La crónica vista por Alberto Salcedo
Hay una horrible moda en las escuelas de comunicación social y periodismo, mandar a hacer crónicas de cualquier cosa. Crónicas de fruslerías. ¿Qué importa lo que solo me importa a mí? La crónica es un relato escrito que se le devuelve a alguien, que importa a alguien más que al autor.
La crónica no es el premio de consolación de quienes no han podido escribir o terminar “la novela”. No es un lugar para que la buena escritura sirva para ocultar la falta de investigación. En la crónica se encuentra el reportero y el prosista; ahora, podría no ser prosista, lo que no podría dejar de ser, es investigador.
La crónica informa, narra e interpreta. Es su función, es su forma de poner luz en lo oscuro, como dice Kapuscinski. A la crónica no le corresponda hacer que los ratones salgan de la casa invadida, le corresponde poner la luz en la casa.
El problema del lenguaje es definitivo. Periodísticamente las cosas se dicen de una manera, la prosa y la poesía, las dirían de otra manera. La narración como un encadenamiento de hechos suele demandar una acción prosaica del lenguaje, denotativa. Contar historias, decía Stevenson, es contar gente en acción. ¿Cómo darle un aire poético a la crónica? Los ingenuos creen que se consigue a punta de metáforas. Decir una cosa, de otra forma, producir un desplazamiento verbal cuyo efecto es melódico, musical. Digo problema porque las metáforas siempre son de doble filo, si no dan vida, la destruyen. Les pasa lo mismo que a los adjetivos.
La clave de una buena crónica: encanto y sinceridad.
Al comienzo de la crónica es obligado hacer tres preguntas:
¿Qué se necesita decir?
¿Qué debo decir?
¿Qué puedo decir o no decir?
Escribir es sentarse a descubrir algo. Es el truco, algo que solo se devela en la escritura. Hasta que no termine, no voy a saberlo. De no ser así, la escritura podría ser capciosa o fatalmente aburrida. Su virtud, como la del cuento, es perturbar, aun sin proponérselo. El recurso principal, conseguir que haya química entre el texto y el lector.
Si bien la pregunta sobre el tema es un tanto fútil, quisiera decir que el tema es aquello en lo que no podemos dejar de pensar. En cuanto al método, digamos que es útil tener uno, siempre y cuando, se esté dispuesto a dinamitarlo. No apegarse a él como si fuera un dogma.
Hay tres condiciones para la crónica: que contenga actualidad, que contenga un conflicto y que sea fruto de la curiosidad. Sin curiosidad el cronista jamás va a encontrar el auténtico material.
En cuanto a las fases, se comienza definiendo una historia y con ella la pregunta de la crónica, el mapa de la curiosidad que incita el movimiento del reportero. La inmersión, acercarse hasta hacerse invisible, mirar lo que nadie ha visto. La escritura, el descubrimiento destilado de lo que contiene el material recogido en la inmersión. Economía y ritmo.
En cuanto a las fuentes, tener las más posibles, compararlas, no creerles del todo, estar siempre dispuesto a dudar (parte del método). En el caso de una sola fuente, el problema de fondo no es que sea única, es la forma de manejarla. ¿Cómo no ser la víctima periodística de la única fuente?
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