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Alberto Rodríguez

Seusis Pausivas

Seusis Pausivas

Si hubiera sido Seusis Pausivas Santrich tendría una sonoridad casi heráldica, pero Hernández…era inevitable el seudónimo. Cuando mi mujer me contó que se le habían metido a la casa y lo habían apresado acusado de narcotráfico, lo primero que se me ocurrió fue: ¡ciego tan güevón!

El punto es que los medios, la Fiscalía, la opinión, los partidos, todos, sin estar judicialmente probado, damos por sentado que Santrich tiene negocios con el narcotráfico. A excepción de los antonios caballeros de los medios, todos hemos considerado que no hay ninguna sorpresa en que las Farc reload tengan vínculos activos con el negocio. No es algo que se discute. Nadie creyó que las Farc en La Habana renunciaran a una actividad obscenamente lucrativa, en virtud de la necesidad de una declaración necesaria para solventar una diferencia en el negocio con el Estado con el que estaban negociando la terminación del conflicto.   

El momento más álgido, cuando de hecho las negociaciones se rompieron temporalmente y la delegación oficial se levantó de la mesa, fue durante la discusión sobre el futuro del negocio. Las Farc se resistieron hasta última hora a hacer concesiones. La discusión la encabezó y la dirigió Jesús Santrich. Un desconocido de 52 años, de la retaguardia del secretariado.

 Silla Vacía escribe: “La ambición o la egolatría que llevó a Santrich a continuar negociando con cocaína le ha hecho daño a todo el mundo”.

Las Farc no tienen credibilidad. Es el mayor pasivo de los firmantes del acuerdo en la etapa del posconflicto. La mayor tragedia para las Farc y para el país.

La idea de la huelga de hambre casi nunca es buena, por el costo, aunque a veces necesaria, como en el caso,  cuando ya no queda más por hacer. ¿Pero de verdad Santrich se quiere morir? Después de 32 días suspendió el castigo, los distintos poderes clamaron para que lo hiciera. De haber sido una efectiva teatralización de la situación extrema, el resultado es positivo. Con el caso Santrich se creó el limbo más enorme del proceso de paz.

No solo nadie sabe qué hacer, sino nadie quiere hacer. La JEP no puede hacerse cargo, porque no se ha establecido la fecha de comisión del delito. La justicia ordinaria tampoco, por la misma razón. El Presidente ya no tiene tiempo para intervenir, ni siquiera en una extradición. USA no puede hacer nada, mientras no lo tenga allá. La iglesia que acoje a Santrich en un albergue y como acto humanitario, ya no sabe qué hacer con él, frente al fuego nutrido de las brigadas uribistas.  

Lo más grave, sin embargo, es que Santrich sea la cabeza del iceberg de una montaña de nieve ácida, que al destaparse arrastre a otros miembros de la dirección de las Farc. Marlon Marin, hoy bajo custodia y protección de la DEA, podría ser el detonante. La DEA está buscando, desde que se lo llevó y a su familia, el testigo excepcional para hundir a las Farc. No solamente por el caso Santrich que supone los vínculos de las Farc con el cartel de Sinaloa y el cartel de los Soles, sino por el manejo sucio de los fondos para la paz, del que Marín es responsable. La DEA puede hacer que Marín diga lo que quieran que diga. Nunca habían tenido un testigo tan potencialmente peligroso. Si todo estalla, las Farc estarán liquidadas. Habrán pasado a una defensiva táctica que va a sacarlos del proceso de paz, por la vía de su defensa con recursos de derecho, o por vía de recursos menos ortodoxos.

¿Por qué Iván Márquez va a retirarse a sus cuarteles de invierno en el Caquetá? ¿Por qué amenaza con no posesionarse en el Congreso? Son actitudes erráticas, de una insolencia improductiva para el proceso de paz, que no ayudan a capotear el peor temporal. Como si en vez de aprestarse a defender políticamente el proceso amenazado, estuviera pensando en tomar distancia de salvamento.

Si Santrich decidió no morir, será porque alguien debió ver una luz al final del túnel. Una luz invisible para él, que alumbra el sentido de una esperanza gracias a la cual no terminaría de compañero de celda de Simón Trinidad.

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