Una distopía
Desde que comenzó la temporada de paros en Colombia he leído al menos cincuenta editoriales de diferente medios, tendencias y plumas. Desde los hirsutos trinos terroristas del CD, hasta la exaltación de Voz Proletaria Digital, VPD, Dilan vive, el paro sigue. Hay una masa de opinión escrita que interpreta lo que está pasando. La temporada es mundial. Lo mismo ha ocurrido en Irán, tierra de ayatolas, donde tumbaron el primer ministro, en Líbano, donde cortaron cabezas del gobierno, a Piñera le están pidiendo nueva constitución, a Macron le zangolotean la gobernabilidad los chalecos amarillos, en Cataluña se dan el lujo de tapar el flujo vehicular con Francia durante una semana, en Ecuador bajaron por el presidente, que primero huyó, luego impuso el toque de queda, para regresar a firmar la derogación del decreto de alza del combustible; en Paraguay, una huelga general de maestros por un reajuste anual del 16%, primero el gobierno dijo no, el paro siguió, el congreso intervino y en una sesión de diez horas aprobaron el reajuste; en Noruega los estudiantes culpan a sus gobernantes y a todos los del mundo de no haber hecho lo que tenían que hacer para salvar el planeta, con un efecto tal, que tienen que invitar a Greta Thumberg a Naciones Unidas. Fernández en la Argentina es un preludio al tercero y último acto de la comedia kitchneriana.
Hay en los editoriales algunas coincidencias respecto a las causas de una “movilización coordinada” internacional de la sociedad civil. En primer lugar, el modelo económico con el que se manejan los países, se está estrangulando, la guerra de aranceles chino-norteamericana es un solo síntoma. No puede ni podrá garantizar un estado básico de calidad de vida a la gente. No tiene la solución, ni la intención y tampoco la plata suficiente, incluyendo la que se roban. El modelo escoró, el resultado es que en todos los países se levantan por lo mismo. No tiene soluciones a problemas viejos como la desigualdad, ya no es una buena oferta para nadie, salvo para la pandilla estatal y de contratistas.
En segundo lugar, la población creció, el impacto ambiental progresivo reduce la productividad agrícola y marítima. Hay problemas que se le están presentando a los países desde la primera guerra que no fueron solucionados, por el contrario se han hecho más incómodos (tributarios, pensionales, de administración de justicia, laborales), cada uno tiene un millón diez mil estadísticas que muestran el comportamiento.
Los optimistas tienen dos argumentos frente a lo anterior. La ciencia y la tecnología lo resolverán todo. Y la tierra es resilente. Yo de manera ingenua había creído que después del Mundo Feliz de Aldos Huxley y de Hiroshima, el sueño reparador de la ciencia se hubiera puesto en perspectiva. Para los optimistas la ciencia es el deus ex machina de la historia. Aun así hay algo rescatable del optimismo cientifista, aunque no vaya a servir para salvar un modelo que hizo agua, sino para terminar de hundirlo. A los optimistas ambientales, les preguntaría si es una cualidad eterna de un organismo vivo, como la tierra. O si debemos esperar a la debacle ambiental para que después el planeta renazca pero sin el ser humano.
El caso de Venezuela es un laboratorio. El modelo ideológico hizo corto circuito, reventó todos los sistemas de seguridad del estado. Un modelo económico de opereta que por encima servía para la propaganda bolivariana del gobierno y por debajo para que los militares y los políticos leales, hicieran negocios. Inflación de un millón. Colapso del sistema de seguridad social y laboral, hambruna, siete millones de refugiados. Los indicadores de salud se devolvieron a la época prerrevolucionaria. A la gallina petrolera de los huevos de oro la sacrificaron para hacer un sancocho. Hoy se posesionó Fernández en Argentina, en su discurso, reconoció la deuda, pero dijo que no había como pagarla y propuso un “nuevo contrato social”. El Rousseau porteño.
En tercer lugar: la desideologización de la acción de la SC, la ausencia de los partidos, aunque por debajo estén alentando a unos y a otros. Que lo tengan que hacer así es su tragedia, no fueron acaso las organizaciones políticas de la sociedad civil, no fueron ellas su representación en los congresos. Mujeres, GLBTI, actores, indígenas, estudiantes, sindicalistas, los curas de barriada alentando, la clase media cantando el himno nacional en el trance de un cacerolazo. ¿Alguno de ellos, hoy se sentiría representado por partidos que no pueden participar en el paro? La SC sabe que si no se auto-representa, nadie lo hará por ella. Si las chilenas de LasTesis no hacen su performance, nadie lo hará por ellas. Los partidos terminaron sumidos en un profundo acto de auto representación. Más representación tienen las iglesias que llevan a votar a sus fieles.
Los gobernantes hoy, como las monarquías, cuando a regañadientes tuvieron que tolerar parlamentos, tienen que proponer un nuevo contrato social. Fernández, Piñera, Duque. Una fórmula romántica para remendar el modelo neoliberal, que es como usar un azadón para reparar un servidor.
Aquí en Colombia el CD dijo que todo se debía a la orquestación coordinada del Foro de Sao Paulo. Un organismo de fósiles partidistas de origen liberal y socialista. Tiene más corriente la OEA. La coordinación visible que aparece como causal secuencia de protestas similares, por necesidades comunes de la gente, desde Irán a Ecuador, es la que se despliega, casi por cualquiera, en las redes sociales. El modelo de la primavera árabe. La SC cuenta con una autonomía de participación y representación que ya no depende de las instituciones políticas, deriva del derecho al uso efectivo y la explotación de medios para producir y reproducir información. Un movimiento pendular de poder comunicativo gestionado tecnológicamente, marcaría el sentido de un nuevo modelo económico que hiciera viables y sostenibles a los países. Una pos democracia digital.
Linda distopía: los gobiernos del mundo en el 2066 se verán obligados a intervenir, regular y restringir los servicios de la red, como siempre lo hizo China. Adiós Google, WA, FB, Instagram. De no hacerlo será inevitable el desquiciamiento de la gobernabilidad global por efecto de una “revolución pacífica” de la información, amparada en plataformas tecnológicas.
Menos mal, todo es una distopía.
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