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Alberto Rodríguez

La mancha humana

La mancha humana

Una mancha es algo sucio, feo, desarreglado, defectuoso. Pero cuando es humana, nos concierne a todos los capaces de darle tiempo a la lectura de La mancha humana, de Philip Roth. Un novelista pretencioso, no en el sentido de querer decirlo todo, al punto de la “novela total”, nadie puede decirlo todo. Pretencioso en el sentido de su obsesión por los significados.

Una ruda melancolía norteamericana recorre toda la novela al hacer de cada personaje una pequeña tragedia. La novela está hecha de pequeñas tragedias que se cruzan entre un positivo/negativo particular que inicia con el incidente de “se hicieron negro de humo” en un aula en la que el profesor juzga el ausentismo de dos estudiantes negros. La mancha racial, remolacha con visos azulados y un pelo grueso. Y termina en un lago congelado, esplendorosamente blanco, brillante de luz, en un encuentro alrededor de un orificio redondo de 45 centímetros entre la capa de hielo por donde el asesino saca los pescados y el autor que llega atraído, movido por no se sabe qué salvaje intuición.

La mancha familiar: un archipiélago de pequeñas manchas invasivas, unas más o menos oscuras y granulosas. Roth busca que el autor nos lleve al pasado de la mancha, que nos saque de la acción presente, donde está la tensión de la novela. Pero la regresión la hacemos de la mano de un narrador editorial que interpreta por y para nosotros, como consecuencia de la obsesión, que comparte con Kundera: la novela como recurso para desentrañar a partir de los hechos “verdades” (significados verdaderos) que por extensión van de los personajes a los lectores.

Roth revela algo de él, como autor del autor, su condición frente a la academia, la mancha llagada que se automaquilla, la limpia mancha de la docencia. El más ostentoso de todos los manchones de la novela. El autor, Natham Zuckerman,  es un personaje que no participa, observa, asiste como testigo, no tracciona la trama con hechos, lo hace con el punto de vista, induciendo significados.

¿Qué cosa más hace parte del manchado de la novela? Por supuesto, la relación del viejo letrado, el blanquinegro Coleman Silk,  con la señora analfabeta del aseo en la universidad, Faunia Farley. Un salivazo a la falsa moral igualitaria de la academia. Un tardío arrebato de amor de él y la necesidad de ella de tener a alguien que no la victimice. Algo desigual y sencillo, posible porque se hizo posible, pero imposible como que la mancha en vez de reducirse, pareciera estar extendiéndose hasta los últimos resquicios de la intimidad.

De mancha en mancha avanzamos a través de una novela de muchas tardes, una novela que demanda esfuerzo de sentido y atención del lector. Una novela que nos pone a prueba. Queda un sabor a mancha. A algunos lectores se les    manifiesta, tres o cuatro días después de terminarla, aunque la verdad, es una novela que no se termina.  

 

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