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Alberto Rodríguez

La objeción

La objeción

 Lo primero que  queda en claro es el carácter obediente del Duquecito. Tenía que mostrar que era el títere perfecto y es lo que está haciendo. Es consecuente, basta ver las iniciativas que está orquestando: cooperativas civiles de seguridad, armas para la gente de bien, glifosato con longaniza, prohibición de la dosis mínima, la memoria y el archivo nacional a desmemoriados ilustres, y ahora, lo que todos esperábamos: objeción a seis artículitos de la ley reglamentaria de la JEP.

De fondo, la preocupación ronda la actitud autoritaria y retadora, que consiste en desconocer los fallos de la Corte Constitucional, por motivos de conveniencia (¿para quién?), que son el cerrojo del sistema de reglas de juego entre poderes. El presidente está facultado para objetar un proyecto que ha aprobado el examen de constitucionalidad, es una regla del juego. Pero en la circunstancia del enorme peso político que tiene viabilizar o torpedear el reglamento a la JEP, cuando se objeta por conveniencia se lo hace investido de un poder “supremo”, que le permite la maniobra de denegar la constitucionalidad por la conveniencia en favor del CD. Una actitud igual a la que Chávez y Maduro se fueron abrogando progresivamente, hasta convertir a todas las cortes en aparatos de bolsillo del ejecutivo.

   En un país leguleyo, el destino de la objeción, una vez la tenga el Congreso, será objeto de argucias, arreglos, componendas, trapisondas, chantajes, compra ventas y negociaciones bajo la mesa. Si la aprueba el senado y la desaprueba la cámara. Del efecto político en la votación presionado por  la llave Gaviria-Carrillo. Del silencio de CR, que tendrá que ver con que el doctor Vargas se está valorizando. Del bloque de oposición sin Petro, porque Petro no tiene WA. (Lo debió cerrar por la incómoda congestión de mensajes tras el incidente del video del billete).

 Nadie pensará en el país, ni en la conveniencia nacional de la paz, ni en las víctimas, ni en la reparación, ni en la justicia. Todos defenderán los intereses momentáneos de sus pandillas políticas, que devoran todas, la misma presa de poder.

Lo que veremos será la puja de conveniencia alrededor de un viejo y profundo debate, entre acepatar o rechazar el hecho de la reincorporación civil de las Farc a la vida política del pais. Entre una paz imperfecta y una paz imposible. Entre la vía militar y la vía política como método. En el mejor de los sentidos la viabilidad y el derecho a un debate público que nos concierne a todos, debería ser para abrir un camino práctico en el que la paz equivalga a hacer justicia. El asunto, sin embargo, es que ni en eso hay acuerdo, porque a muchos no interesa que se haga justicia.

Con el menos cabo de su imagen, la corrupción rondando por sus instalaciones, procesados que se niegan a asistir a los llamados de la corte, los lios administrativos que ya han hecho crisis, la JEP podría estar corriendo la misma suerte que la justicia ordinaria.

Pongamos una vela para que no.

Green Book

Green Book

Así como la novela es un género de personaje, en el cine también hay películas de personaje, en el sentido de que se ocupan del perfilado de carácter con mayor énfasis, acierto,  o visión estética, que de las circunstancias, a pesar de que los personajes sean inseparables de las circunstancias.  

 La película, Green Book (la guía sureña de hospedajes donde los negros pueden pernoctar) de Peter Farrely se ha llevado el Oscar a mejor película, a mejor actor de reparto y a mejor guión. Un consenso tal en la academia, quizá tenga muchas explicaciones.

 Es posible que la originalidad de una historia que invierte los roles, del blanco y el negro, sea una buena razón. Un matón italiano del Bronx y un negro virtuoso del piano, con títulos, dinero y poder. El viaje, siguiendo el itinerario de conciertos es la circunstancia marco, pero más allá de poner el énfasis en el entramado, se dedica a llenar de humanidad a los personajes, en el forzado intercambio en que los ponen las circunstancias de “amo y esclavo”.

 También es posible que la resolución amistosa, afectiva, comunicativa entre un racista homofóbico y un musulmán negro y homosexual, sea esa lección de convivencia y reconocimiento, por el que la Academia premia el “cine de “valores”.

 He oído críticas, las especializadas y las aficionadas, diciendo que el final es de moraleja, que la salida de la cárcel, apelando a Bobby Kennedy, es forzada. La revista Semana le dio apenas un aceptable.

A pesar de las críticas, hay algo que marca, que se le abre al espectador, la calidad humanizada de los personajes, el contraste profundo, el espesor de la crisis que los va definiendo, que los reperfila a lo largo de una historia que nos salpica desde el comienzo, no nos deja ser impasibles.

 Las cartas de Tony Lip a su mujer y la intervención, a la manera de Cyrano de Bergerac, del Doctor Shirley, son una secuencia perfecta de construcción del personaje por la escritura. Tony, apenas un alfabeto, le escribe cartas a su mujer. En un momento, de la última carta, Shirley se la arrebata en un acto del mayor autoritarismo, y Tony le dice, que no es necesario que la corrija, porque él ya aprendió el truco.

 El momento cardíaco, de mayor tensión es la declaración del Doctor Shirley bajo la lluvia a Tony Lip: los blancos solo me aceptan mientras toco el piano, y para los negros es como si fuera un blanco. ¿Quién soy?  

Entrañable film de personaje

Bluff

Bluff

Voy a partir de un supuesto, la “invasión gringa a Venezuela” es un bluff. No quiero decir, que ni en la izquierda ni en la derecha de los países de la región y en USA, no haya grupos que insistan en tener la opción de fuerza sobre la mesa, y otros que denuncian una posible agresión del país de la política de las cañoneras. Aun así, es un cañazo. La señal más evidente: “5000 tropas a Colombia”.

USA está de salida de Irak y Afganistan, lo cual es un error estratégico para ellos. Pero, dice Trump, que ya derrotaron a Isis y que han entrado en conversaciones con los talibanes para una transición pacífica. Y además que regresar las tropas era un promesa de campaña. Así que no tendría mayor sentido político abrir un frente militar en el patio trasero para desalojar a Maduro.

Para hacerlo, Trump necesitaría una aprobación del Congreso que como están las cosas no tendría mayores probabilidades. La caja no está para financiar otra guerra en el lugar donde hay más petróleo en el mundo, contra una Venezuela que tiene militarmente, más capacidad táctica que la que tenían Irak y Afganistan, cuando fueron invadidas.

Pensando en reelección, una guerra  no es buena propaganda para Trump, aunque sí para los demócratas. Putin está pasando por la peor crisis económica y política que le ha significado un bajonazo de popularidad, al punto que si mañana fueran las elecciones, perdería. No es el momento para embarcarse en ninguna cruzada militar para apoyar a un grupo mafioso enquistado en el poder. De hecho siete compañías rusas de petróleos que tenían negocios en Venezuela, se han ido del país, buscando preservar sus intereses privados.  Pero, ante todo, no se necesita una solución de fuerza, cuando la estrategia del “presidente interino” fraguada por el Grupo de Lima, el Departamento de Estado y la OEA, les ha resultado tan bien. Debilitaron a Maduro con algo muy sensible, el hambre y las necesidades no satisfechas de la población venezolana y unieron a la oposición, fuera y dentro de Venezuela.

La ayuda humanitaria es una compota envenenada, a ninguno de los donantes les interesa, por encima de todo, salvar vidas humanas. Se trata de una estrategia de humillación a la tiranía, entrar  a salvar con comida sobrante del ejercito de USA, a los venezolanos, de la “revolución bolivariana”. Atizar el conflicto interno entre grupos de hambreados y la Guardia Nacional y la policía. Mostrar a una “revolución” que mata a sus hombres y muchachos en las fronteras. Y dar cuenta del deslizamiento diario de miembros de las fuerzas armadas  que se pasan del lado de Guaidó y cruzan la frontera. La deserción como trofeo. Lograron que más de cincuenta países reconocieran a Guaidó, apretaron todas las clavijas económicas y comerciales que pudieron para quitarle oxígeno a Maduro. Saben que es una cuestión de tiempo.

 La estrategia de asfixia, humillación, de agresión simbólica tan dura contra la “revolución”, es un efecto propagandístico más devastador que un bombardeo selectivo sobre los aeropuertos militares. El espectáculo del paramilitarismo motorizado de Maduro reprimiendo a cientos de venezolanos que marchaban a la frontera en busca de comida y medicinas, tiene el poder suficiente, para causar más daño, que una acción de comando.

 Mañana la tensión aumenta, para darle argumentos al bluff, Trump envía a Penn a Bogotá para conversar con el Grupo de Lima, una señal de amenaza, que refuerza la idea venezolana de que la ayuda humanitaria es la punta de lanza de la invasión. Ahora que fracasado el plan de meter la compota envenenada a Venezuela, seguirá el plan B, seguramente menos amistoso. Recuerden, Trump tiene plan C,D,E y F.

Díaz Canel se refirió hoy a Duque como un payaso, ayer Maduro lo llamó de la misma manera. ¿Qué cosa es tan graciosa de Duque que hace que cubanos y venezolanos rían de él? A mí me parece que no hace nada gracioso, qué payaso se sostendría sin hacer algo gracioso. Él es un señor bien puesto que hace la tarea, cumple las agendas de Washington, rompe los protocolos de paz, declara la guerra al ELN, dinamita la JEP, rinde cuentas cumplidas a su presidente eterno y siempre dice sus oraciones antes de dormir.

Sumisión

Sumisión

 El orden natural del proyecto islámico que revela la novela de Michel Houllebecq, Sumisión, es: la mujer se somete al hombre y el hombre a dios. La arquitectura moral de la distopía islámica, que le respira a occidente en la nuca.

En mayo de 2016 llegó a la alcaldía de Londres, Sadiq Khan.  Tan pacífico, inteligente, informado y con capacidad de decisión, como Ben Abas, y a ambos los visten a la medida, los sastres ingleses y franceses, que votaron por ellos.

El compás de la novela está en el tránsito pacífico, electoral, a una sociedad que quiere volver al pasado porque el presente no les gusta, tal como quieren Trump, Bolsonaro, y los brexits. Y naturalmente, y con particular celo, todos los nostálgicos de califato. ¿A quién realmente le gusta el presente? Es una distopía regresiva que por gravedad se desliza a lo que ya vivimos, al “pasado perfecto” en el que no haríamos más que recoger los pasos de lo que ya vivido, el eterno retorno, el tiempo de los perros, el eterno suplicio de Prometeo. Solo imaginen una sola de las compotas envenenadas que nos sirve la novela: la islamización educativa. Quédense ustedes con la economía, le dijeron los islamistas a los socialistas, al ganar las elecciones, nosotros solo queremos la educación.

Imagino, de tanto manosear la novela, una distopía: un talibán en la rectoría de Harvard.

Es una novela que tiene dos detractores naturales, las mujeres y los judíos. ¿A qué mujer le gusta el principio moral de orden que da curso a la historia? ¿A qué judío europeo le convendría que el partido islámico tomara el poder en su país? En la novela, los judíos antes de que se sepa el resultado de las elecciones, cierran sus cuentas en Francia y se marchan a Israel.

 A quienes no somos mujeres ni judíos, se nos ahorra un disgusto explicable, que bien nos va para sentirnos atraídos sin más por la relación entre el héroe literario del protagonista y el protagonista, por el “amor en los tiempos del cólera”, el  del extranjero, por el menú exquisito de juegos de poder político, que harán que los partidos islámicos en Europa lleguen al poder en los próximos diez años, como llegaron los nazis y los fascistas en los veintes y treintas del siglo pasado. Creo, que Sumisión, más que una distopía, es una profecía política realista bien narrada.

Sumisión no se lee sin escrúpulos, algo obvio, perdonarán, como ninguna novela. La lectura de novelas gira alrededor de la negociación moral de escrúpulos respetados o irrespetados, tanto por el autor como por el lector, que favorecen el acuerdo, la complicidad o la distancia, durante la travesía casi siempre accidentada de leer. Por más escrúpulos anti islámicos que pudiera tener un lector, Sumisión no glorifica el islam, no es una obra de propaganda, no es ni siquiera una parodia, es el tránsito de Francois, por la nueva Comedia francesa, el personaje narrador, sin partido, sin religión, sin familia, sin bienes.  Un estudioso que ha hecho que se le reconozca como la mayor autoridad en la obra de Huysmans. Huysmans el converso, el que de la oscuridad del esoterismo másonico y la demonología de la era industrial, regresó a la luz de la fe católica, hasta convertirse con León Bloy, en los novelistas católicos de Francia. Ningún adjetivo le cae bien al sustantivo, escritor.

La novela contiene una delicia que consiste en haber hecho de Francois, la versión actualizada de Mersault, el extranjero, el extraño, de Camus. Bastará recordar el pasaje en que su madre muere en un ancianato, solo que en la versión actual, ya no es necesario que el hijo asista a las honras. Tampoco será necesario que mate un árabe en la playa. Basta que nada para él tenga valor. Francois ha llevado la desvalorización de todo en su mundo a un pico, en un progresivo y aburrido desapego a cualquier cosa, como un auténtico extraño. A lo único, que tal vez le conceda algún valor, es a Huysmans.

 De llegar Francois a convertirse al islam, como sabe que tendrá que hacerlo si quiere regresar a la Sorbona, respondiendo a los coqueteos intelectuales del rector, que pronto será ministro de educación, será por la generosa promesa de poligamia que el rector le explicó en su manual islámico.

 Una novela directa, suciamente franca, superficial y profunda,  capaz de ir a las tripas y al corazón de un hombre que es muchos hombres, en una Europa sin solución. Europa agotó sus reservas morales. Francois se ocupa de mostrarlo, tanto en líneas como en entrelíneas. Lo que haya de pasar, será por algo que le venga de afuera.

 Una novela fundamental. Profética y cargada de ironía.

El fin de Nicolás

El fin de Nicolás

 Cuando Pérez Jiménez huyó de Venezuela en 1958, a Santo Domingo, al llegar al aeropuerto, con miles los venezolanos pisándole los talones, no encontró escalerilla para trepar al avión. Hubo que izarlo con cordeles como si fuera un fardo, en la maniobra se le cayó un maletín negro de fuelle, que en los afanes se le olvidó. Contenía trece millones de dólares.

 Hoy por primera vez algunos medios especularon acerca del fin de Maduro. Pensar con el deseo, tal vez no sea práctico, pero nos hace sentir tan mágicos, que no vale la pena renunciar. Hay hechos en particular, concatenados,  que pudieran servir de coartada a quienes así piensan, una deserción progresiva, desde el 2018, de ocho mil hombres de las fuerzas armadas bolivarianas, 189 procesos militares disciplinarios contra incómodos miembros activos. Entrega de todas las industrias y negocios del estado a los militares. Reubicación de los militares críticos a guarniciones de frontera. Las fuerzas armadas por ser el único cuerpo constitucional de fuerza en cualquier país, está en disposición de alterar el curso nacional, el curso del poder.   

 La evolución de las relaciones internas del "triunvirato venezolano", que medios norteamericanos han calificado como la cabeza de una “industria criminal” implantada en el aparato de estado, definirá los acontecimientos, a partir de un punto de quiebre en la crisis venezolana. De una parte, el gobierno de Trump puso todo su aparato para axfisiar económica y diplomáticamente a Maduro, valiendose del muy eficiente papel del Grupo de Lima. Y de otra, la jugada de elegir presidente interino que le devolvió a la oposición, en la Asamblea Nacional, presencia, fuerza, iniciativa que les da oxígeno interno, suficiente para que la oposición, afuera y adentro de Venezuela, cerrara filas, alrededor del gobierno de transición de Juan Guaidó. Algo del coraje mestizo de Chávez veo en él.

  En el momento en que Nicolás pierda el apoyo de lo que hasta ahora ha sido su aparato de bolsillo, por diferencias con Diosdado Cabello, el fiel de la balanza tendrá que inclinarse, y si no lo hace, se tendría que autoproclamar. Me refiero a Vladimiro Patrón, el Patrón bolivariano. Si se tratara de fidelidad al chavismo, como proyecto, como ideología, el primero en la sucesión sería él. Nicolás es una bestia probada de carga del chavismo al que cayó en desgracia y para desgracia de Venezuela, reemplazar al Comandante. Chávez comparado con él, es un pensador. Diosdado, apenas está por el billete. Es el mafioso del triunvirato y al mismo tiempo el eslabón más débil, porque está pillado por la justicia internacional, porque han rastreado sus cuentas, los movimientos, sus negocios, porque está vinculado a procesos que lo implican en conciertos para delinquir. Un concertista maestro, que no podría salir de Venezuela, porque a donde vaya lo van a ir a buscar. Porque al cambiar el régimen le echarán mano en Venezuela. 

 Un salida, que ya se propuso hoy, que la OEA, de donde todavía Nicolás no se ha hecho expulsar, o una comisión de la ONU, le propongan al Patrón que convoque a elecciones, para lo cual sería necesario, para que fuera diplomáticamente viable, que el Patrón le diera un golpe de estado a Nicolás. Pensar con el deseo.

 El final de Nicolasito: con el bloque comercial más completo, con las empresas rusas en retirada, con una baja explotación petrolera, con la inflación caminando a millón, con fisuras en las fuerzas armadas, con el grupo de Lima moviéndose con saña, con la oposición venezolana organizada como gobierno en el exilio, sin medios, sin twitter, sin FB, sin gobernabilidad, Nicolás huye un con un “puñado de leales” a lo más profundo de las selvas venezolanas para “organizar la resistencia contra la invasión imperialista”, recibirá el apoyo del ELN y se dejará crecer la barba.   

La negación de la inteligencia

La negación de la inteligencia

 No sé si cuando los griegos hicieron explotar su carro bomba en la General Santander, previeron que el costo diplomático de semejante barbaridad, terminaría pagándolo el gobierno cubano. Le hicieron un grande favor a Duque, le dieron munición para poner entre los palos a los cubanos. Son criminales, pero ante todo estúpidos, sin visión, torpes de solemnidad. Los griegos y la inteligencia se repugnan.

Los griegos no creyeron  en el proceso de paz con Santos, que venía de firmar con las Farc en La Habana, mucho menos con el Dux. Le apuestan a lo que se le apuesta cuando una participa en algo en lo que no cree, a obtener alguna ventaja necesaria, a modificar en positivo una situación en particular, un buen motivo inconfesable que los obliga, a que después del atentado se apeguen al cumplimiento estricto de los protocolos. Es una pésima broma hecha por unos estúpidos a los que habría que amarrar.

Cuando uno se sienta en una mesa a encontrar salidas a un conflicto, no puede más que actuar como político. Ya no es un problema de cómo hacer la guerra, cómo intensificarla, es un problema de cómo terminarla. Los griegos en esto son primitivamente torpes. La comprensión nunca ha sido su fuerte.

 El sentido de la conversación, cuando las armas no están sobre la mesa, obedece a que las partes creen que hay cosas sobre las que se puede hablar sin armas. Pero los griegos se sientan a la mesa con segunda intención, que en realidad es la primera. No están pensando en paz, están atrapadas en la ventaja de tener una guerra con una mesa. Por eso es que divorcian el aparato de guerra de la conversación y permiten acciones que a ellos mismos no les sirven. ¿De qué les sirve a los griegos el atentado de la Santander? Los puso en el visor del repudio mundial y nacional, en la mira del dolor de las familias de todas las víctimas. Lograron que la mesa, por la que el Dux no daba nada, se levantara. Que se les quitara la inmunidad con la que el gobierno los había investido para su desplazamiento a La Habana, lograron que se activaran las circulares rojas de Interpol y pusieron al canciller cubano a decir que condenan y persiguen el terrorismo, sin que nadie todavía sepa, si los van a detener y a expatriar a Colombia.

 ¿Qué van a hacer los cubanos? No es el momento, por los ajustes necesarios a la sociedad cubana, bajo Díaz Caney, de quedar en el visor mundial como auxiliador de terroristas, o cómplices de la violación de los derechos humanos, a causa de la idiotez natural y la falta de sentido de uno de sus huéspedes oficiales en una negociación de paz.

 No podría decir si los cubanos, en algún nivel, sabían lo del atentado a la Santander. Podría anticipar, eso sí, que si hubieran sido informados se habrían opuesto. La acción es tan estúpida como malévola, porque si de algo podían estar seguros los griegos, era de la reacción del Dux, el gobierno de Monseñor, frente al bombazo. Aun a sabiendas de las consecuencias que tendría para el gobierno cubano, se empeñaron en hacerlo. Si así actúan con un gobierno que los ha recibido para proteger la mesa, que les da garantías y logística, cómo será con un gobierno que no los quiera. Ahora, que si no anticiparon las consecuencias, porque no ven más allá del cañón, la malevolencia se atenúa, sí, pero se multiplica la imbecilidad.

 Si los cubanos actúan atenidos a derecho –más que por quedar bien con la comunidad internacional- lo único que tienen que hacer es detener y expatriar a los griegos, ni más ni menos que entreagarle a toda la dirección al gobierno del Dux. Me es difícil creer que la decisión que el gobierno debe tomar, lo más pronto posible, cualquiera que sea, se tome sin ideología. De fondo, el gobierno cubano está enfrentado al dilema práctico entre tener que irse por un orden legal internacional frente al terrorismo, o por el camino de alguna confusa, secreta o perversa complicidad. Entregárselos al Dux, que no por ningún talento, sino más bien por la imbecilidad de los griegos, es mandarlos a “la boca del lobo”. De no hacerlo, lo urgente es ayudarlos a salir, si ya no lo han hecho. Y luego soportar la condena mundial dirigida por el Sheriff Trump en persona, el Dux, la ONU, la OEA y el perro bravo de latinoamerica, Jair Bolsonaro.

 Imbéciles y además desagradecidos

El día llegará

El día llegará

 The day will come es un film sueco danés del 2016 dirigido por Jesper Nielsen. Una historia cien veces contada, que se regocija mostrándonos a los personajes en el escenario siempre cruel de orfanato. Lo particular y atractivo, es que en el clima escénico que traduce en actuación la historia se pone un especial cuidado en los detalles del conflicto entre el poder y la inteligencia.

 1967. Elmer y Erik llegan a Gudbjerg, un hogar para niños hijos de trabajadores que se han quedado sin familia. Gudbjerg está regido por Heck, su santuario cerrado donde ejerce de dios, de un grupo de niños sin familia, a los que según dice les ofrece un programa de educación y adaptación a la sociedad. Sus métodos son fascistas, violencia corporal continua. Pero no solamente ejerce como un miura camisa parda, sino que además tiene un discurso, una lógica discursiva de poder. Es un SS de civil más de veinte años después de terminada la guerra. O un jesuita regente de un hogar de niños en la Irlanda rural de los años de Pio XII. La idea escenificada ofrece una imagen agresiva del poder, frente a una imagen silenciosa y discreta de la inteligencia.

 Es la imaginación astronáutica la que mueve a Elmer. Es su capacidad de leer. Ambas cosas lo sintonizan de una manera singular y diversa con su realidad. Llegó a convertirse en lector público de las cartas, las notas, los mensajes, las revistas que recibían los internos en el hogar, sirvió de estafeta, tuvo acceso a la biblioteca, y mientras tanto su imaginación ya iba tan lejos que estaba llegando a la luna cuando un buen día por la tele, todos pudieron asistir al momento en que el primer hombre pone su pie en la luna. Un 20 de julio.

 Y en la mediación de fuerzas dramáticas, la Señora Laerer, humillada y completamente sometida mientras estuvo en Gudbjerg, hasta que lo último que le quedaba de dignidad, le dio para abandonar el reino de Heck.

 Luego, los hilos de la historia van a terminar en que la sociedad civil a través de los recursos de ley está en condiciones de intervenir la situación, a pesar de las dificultades, cuando los dos niños están corriendo riesgos de morir. La sociedad institucional consigue salvar la situación, a los niños, y remover un poder, también institucional, que resulta tanto más peligroso, no por la fuerza que puede matar a un chico, sino por la resistencia que levanta para el ejercicio de la inteligencia.

 El corazón de un conflicto entre el poder de concentración de fuerza y la inteligencia como reguladora de fuerza. Para hacer posible el film, su puesta en rodaje, fue necesario un trabajo intenso de formación y dirección de actores, que todavía recoge el aire gris y profundo de las escenas de Bergman.

 No llevar a los niños, tampoco palomitas de maíz.  

La librería

La librería

Una rara pieza en el cine de hoy, económica en recursos y rica en diálogos y situación. En algún villorrio de la costa inglesa en el norte, a una viuda venida de Londres, se le ocurre abrir una librería en una pequeña casa abandonada.

En el año que termina, La librería se estrenó en todo el mundo. Fue aplaudida en Paris, Madrid, Roma, Berlín, Londres. Ámsterdam. Luego vino a América, Brasil, México, donde la rebautizaron como “Libros, amores y otros males”, se estrenó en USA y la prensa del espectáculo se despachó en elogios. En Madrid en un par de semanas pasó de 300.000 espectadores. En la Berlinale arrancó aplausos cerrados.

La directora es una española de casi sesenta años, Isabel Coixet, con un historial bárbaro. Esa señora tiene toda la experiencia para hacer una “película inglesa” en sentido estricto, igual a como Cuarón hace una película mexicana, estricto sensu, aunque Cuarón es mexicano. Está basada en una novela de una escritora inglesa, llamada Penélope Fitzgerald.

En la atmósfera literaria necesariamente invocada por el tema, la librería –Bookshop, en el original- hay merecidos honores a dos autores que son demonios en un cielo de autores que nadie lee. Salvo el Señor Brundish, probablemente el único cliente que podría tener el negocio. Un señor, venido a menos, que habita una casa Usher y todo el día lee, libros que ya no le dicen nada, no le hacen nada. Hasta que la Señora Green, atendiendo a su solicitud, le permite conocer Fahrenheit 451, Crónicas Marcianas y Lolita.  

Nabokov y Bradbury son dos tensos hilos que le inyectan adrenalina al film de una viuda que abre su librería en el lugar menos indicado para abrirla, porque era el viejo sueño con su esposo. El Señor Brundish quema en su chimenea las cubiertas y las portadas que traen las fotos o las pinturas de los autores, hasta cuando la Señora Green le hace llegar envuelto en papel kraft con lazo, Fahrenheit 451. La temperatura a la que arde el papel de celulosa.

 Es una película de personajes, cada uno de ellos ha sido tallado a mano en un guión con particular espesor, están cargados de sentido dramático, de sentido inglés, de sentido pueblerino, al mismo tiempo que del sentido que se deriva de los libros, bien porque los leen o no los leen. Lolita es causante de que una multitud, a finales de los cincuenta, se agolpe frente a la vitrina de la librería para comprar el libro, del que la Señora Green, se ha arriesgado a traer 250 ejemplares.

 Y Fahrenheit, además de lo que significa para la cultura escrita y la memoria, se convierte en la cuerda maestra del film. Todo, desde que llega la viuda, desde que llega Bradbury, está enlazado con magistral cuidado, para que todos los hilos conflictivos que se enredan ante nuestros ojos, tengan un destino vivo y terminal. Como que si de verdad hubiéramos tenido que aceptar que la literatura tiene consecuencias necesarias en la vida. Y por ello, haya sido necesaria quemarla, desde que existen libros.

Al hombre de la barcaza que ha traído a la Señora Green, y al que ella, una tarde en que le ayuda a sujetarla al muelle, pregunta ¿usted lee? Y él le responde que no, tras lo que agrega, con la realidad tengo.         

Roma

Roma

 Alfonso Cuarón es una marca en el cine. Hoy se dice de Cuarón, como se decía ayer de Welles. Es el ganador del Oscar 2014 a mejor director. Uno que merece un lanzamiento mundial, en una simultánea en cines de estreno, cineclubs y Netflix. Una estrella certificada que hace una película mexicana (en sentido estricto), de sirvienta indígena en los setentas, en blanco y negro, con actores naturales, con quince millones de dólares y recibe el aplauso del mundo. Si entran a G, por “críticas Roma Cuarón” van a encontrar casi seis millones de entradas. Todos los caminos conducen a Roma.

 Venía de un film del 2013 que ganó siete premios Óscar: Gravedad. Un film que es todo lo contrario a lo que induce su título, un film leve, inestable, en un tiempo narrativo inconsistente. La tecnología no resuelve los problemas de la historia. Es un guión escrito entre padre e hijo. Alfonso y Jonás.

 Hay varias cosas de Roma de las que se debe hablar: su aversión por los primeros planos.  El uso creativo de la estética del blanco y negro. La deliciosa recreación neorrealista mexicana que Cuarón hace con mano firme, de gran director. La recreación de la puesta en escena de las escenas, con el color y el calor, de las De Sica, Buñuel, Scola. La capacidad de hacer escenarios perfectos, hasta el último detalle. La dirección de los actores naturales, de los niños y de las escenas masivas.  El sentimiento de solidaridad entre mujeres, que es una línea suave y a la vez marcada de la historia.

 Técnicamente es un film del plano general que hace contrapunto con los encuadres medios. Se sostiene en esa rítmica distante en la que el rostro como tal, importa menos que la escena.  No pude ver a Cleo, su rostro, su expresión cercana, durante la mayor parte del film, solo al final cuando se ha desenlazado su tragedia, me la muestran en un supremo primer plano, sentada en la cama con el aire de esos retratos de la época de la revolución, un blanco y negro cobrizo, en un plano largo, que finalmente me permitió ver ese rostro intenso, real, creíble, convincente, que Yulitza Aparicio le presta a Cleo. Cuarón como Welles o Renoir apela aquí a los espacios anchos y profundos. La falta de cercanía le concede una virtud teatral en el rodaje. Siempre estamos con Cleo, pero al mismo tiempo ella siempre está en función de todo el resto de personajes. Su dimensión está puesta en toda la esplendidez de la escena de la playa. Cuando los niños no aparecen, ella sin  vacilar siquiera, se arroja a las aguas para buscarlos, sin saber nadar.

 El niño pequeño en la azotea le dice a Cleo "Estoy muerto". Ella lo emula y repite: "Estoy muerta". Una situación de juego, de simulación, contiene todo el veneno simbólico de Roma.

No quiero que el reconocimiento nuble el lado definitivamente débil del film, la historia. Para Cuarón seguramente es un reconocimiento necesario, traer al presente del film a una Cleo, que bien pudo haber sido la que le dijo: “estoy muerta”. La historia es un lugar común: sirvienta indígena embarazada trabaja en casa de señora de clase media alta que se separa de su marido, la sirvienta es reconocida por los niños como alguien de la familia. El niño nace muerto y la sirvienta se pierde en su tragedia. Estalla la revuelta y la sirvienta revienta fuente. La misma historia, sin ninguna variación, contada por otro director, cualquiera de los cientos de mexicanos que hay, habría tenido otro destino. La marca es la marca. Cuarón ya es como Bulova.

La misma historia la ha contado el cine mexicano muchas veces, desde la mexicanada al hígado, el culebrón corrompido, hasta el neorrealismo mexicano. Lo particular es que con una “historia común”, conocida, sin una elaboración particular de los personajes, sin mayor tensión argumental, se pueda  hacer un buen film.

Quiera dios, que el talento en la dirección y la tecnología no vayan a sustituir las buenas historias en el cine. O peor, que los buenos films, ya no llegaran a necesitar buenas historias.

Buenos Aires tres: un café con Borges y Bioy

Buenos Aires tres: un café con Borges y Bioy

Fue en La Biela, un restorán europeo en la Recoleta. Con una vista verde que se prolonga hasta lejos en la Plaza Intendente Torcuato Alvear. Solían ir a almorzar allí en los buenos tiempos. Un par de hombres de maneras europeas, de vestir europeo, de conversación sosegada e inteligente.

 Me levanté de la mesa donde estaba, al fondo, sobre la que caía insistente una gota de agua del sistema de refrigeración. Era un día de treinta grados en Buenos Aires. Y me les presenté, aclaré que era colombiano. Me pidieron que me sentara con ellos. Entonces Borges habló sin detenerse durante catorce minutos de María y luego Bioy, habló siete minutos de Carrasquilla. Hablaron de las obras como si las hubieran escrito. Borges hablaba sin referirse a nadie en particular, para todos, como un ente oracular. Bioy discurría de otro modo, muy centrado en él pero  más susceptible de ser interpelado. Borges solo admitía una pregunta.

 La pregunta que Borges respondería como si hubiera sido solo para él, era sobre algo que siempre le interesó, el tiempo. Cabía esperar que la respuesta fuera eterna, aun así, le pregunté por el tiempo ficticio. Dijo que respondería con una historia. Se recordará que Chuang Tzu se debatía en un terrible dilema, no saber si era una mariposa que soñaba ser un hombre, o un hombre que soñaba ser una mariposa. O de manera perentoria, no saber si es un hombre o una mariposa. Aun así Chuang Tzu pudo preguntárselo.

Bioy era un cartesiano porteño, un señor lógico y lento, que parecía tener un tono más cercano a la conversación. Borges no veía al interlocutor, escuchaba sus palabras, que eran el pie de las suyas. Aun así, o por eso mismo, las palabras de Borges no se dirigen a nadie en particular.

 Borges dijo muchas cosas. Recuerdo una: el tiempo es el último diferencial de la condición de hombre y de mariposa. Solo uno de los dos lo percibe y la vida promedio de las mariposas es de un mes. Bastará un mes para que si algo queda sea un hombre. Sea Chuang Tzu.

 Bioy habló del tiempo escénico. Probablemente no hay una dimensión más sensible al relato que la del tiempo en función de la velocidad. La distancia entre los hechos es un asunto de tiempo escénico; la mayor velocidad conque suceden reduce el tiempo de la ocurrencia. El escritor, tanto como el músico, encuentran en el tiempo su material.

 Salí, me detuve en la puerta, observé el parque y mientras me decidía sentí la voz de una mujer que me hablaba en inglés a través de una ventana a ras de suelo, insistió para que me acercara, me agaché para escucharla, dijo que era inglesa y que estaba en su temporada en Buenos Aires. Me preguntó de dónde venía, dónde me alojaba, con quién venía.  Y me dio un dato, la noche de los museos gratis, vaya al Palacio de las Bellas Artes, dijo. En el segundo piso del ala derecha están las acuarelas de Turner.   

Buenos Aires dos: el misterioso hilo profano que se extiende entre el Dante y la logia

Buenos Aires dos: el misterioso hilo profano que se extiende entre el Dante y la logia

 Luis Barolo fue un empresario textil de principios del siglo XX que hizo fortuna en Argentina. Es a él a quien se le ocurre pensar que los restos mortales del Dante, depositados originalmente en Rávena, donde murió, se alberguen en el palacio Barolo que él se ha empeñado en hacer en el centro de Buenos Aires.

Barolo contrata a Mario Palanti, por entonces reconocido arquitecto en Europa y en Italia, para que ejecute el proyecto. Palanti se había alucinado con el diseño de esperpentos colosales, había fantaseado con las arquitecturas del superhombre, con formas utópicas, que retaban la gravedad y el diseño. Por alguna razón no se sentía obligado con lo posible. Así que con su proyecto se fue a donde Mussolini y trató de vendérselo. Pero el Duce ya tenía su proyecto imperial de arquitectura, al fin y al cabo, venía de los romanos.     

Barolo estaba obsesionado con rescatar los restos del Dante y remitirlos clandestinamente a un puerto europeo en el estuario de la Plata, de nombre Buenos Aires. Desde septiembre de 1321, los restos han tenido una historia loca, han pasado de mano en mano durante seis cientos años, hasta hoy. Como telón de fondo está la gran guerra y en lo inmediato, el fascismo a punto de tomarse el poder en Italia.

La entrega del palacio Barolo terminado estaba para hacerse en septiembre de 1921, como hecho celebratorio de los 600 años de la muerte del poeta. Naturales retrasos hicieron que su entrega se postergara hasta 1923. Barolo jamás lo vio, murió en 1922, en lo que parecería un suicidio. Su muerte jamás se esclareció.

Barolo y Palanti se habían conocido en la logia de Buenos Aires. En la transición del siglo trece al catorce, los templarios habían sido declarados objetivos militares definitivos, así que migraron a otras órdenes, a una de las cuales, Dante llegó antes que a la Comedia.  Y de alguna manera, Barolo había entrado en contacto con Agusto Rodin, quien pertenecía a la logia de París, para pedirle que hiciera una versión del Pensador para Buenos Aires.

Hasta los años treinta, el Barolo,  fue el edificio más alto de Suramérica, apenas igualado por su gemelo en Montevideo, el Palacio Salvo, de José y Lorenzo Salvo, construido por Palanti. Tampoco Lorenzo Salvo vio su propio palacio, inaugurado en octubre de 1928, fue asesinado.

El Barolo por fuera es un adefesio, un híbrido hierático, una mezcla de hormigón armado en estilo romántico, una degeneración del neogótico ecléctico, con manchas de arte islámico  de la India. Con cenefas art nouveau y art decó y voladuras y arabescos a lo Gaudí. Es un adefesio fálico que se extiende cien metros hacia arriba, el mismo número de cantos de la obra y 22 pisos, tantos como estrofas los versos de la Comedia.

Por dentro es desapacible, su gigantismo sobrecoge. Se entra a él, como en la Divina Comedia, por el infierno. Un infierno en el que fulgura una luz amarilla y quemada bajo un orden cupular, sostenido por columnas clásicas imperiales. Un infierno imperial con diez flores en el piso, de 16 pétalos transparentes, debajo de los cuales se proyecta una luz roja que da la sensación del rojo infernal de la versión judeo cristiano del lugar. 

Distribuidos de manera muy discreta en el infierno se encuentran los signos masones. Compaces, escuadras, cuadrículas, ojos en el triángulo. En un tablero con el listado de oficinas, 520, de las cuales hoy apenas funcionan un poco más de 200, se anuncia en el piso quinto: una esteticista, un psicoanalista y un encuadernador de libros.

El edificio tiene tres secciones, como la Comedia, infierno, purgatorio y paraíso. Y arriba un faro de 300000 bujías de sistema Salmoiraghi, que representa el Empíreo.

Los textos impresos en las paredes están en latín. ¿Por qué si la Comedia se escribió en italiano? Pero todavía más extraño que Barolo actuase, dada la magnitud del proyecto, como si tuviera los restos del Dante, o al menos, supiera en qué manos habían terminado después de 600 años.

Debajo del infierno en Buenos Aires, en el primer piso del Barolo, hay agua. A través de un orificio en el último sótano se llega a un arroyo subterráneo, que en otras épocas atravesó Buenos Aires. Y mi imaginación que me llevó a presentir lo dantesco, ahora me persuade, que el acceso acuático, es también una de las bocas que tenía Buenos Aires, por las que se llega al mundo subterráneo de los ciegos, que Sábato urdió en Sobre héroes y tumbas, donde reside el corazón del poder entre tinieblas.

Mis conjeturas han partido de algunas preguntas:

¿Es posible que Barolo para traer los restos de Dante los hubiera ocultado en el interior de una de las esculturas que Rodin donó a Buenos Aires?

¿Por qué los mensajes inscritos en las paredes y frisos del infierno romano, imperial y devastador, no se hicieron en italiano, como en la Comedia?

¿Cómo es posible que desde el Empíreo, una vez al año, se produzca un triángulo como el de los masones, que alinea el Barolo, el Pensador de Rodin, puesto en el centro de un jardín cercano, y la cruz del sur?

¿Cómo hizo Dante para anticipar en la Comedia un punto en el hemisferio austral que jamás vio?

 


Buenos Aires: por primera vez en una ciudad conocida

Buenos Aires: por primera vez en una ciudad conocida

                                                                                    ¿Si los que no somos argentinos llevamos un argentinito en el corazón, qué llevarán los argentinos en el suyo? Más allá de cualquier tosca generalización, los argentinos que encontré en Buenos Aires tienen una seriedad prevenida, que los hace distintos a otros latinoamericanos, y que haría pensar que con no mucho, podría activarse en ellos una respuesta que convendría a la irritación. A diferencia de los caribes, que todo el tiempo ríen, los argentinos ríen más bien poco. Siempre han sido más irónicos que chistosos. Pero tienen la desgracia de que se toman demasiado en serio. Quizás se deba a ese espíritu europeo que actualizó su sentido trágico en la Argentina: Gardel, Evita, Maradona, Sábato.

Nunca, como en ninguna otra ciudad, había sentido que al caminar por Rodríguez Peña, la calle Corrientes, por Flores, Boedo, el barrio del Caballito, Palermo, la Recoleta, ya lo había hecho en las páginas de la literatura argentina. Eran calles que volvía a recorrer sin haber estado nunca en Buenos Aires. Lugares como el parque Lezama, yendo para la Boca, en el que Martín esperó a Alejandra durante un año, en una banca junto a una estatua de Ceres, que hoy reposa al fondo del pequeño jardín de la casa de Sábato en Santos Lugares.

No supe bien si es una ciudad que se me revive o me permite volverla a caminar por segunda vez. Una ciudad literaria, en la que habiendo ido antes por Yerbal, donde vivió Roberto Arlt, entre Caballito y Flores, me dejaba hacerlo, por segunda vez, de una manera no literaria. Quiero decir, subordinado al peso de la gravedad cotidiana. Entre la calle que me había mostrado la literatura, la que me describieron, en el aire de un encuentro, o en la imagen apacible de un jubilado cebando el mate en una pulpería, había un vaho noble de coincidencia. Una ciudad que se me iba desdoblando a partir de lo que ya era para mí, a partir de una “mitología urbana” sonsacada de los cuentos, las novelas y las crónicas de los escritores argentinos, desde Lugones.

Buenos Aires en el norte y al centro es una ciudad europea a orillas de un estuario amarillo que tarda en confundirse con el mar, de aguas sedimentarias y dulces. El Paraná lame la costa de Buenos Aires, impregnando sus aguas de un turbio continental. Buenos Aires ha ido arrancándole tierra al estuario de la plata para prolongarse en el horizonte  de una ciudad europea, donde todos los estilos arquitectónicos importados se confunden, el neogótico, imperial, republicano, clásico, griego, latino, art noveau, art deco, ecléctico, inglés, nórdico. Una ciudad arbolada, de calles limpias y tranquilas, distribuidas en cuadrículas perfectas, como si hubiera sido levantada por masones, intersectadas por parques monumentales y minúsculos, donde se respira Europa en el paisaje urbano. El Aleph en el sótano de un hotel de segunda donde recalan turistas colombianos. O la Buenos Aires subterránea en la que se mueve la secta de  los ciegos inventada por Sábato.

Los descendientes de italianos, españoles, ingleses, de todas las migraciones a partir de 1870 fueron capaces de hibridar un mestizaje europeo lejos de Europa.

Y como un abrazo alrededor de Europa, la Latinoamérica de las clases medias que no caben en Europa, y en la periferia más exterior, en la cola, en los límites, la pobreza, arrinconada entre avenidas muy anchas, industria, barrios de casas iguales.

Llegué hasta Lomas de Zamora. Qué barbaridad. El autobús, después de dos horas veinte de haber salido de Retiro, me dejó en una calle larguísima, entre pavimentada y polvorienta, los laterales estaban en tierra. Muchos locales, ventas de helados, graneros, pollerías, salones de belleza, ferreterías, cafés, lavanderías. Eran más de las tres de la tarde y en cinco cuadras solo hallé abierto un granero, una heladería y un taller de motos.  En ninguna parte me quisieron prestar un baño, mi pobre vejiga estaba llena. Y las tres veces fueron tajantes, crudos, sin rodeos: no. La calle del comercio en blanco y negro, todas las puertas cerradas, apenas un grupo de personas que espera el bus de regreso. Evacuo detrás del esqueleto de un auto rojo, sembrado en una cama de yerbajos. Busco tomarme una cerveza, pero no hay dónde, un devastador hilo de soledad, de gris afestonado le pone a la calle mayor el sello de un lugar lejos de la Europa de la Recoleta y de la Europa de donde viene la Recoleta.

Lo menos que podía hacer era hacerme tomar una foto junto a la estatua de Ceres que reposa entre unos yerbajos verdes, largos como lombrices, en el jardín un poco dejado, de la casa de Don Ernesto.  

Mi libro

Mi libro

Cada escritor vive la experiencia de la publicación de manera distinta. Desde la pura complacencia solitaria, hasta el disgusto total. Yo todavía no defino qué es. Un grado de extrañeza me deja el hecho de tener lectores que hablan de mis ficciones con una familiaridad de lo que antes fue el más recóndito bastión de la privacidad.

Después de que el libro se pone en la calle, la única recompensa, para mí, es escuchar a alguien que lo haya leído. Mi experiencia de escritura, como experiencia, se hace completa cuando un lector interviene, me dice. Es la razón de ser de la escritura que se hace pública. Es el lector el que lo llena a uno de confianza, de seguridad, de certeza, también el que lo llena de dudas, el que pone el dedo en la llaga, y hace ver al escritor, lo que no vio por andar enamorado de su texto. Es el lector el que hace preguntas, cómodas e incómodas. El que escupe y el que pace el texto.

No quiero creer que mis cuentos son tan buenos, como dicen mis presentadores y reseñistas. Todos, por afecto, por reconocimiento, por amistad, acentúan el reconocimiento, la virtud. Se trata de ayudarle al libro. Pero es mejor que no me crea todo, porque podría ser demasiado riesgoso para mi escritura.

Tengo dos guías de escritura: “gente de la calle que escribe para gente de la calle”, de Bukowski. Y, es más fácil escribir mal, que escribir bien. Así que el método que se deriva es el de la sospecha. Si sale fácil, algo va mal. Entre mayor sea la dificultad resuelta, podría ir bien.

No creo, como decía Capote, que dios nos da un látigo para autoflagelarnos cuando escribimos mal. Si así fuera, muchos de los látigos que da a los que escriben, no sirven, son de utilería. No bastaría tener el látigo más peligroso, una cuchilla de cuero, como el de Nezim, habría que saber cuándo usarlo. Prefiero mi propio látigo, a sobre medida, para que mi flagelación me sea completamente creíble y surta el efecto.

Ayer, en el transporte masivo, al mediodía en un vagón sin aire, me encontré de frente con una mujer mestiza, frente a mí. De un momento a otro, como si se hubiera acordado de algo, dijo mirándome: Serenata para la mujer del asesino. Hablamos muy poco, debió bajarse en la próxima estación. No me acuerdo de su nombre, pero lo vi en la feria del libro. Lo estoy leyendo. ¿Cómo los hace?

Y hoy me he enterado de dos lectoras que terminaron llorando en el primer cuento, el de los falsos positivos. Ahora creo haber conseguido lo que otros antes hicieron conmigo, arrancarme el llanto, un acto insólito de la experiencia de narrar. Lo que viene a acercarme a un prestigio inédito, en cuyos límites vivo la experiencia de la publicación. Hacer reír y hacer llorar.

Él ha venido a salvar al Brasil

Él ha venido a salvar al Brasil

Brasil encima de todos. Dios encima de todo. Así podría describirse el “programa de salvación” del ex capitán Jair Bolsonaro para el Brasil. No se descarte que sea quien represente a ese dios que ha puesto en lo alto, a la manera de las más rancias teocracias. Él ha venido a salvar al Brasil.

Bolsonaro tiene las mismas tripas de Trump y Duterte. Es de la misma estirpe de depredadores evangélicos, que practican el fascismo ordinario y que los hace un poco hampones. Todos se declaran religiosos, portadores de una fe. Mi único  pecado, dice Duterte, son las ejecuciones extrajudiciales. Trump no reconoce pecados.  Pero no se le perdonará el campo de concentración para niños, en Tornillo, Texas.

El Capitán Bolsonaro fue bautizado por una iglesia pentecostal, como, Jair Mesías Bolsonaro. ¿Qué tal que fuera el hijo de dios? Dejemos que tome las riendas del Brasil y que nos lleve por “la senda preclara de la libertad y el progreso”. O de manera un poco más prosaica, que con algo como veneno para insectos, purgue a la sociedad de todas esas horribles degeneraciones, propias de las minorías.   

Lo de Bolso no extraña. Aun sin que el PT hubiera caído en su orgía de corrupción, Bolsonaro probablemente habría ganado.  Estamos de temporada. Victor Orbán en Hungría y Jaroslaw Kaczynski (como el nombre de Unabomber), en Polonia. Putin en Rusia y Mohamed bin Salmán en Arabia Saudita. La misma que envía, un equipo de quince expertos para arreglar el cadáver de Khashoggi, una vez asesinado en las instalaciones del consulado saudí en Estambul. En la China, el emperador Xi. Y en las repúblicas bananeras, el mafioso Nicolás y Ortega, el pater familia de una dinastía peor que la de los Somoza.

La más obvia explicación del triunfo fascista en Brasil, es que la sociedad reaccionó frente a la corrupción del PT. Un voto mayoritario contra el manejo “socialista” del poder, de cuando el péndulo estaba allá. Lo mismo que pasó en Argentina, en Ecuador, en Colombia. Lo mismo que ha servido para explicar el triunfo del Brexit y el ascenso de Donald.  

Hoy el péndulo está aquí. El Mesías B ha llegado para salvar al Brasil. Lo primero será devolver a todos los negros al África, que ya no son capaces ni de reproducirse. A los indios, que se corran a Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia. Las mujeres que se tengan, todas tendrán su derecho a ser violadas. Y a los artistas, pena de muerte, son los peores. A la sociedad del Brasil hay que sanearla de todas las degeneraciones ideológicas, ambientales, de género, de condición humana. Lo que se necesita es alguien a quien no le tiemble, ni la mano ni el tinto.  Y ese es, el Capitán Jair Bolsonaro.

Pero si por alguna desconocida razón no llegara a ser el hijo de dios, y resultara el hijo de alguien más, estaríamos frente a un relevo militar en el gobierno del Brasil. El general Mourão será vicepresidente, el general Heleno será ministro de Defensa y el teniente coronel Ponte será ministro de Ciencia y Tecnología. El general Oswaldo Ferreira guió la campaña electoral.

Dijo Bolso, el día antes del triunfo, que va  a sacar a las calles a las fuerzas militares, para hacer frente al crimen. Desde "este momento el Brasil está en guerra”.  Un mesías guerrero, un fauno dispuesto a militarizar el país. Por la fuerza, por la fuerza, resuena el coro del fauno en su laberinto.   

 

"El estilo es lo mínimo que hay que tener para escribir"

"El estilo es lo mínimo que hay que tener para escribir"

Hoy hablé en público con Leila Guerriero. Una mujer nacida el 17 de febrero de 1967. Según mi horóscopo literario para los escritores nacidos en ese año, Leila está bajo la influencia magnífica de cinco soles. Cien años de soledad. La pistola de rayos, de Philip Dick. Pabellón de cáncer, de Alexander Solyenitzin. El maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov. Y para cerrar, El museo de la novela de la eterna, la antinovela que Macedonio Fernández escribió desde los primeros veinte hasta su muerte en el 51. La novela de los cincuenta prólogos.

Leila es una mujer recién pasado el medio siglo, de una contextura casi espartana, coronada por una mata ensortijada de pelo que le da espesura. Unos ojos oscuros, inmensamente vivos que aprendieron a mirar lo que otros no vemos.

Su “discurso” está basado en una larga y destilada experiencia de escritura que comienza con la ficción. Tuvo la gracia de haber sido leída en su casa de Junín en la que sus padres le compartieron el tesoro que la hizo adicta a la ficción. “Soy una devota de la ficción”, dice, "lo que sé se lo debo a la ficción". Pero cuando descubrió que la cabeza de un escritor de no ficción, funciona distinto a la de uno de ficción, ya no pudo regresar a ella. Una cuestión de vocación, asegura. Aunque ninguno se satisface con lo real, por eso el uno inventa, y al otro, jamás se le agotan las preguntas, ni la incertidumbre (diferente a la incertidumbre del que inventa) acerca de lo que percibe como real, que pasaría por ser la línea que separa el funcionamiento de la cabeza de los dos. Hacer periodismo significa instalarse en una duda permanente, dice Leila.

La vida de Leila durante los últimos 25 años podría recontarse en los episodios de inmersión en que se le ha convertido, y que la han llevado por temporadas al corazón del iceberg de cada historia. Movida por una curiosidad impertinente por lo que sus sentidos le dicen, como por lo que permanece oculto, sale a las calles, al suburbio, a la provincia,  como sale González Iñárritu cuando va a cazar la historia para su film, como quien va por un mamut.  

Y luego, cuando tiene el bulto de información, las conversaciones, los datos, los olores, el bordado de detalles, el alma fáctica de la historia, se encierra y se convierte en una bestia de carga narrativa. Con el estilo apenas necesario para el que escribe, dice ella, pero con un sentido de organización de la historia que envidiaría cualquier narrador. Sus recursos son los que aprendió de la ficción y que le conceden escribir como narradora. Y si se encierra hasta parir, es porque a pesar de saber qué decir y no decir, la soledad de la escritura no siempre deja ver el cómo definitivo. Aun así, lo más terrible no es la soledad de la escritura, peor es no encontrar el modo, el punto justo o injusto en el que la voz se hace posible. En semejante soledad, Leila es lo que somos todos a la hora de escribir, lo que hemos leído.

La forma de hablar, de razonar, de organizar sus ideas, la información que transmite, es la de una mujer que reconoce que “la escritura es su forma de estar en el mundo”. Una criatura literaria, una lúcida criatura semántica cargada de palabras, con la cabeza de un escritor de no ficción y las entrañas de uno de ficción. Sin ellos, Leila no habría llegado a ser una “mosca en la pared”, o a ser casi “invisible”.

Leila no se echa cuentos con la verdad, no yergue ninguna atalaya de superioridad moral o mediática para legitimar su trabajo. Prefiere dejar el asunto fuera de la ecuación del periodismo narrativo. El reportero es un sujeto y lo único que puede ofrecernos en su escritura es subjetividad destilada, refrendada con recursos metódicos, una “subjetividad argumentada”, dice. Prometer la verdad es propaganda ordinaria, algo nos quieren vender. Porque en sentido estricto, supondría un punto neutro, sin partido, el “punto de vista” sin sujeto.

Habló de la edición de los títulos y dijo que es "malísima para titular". Tiene títulos grandes, como Los suicidas del fin del mundo (una mezcla afortunada, del Club de los suicidas y los Amantes del fin del mundo). Plano medio, Malditos. Y los títulos de los dos últimos libros en los que Leila fue editora, Un continente lleno de futuro y Cuba en la encrucijada, que me resultan leves, con el dulzor manierista del lugar común. A partir del presente y hacia adelante, lo único que tenemos es futuro, que yo sepa, todos estamos llenos de futuro, lo cual no necesariamente nos deja tranquilos. El futuro es como la caja de Pandora. A veces sería mejor no saber qué va a pasar.  

La encrucijada con que se titula a Cuba, no es distintiva, ni más ni menos, que la de Argentina, Brasil, Venezuela, Colombia y México. Es leve porque carece del peso singular. Probablemente ningún título que pretenda ser descriptivo agarre la nuez de la "cuestión cubana". Y por leves, intercambiables, sin afectar el grado de verdad: Cuba, un país lleno de futuro y Un continente en la encrucijada. 

Leila no será siempre buena para titular, pero escribiendo las crónicas que corren bajo sus títulos, es buenísima. Habría podido seguir hablando con ella lo que dura un viaje de aquí a Buenos Aires.

Lo único que interrumpe su encerrona creativa cuando se encarniza en la escritura de sus crónicas, es tener que salir a comprar comida para gatos. 

Como dios, pocos

Como dios, pocos

El Rey del Salem, vaya título, es un modesto emprendimiento espiritual de un puertorro, un ponceño, señores, que vivía en USA, en la misma Flórida y que se proclamó Dios. Sin más. Dios se olvidó del mundo, lo teníamos merecido por pecadores, cuántas veces nos lo dijeron,  así que en su ausencia el boricua iluminado se arriesgó a reemplazarlo, y no por la soberbia de quien descree de él y se le enfrenta, sino porque el mundo no marcha sin un dios. Cuestión de responsabilidad social.

El Papi, Luisito Miranda, Rey del Salem, que lo sabe, lo puede y está en todo, se fijó un día en Lisbet García y la eligió para ser su mujer. Fue ella la que lo hizo humano, la que lo bajó de un absoluto y lo puso en su puesto, la que lo hizo gozar y sufrir. La Reina del Salem, la misma que lo acompañó a morir. Como dios que era, había proclamado su inmortalidad, así que a la hora en que dios lo llamó a cuentas, y le dio miedo morir, comprendió lo peor que podría comprender, que todo había sido el invento de un empresario astuto, que en el 2007 se había proclamado como el Anticristo.

Muerto el Papi Miranda, Lisbet no tuvo más que ingeniarse un nuevo emprendimiento, que vino a enriquecer el cuerpo de doctrina general del Rey, con la contribución de su reflexión encarnada, en lo que llamó, Creciendo en gracia.   Habiendo visto lo que dios hizo con el Papi, no se atrevió a decir, a dios muerto, dios puesto, sino que ensambló una coreografía vistosa, nada común, según la cual “Soy Cristo, la viuda de Dios”. Y para que no se fuera a tomar a mal el estado civil de dos que siempre han parecido masculinos, Lisbet nos sopla el descubrimiento último al que la llevó su estado de gracia,  Cristo no fue hombre, era una mujer. La prueba es que cuando “lo” crucificaron, por la herida que le causó la lanza de costado, le salió sangre y agua (Juan 19:34), lo que prueba que Cristo estaba “embarazada”. Una situación transgénero desde el mismo comienzo de la historia, que Lisbet cuenta al detalle, omitiendo algo importante: en realidad se llamaba Jesús María, había adoptado el nombre de su madre y se había mantenido virgen hasta los 33, pero  vaya dios a saber de quién estaba embarazada. Lisbet no nos lo dice y lo más grave, lo oculta. Porque si ella es la reencarnación de Jesús María, a la muerte de dios, tendría que saber quién es el Padre.

Cristo Lisbet les habla a los choferes de las grandes ciudades,   les habla a menesterosos y crédulos. Un chofer de taxi en Bogotá, dijo: “Llegar a ser inmortal lleva tiempo. Lo primero que hay que hacer es escuchar las palabras de Cristo Lisbet y hacer su voluntad”.

Si dios es negra y homosexual, según grafiti, es posible que Jesús haya sido aria, heterosexual y reencarnado en Cristo Lisbet.

La única ventaja de la fe sobre la ciencia es que no descree de la ficción.  

Que viva el pasado

Que viva el pasado

 Han pasado siete semanas desde que el Dux tomó el poder. Y sus movimientos, llámense proyectos de ley, reformas, nombramientos, iniciativas, muestran a un gobierno agresivamente regresivo.

El glifosato. El punto de partida que obliga a un deber que el gobierno del Dux tiene con el gobierno del Sheriff. Acabar hasta un punto con los cultivos de coca. Doscientas mil hectáreas es un exceso de producción, que en parte se debe al juego de participación de los carteles mexicanos, y por otra, a que ninguno de los procedimientos de extinción que se han utilizado funciona (erradicación forzada y voluntaria, fumigación terrestre y aérea). Todos lo sabemos. En contra de las evidencias científicas, de los impactos ambientales medidos, del desorden de los ciclos económicos, de la certeza de que nada ha servido, el Dux ha dado la orden de que del cielo llueva Glifosato. Ni siquiera importa lo que ha dicho la Corte Constitucional. Si de verdad quisieran acabar con los cultivos, lo mejor que podrían hacer en sana lógica económica, sería comprarles las cosechas a los campesinos para destruirlas.

El derecho constitucional al aborto. En varias clínicas y hospitales del país, algunos médicos se han negado a asistir a mujeres que necesitan un aborto. Probablemente amparados en la peregrina idea de que bajo el gobierno del Dux se le puede torcer con más confianza el cuello al ganso.

El nombramiento del “tristemente célebre” como embajador a la OEA. Nuestro Embajador fue destituido por el Consejo de Estado, porque de manera jurídicamente corrompida se hizo reelegir. Cómo pudo nombrárselo, para cubrir una plaza de Uribe como pago a los servicios electorales prestados, y al mismo tiempo ir a Naciones Unidas, como lo hizo hoy el Dux, a vender la idea de una lucha global, multilateral contra la corrupción. A primera vista la señal es que la corrupción paga.

Pachito. El Embajador perfecto para Trump; en muchos casos, ninguno de los dos sabe de qué habla. Ese par, con seguridad se puede entender. Pachito le podría vender a Trump la fórmula para electrocutar estudiantes y Trump, con seguridad le diría que la solución es hacer un muro entre Venezuela y Colombia.

Los “vientos de guerra”, sus ventiladores soplan desde el exilio rico de los venezolanos en Miami, que pueden hacerse representar en el lobby de Washington, por el Senador Marcos Rubio. Desde sus asociaciones han salido, desde agosto, llamados internacionales a una intervención militar en su país, una “intervención con diálogo”, “una intervención sin víctimas”. Así que nuestro Pachito, un día después de haberse posesionado, dice muy serio, que Colombia debe considerar todas las opciones. Como un pajecito latinoamericano que se pone al servicio del exilio venezolano, repite lo que ayer dijo al Sheriff y hace sus oraciones antes de dormir.    

Aunque no representa al gobierno, es del partido de gobierno, la Senadora Cabal ha presentado una iniciativa para “reformar” la ley de restitución de tierras, que busca proteger a los propietarios de mala fe, que son la mayoría. Una reforma que por su alcance, invertiría la carga de la prueba. Hoy, el propietario actual debe demostrar que la tierra es suya. Con la reforma el que tendría que hacerlo sería el que la perdió. Un diseño integral pensado en la no restitución. Una “reforma” que tiene más amigos que enemigos en el Congreso.

La prohibición de la dosis mínima. La estrategia perfecta para combatir el microtráfico y dejar que los mayoristas se muevan sin tanta presión. Es una medida que busca proteger a nuestra juventud, lo comprendo, que busca judicializar a los jíbaros, y a que los adictos acepten su condición, cualquiera podrá certificarla, desde el jíbaro hasta la mamá, con lo cual se evitan problemas legales y de paso reducen la oferta callejera, lo cual siempre es bueno para los precios.

Boterito. El muy particular y gracioso ministro de la defensa se inició diciendo que había que reglamentar la protesta social, y poco después, aseguró que la protesta estaba aupada y financiada por las organizaciones criminales, con lo cual nos ahorramos la reglamentación. Se trata de una especie de ministro anterior a la revolución de mayo en París.       

El talante del gobierno del Dux debe tener muy contento a Monseñor. La economía Un ministro de hacienda que nos ha demostrado que es un buen y éxito empresario y unas iniciativas muy precisas que buscan regresar al país a un pasado mejor: cuando los paras y los guerrillos expropiaban a gusto, cuando las mujeres necesitaban acudir a los abortaderos clandestinos, cuando se respetaba el libre desarrollo de la personalidad, cuando el ser corrupto tenía una sanción legal y moral efectiva y cuando la protesta social era un derecho civil.

Larga vida al Dux, bienvenidos al pasado.

Escuelas de novios

Escuelas de novios

En una academia militar un celador capta en un video el momento en que dos chicos tienen sexo en un aula, no hay nadie más. El celador mira lo que ha grabado varias veces antes de entregarlo a las autoridades de la academia. Los chicos son expulsados, por:

 A.  Hacer el amor.

B.  Hacer el amor en la academia.

C.  Haber afectado la sensibilidad moral del celador.

D. Haber violado el manual de convivencia de la academia.

 A nadie se le puede negar el amor, al menos todavía. A nadie se le había ocurrido prohibir hacer el amor en la Escuela, quizás porque muchas parejas lo hacen. Si entran a Google, por “videos conocidos de estudiantes teniendo sexo en las aulas”, van a encontrar a hoy 1.770.000 resultados (que incluyen videos de profesores y estudiantes). La sensibilidad del celador con seguridad estaba afectada desde antes. De no haberlo estado, interviene para amonestar a los chicos, no los graba de manera clandestina, no se recrea con el material y no lo utiliza para sacar algún partido. Y en el manual de convivencia no existe prohibición alguna de hacer el amor en las aulas.

Los abogados de los chicos demandaron ante la Corte Constitucional y consiguieron que declarase que la sanción fue desproporcionada, porque viola los derechos a la intimidad y no afecta a terceros (digamos, que hubieran hecho el amor en presencia de los niños de preescolar). Además porque la expulsión carece de algún soporte al no estar “hacer el amor” considerado como contravención en el manual de convivencia. Ahora la institución debe reintegrarlos.

¿Qué fue lo que realmente condujo a las directivas de la academia a expulsar a los dos chicos? ¿Una homofobia estructural? ¿Pecado contra natura?  ¿Fascismo sexual? ¿Indignación moral? ¿Escarmentar como una forma de control? ¿Falta de humanidad? En cualquier caso la institución obró de manera anticonstitucional y de manera antipedagógica. Lo cual, en ningún caso, es buena propaganda.

No parece que la medida de expulsión esté animada por ningún espíritu educativo, porque la exclusión, la condena, la proscripción, son la fuente anti educativa que más ha desregularizado la vida escolar, permeada por la influencia activa de las redes y los móviles.

No es posible que las instituciones educativas sigan tratando la vida de las personas que asisten a las aulas como si estuviéramos en una aldea del siglo XIV. Que sigan queriendo educar a la generación Google, con una moral cerrada de vagina y pene, con la mojigatería institucional de los homofóbicos, a pesar de los derechos civiles consagrados.

Lo que habría que proponerse más que un reglamento, una sanción, una prohibición irracional, sería comprender las conductas, condición de la actitud educativa, y acercarse a ellas, intervenirlas, entendiendo que todo lo que se haga necesita ser educativo. Quizás sea pedir demasiado a las instituciones educativas, dirigidas por unos adultos demasiado morales, de una ética demasiado sucia.

La rectora del colegio distrital Jaime Garzón, Mery Jiménez, dice que cuando se presentan asuntos similares lo primero que hacen es no satanizar –¿qué diría Garzón– a ningún estudiante. Han tenido que abrir una “escuela de novios” para atender de la manera más educativa, las situaciones que implican lo público, lo privado, la sexualidad y los medios.

El año pasado en la institución educativa Inem de Cali, se produjo un escándalo similar al de Bogotá, que condujo a una demanda, a partir de un video malísimo, con un audio malísimo y reconocible, hecho por los estudiantes del grupo de teatro del colegio.

¿Si nunca hemos sabido educar en la sexualidad, cómo nos va a alarmar que  los estudiantes estén tan integrados a sus planteles, que puedan utilizar las   aulas para echarse un polvo?

En cincuenta años las instituciones escolares, si es que todavía existen, tendrán espacios de habitación, moteles, para que los chicos reduzcan las tensiones de la vida escolar, amándose mientras dura el recreo.   

 

El jefe

El jefe

Luis González me sonó a hijo de vecino. Ha ejercido todos los oficios, desde burócrata liberal hasta guionista, fue drogadicto y amigo de la guerrilla, ganadero, guionista y reconocido realizador cinematográfico. En Colombia, todos los días nace un novelista.

La novela de González nos muestra a Gaitán en el marco de las negociaciones de las cervecerías alemanas a las que Laureano Gómez les había echado el ojo, mientras López gobierna y Alfonsito hace de las suyas.

No es una novela sobre Gaitán, él no es su centro, es una novela de época, con la atmósfera bogotana de los cuarenta, y el juego de poder entre cachacos. Gracias a dios, no se le ocurrió a González volver sobre al asesinato y el bogotazo.

Así que se queda con el Gaitán que llega de Italia. El que se casa con Amparo, la hija de una familia paisa quebrada. En una época en que los alemanes son dueños de las cervecerías, durante la segunda guerra mundial. Cerveza, cuernos, conflicto internacional, todos detrás de una cervecería, el gobierno declara ilegal la chica, competencia cultural de la cerveza, el negocio del futuro. La época en que las aristocracias viven en Teusaquillo y la Soledad. Gaitán de putas en la Perseverancia, a donde va a beber chicha y a encontrarse con Lupe Cascabel, el personaje más entrañable de la novela,  y a trompear con quien quiera cobrarle algo.

La novela se permite, de paso, esclarecer el crimen de Mamatoco. Da el aire viciado y perfecto en el que los partidos liberal y conservador navegan en un mar de corrupción, cerveza y ambiciones, que incluye expropiar a los alemanes, para satisfacer las reclamaciones de lealtad de los Estados Unidos.

González hace una “novela histórica”, con un lenguaje directo y efectivo, tiene el manejo de diálogo propio del buen guionista. Un ritmo sostenido y un humor bogotano con el que salpica todo el universo de los bajos instintos políticos alrededor de un negocio de estado, y de paso desnuda a Gaitán, el caudillo humano. Con arrechera, coraje y ansias de poder, sin engolamientos alrededor de su personalidad.

Consigue que el relato le funcione como una máquina engrasada de ficciones realistas que cobran toda su luz en la remisión a personajes y situaciones que configuran las maneras, el humor y la ironía de las “bestias negras” del poder en la intimidad. La novela hace lo que hacen las buenas novelas, muestran lo que la historia y el periodismo no pueden mostrar, llegan a la entraña de una situación desconocida aunque inevitablemente adherida a la que  conocemos. Las costumbres del poder, la tras escena de los negocios del poder, el corazón del poder, a poco más de setenta años de ser leída por el lector de hoy.

Un ejercicio de lenguaje narrativo rítmico que encuentra los elementos históricos para construir un universo de personajes  oscuros y brillantes, alemanes y locales, de cuernos y demandas, de putas y de chicha.

Tan solo ayer, el pasado liberal y conservador que todavía infesta el presente oligárquico del país, de cuando los dueños del país se pleiteaban por una cervecería a cuando pretenden refundar el país.

Más de una carcajada saltó mientras me dejaba ir en la historia que me parecía conocida, con personajes conocidos, solo que el autor le dio el color y el calor suficientes para mostrármela con vida y para que se dejara leer con ganas.    

Pájaros de verano

Pájaros de verano

 Cuando salí del teatro con mi mujer de ver Pájaros de verano, tuve una sensación de intachable incertidumbre ante la película. Ella, en cambio, disparó un juicio cortante, se quedó en un limbo raro entre el argumental y el documental, dijo.

Dos días después abrí la Arcadia “No mirar atrás” (155), y encontré a Carolina Sanín, enjuiciando renglón por renglón, a velocidad de crucero, la película de Cristina Gallego y Ciro Guerra. “Es tramposa”, dice para comenzar. No alcancé a ver el regusto alusivo a la trampa, ni la trampa misma, porque es una película “tan inconsciente”, que resulta moralmente ingenua. Es “estrepitosamente mala”. Le “preocupa ver que su asunto compromete el gusto del espectador”. Lo cual hablaría bien de la película. ¿Qué película no quiere comprometer con su asunto al espectador? Se me ocurre que es al revés, la película no es capaz de comprometer estéticamente al espectador, lo que vendría a probar que “las ovaciones parezcan obligatorias”. Hay sinuosidades entre lo que muestra y no debe mostrar y entre lo quiere mostrar y no puede, que pervierten la HD dramática de la historia. Como si en medio de la acción se hicieran pequeñas propagandas étnicas, insertando sentencias, “en formato sapiencial”, o símbolos que convierten el film en “una obsesiva propaganda de sí misma”.

“Pájaros de verano es como el borrador del esquema de una gran película”. Como quien dice, el borrador del borrador, un film todavía en “blanco y negro”, una versión sucia de lo que sería, si se vuelve a escribir y a rodar. Como hizo Sergio Cabrera con Águilas no cazan moscas.

Que sea el borrador de una “gran película”, no es algo que se pueda decir todavía. Siento la afirmación de Sanín como el elogio agazapado y solitario, que le hace a lo que han hecho Gallego y Guerra. Y vale.

 No recibe bien el color a Ciro Guerra. De su blanco y negro sacó una poética visual con la que infestó sus relatos, como si de haber ocurrido algo de lo que contó en sus películas, hubiera tenido que ocurrir en blanco y negro. Una atmósfera que tocó a los personajes y a los largos y cortos silencios con que escribió sus films.

No pudieron hacer una buena película de acción (los norteamericanos como precursores del mercado internacional de marihuana y el efecto que tuvo sobre los clanes guajiros) ni un buen documental. No consiguieron el acento étnico que tan bien funcionó en El abrazo de la serpiente. Un sincretismo narrativo entre la cultura que sirve de matriz a la historia en particular, no logrado, hizo trastabillar el alma de la película, la lengua, la actuación y la magia de los camaleones de la “matriarca absolutamente monolítica y tiesa”, que “ni hace, ni quiere, ni dice”. “Es una “mala escritura dramática”, sigue diciendo Sanín. Lo cual le quita prerrogativa de arquitectura, de unidad de drama, de credibilidad de voz.

Algo cambió en el cine de Guerra. Perdió conciencia con sus Pájaros. “Es tan inconsciente…” sigue  ella, que no se percata de su moralismo. “Que como todo los moralismos estriba en la oposición entre pureza y contaminación…”. Hablo de consciencia cinematográfica, de consciencia de los balances en la historia, en el rodaje, en la edición. La película está desbalanceada, por inconsciente. Por no haber confiado plenamente en la historia, o por no haber encontrado el alma del documental.

Pájaros es una película apta para el mercado del entretenimiento, tiene su lugar en Netflix. Era claro qué quería Guerra, o al menos, qué buscaba en sus películas anteriores. En Pájaros, es como si ya no buscara, porque tal vez encontró. ¿Cuál es la diferencia con su filmografía anterior? Es lo que buscaba responder sin alcanzar una respuesta. Una  amiga venenosa, como si de siempre hubiera sabido la respuesta lo dijo en dos palabras: Cristina Gallego.

Hay una escena que paga la película, los hombres del clan desbaratando una avioneta que dejaron los narcotraficantes gringos, pieza a pieza, para darle cristiana sepultura en la misma playa.  

Quizá en la versión definitiva de la película que tendrá que hacerse -porque según Sanín, lo que vimos fue el borrador de una “gran película”-, ya hayan pasado, el verano de Ciro Guerra y los pájaros de Cristina Gallego.