responsabilidad en la investigación y esclarecimiento del genocidio de líderes sociales y políticos en el gobierno del Muñeco. 

 Y la última, Martínez fracasó recomendando al Muñeco las objeciones, su candidato Vargas que se quemó en las elecciones y los ventarrones del cartel de la toga que podría despeinarlo, siente que se está quedando sin apoyo político suficiente, entonces "se suicida" en mitad de la velada para salpicar a los contertulios, con la esperanza de que su renuncia va a causar un impacto tal, que lo suyo parezca una modesta investigación, de la que sin duda saldrá bien librado.

 En cualquier caso, bien ido, cuando un fiscal está con la mierda al cuello, es mejor que no termine el periodo. Que se dedique a defenderse, o que huya.

 

Amlo y el perdón

Amlo tuvo una idea que lo puso bajo el reflector mundial, cuando en una carta dirigida al papa y al Rey Felipe VI, los instó a pedir perdón a los mexicanos por la conquista. Habrías podido pedirlo para los latinoamericanos, y habría parecido con efceto continental y tercermundista.

  Coincido con Amlo, así hayan pasado quinientos años, hay que pedir perdón, no dizque el perdón sana, pero siempre hay que ser más incluyentes. Quinientos años no son nada, la prueba es que todavía estamos resentidos después de cien generaciones. Si es hora del perdón, que sea general, no solo Felipe VI –el Pequeño- y Pachito el Che, por lo de Felipe II y por lo de la inquisición. Los españoles les deben exigir el perdón a los moros por lo de los siete siglos, los árabes a los ingleses por lo de Palestina, tanto como los surafricanos y los hindúes. Que China le reclame el perdón a los japoneses por haberla invadido. Que Portugal le pida perdón al Brasil, que los españoles vuelvan a pedirle perdón a Cuba y Filipinas. Que los romanos le pidan perdón a toda Europa. Que Italia le pida perdón a Etiopía. Que los rusos pidan perdón a Chechenia y Afganistan. Que los gringos le pidan perdón a Vietnam, Afganistan e Irak. Que los japoneses pidan perdón a los norteamericanos por lo de Pearl Harbor. Que los alemanes le pidan perdón al mundo. Y los gringos por lo de Hiroshima. Y que los chinos le pidan perdón a los tibetanos.

       Se podría organizar un día universal del perdón en el que en las Naciones Unidas, todos los países implicados pidieran sus perdones, a las víctimas de la historia, hasta que al final de la jornada, el mundo quedara debidamente perdonado.   

       Estoy seguro que si nos perdonamos, vamos a tener un mundo más impune. No importa la canallada, somos capaces de perdonarlo todo, somos nobles. Quitemos el espejo retrovisor de la historia y perdonemos, como los católicos se lo perdonan todo entre sí.

Pido perdón por esta columna.         

El anillo ya no es sagrado

El anillo ya no es sagrado

 Se lo veía divertido ante el besamanos interminable de quienes vienen a postrarse para besarle su anillo sagrado. Pachito se lo toma como un juego, se complacía echando para atrás su mano derecha, dejando los besos sumisos en el vacío, movía los brazos en el acto de eludir el beso. Tal cual una mujer que se retira cuando un hombre quiere besarla sin su consentimiento. Como si les hubiera dicho a los besamanistas, no besen más el anillo y mírenme a los ojos, no se arrodillen, el anillo ya no es sagrado. Su mano blanca de viejo rehuía el beso fariseo de los obispos, el beso ciego de las monjas ancianas, el beso mediático del político, el beso sarnoso de la mujer del político y el beso comprado que se vende para turistas. A nadie se le ocurrió, después de tantas veces, agarrarle el brazo y besarle el maldito anillo. Eso sí que hubiera sido viral. Y mucho más viral, que un día de estos se aparezca sin anillo, al que ya no concede gracia,  y que haya que terminar besando la mano vieja del más desafortunado de los argentinos.