Sumisión
El orden natural del proyecto islámico que revela la novela de Michel Houllebecq, Sumisión, es: la mujer se somete al hombre y el hombre a dios. La arquitectura moral de la distopía islámica, que le respira a occidente en la nuca.
En mayo de 2016 llegó a la alcaldía de Londres, Sadiq Khan. Tan pacífico, inteligente, informado y con capacidad de decisión, como Ben Abas, y a ambos los visten a la medida, los sastres ingleses y franceses, que votaron por ellos.
El compás de la novela está en el tránsito pacífico, electoral, a una sociedad que quiere volver al pasado porque el presente no les gusta, tal como quieren Trump, Bolsonaro, y los brexits. Y naturalmente, y con particular celo, todos los nostálgicos de califato. ¿A quién realmente le gusta el presente? Es una distopía regresiva que por gravedad se desliza a lo que ya vivimos, al “pasado perfecto” en el que no haríamos más que recoger los pasos de lo que ya vivido, el eterno retorno, el tiempo de los perros, el eterno suplicio de Prometeo. Solo imaginen una sola de las compotas envenenadas que nos sirve la novela: la islamización educativa. Quédense ustedes con la economía, le dijeron los islamistas a los socialistas, al ganar las elecciones, nosotros solo queremos la educación.
Imagino, de tanto manosear la novela, una distopía: un talibán en la rectoría de Harvard.
Es una novela que tiene dos detractores naturales, las mujeres y los judíos. ¿A qué mujer le gusta el principio moral de orden que da curso a la historia? ¿A qué judío europeo le convendría que el partido islámico tomara el poder en su país? En la novela, los judíos antes de que se sepa el resultado de las elecciones, cierran sus cuentas en Francia y se marchan a Israel.
A quienes no somos mujeres ni judíos, se nos ahorra un disgusto explicable, que bien nos va para sentirnos atraídos sin más por la relación entre el héroe literario del protagonista y el protagonista, por el “amor en los tiempos del cólera”, el del extranjero, por el menú exquisito de juegos de poder político, que harán que los partidos islámicos en Europa lleguen al poder en los próximos diez años, como llegaron los nazis y los fascistas en los veintes y treintas del siglo pasado. Creo, que Sumisión, más que una distopía, es una profecía política realista bien narrada.
Sumisión no se lee sin escrúpulos, algo obvio, perdonarán, como ninguna novela. La lectura de novelas gira alrededor de la negociación moral de escrúpulos respetados o irrespetados, tanto por el autor como por el lector, que favorecen el acuerdo, la complicidad o la distancia, durante la travesía casi siempre accidentada de leer. Por más escrúpulos anti islámicos que pudiera tener un lector, Sumisión no glorifica el islam, no es una obra de propaganda, no es ni siquiera una parodia, es el tránsito de Francois, por la nueva Comedia francesa, el personaje narrador, sin partido, sin religión, sin familia, sin bienes. Un estudioso que ha hecho que se le reconozca como la mayor autoridad en la obra de Huysmans. Huysmans el converso, el que de la oscuridad del esoterismo másonico y la demonología de la era industrial, regresó a la luz de la fe católica, hasta convertirse con León Bloy, en los novelistas católicos de Francia. Ningún adjetivo le cae bien al sustantivo, escritor.
La novela contiene una delicia que consiste en haber hecho de Francois, la versión actualizada de Mersault, el extranjero, el extraño, de Camus. Bastará recordar el pasaje en que su madre muere en un ancianato, solo que en la versión actual, ya no es necesario que el hijo asista a las honras. Tampoco será necesario que mate un árabe en la playa. Basta que nada para él tenga valor. Francois ha llevado la desvalorización de todo en su mundo a un pico, en un progresivo y aburrido desapego a cualquier cosa, como un auténtico extraño. A lo único, que tal vez le conceda algún valor, es a Huysmans.
De llegar Francois a convertirse al islam, como sabe que tendrá que hacerlo si quiere regresar a la Sorbona, respondiendo a los coqueteos intelectuales del rector, que pronto será ministro de educación, será por la generosa promesa de poligamia que el rector le explicó en su manual islámico.
Una novela directa, suciamente franca, superficial y profunda, capaz de ir a las tripas y al corazón de un hombre que es muchos hombres, en una Europa sin solución. Europa agotó sus reservas morales. Francois se ocupa de mostrarlo, tanto en líneas como en entrelíneas. Lo que haya de pasar, será por algo que le venga de afuera.
Una novela fundamental. Profética y cargada de ironía.
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