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Alberto Rodríguez

La popularidad de la distopía

La popularidad de la distopía

En una nota publicada ayer en FB, dije que me sentía como si hubiera caído en una distopía. Paises en caurentena, sectores enteros de la economía desplomándose, el barril de petróleo a 30 dóares, dólar a 4200, los deficientes servicios de salud y las sucias entretelas de la política en tiempos de peste. Y la respuesta fue de una intensidad que me llevó a pensar en qué tan popular se llega a ser por el hecho de haber caído en una distopia. Todos los que reaccionaron lo hicieron espantados, condolidos y solidarios. Y todos dieron por sentado que estamos en la época en que aquello que la literatura anunció en el siglo XX, hemos comenzado a vivirlo.

Una pandemia global como la del coronavirus es de la magnitud de un "desastre nuclear orgánico". Con una velocidad de transmisión superior a la de otros virus conocidos, actúa con la táctica del blitzkrieg, veloz y contundente. De no detener la ola expansiva en condiciones habituales los sistemas de salud y la infraestructura hospitalaria del mundo, colapsaría. Ji Xinping lo hizo bien, teniendo en cuenta que fue el primer sorprendido, tiene todo el dinero, todo el poder y un sistema social que puede reaccionar de manera vertical y unificada. Mucho más que disciplina social, el poder militarizado. Trump lo hizo mal, y sabe que le va a costar en campaña, no tiene tanta plata, carece de un sistema de seguridad social en salud y preside una democracia liberal. No debió haber sido sorprendido.  

Estoy en cuarentena decretada por el Estado, para "protejer a los viejos" dice el presidente, y tengo un problema de hiperiluminación a causa de un par de cataratas maduras que me han ido haciendo difícil leer, más que escribir. Es un problema de cantidad de luz. Para poder leer me he tenido que ir acercando, en el último año, a la oscuridad, he tenido que ir sacrificando la luz natural para guiarme por la luz del texto; cada vez necesito menos luz, va a llegar el momento en que pueda leer en la oscuridad total. El cristalino es como una ventana, si está limpio, la luz pasa directo, no se desvía, pero si está manchado, velado en partes, la luz no puede pasar directo, se abre y crea un efecto de dispersión que nubla la visión. 

La hiperiluminación crea un efecto más parecido a la ceguera blanca de Saramago, que a la ceguera negra de Sábato. Y comienza con una coincidencia de origen inconsciente, entre lo que me está sucediendo, y lo que le sucede al personaje de la novela que estoy escribiendo, que poco a poco, a medida que resiente accesos repentinos y fugaces de ceguera, se acerca a la luz que necesita para iluminar un sueño.

La luz que reclamó Goethe al momento de morir. La luz de meseta africana que Rimbaud quería volver a ver. La luz siniestra del infierno de Blake. La luz polinésica de Gaugin. La luz relativa de Turner. La falta de luz del último infierno de Dante.

1 comentario

Juan Pablo Acevedo -

Hola Alberto, pasaba por aquí a leerte.
Siempre un placer.
Un abrazo