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Alberto Rodríguez

La perra

La perra

Viniendo de Pilar Quintana, un título como La perra, ilumina muchas imágenes, aun en los bien pensantes. La primera sorpresa de la novela es que la perra, es una perra, de cuatro patas. Y ahí el encanto de la novela, mostrarnos con frescura pacífica, la relación extrema de Damaris -que la salvó de la muerte- y la Chirli, tocada, empapada de los mismos ribetes instintivos, ansiedades y contradicciones, con que se hacen las relaciones entre personas.

Voy a confesarlo: tengo alma de animalista. Mi sensibilidad con los animales se excitó cuando Carl Sagan me explicó en Cosmos, que si somos primos genéticos de las secuoyas, somos hermanos de los chimpancés. Así que cuando Pilar introduce como personaje principal a una perra, electriza mi sensibilidad, y hace que quiera sentarme a su lado, mientras me lee la historia y no levantarme hasta el final. Como si me la contara con el ánimo franco de hacer que participe de ella. Pilar, con su historia, me habla al oído.

La misma excitada sensibilidad de Fernando Vallejo por los animales y en particular por los perros, de la que ha dado muestras públicas. La misma que lo lleva a estar más cerca de la naturaleza animal que de la naturaleza humana, a la que desprecia por bellaca. Salvo, Rufino José Cuervo, nadie merece la salvación.

La perra es una historia cargada de Pacífico, de salvaje naturaleza y de ariscos sentimientos. La simplicidad de una vida apresada por la costumbre circular reducida a los límites de la subsistencia. Está escrita con la dulce sencillez del que nos quiere decir, es una historia que se dejaría contar a la sombra de un árbol del pan mientras abajo el mar va y viene.

Con la novela, Pilar que trabaja hace tiempo, se muestra como una novelista madura. Una escritora que ha trajinado el oficio, que ha sostenido la constancia, que ha aprendido la justa economía del lenguaje y la velocidad rítmica con que hace que el lector se le entregue.

Nos recibe con la historia de una perra recién parida que fue envenenada durante la noche. Eran diez y no habían abierto los ojos. Y nos termina el cuento con una muerte de la que los gallinazos indiscretos dan indicios.

Es una novela de plan lector. Eficaz y precisa, contundente como una cachetada.  

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