La objeción
Lo primero que queda en claro es el carácter obediente del Duquecito. Tenía que mostrar que era el títere perfecto y es lo que está haciendo. Es consecuente, basta ver las iniciativas que está orquestando: cooperativas civiles de seguridad, armas para la gente de bien, glifosato con longaniza, prohibición de la dosis mínima, la memoria y el archivo nacional a desmemoriados ilustres, y ahora, lo que todos esperábamos: objeción a seis artículitos de la ley reglamentaria de la JEP.
De fondo, la preocupación ronda la actitud autoritaria y retadora, que consiste en desconocer los fallos de la Corte Constitucional, por motivos de conveniencia (¿para quién?), que son el cerrojo del sistema de reglas de juego entre poderes. El presidente está facultado para objetar un proyecto que ha aprobado el examen de constitucionalidad, es una regla del juego. Pero en la circunstancia del enorme peso político que tiene viabilizar o torpedear el reglamento a la JEP, cuando se objeta por conveniencia se lo hace investido de un poder “supremo”, que le permite la maniobra de denegar la constitucionalidad por la conveniencia en favor del CD. Una actitud igual a la que Chávez y Maduro se fueron abrogando progresivamente, hasta convertir a todas las cortes en aparatos de bolsillo del ejecutivo.
En un país leguleyo, el destino de la objeción, una vez la tenga el Congreso, será objeto de argucias, arreglos, componendas, trapisondas, chantajes, compra ventas y negociaciones bajo la mesa. Si la aprueba el senado y la desaprueba la cámara. Del efecto político en la votación presionado por la llave Gaviria-Carrillo. Del silencio de CR, que tendrá que ver con que el doctor Vargas se está valorizando. Del bloque de oposición sin Petro, porque Petro no tiene WA. (Lo debió cerrar por la incómoda congestión de mensajes tras el incidente del video del billete).
Nadie pensará en el país, ni en la conveniencia nacional de la paz, ni en las víctimas, ni en la reparación, ni en la justicia. Todos defenderán los intereses momentáneos de sus pandillas políticas, que devoran todas, la misma presa de poder.
Lo que veremos será la puja de conveniencia alrededor de un viejo y profundo debate, entre acepatar o rechazar el hecho de la reincorporación civil de las Farc a la vida política del pais. Entre una paz imperfecta y una paz imposible. Entre la vía militar y la vía política como método. En el mejor de los sentidos la viabilidad y el derecho a un debate público que nos concierne a todos, debería ser para abrir un camino práctico en el que la paz equivalga a hacer justicia. El asunto, sin embargo, es que ni en eso hay acuerdo, porque a muchos no interesa que se haga justicia.
Con el menos cabo de su imagen, la corrupción rondando por sus instalaciones, procesados que se niegan a asistir a los llamados de la corte, los lios administrativos que ya han hecho crisis, la JEP podría estar corriendo la misma suerte que la justicia ordinaria.
Pongamos una vela para que no.