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Alberto Rodríguez

Temas de opinión

El ateo más famoso del mundo

El ateo más famoso del mundo

El pugilato de la fe y la ciencia que tiene como trasfondo exhibir dos creencias completamente distintas, es mucho más un espectáculo, por el que se cobra y se paga mucho dinero, que un debate servicial a favor de la convivencia entre distintos credos, entre distintas ilusiones.

Richar Dawkins, el “Rottweiler de Darwin”, es un anciano de casi ochenta años que representa a la ciencia, la biología evolutiva, la vanguardia genética, un connotado divulgador del pensamiento científico. Gerardo Remolina es un jesuita, doctor en filosofía, teólogo, latinista y ex rector de la universidad javeriana a principio de siglo. Campeón de la fe.

Me parece que la discusión sobre la existencia de dios, se agotó. Dios existe porque existe para millones de seres humanos que creen en él como lo más importante. Creo que el debate fructífero sería, cómo es que existe dios. ¿Cómo es posible que haya personas para las cuales la existencia no tendría sentido sin dios? Tal vez la mayoría. ¿Y cómo es posible que haya personas que no necesiten de él?

Dawkins promovió la campaña en los buses de Londres, para anunciar con grandes letreros puestos en los costados: “Probablemente no hay Dios. Deja de preocuparte y disfruta la vida”. Se cuidó de que se leyera “probablemente”, y de sugerir que la existencia de dios es una fuente de preocupación que afecta el disfrute de la vida.

No podríamos participar en un debate en el que el punto de vista fuese la afirmación según el cual, el único relato verdadero del mundo es la fe, o la ciencia. Ya no tiene mucho sentido un debate que perdió su sustancia, en la medida en que la ciencia no le pide permiso a la fe para hacer su trabajo, ni la fe necesita de la ciencia para moverse por el mundo. Aunque no puedan dejar de tirarse dardos de manera regular.

Imagino que los dos contrincantes retóricos se ladrarán racionalmente al punto de mostrarse amenazantes. El uno dirá que dios no pasa de ser una ilusión necesaria, y el otro dirá que dios es una realidad viviente y activa. Bastaría que no fuera el dogmatismo la norma con la cual se hacen fuertes en sus posiciones, para gozar de la sensación de haber asistido a un torneo de inteligencia y argumentación.

Pero, por mero realismo sucio, no cabrá admitir por anticipado que cada uno de los contrincantes del espectáculo que darán en Bogotá, Medellín y Cartagena, pueda despojarse de sus propios dogmas, para enfrentarse en la arena de un torneo medieval de la ideología.

Tan necesario puede ser tener una ilusión del tamaño de dios, como carecer de cualquiera respecto a él. La necesidad no se adapta a las condiciones de un torneo.

Que salgan el Rottweiler de Darwin y el Rottweiler de Dios, y den espectáculo. Siempre habrá quien page por escucharlos y sea capaz de aplaudirlos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi padre

 

Mi padre perteneció a la generación de profesionales liberales de un país semifeudal, que adquirió plenamente el derecho a leer.  No diré que fue un “hombre  extraordinario”.  Fue un hombre como otros que me envenenó con la lectura. Siempre supo que el colegio no bastaba, que probablemente lo más importante que yo debía aprender, tenían que enseñármelo él y los libros.

Me condujo al mundo cifrado del texto donde terminé por perderme.   Él fue el responsable de mi perdición, por eso lo evoco de una manera un tanto ambigua, lo recuerdo siempre de una misma edad, y lo sueño con una regularidad que impide que lo olvide.   Fue él quien me sentó en sus piernas y abrió un libro grande para niños, con ilustraciones coloridas, en el que se contaba la Odisea,  me leyó sin que yo supiera hacerlo, señalando con su dedo las palabras que se prolongaban en líneas horizontales a lo largo de la página. Y de la misma manera la Iliada, y si no mal recuerdo la Eneida.

Fue él, quien un día en un pequeño apartamento que compartíamos con mi madre en Bogotá, tuvo la ocurrencia de escribir en hojas de papel amarillo, con tinta muy azul, el nombre de todas las cosas que  nos rodeaban: ventana, puerta, mesa, matera, libro, olla,  juguete, plato, radio, mata, porcelana, asiento, camisa. A mi madre también le pegó una hoja en la que había escrito: mamá. Y fue leyendo con sosegado deleite cada una de las palabras conque había cubierto los objetos que podía tener la pequeña familia de un médico a principios de los años cincuenta. Así creyó que podía enseñarme a leer, y así fue como aprendí antes de ir a la Escuela.

Fue él quien me introdujo, una vez a aprendí a leer, a su biblioteca. Me presentó a los autores, los temas y las ediciones. Me dijo cuáles eran sus libros amados, me contó la historia de los escritores, me enseñó que en cada una de las secciones había un género, me compartió el orden singularísimo con que un lector ordena su biblioteca y me dio las claves para que entrara a ella por donde más gustara.

Fue él quien algún día llegó con madera y herramientas para hacerme personalmente una pequeña biblioteca donde colocó los libros infantiles, los diccionarios y todos los cuentos que había reunido. Y me instó a que los ordenara y los desordenaracv como quisiera. Encima del mueblecito colocó un mapamundi.

Fue también él quien una vez a la semana dio en llegar con tres o cuatro revistas policromas de comics de la época, cuentos que yo coleccionaba. Superman, Tarzán, Archi, Roy Rogers, la Pequeña Lulú y Dick Tracy. El día que llegué a tener algo más de quinientos, los saqué a la calle y a manera de protesta contra una medida de mi madre, los quemé públicamente.

Fue él quien a los catorce años me leyó por primera vez. Me había estado acompañando en el ejercicio de copiar literalmente fragmentos de novelas, un poco de Daudet, Hemingway, Steimbeck, Quiroga, Tolstoi, Dumas. Un ejercicio que hice durante un par de años, antes de atreverme a escribir mi propia historia. La hice para darle una satisfacción a él, lo hice porque de tanto haber leído, me había entrado la gana de hacer lo mismo que los autores que admiraba, lo hice porque aún no sabía  que para escribir es necesario tener algo que contar.  Cuando después de varios meses de estar encima de la historia, hice un limpio en una máquina portátil de escribir -Hermes Baby- que me había regalado, fui a entregarle diez cuartillas mecanografiadas con él índice derecho durante varias jornadas. Se caló las gafas, interrumpió lo que estaba haciendo, y se dejó llevar en el rio de palabras que le había entregado. 

Siendo tan joven, siendo la primera vez que alguien me leía, era natural que estuviera muy nervioso. ¿De dónde sacaste la historia? Preguntó. La inventé, dije. No, no la inventaste, lo que has hecho es reunir hechos de todo lo que has leído. No es algo tuyo y debes saberlo. Y así se dio a mostrarme algo que yo ya sabía, que muchos de los pasajes venían de libros que se tomó el trabajo de enumerarme. Pero no importa, es otra manera de copiar, dijo. Y luego tomó un estilógrafo de tinta negra y me corrigió la ortografía y la puntuación. Cientos de errores encontró y los señaló, para que fuera otra vez a escribir la historia con el cuidado de no repetir uno solo de ellos. Fue su manera de enseñarme la ortografía. Sin reglas, sin normas, en el trabajo mismo de corrección.

Fue a él a quien tantas cartas escribí y quien tantas cartas me escribió. Era un hombre más cercano a los “Manifiestos” de Bretón que a los de Marx. Más cercano a “piedra y cielo” que al liberalismo, a pesar de haber sido liberal y no haber sido poeta.   Él –para entonces–  ya tenía resueltos los problemas con Dios, así que nunca intentó inmiscuirme en la polémica sobre la duda, aunque me legó el más profundo desprecio por los curas y el catolicismo, que a su vez le venía de la historia de su padre, que después de un sermón de un cura en Susacón (Boyacá) en el que había dicho que matar liberales no era pecado, mi abuelo tuvo que huir del pueblo a la media noche. 

En materias de fe, siempre en mi casa bastó con la de mi madre, generosa e ingenua.  A la edad de él se está en paz con Dios, porque ya no se cree  en él, o porque ha sobrevivido la resignación.  

El me dio todo lo que tenía  –incluso su lado más desafortunado–  pero de manera auténtica, con toda la gracia y todo el dolor con que se necesita para formar a un hombre.   Llegó a creer  –en los inicios de su desolación escéptica– que los libros habían hecho de mí, algo que él ya no podía comprender del todo, aun así  un poco antes de morir, me pidió dos cosas: que cuidara de la biblioteca y que al momento de expirar hiciera sonar a todo volumen la Sinfonía del Nuevo Mundo.

Cuentos del desierto

Paul Bowles, de origen alemán, nacido en 1910, fue un escritor norteamericano que vivió la mayor parte de su vida en Marruecos, donde murió en 1999.

Los cuentos del desierto, publicado en 1957, es un libro de ocho relatos, en donde Bowles, a la manera de los nómadas, no reconoce fronteras entre el cuento y la crónica. Tan “crónico” se pone, como en el último, El Rif, por la música.

Desde el nombre encierra un misterio como los de las Mil y una noches. Es una consigna para el pueblo Rif, un llamado por su música, sus instrumentos, las agrupaciones únicas y singulares. En las tres primeras páginas informa, editorializa, luego bajo la forma diario, opina y narra, unas veces en primera y otras en primera plural. Pero informa y narra como lo hacen los escritores. Con un ritmo sostenido que deja que el lector se escurra como sobre una sábana de seda. Termina con el tono de un cuento de Hemingway.

Hay dos relatos maestros, donde se revela, más allá de la catadura de escritor que era Bowles, dos cosas. La frontera nómada de los géneros literarios y la tensión argumental. Ellos son: Delicada presa y El tiempo de la amistad. No importa qué sean. Bowles ha logrado la magia inmensa de contar una crónica como se cuenta un cuento, y contar un cuento como se cuenta una crónica.

Delicada presa tiene toda la visualidad del relato que necesita el cine. Unos personajes definidos en su acción, en su intención, en un escenario abierto, el desierto. Va creando tensión en espiral, 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una estatua en Charlottesville

Una estatua en Charlottesville

La batalla de Charlottesville del 12 de agosto, había comenzado al menos un par de semanas antes, cuando se iniciaron los acuartelamientos de los ejércitos de activistas. El punto detonante fue la estatua del General Robert Edward Lee en el parque Lee.

Cuando la guerra de secesión estalló en 1861, Lincoln, le ofreció a Lee la dirección de los ejércitos unionistas, y él rechazó la dignidad, su corazón de esclavista lo hizo mirar al sur y marchar al encuentro de los ejércitos confederados que iniciaron la guerra para defender la esclavitud. Sus declaraciones abolicionistas apenas habían sido declaraciones políticas, para sobrevivir al juego que ya se jugaba en Washington.

Desde febrero el consejo de la municipalidad de Charlottesville había aprobado un acuerdo para desmontar la estatua de Lee, en el parque Lee, levantada en 1924, en los albores del fascismo en el mundo.

¿Qué significa la estatua de Lee?

Los clanes supremacistas blancos salieron con la consigna de “unir a la derecha” para evitar que se desmontara la estatua, el símbolo más respetable del esclavismo en USA, el general de los esclavistas, cuya mujer era dueña de cincuenta esclavos.

Lee, el enorme jinete sobre un pedestal de doce metros, es un símbolo contrario para los clanes, la punta del iceberg de una lucha que culturalmente debería haberse superado desde el siglo XIX. En realidad nunca lo fue, lo nuevo es que ha sido reabierta, desde que Trump subió a la presidencia. Como si el alma esclavista de la secesión no hubiera hecho más que hibernar durante un siglo largo de conquistas democráticas y de derechos civiles en USA.

Se juntaron clanes antinegros, antisionistas, xenófobos de Virginia, antilatinos, neonazis con escudos negros marcados con equis blancas y el KKK. ¿Cuánto hacía que en USA no se veían pancartas de KKK? También marcharon los de las suásticas y los que iban con carteles de “Hagamos grande a América, otra vez”.

Y del otro lado, clanes panracistas, libertarios, antifascistas, anarquistas, comunistas, que salieron resueltos a defender el acuerdo para desmontar el símbolo, siglo y medio después de la muerte de Lee. 

El choque fue como de holigans escrupulosos, no se los veía suficientemente resueltos. Se encontraron en los alrededores de la plaza, chocaron de frente en una  primera línea, cuerpo a cuerpo, con bastones, a patadas y a puños. Una mediocre pelea de pandillas de barrio. No había policía, tuvieron el tiempo de concentrar la riña, hicieron círculos, gritaban alrededor como en una gallera, luchaban en medio de una nube de camarógrafos. En vez de policía estaban los medios.

Los supremacistas tenían una carta, James Fields, seguramente un espontáneo valiente, de apenas veinte años, que salió con su camioneta y arrolló a la gente en la calle, al mejor estilo de Isis. Un lobo solitario capaz de matar a una persona y herir a veinte. Entonces llegó la policía.

El “volvamos al pasado” de Trump en la campaña, encontró en Charlottesville una representación en vivo de algo angustiante y lóbrego que es la “enfermedad norteamericana”.

Trump en su primera declaración en la noche del doce, condenó la violencia de ambas partes, cuando todavía había pequeños disturbios en Charlottesville. En un rapto de cuidado político, condenó el fanatismo, el racismo y la violencia, en general, no condenó a nadie en particular. No hizo comentarios ni en favor ni en contra de echar al suelo la estatua de Lee. Una neutralidad cómplice que sirve de gasolina para que los supremasistas blancos sigan haciendo grande a América. 

El miércoles siguiente a los disturbios a los pies de la estatua de Lee, tabajadores municipales la cubrieron con una enorme tela negra, en señal de luto por Heather Heyer.

La nostalgia del poder divino

La nostalgia del poder divino

Cómo se puede sentir un argentino de ochenta años, con una investidura simbólica tan aplastante, cuando después de cinco días de espectáculo en Colombia, al fin cierra los ojos a 12000 metros sobre el Atlántico.

Y que nadie vaya a decir que no fue un espectáculo,  viene del latin, spectare, que significa contemplar, y de culum, que significa, medios. La más completa contemplación del “representante de Dios en la tierra”, es la que hacen los medios para su servicio.

Una periodista radial dijo que la visita del papa había sido “espectacular”. Y como ella, muchos. A más de los cientos de miles de personas que Francisco congrega en las homilías, hay cientos de millones que solamente acceden a él, a través de los medios, que se montan en la visita pastoral con un paquete promocional de “turismo de la fe”.

Una vez en el aire, todo está en manos de los medios, de las oficinas logísticas de turismo, cadenas de servicios, transporte, venta de pasajes aéreos, cupos hoteleros,  restaurantes. La mitad de los cupos en el avión papal de Alitalia, trayecto de venida, es para los medios, hasta setenta asientos reservados a los comunicadores acreditados, en la cola del avión. A costos cubiertos por los medios, faltaba más, que sobrepasan los costos ordinarios de la primera clase hasta en cincuenta por ciento. De regreso, la gabela se le entrega a una empresa aérea nacional, para que haga lo propio.

¿Cómo no ver espectáculo cuando desde una ventana de la nunciatura el papa le habla a una plaza colmada de chicos, del Nacional y del América? De camiseta blanca, saludables, vigorosos, felices en su presencia, siendo mostrados al mundo, como la imagen de una juventud congregada alrededor de un papa que viene con el mensaje de una fe alegre, festiva que no se culpa de la alegría, con la que él alienta al “rebaño”.

El doctor Gagat, como Jorge, el bibliotecario ciego de la abadía de Melk, condenan el terrible juego que se desprende de la Poética, y que conlleva en la comedia el pecado de la burla, de la risa, contrarias a la fe. Porque el papa en su discurso no se condenó al pasado de la fe terrorífica, por el contrario, en un lindo espectáculo educativo, invitó a los chicos  a volar, a soñar, a ser libres, a no tragar entero.

Es un espectáculo político, deliberadamente político, que el papa venga a Colombia, con Santos presidente, con un punto central en su agenda, la paz y la reconciliación. Vino a reforzar unos hechos, vino a celebrar la suspensión del tronar de fusiles, vino a reconocer un proceso que recibió el aplauso de la comunidad internacional, porque si el acuerdo con las Farc, no merece una bendición, entonces qué. Mientras no firmen, no voy, le había dicho a Escobar, el embajador colombiano en el Vaticano.

El doctor Ordoñez, que también debe haberse echado sus rosarios por la salvación del papa, está de acuerdo en que él vino por la paz, pero no la paz que se firmó en Colombia con las Farc, sino por la “paz de Cristo”.  Un espectáculo anacrónico de macilenta fe, perdida en el curso de la historia.

A Monseñor Uribe, invitado por el papa al Vaticano, a sentarse con él y Santos a buscar términos de reconciliación, se le reconoció como cabeza de la oposición, un reconocimiento político especial, al que respondió con el orgullo macho de un gamonal herido, cuya bilis es tan eterna como el mismo Dios al que reza. No quiso encontrarse con Francisco en Colombia, no quiso asistir a Palacio. De extraño nada tiene, que él tan devoto, también le pida a Dios, por la salvación del papa y su iglesia. No quiso participar, dice él, porque en el único lugar en que tolera un encuentro con el “traidor castrochavista” de Santos, es en el Vaticano. Todo un espectáculo previo el que ya había dado Uribe en Roma. Aun así salió a verlo pasar en una esquina, y el papa adivinando la presencia del maligno, desvió su mirada a la multitud.

Y para que no queden dudas del espectáculo, el papa no encontró una expresión más feliz, que cizaña, para referirse a la maleza agresiva que muerde y envenena cualquier tentativa de reconciliación. Ni siquiera con el argumento sincero, de que es mejor la guerra que la paz, sino con el “argumento” baboso y filisteo, de que no aceptan la “paz de los vencidos”.

Cómo no va  a ser un espectáculo, un argentino de ochenta años en un trote de cinco días seguidos, sin respiro, que consigue que todos los medios lo cubran hasta alcanzar el rango de noticia única. Cómo no va a ser espectáculo, que en un enorme descampado, reúna más gente que la que convocarían juntos todos los presidentes de América Latina.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El fin de las pandillas

El fin de las pandillas

Corrompidos los ‘partidos políticos” hasta el dobladillo, aliados incondicionales de todas las iniciativas para robarse el país, investidos de una representación falsa, perdieron el juego, están boqueando. El último vestigio del partido conservador como “partido histórico” se deshizo con Pastrana y su proyecto de paz. El partido liberal se dinamitó a sí mismo bajo la ordalía samperista con la mafia para administrar el país. Que de pronto el Senador Hernán Andrade, jefe del “partido conservador”, termine en la cárcel, ya no es más que una pálida consecuencia.

Para las elecciones del 2018 ya no quedan más que pandillas debilitadas, huestes inciertas y babosas, sin programa, sin ideas, mosaicos abarrotados de sujetos ricos en prontuarios e investigaciones. Al punto que es un auténtico desprestigio ser nominado por cualquiera de ellas. Son tan carentes de ideas que la Senadora Vivian Morales todavía puede decirse del partido liberal. Yo la tengo como fórmula de género a la vicepresidencia, de la candidatura de Godofredo Cínico Caspa. El partido de la U, el que le confeccinó Santos a Uribe, ni siquiera va con candidato propio. El “jefe natural” de Cambio radical, Vargas Lleras, no se permite ser nominado por su propia pandilla de bandidos contumaces, asesinos, corruptos e infractores. Clarita López, que se quedó sin partido por estar coqueteando con Santos, a favor de los trabajadores y la paz, está recogiendo firmas. Monseñor Uribe a hoy no ha encontrado un sucesor que le garantice ganar las elecciones. Ninguno de sus prospectos le garantiza el milagro. Y también irán por firmas, Sergio Fajardo, Alejandro Ordoñez, Piedad Córdoba, Gustavo Petro y Juan Carlos Pinzón.

Cualquier ciudadano de bien podría complacerse con la noticia del fin de las pandillas. Pero el hecho no da para tanto. Los políticos de siempre encontraron el recurso de “ir por firmas”, igual tienen el dinero, los electorados cautivos, una parte de los votos de los empleados públicos, cacicazgos regionales, filiaciones familiares hereditarias. Las pandillas salen a recoger firmas. La novedad “democrática” de las próximas elecciones.

Una vez ganen las elecciones tendrán Congreso y Presidencia, y participarán en el "juego de bolsa" de las nominaciones, las ternaciones y las cooptaciones, para enganchar al proyecto de "quedarse con el país" a sus "jueces naturales", tal cual hicieron los hermanos Moreno con los miembros del concejo de Bogotá. Que las pandillas boquean como las muestran los medios, no es la noticia, se sabe de mucho antes, la noticia es que se reciclarán como la basura, se harán llamar de otro modo y seguirán haciendo lo mismo que hasta hoy han hecho.

La autodisolución de las viejas pandillas por la corrupción, que ya no pudieron tapar, crecio tanto que se salió del corral, es un incendio que llegó a las cortes, lleva meses ardiendo, ya nadie lo puede ocultar, es algo invasivo, invisible en tanto puede, que cuando aparece lo hace como una enfermedad social que se define por el deseo de "quedarse con el país". Por desgracia la corrupción se ha hecho más orgánica, con más uñas, con enlaces internacionales (Odebrecht) y entonces vuelve a hacerme pensar en una plaga sin vacuna, una parte sin contraparte, una acción sin reacción, que apunta a la quiebra del Estado. A pesar de las resistencias civiles, mediáticas  y judiciales.

Si suman los costos de lo que se roban los carruseles en cada uno de los sectores de la economía (salud, pañales, cuadernos y frutas, para citar pocos), si se tiene en cuenta el impacto de la corrupción en el PIB y en consecuencia en el crecimiento; el impacto institucional desquiciante; y la reproducción geométrica de asalto a los recursos públicos, todo argumentaría en dirección a una quiebra.

A muchos sonará anarquista, quizá lo sea.     

De la U a la Z

De la U a la Z

La U: un “partido” reclutado por Santos -para reelegir a Uribe- que vino a ser el mismo que lo eligió y reeligió a él. Una guarida variopinta de clientelistas, trásfugas solemnes, varones electorales, intermediarios eficientes, “ñoños” y “musas”. El partido de dos presidentes, el eje de la unidad nacional, la más alta representación en senado y cámara, línea directa con Santos, favorecimiento oficial completo para todos sus miembros e información privilegiada. Era un poder constituido que le daba todo el margen de gobernabilidad al presidente, la “aplanadora legislativa” que sacó adelante todo lo que se le propuso, que le dio apoyo al proceso de paz, que al final,  quiso apresurar los mecanismos de aprobación para sellar de garantía la causa de la paz.   

Hoy la U es un “partido” con sus Ñoños y Musas en el ojo de un huracán que envuelve las campañas de Santos, a través de una cadena identificada de sobornos internacionales, pago por favorecimiento legislativo y lobby en las agencias del estado. Un antiguo elector de Sahagún, Otto Bula, el jefe de negociaciadores con Odebrecht, al servicio de un puñado de intermediarios y para que Santos y Uribe engrasaran sus campañas. La conexión entre el antiguo y el nuevo elector de Sahagún, Bernardo Elías, muestra las vísceras reales del Gólem que es la U, una gerencia electoral que concibe el poder de un estado como oportunidad de negocio. Otto Bula, quien no lo sepa, fue quien se quedó con la curul de Mario Uribe cuando lo echaron a la cárcel por parapolítica en 1995. Antes había sido investigado por un asunto de tierras, vinculado a una sociedad de los hermanos mafiosos Meyendorff.

El panorama de la U es casi de extinción: despareció la unidad nacional, es el último año del gobierno, hay un paquete legislativo pendiente para implementar el proceso de paz, está bloquedao el recurso del fast track, tenemos una economía que roza la recesión, un hueco fiscal imposible de cubrir, siguen los precios recesivos del petróleo, unas expectativas de crecimiento que cada trimestre se reducen, con la más baja popularidad del presidente, con una desaprobación elocuente, con los alfiles levantando arreos para ir a hacer campaña y con el “hijo político” del presidente, Juan Carlos Pinzón, echado de la casa. Pinzón renuncia oficialmente al partido, Roy Barreras declina su aspiración presidencial, y la U, irá a las elecciones 2018, sin candidato propio.

Dos caminos se abren a la U, el recurso con el que Santos podría seguir jugando en política, una vez deje la presidencia. Acoger la propuesta de De la Calle, una gran coalición nacional promovida por el partido liberal para defender la paz, donde esté la sociedad civil, el país representado (que tratándose del partido liberal, no es cosa de confiar ni que huela bien). O adherir a la candidatura de Vargas Lleras, el antiguo uribista que abandonó las toldas de Monseñor, por temor a untarse y que le sirvió a Santos como alfil político principal durante sus dos periodos.

Si el partido de Santos fue la U, el de Iván Márquez podría ser la Z. En Colombia llegamos al fin de los partidos. Se disolvieron como miasmas ambiguos y babosos a los que la sociedad civil llegó a despreciar y maldecir. Que sigan poniendo votos, es natural, la política en Colombia es un negocio.

¿A quién le importa Amapola?

¿A quién le importa Amapola?

Una niña a la que sus padres, Tomás y Paloma, le pusieron por nombre Amapola, un anagrama imperfecto del de su madre, que con sus 39 añitos la trajo al mundo. Un mamagallista que dijo que cuando grande la niña sería una heroína, como su madre. Y un ex presidente que tres meses después del chiste, cuando al fin lo entendió, acusa repentinamente al mamagallista, en un trino furibundo y penal, de ser “violador de niños”. Una exquisita ópera bufa sin pies ni cabeza.

Lo primero que se pregunta cualquiera, es dónde está el papá de Amapola, al que el ex presidente parece querer reemplazar en cuestiones de manejar las afrentas al honor de la familia. Se trata de Don Tomás Rodríguez, un hijo benemérito de ministro, con cara de santafereño decimonónico, doctorado en economía y matemáticas, en Oxford y Stanford. Pero al doctor Rodríguez no parece importarle que el ex presidente se aproveche de su familia para cazar una pelea pública con un mamagallista con fines políticos.

Uribe lesiona el derecho a la privacidad de la familia Rodríguez, sin ser asunto que le corresponda a él, utiliza el chiste para escupir bilis negra y pretender aterrorizar al mamagallista y a todos los que se le parecen, ese siniestro Vlado, por ejemplo. ¿Por qué el doctor Rodríguez no para al expresidente? Si alguien tendría que estar molesto con Daniel Samper, sería él. A fin de cuentas a Paloma Valencia Laserna, el chiste la enaltece. Ser “heroína del Centro Democrático” es un título que debería reconocer honroso. Otra cosa es que por casualidad a su condición de heroína, su hija lleve el nombre de esa linda matica tan regada en las montañas caucanas por las que alguna vez su abuelo dejó desgajar un soneto.

Una cosa es que se hagan bromas a costa de uno, con un margen proporcional a la capacidad de burlarse de sí mismo, y otra cosa es provocar el ridículo, una caricatura extrema que  revela algo de la condición humana, moral, política del ex. Si el ridículo no revelara nada, si apenas fuera una exageración que se lanza para herir, hasta casi que se podría tolerar. Pero detrás del ridículo hay algo de la condición que se desnuda y que ninguna víctima del ridículo perdona.

A Uribe el chiste de Samper no le molestó, tan no le molestó que dejó pasar tres meses para disparar su dardo. Los esposos Rodríguez Valencia, en su momento, no dijeron mayor cosa. Es mejor que se crea que el chiste no tuvo efecto y además entrabarse en una guerra de trinos con Samper, no es una buena idea. Y asunto terminado. No darle ninguna importancia a ese guache.

Uribe estaba tan molesto, tan picado por la santa ira contra el guache, que se equivocó. La señora Guerra le dijo que escribiera “violador del derecho de los niños”, pero su impaciencia jupiterina lo hizo escribir “violador de niños”. Una mentira que ahora le causa una demanda más, entre cientos que pesan contra él. Tendrá que retractarse, tras lo cual demandará a Samper por haber publicado fotografías de menores en Soho. Porque con esa no se queda. Una asquerosa revista “pornográfica”, según dicen Ordoñez y Uribe, que ofende las buenas costumbres, y en la que el ex publicó un lindo poema pidiendo “ver del fuego la luz y no sus cenizas” y en la misma en la que su nuera se empelotó. Es tan ofensiva, que Ordoñez suspendió la suscripción.

¿Cuál es el presunto derecho que viola un chiste que utiliza el nombre de Amapola? Tal vez el derecho al “buen nombre”. No lo sabremos hasta que la argumentación jurídica del abogado perpetuo de Uribe, nos lo revele.

Lo que preocupa al abogado de Samper, Ramiro Bejarano, no es la acusación de Uribe, una mentira más, lo que le preocupa es que vivimos en un país, donde también por un chiste, Carlos Castaño se llevó a Jaime Garzón.

 

 

 

Fences (Barreras)

Fences (Barreras)

Es un film teatral, amargo y sobrio, al mejor estilo de las historias urbanas de ese corte a lo Arthur Miller, situado en Pitsburg,1953. La década donde un recogedor de basura, Troy Maxson, puede tener una casa como la que tiene, lo único que tiene, y un descanso, y seguridad social, salarios y ajustes, sindicatos.  Viene con el siglo, su carácter de pater familia es un engendro heredado del siglo XIX, aunque lo hace valer con explicaciones, con argumentos, pero si hace falta puede dar golpes directos, patadas, tirar objetos. Su mujer, Rose, es una mujer antigua de la estirpe de las mujeres de resignación resentida del siglo XIX. Sus hijos, el de ella y el de los dos, son chicos del siglo XX, urbanos que entran en necesarios conflicto de época con su padre. Él no puede entender que el mayor quiera ser músico, y se lo enrostra cuando va a pedirle prestados diez dólares. No puede entender que el menor quiera comprar un aparato de televisión que vale 200 dólares, cuando el arreglo del techo vale 270.

 Fences, estrenada en diciembre de 2016, está dirigida por Denzel Washington, protagonizada por él y Viola Davis. ​El guionista Tony Kushner puso la escritura del film a partir de una historia de August Wilson. Un guión teatralizado, que pone a los personajes en una larga conversación donde de hecho, se revelan más por lo que dicen que por lo que hacen. Es una película conversada, bien conversada. Washington es un sello de buena actuación. Y ahora, un director más nominado a más premios de los imaginados.

Construcción de character, elaboración de escenas, sostenimiento dramático del conflicto, desenlaces ajustados, precisos, una obra sin ruido y con una última escena digna de Shakespeare.

El hermano loco de Troy, va por las calles perdido en su demencia mística con una trompeta terciada que utilizará para pedir a San Pedro que abra las puertas del cielo. Así que sopla y no sale nada, vuelve y sopla y sale un chirrido ahogado, no se desanima, toma aire, levanta la trompeta, mira al cielo, cierra los ojos y sale una música absoluta que llega hasta las puertas del cielo, las más altas barreras (fences).     

Un triste adiós a las armas

Un triste adiós a las armas

El resultado de la entrega de armas de las FARC que condujo a la terminación de una guerra de más de cincuenta años, en Colombia, terminó siendo una noticia aguada que cayó en frío, como si nadie se la pudiera creer. Como si la “paz” -siempre entre comillas- no fuera otra cosa que un gran falso positivo nacional.

Las celebraciones fueron demasiado oficiales, muy localizadas, no fue cosa que el país sintiera suyo, ni siquiera al país que le votó SI al plebiscito, fue algo sencillo, color pastel, entre ellos. El mejor símbolo de la celebración: un par de abuelos, Santico y Timo, sosteniendo una bebé vestidita de rosado.  ¿Dónde estaba Jorge Barón?

Cae una llovizna ácida de escepticismo al final de la guerra. Los signos que la estimulan aparecen en las declaraciones diarias de los actores del posconflicto, en las huelgas de hambre en las cárceles, en las providencias de las Cortes, en los establos donde se preparan las campañas, en las zonas campamentarias, en el Congreso, en el proceso de fin de conflicto con el ELN, en la calle.

Pasa por ser uno de los acuerdos de paz más progresistas en el mundo, en el que se han entregado más armas per cápita que en cualquier otro, modelo integral de negociación, espacio de justicia restaurativa, en el que temas como el género, tuvieron espacio y reconocimiento. Pero aun así, con todas las virtudes arquitectónicas de una paz construida, la falta de interés, de mínimo entusiasmo, de reconocimiento social del “país nacional”, le da un aire discreto, pálido, lánguido, como si la noticia del fin del conflicto más viejo en el hemisferio occidental, tuviera la misma altura de la noticia que hoy conocimos por la prensa italiana: la policía allanó el apartamento de lujo en Roma, de un cardenal que participaba de una orgia gay donde había mucha cocaína.

Las FARC mismas son las primeras en tener que darle un valor muy relativo a los acuerdos con el gobierno Santos, que el año entrante se nos va. Afrontan el riesgo de la destorcida y por tanto no pueden confiarse, habida cuenta de la historia. Desde Galán el de los comuneros, Uribe Uribe tras la guerra de los mil días, Guadalupe Salcedo en el llano, Quintín Lame en el Huila, Jorge Eliecer Gaitán, la Unión Patriótica, el M19, el EPL de Caraballo, a los que entregaron las armas, los que pactaron con los gobiernos, los desmovilizados, una parte del país, en nombre del cual también se pactó, siempre les pasó la cuenta de manera radical y definitiva.

A quienes representa el gobierno Santos les interesa, más que la paz, los negocios que se pueden hacer en paz. Con ese argumento se pusieron de acuerdo con las FARC. De la Calle no pudo ocultar su malestar, el escepticismo, frente a la decisión de la Corte Constitucional, por una sentencia que le quitó facultades rápidas al Congreso en materia de aprobación y reglamentación de la JEP. Él, más que nadie sabe que la paz está amenazada. Hay un reagrupamiento táctico de las fuerzas paramilitares. Hay un clima político preelectoral dificil al acuerdo, el gobierno no tuvo fuerzas para sacar la implementación en la legislatura que termina. En todas las encuestas, Santos, el acuerdo y las FARC, puntuan fatal. No se les cree a ninguno, tienen mala imagen, no se ve con optimismo el futuro, no se ve credibilidad. La ONU se va. Las asociaciones de militares retirados sienten que la patria ha sido deshonrada con el acuerdo. Y si finalmente De la Calle, va  a ser el candidato de Santos, saldrá a la pelea, con una bandera que históricamente debería ser ganadora, pero que en las condiciones de hoy, podría ser una bandera perdedora. El que hubiera podido ser el candidato de Santos, el embajador “uribista” en Washington, no dejó pasar 24 horas tras su retiro, para escupir un twitt torpedeando el acuerdo.

Para el CD oponerse al acuerdo es una bandera, casi que la única. Todo en el acuerdo es arreglado en favor de las FARC, no se sienten representados, no es cierto lo de la entrega de armas, la JEP es algo más que una broma legal, la elegibilidad es un premio a los criminales, y lo más grave, el proyecto del presidente y el jefe de las Farc, para instaurar un régimen “castro-chavista” en Colombia. Y todo eso repetido, demandado, amplificado, promueve un mensaje directo a las fuerzas que de verdad pueden salir a “volver trizas el acuerdo”.

Las fuerzas sacrosantas de la cruz y la motosierra harán su campaña para que el próximo gobierno, a falta de poder revertir acuerdos de estado con peso de tratado, promueva una cruzada sarracena contra los miembros de las FARC, como la única manera de conseguir la paz en Colombia.

La “izquierda democrática” y el centro verde, defienden el proyecto de paz, es progresista, hay que sacarlo adelante, pero no tienen la fuerza política, la popularidad suficiente, para detener la corrupción ni blindar el acuerdo de paz. Es su campaña y hay que hacerla, es lo políticamente correcto, pero a no ser que le apuesten y consigan armar un frente amplio por la paz, no necesariamente para las próximas elecciones, no harán más que pelechar y patalear en medio del fangal.

Y la "otra izquierda", la del PC, la Unión Patriótica, Marcha Patriótica, una parte del Polo que sigue a Clara López y algunos sectores sindicales, tiene todos los motivos de desconfianza, fundados, vividos en carne propia, el peso pendiente de la destorcida, en un país muy católico, liberal, con las tasas más altas de concentración de propiedad de la tierra. Eventualmente el único campo donde las Farc, como organización política, tendría cabida.  

Todos por igual han mentido, toda la vida han defendido de manera legal e ilegal, los medios con que han hecho posible sus fines. Tal el perfil que la historia no desmiente. El lado más flaco del acuerdo es que se ha hecho entre partes con rabo de paja, con un sucio pasado, que los deja sin raigambre nacional, sin convocatorias de verdad, sin necesidad de comprar votos. Una historia negra de corrupción compartida y cooptada. En un país en donde comenzamos a recordar, a hacer que la memoria no sea impune. Por eso "la verdad", luego "la justicia" y si algo queda "la reparación".

No conocimos ese mismo júbilo que invadía a los del exilio latinoamericano en París en la época de las dictaduras militares, cuando alguien desde alguna terraza salía una mañana y gritaba: ¡cayó! Ese júbilo desapareció, y lo que tendría que haber sido un "estalló la paz" de primeras planas, 21 cañonazos al mundo, un día oficial, el doblar de todas las campanas y las sirenas de bomberos, terminó siendo como una discreta celebración cerrada de familia, en la que lo más animado era el representante de la ONU. Qué triste “adiós a las armas”.    

Mi padre

Mi padre

Mi padre perteneció a la generación de profesionales liberales de un país semifeudal, que adquirió plenamente el derecho a leer.  No diré que fue un “hombre  extraordinario”.  Fue un hombre como otros que me envenenó con la lectura. Siempre supo que el colegio no bastaba, que probablemente lo más importante que yo debía aprender, tenían que enseñármelo él y los libros.

Me condujo al mundo cifrado del texto donde terminé por perderme. Él fue el responsable de mi perdición, por eso lo evoco de una manera un tanto ambigua, lo recuerdo siempre de una misma edad, y lo sueño con una regularidad que impide que lo olvide. Fue él quien me sentó en sus piernas y abrió un libro grande para niños, con ilustraciones coloridas, en el que se contaba la Odisea, me leyó sin que yo supiera hacerlo, señalando con su dedo las palabras que se prolongaban en líneas horizontales a lo largo de la página. Y de la misma manera la Iliada, y si mal no recuerdo la Eneida.

Fue él, quien un día en un pequeño apartamento que compartíamos con mi madre en Bogotá, tuvo la ocurrencia de escribir en hojas de papel amarillo, con tinta muy azul, el nombre de todas las cosas que  nos rodeaban: ventana, puerta, mesa, matera, libro, olla, juguete, plato, radio, reloj, porcelana, asiento, camisa. A mi madre también le pegó una hoja en la que había escrito: mamá. Y fue leyendo con sosegado deleite cada una de las palabras conque había cubierto los objetos que podía tener la pequeña familia de un médico a principios de los años cincuenta. Así creyó que podía enseñarme a leer, y así fue como aprendí antes de ir a la Escuela.

Fue él quien me introdujo, una vez a aprendí a leer, a su biblioteca. Me presentó a los autores, los temas y las ediciones. Me dijo cuáles eran sus libros amados, me contó la historia de los escritores, me enseñó que en cada una de las secciones había un género, un mundo, una aventura, me compartió el orden singularísimo con que un lector ordena su biblioteca y me dio las claves para que entrara a ella por donde más gustara.

Fue él quien algún día llegó con madera y herramientas para hacerme personalmente una pequeña biblioteca donde colocó los libros infantiles, los diccionarios y todos los cuentos que había reunido. Y me instó a que los ordenara y los desordenara como quisiera. Encima del mueblecito colocó un mapamundi.

Fue también él quien una vez a la semana dio en llegar con tres o cuatro revistas policromas de comics de la época, cuentos que yo coleccionaba. Superman, Tarzán, Archi, Roy Rogers, la Pequeña Lulú y Dick Tracy. El día que llegué a tener algo más de quinientos, los saqué a la calle y a manera de protesta contra una medida de mi madre, los quemé públicamente.

Fue él quien a los catorce años me leyó por primera vez. Me había estado acompañando en el ejercicio de copiar literalmente fragmentos de novelas, un poco de Daudet, Hemingway, Steimbeck, Quiroga, Tolstoi, Dumas. Un ejercicio que hice durante un par de años, antes de atreverme a escribir mi propia historia. La hice para darle una satisfacción a él, lo hice porque de tanto haber leído, me había entrado la gana de hacer lo mismo que los autores que admiraba, lo hice porque aún no sabía  que para escribir es necesario tener algo que contar.  Cuando después de varios meses de estar encima de la historia, hice un limpio en una máquina portátil de escribir -Hermes Baby- que me había regalado, fui a entregarle diez cuartillas mecanografiadas con el índice derecho, durante varias jornadas. Se caló las gafas, interrumpió lo que estaba haciendo, y se dejó llevar en el rio de palabras que le había entregado.  

Siendo tan joven, siendo la primera vez que alguien me leía, era natural que estuviera muy nervioso. ¿De dónde sacaste la historia? Preguntó. La inventé, dije. No, no la inventaste, lo que has hecho es reunir hechos de todo lo que has leído. No es algo tuyo y debes saberlo. Y así se dio a mostrarme algo que yo ya sabía, que muchos de los pasajes venían de libros que se tomó el trabajo de enumerarme. Pero no importa, es otra manera de copiar, dijo. Y luego tomó un estilógrafo de tinta negra y me corrigió la ortografía y la puntuación. Cientos de errores encontró y los señaló, para que fuera otra vez a escribir la historia con el cuidado de no repetir uno solo de ellos. Fue su manera de enseñarme la ortografía. Sin reglas, sin normas, en el trabajo mismo de corrección.

Fue a él a quien tantas cartas escribí y quien tantas cartas me escribió. Era un hombre más cercano a los “Manifiestos” de Bretón que a los de Marx. Más cercano a “piedra y cielo” que al liberalismo, a pesar de haber sido liberal y no haber sido poeta.   Él –para entonces–  ya tenía resueltos los problemas con Dios, así que nunca intentó inmiscuirme en la polémica sobre la duda, aunque me legó el más profundo desprecio por los curas y el catolicismo, que a su vez le venía de la historia de su padre, que después de un sermón de un cura en Susacón (Boyacá) en el que había dicho que matar liberales no era pecado, mi abuelo tuvo que huir del pueblo a la media noche.  

En materias de fe, siempre en mi casa bastó con la de mi madre, generosa e ingenua.  A la edad de él se está en paz con Dios, porque ya no se cree  en él, o porque ha sobrevivido la resignación.  

El me dio todo lo que tenía  –incluso su lado más desafortunado–  pero de manera auténtica, con toda la gracia y todo el dolor con que se necesita para formar a un hombre.   Llegó a creer  –en los inicios de su desolación escéptica– que los libros habían hecho de mí, algo que él ya no podía comprender del todo, aun así  un poco antes de morir, me pidió dos cosas: que cuidara de la biblioteca y que al momento de expirar hiciera sonar a todo volumen la Sinfonía del Nuevo Mundo.

El peso global de la hipocresía

El peso global de la hipocresía

Detrás del estupor ambiental internacional que ha causado la decisión del Sheriff Trump de sacar a USA del Acuerdo de París, por lo que quizás sea la vieja nostalgia capitalista por el carbón, hay una especie de hipocresía global abrumadora.  

En primer lugar, la defensa de un modelo económico basado en combustibles fósiles, en cualquiera de sus variantes: carbón, petróleo, gas natural y gas licuado, es la defensa de un capitalismo que se consumió y consumió al planeta, del que emergió un “capitalismo limpio”, que le apuesta a otras formas de energía. El motor mundial de los cambios sociales se ha establecido en la pugna entre los viejos y ardorosos defensores del capitalismo, como el Sheriff Trump, o de gentes, como Al Gore, que representan el nuevo capitalismo del siglo XXI. El daño que el capitalismo rampante le ha hecho al planeta es irreversible. Hace más de una década pasamos el punto de no retorno, quedó claro en la conferencia de Copenhague. El modelo todavía dominante del viejo capitalismo nos llevó al fin ambiental. Nos arrastró a todos al abismo, con tal de parar la caída de la tasa de ganancia. Así que la alharaca de que el Sheriff retire a USA del Acuerdo, no afecta para nada, ni siquiera tratándose del segundo más grande contaminador mundial,  aunque en todo el mundo se lo califique depolíticamente incorrecto: el 60% del partido republicano, la Exxon y las grandes compañías petroleras, las cien compañías  más grandes de USA, los chinos, la comunidad europea y el 70% de la opinión norteamericana.

Para resumir de manera vulgar, tratándose de Trump: él representa el último intento del viejo capitalismo de llevarnos al suicidio ambiental antes de que se caiga la tasa de ganancia. La segunda de las tres profecías de Marx.

 Y no solamente hipócritas porque su sensibilidad planetaria es apenas parte de un libreto; hipócritas los países signatarios productores de petróleo y carbón; las compañías que los explotan; los ministerios ambientales de muchos países; y los editorialistas de la "prensa blanca", que tras el anuncio del Sheriff, al día siguiente se nos presentaron con caras largas a decir que es un lamentable retroceso. Hipócritas los gobiernos, empezando por el de Colombia, que después de dos años, no ha hecho que el Congreso ratifique el Acuerdo. De 175 países que lo suscribieron como un acto protocolario, expresión políticamente correcta de la preocupación común por el estado del planeta, apenas cien lo han ratificado.

Más eficiente es el capitalismo que el sistema solar. Antes de la muerte térmica del sistema y el planeta, el capitalismo ya lo habrá matado tratando de salvar la tasa de ganancia.   

La imaginación pornográfica

La imaginación pornográfica

La idea de que cuando se habla de pornografía nos referimos a una sola cosa, sugiere una desviación del asunto. La pornografía en términos económicos, por ejemplo,  es un asunto del mercado, de consumo masivo, de producción industrial, que con la virtualidad ha engendrado un nicho obsceno de negocios. En términos psicológicos, es decir mirada en los efectos del consumo, puede ser a la vez, una adicción o una terapia. Vista en términos de una estética, supone detenernos en el cuerpo, sus posibilidades de recreación, su más profunda intimidad, su obscena y animal explicitud.

En una visión del cuerpo, que como narrador es más de mi incumbencia, la estética pornográfica, me remite a lo que Susan Sontag llamó la Imaginación pornográfica (1967). A diferencia del cuento, en donde la gracia consiste en mostrar un explícito sobre una montaña de implícitos, la pornografía (un relato sin estructura) consiste en levantar una montaña de explícitos sobre un implícito. Es una consecuencia de la imaginación pornográfica reducida a una estética de la reproducción, de la reiteración, que consiste en devolvernos en formatos de mala calidad lo que todos hacemos en la cama. El lugar en donde todo es explícito. O para decirlo con desenfado, el lugar donde más nos vale a todos ser “pornográficos”.

La imaginación pornográfica no es solamente la del realizador que se somete al canon de lo explícito dominante en condiciones de mercado. Es también la del consumidor que establece unos patrones de consumo, unas líneas de gusto, una intención de búsqueda, que alimentan un imaginario del deseo corporal que hace deliciosamente inquietante la excitación.

La trasgresión más rotunda de la pornografía está en el hecho de hacer público, objeto de mercado, algo esencialmente privado. El acto más o menos insólito de una mujer copulada por un caballo, no es pornografía hasta que no se hace un acto público. En privado, será bestialismo, no pornografía. Hacer que un incesto, de por sí algo tan secreto, se convierta en objeto de consumo masivo a través de un video dramatizado, es lo que hace pornográfico el acto de rebelión contra el tabú, tan abominable en la mayoría de culturas. La felación de una novia a su novio, es un acto privado, que aunque a cada quien le parezca lo que le parezca, no es un acto pornográfico.

¿Por qué razón la desprivatización origina el mercado porno? Para los consumidores de pornografía hay dos caminos. El camino didáctico: alimentar el imaginario y mejorar el menú. Y el camino contemplativo de la pornografía: la imaginación pornográfica vagabundea entre los intersticios de lo implícito buscando nuevos placeres. El primero conlleva el consumo en grupo, en pareja. El segundo impone el camino de la soledad.

Cada senda de la imaginación pornográfica se identifica o se distancia de la proposición estética con que se ofrecen y distribuyen los productos pornográficos. Una característica de la estética pornográfica es la pobreza verbal, la incapacidad de hacer pornográfica el habla, más allá del reducido número de lugares comunes, y de exclamaciones mecánicas, conque se acompaña. Mostrar lo explícito no demanda hacer buenas historias, conseguir mejores actores, refinar la dirección de arte. Ninguna de las artificialidades de una atmósfera erótica es necesaria a la estética de lo explícito. Es una constante del mercado y por tanto seguirá siendo la estética dominante, que conlleva una imaginación pornográfica empobrecida enajenada, casi ridícula.

Sontag, comparando Los ciento veinte días de Sodoma, del Marqués de Sade, con La historia del ojo, de Bataille, advierte la superioridad pornográfica de la última, porque cree que ningún otro escritor, que haya leído, confirma que, ”el auténtico leitmotiv de la pornografía, no es en última instancia el sexo sino la muerte”.  

¿De qué escribo hoy?

¿De qué escribo hoy?

Desde luego que hay cantidad de temas diarios con los que se puede y se debe hacer columna. El mundo produce cientos de hechos diarios, de todos los colores y matices, como para que los columnistas siempre tengamos tema. Veamos en la última semana:

Macron en Francia tranquiliza al espíritu democrático de la tradición francesa. Parado en el centro, se enfrenta a la peor Europa que Francia haya tenido desde la segunda guerra mundial. Promete devolver “la confianza”.

Donald en USA destituye al director del FBI porque “lo estaba haciendo mal”. Estaba por dar a conocer los resultados de la investigación sobre participación de los hackers rusos de su amigo RasPutin en la campaña.  Comparativamente es más grave que lo que hizo Nixon con el Fiscal especial de Watergate, Archivald Cox.

RasPutin visita a Pekin, va a sentarse a tomar te con Ji Sinping. Emiten un comunicado conjunto respecto al lanzamiento de un misil desde Corea del Norte. Lo desaprueban, pero se recelan mutuamente con relación a sus relaciones particulares con Piongiang.

En Brasil el tinglado estructuralmente corrupto de Lula sigue siendo revisado. Lo están cercando las investigaciones penales. Ahora hay cinco procesos abiertos contra él. Y la respuesta del exPresidente, es anunciar que se presentará como candidato a la presidencia en el 2018.     

Kim Jong-un ha lanzado un misil descargado a una distancia de 700 kilómetros que vino a caer en el mar del Japón. A todos los inquieta. Geográficamente Corea del Norte es un enclave de China y Rusia. La tecnología a los coreanos les ha llegado de su vecinos. 

El Santito visitó al Sheriff en Washington. Los ocupó el negocio, la cantidad de coca sembrada. La paz mereció un cepillazo en el hombro. Y lo de Venezuela fue directo, se le pidió a Colombia que lidere regionalmente la reclamación por el respeto a los derechos humanos en Venezuela.

Hay demasiadas cosas de las cuales escribir, pero hay días que no quiero escribir, porque el mundo me obliga  a escribir de las mismas cosas, de los mismos hechos, las mismas canalladas. Es cuando pienso que podría contar un cuento. Pero no lo hago.

 

 

 

 

 

Tomar del pelo a la democracia

Tomar del pelo a la democracia

Una característica de la democracia –como modelo de gobierno- es la supresión del modelo dinástico de poder. Aun así el modelo de democracia electoral se rompe para hacer que el gobierno pase a las mismas manos o gobernar por interpuesta persona. Las dinastías en el mundo de la democracia –la Rusia de Putin, el PRI en México, el chavismo en Venezuela, Ortega en Nicaragua, el castrismo en Cuba, el nazismo en Alemania y Austria – se han atornillado por la vía electoral. En los lugares donde no interesa la apariencia democrática siempre se esgrimen altas y populares causas, para sostener las dinastías, como en la España franquista, o la Corea de la dinastía Kim.  

 El tercero de la dinastía Kim Jong-un es un reyezuelo con armas atómicas, descendiente de la dinastía Kim, que maneja Corea como un campo de concentración desde 1948. Casi 70 años bajo la misma impronta dinástica, amparada en el “marxismo-leninismo” versión “suche”, que le ha dado a Corea la apariencia de un país encapsulado en una vitrina histórica, como una maqueta a escala uno a uno, que muestra la profecía orwelliana llevada al extremo más abominable.

 El rey, que por principio tiene poderes completos, carece de contraparte, es la justicia e imparte las leyes, por él se vive o se muere, tiene poder completo sobre la vida. Y todo ocurre más de 800 años después de que en Inglaterra se hubiera hecho aprobar la ”carta magna” en el primer albor de la democracia moderna, en 1215.

 Kim Jong-un, el hombre del peluqueado más feo sobre la tierra, ha estipulado que los hombres en Corea, ahora tienen el derecho a elegir entre quince cortes de pelo (un alarde de libertad), autorizados por el rey, en el que no se incluye el suyo.

 A las peluquerías de Pyongyang se han hecho llegar guías ilustradas que muestran los cortes de pelo aprobados, que al observarse son variaciones de un mismo estilo de corte militar. Por supuesto el pelo largo y el pelo teñido siguen proscritos. A las mujeres también se les ha otorgado la posibilidad de elegir 15 variaciones de un mismo modelo.

No me quiero imaginar el catálogo de opciones sexuales permitidas a los súbditos coreanos. En cada habitación de cada uno, debe haber un esquema con las posiciones permitidas por el rey. Con toda seguridad en una gama mucho más reducida que la de cortes de pelo.

De creyentes y corruptos

De creyentes y corruptos

Que un ministro de salud – Alejandro Gaviria – en Colombia se declare ateo, puede interpretarse como un acto de sinceridad ética, de honradez valiosa en el campo de las convicciones, o como un acto políticamente incorrecto, y probablemente innecesario, que le crea problemas, más que al ministro, al gobierno de Santos, que bien hubiera podido decirle al ministro en privado, que el palo no está pa´cucharas.

De hecho el gran inquisidor Ordoñez, y seguramente todo el enjambre de ultramontanos derechistas del país, aprovechará para decir, como en efecto lo dijo, que “un país de creyentes no se merece un ministro ateo”, sin que sea evidente ni se remarque cuál sería el efecto para la gestión de un ministro de salud, o cualquier otro ministerio, su condición de ateo o creyente. Si la gestión fuera considerablemente  mejor y efectiva, siendo lo uno o lo otro, la salud pública, pasaría necesariamente por el debate de si las creencias religiosas, o la falta de ellas, tienen peso importante en los resultados de la gestión de la salud pública.

“Un país de creyentes” tampoco se merece a los curas pedófilos (por descontado que son creyentes), a una iglesia neutral frente al proceso de paz, a los corruptos (seguramente todos creyentes), que todos los días se roban el país, o a los políticos tramposos, me perdonan el oxímoron,  (con seguridad todos creyentes) que buscan ganar la aprobación popular a fin de hacerse a un cargo público, en donde puedan robar y mentir con confianza y cobertura legal.

Siendo Colombia un país constitucionalmente laico, que no necesita invocar ni a dios ni al espíritu santo en su constitución,  el asunto de las creencias religiosas de los funcionarios, carece de todo peso, salvo que solo sirvan de blanco para el fervoroso lanzamiento de torpedos políticos. Pero eso es otra cosa, liso y llano oportunismo. El mismo argumento invertido serviría para decir que “un país de creyentes” no se merecía que durante dos periodos se le hubiera enajenado la Procuraduría a un creyente tan ostentoso y peligroso, como Ordoñez.

Creo que las convicciones religiosas, la fe, son un asunto estrictamente privado (como la sexualidad o los vicios), que no tiene ningún peso efectivo, como criterio en la selección de las personas encargadas de las funciones públicas.

Preferiría que muchos funcionarios no fueran tan creyentes, o lo fueran, no importa, si su conducta fuera limpia, atenida a las reglas del juego, respetuosa y transparente. ¿De qué nos sirve ser tan creyentes si el país cayó en manos de los más pervertidos creyentes? Los que mienten, roban, difaman, acusan en falso, a pesar de lo cual todos los domingos van cumplidamente a las iglesias a dejar un billete de cincuenta mil pesos.

Posiblemente un “país de creyentes” no se merezca tantos creyentes.

De la misma saga de “Un sheriff con las botas untadas de mierda de perro”

De la misma saga de “Un sheriff con las botas untadas de mierda de perro”

Ser una potencia, en la jerga gepolítica significa al menos tres cosas: influir en la economía del mundo, tener una máquina de guerra y hablar como potencia. El gobierno de los Estados Unidos, comandado por Donald el megalomaniaco, cumple las tres condiciones. Tiene dinero, fuerza y habla duro.

Del desquiciado, como salido de una mala comedia de televisión, la Sociedad Norteamericana de Psiquiatría, ha dicho que no es apto para gobernar, porque tiene una personalidad megalomaniaca; casi el 70% de las mujeres lo detesta; los jueces estatales le desmontan sus directrices sobre inmigración; el muro mexicano es un proyecto muy costoso, inútil y muy poco ambiental; la comisión de presupuesto de Congreso lo bajó de la idea de desmontar el Obamacare; los altos funcionarios salen corriendo después de la segunda reunión con el sheriff; los republicanos se lo aguantan como a un suegro gruñón y malhumorado que va a heredar; y los apostadores en Londres, dan tres a uno a que Donald no pasa de este año.

Todo lo anterior para hablar solo de las alergias y salpullidos roñosos que causa su forma de gobernar entre los norteamericanos. Por fuera ya tenía cantidad promisoria de enemigos antes de ser presidente, ganó más durante la primera semana de gobierno y ahora suma una legión.

Una personalidad megalomaniaca es una constante de conducta en los grandes depredadores del poder: Hitler, Stalin, Mussolini, Somoza, el Doctor Francia, Gadafi; Franco; Pol Pot; Ceausescu; Sesu Seko, Idi Amin, Papa Doc Duvalier, Castro, Chávez, Duterte y Kim Jong Un. Y todos no pueden menos que darle el sello de su personalidad a “su” gobierno, a sus actos, a las acciones de efecto social. Todos manipulan las constituciones (hacen una a la medida o desconocen la que hay), todos comparten el gusto perverso por perpetuarse. Se trata de una plaga, la plaga del poder, la más peligrosa y letal de la historia. Todos los gobernantes por demás, sin tener el carácter maniático de los paranoicos brutales, son responsables de alguna clase de depredación. La corrupción es apenas una de las más visibles.

Donald juega a ser el sheriff que vino al pueblo a poner orden. Y como en cualquiera de las malas películas donde se recrea el vicio del poder, es un provocador, boquisuelto, retador, rápido y furioso. Así que si USA tiene un arsenal es para usarlo, será la política del Pentágono. La diplomacia boba y cobarde del Negro y de “Vil” Clinton, tiene que ser reemplazada por hechos. Todos tienen que saber quién es el más fuerte. No más acuerdos que no beneficien a los Estados Unidos.  

Ayer fue Siria donde el régimen tiene que disparar en dos sentidos. Contra el Ejército Libre de Siria que lucha contra Bashar Al Assad, y contra ISIS, que lucha contra todos. Desde luego que en ningún caso tener que elegir entre ellos dos es una tarea digna. Sin embargo, no se puede luchar contra los dos al tiempo. Hay que escoger aliados, es lo que le ha dicho Putin a Donald. Pero no, a Bashar hay que castigarlo por utilizar armas químicas contra la población civil. El justiciero sheriff invierte el sentido de la acumulación de fuerzas y objetivamente se pone del lado de ISIS. Ambos son unos hijos de puta, pero Bashar es “nuestro hijueputa”.

Hoy fue Afganistan. La bomba no nuclear más grande (MOAB) fue lanzada contra un reducto al este del país de ISIS K, la filial afgana del califato. Tendrá que bombardear todo el país para destruir el sistema de túneles que han utilizado los guerreros afganos desde que Alejandro Magno los invadió buscando un imperio persa/helénico. Es más una exhibición de poder, un acto propagandístico de guerra, que sujeción a un plan estratégico para ganar la guerra en Afganistán.

Mañana será Corea del Norte, y entonces otro loco le responderá a Donald con bombas, que ya apuntan a Corea del Sur, a Japón y a los mismos Estados Unidos. Y no dudará en hacerlo, se inmolará llevándose consigo todo un pueblo. Megalomanía atómica que dará al mundo un rostro distinto, más convulsionado y hostil en el siglo XXI. Lo de la bomba no nuclear es un claro preaviso para quien se quiera dar por aludido.

Con seguridad a todo el sistema norteamericano de seguridad no se le pasará por alto que algunos de los enemigos de Donald estarán planeando un golpe contra los Estados Unidos. La bravuconería bélica tiene un precio que Donald no podrá pagar, o que ni siquiera sospecha que alguien pueda cobrar.

 

La opera de tres centavos

La opera de tres centavos

Es una ópera al estilo inglés que Brecht –no Odebrecht– estrenó en Berlín en 1928. Una historia de bandidos, de poder entre sanguijuelas, trata de mendigos, jefes de policía, corrupción extrema, banqueros y ahorcamientos. Dramatiza la pregunta: "¿Quién es más criminal? ¿El que roba un banco o el que lo funda?"

Lo que ha pasado en Venezuela desde que Nicolasito tomó el poder es una ópera bufa, una ópera de tres centavos, una ridiculez histórica a costa de un pueblo, que hoy (18.5%) come de la basura, hasta que en la basura todavía haya restos de comida, y otra parte, come mangos que atrapan en los árboles, mientras los árboles den mangos. Pero lo de la última semana que debería ser el pico que anticipa el fin de la ópera, el punto de giro con que cierra, es apenas el vulgar suicidio de un régimen dividido, carcomido por la lucha de carteles, con una economía en el suelo, en el ojo de las fiscalías y policías del mundo.

–  Oye chico, cerremos esa vagabundería de la Asamblea Nacional.

–  Compañero Nicolás, no es necesario, le tenemos bloqueadas en el Supremo, toditas las disposiciones.

– Oye, pero necesitamos legislar y los escuálidos no dejan. Cerremos y dejemos que la Suprema legisle.

–  No será bien visto, nos dirán que hemos dado un golpe de estado.

–   Mira chico, todos los días nos inventan algo nuevo, en la CIA hay una división completa encargada de fabricar noticias contra nosotros, contra Venezuela.

–    Estamos enterados compañero presidente. La CIA ha dicho que se fragua un golpe interno de poderes en Venezuela, y la justicia norteamericana tiene empapelados a más de cinco compañeros de la dirección, en el ejército, la vicepresidencia y la Asamblea Nacional.

–    Mira, tú dile a los de la Suprema que me colaboren en este asunto de interés nacional, que yo me ocupo de la CIA.

–    ¿Y lo PDVSA?

–  Es lo único que realmente nos queda. Eso no va en la negociación chico. Con los chinos ya la vuelta se está haciendo.  

–    ¿Qué dice el comandante Patrón?

–    ¿Qué puede decir?

–    ¿No ha hablado con usted?

–    Anda calladito, por aquí hoy no ha venido…anda diles que me hagan ese favor, y como sé que van a chillar, luego les devolvemos facultades.

–    ¿No le parece que es poco serio, presidente?

–    Chico aquí todo es poco serio, ese es el problema.

–    ¿Algo más?

–   Dile a Diosdado que venga. Vamos a tener mañana una multitud ante la Suprema y necesitamos que nuestros asambleístas se muevan. ¿Cómo va lo de la frontera?

–    Recogieron la bandera, quitaron las tejas, pasaron el río y ya están de vuelta a casa.

–    Gente así es que necesitamos, con cojones, bravos, apureños que vayan por lo suyo, carajo…

Cerrar el Congreso, Nicolás, es una medida tardía. Insuficiente en cualquier caso, porque es más la llamarada que la ganancia. Ya viste cómo se te vinieron encima los gobiernos latinoamericanos, tus exsocios de Mercosur, el Perú retiró su embajador, el Brasil protestó, Uruguay te dio la espalda, toda la comunidad internacional reclamó, hasta el Santico, que tiene una popularidad tan baja como la tuya y la de Trump, dijo que no descartaba que la OEA tomara medidas. Desde luego, lo de la OEA son payasadas hemisféricas, que en ningún caso deciden nada, pero crean un pésimo clima. Todos a coro te están diciendo: dictador, dictadorzuelo, chafarote, gorila. Y cuando la mierda te llega al cuello, vuelves y llamas a la Suprema y le ordenas que echen para abajo la medida. Tienes razón, aquí nada es serio, ni tú mismo, ni tu gobierno, ni tu condición de revolucionario. Y te dejas para ti, como cualquier mafioso,  toda la negociación del petróleo, sin que la Asamblea Nacional pueda meter las manos. Parece que el remedio es peor que la enfermedad, Nicolás. Ya les habías quitado la capacidad de legislar, utilizando como chantajista de barrio a la Suprema, para invalidar todo lo que haga. Ahora pretendes desaparecerla, y cuando adviertes que la reacción sobrepasó lo que tenías calculado, porque tú siempre calculas mal, echas para atrás la medida.

Nicolás, estás perdido, una inflación que se acerca a mil, el chavismo dividido hasta los huesos, un desabastecimiento del 47%, una corrupción que ya nadie puede ni quiere controlar en las filas del gobierno, y ahora el escándalo mundial porque lo único que se te ocurre frente al maremágnum es cerrar el Congreso. Chico, a ti solo te falta ladrar.

Mira, no es por asustarte. Yo no es que crea todo lo que dice el Departamento de Estado, la OEA, la CIA, el paramilitarismo colombiano. Pero sí creo lo que me dicen las casas de apuestas en Londres, los apostadores son mi guía, y para esta semana las apuestas están tres a uno contra ti. Ya nadie da un peso porque te levantes de esta. Si bien te va, Trump no mandará a sus marines para que te capturen y te lleven a USA como se llevaron a Noriega.

Los Intocables

Los Intocables

Un especialista de los que escriben en prensa explica en su columna que la corrupción tiene como principio el egocentrismo, el etnocentrismo, el egoísmo concentrado de uno sobre los demás, o de un grupo sobre otros grupos. Un retrato deficiente del principio egoísta, motor del capitalismo, con el que Marx inicia su Manifiesto. Se han dado mil explicaciones más: la puerta giratoria entre lo público y lo privado, el costo especulativo de las campañas, la participación de la mafia en elecciones, la sustitución de los partidos por pandillas, la política como negocio, la falta de moral pública, la falta de veeduría ciudadana. Todos los medios se han dado a la tarea de explicarnos la corrupción a propósito del despelote político continental que se armó cuando el escándalo Lava Jata en Brasil hizo estallar públicamente el negocio de Marcelo Odebrecht: comprar gobiernos.

Al descubrirse que a la campaña 2010 del Santico entraron dineros de Odebrecht, no se nos está diciendo algo que no sepamos. Desde las épocas de López Michelsen, siempre han entrado a todas las campañas, dineros que legalmente no deberían haber entrado. Hasta la apoteosis de la corrupción, el escándalo 8000 de Don Honesto Samper, al que la  familia Rodríguez de Cali, puso en el cargo.

Ramiro Bejarano, tituló su columna de hoy domingo en El Espectador: 16000. Quiso mostrar todas las semejanzas históricas que recordaba. Pero, creo más interesante mirar las diferencias: el carácter del inversionista; el momento político; las consecuencias civiles y penales; y desde luego, el origen de la filtración.  

El Presidente, lo mismo que Samper, fueron progresivamente enterados a través de sus agentes (si sabían o no, es una pregunta retórica), porque nadie -ni siquiera un gerente o un tesorero  de campaña- va a querer echarse a la espalda la responsabilidad por el riesgo de una filtración, aun habiendo de por medio comisiones generosas. Informando se evita el riesgo en pellejo propio y no se elimina la opción de la comisión.

En el caso Santos, el inversionista es una empresa legal, entroncada en la más alta estructura de poder financiero en Brasil, con  representación internacional, con entronque con la banca, con una hoja de vida empresarial atractiva, que se somete a las reglas licitatorias de cada país, que seguramente con lo que invirtió (US$1.400.000), no daba para poner presidente, como lo cree Antanas Mockus. En el caso Samper se trataba de la mafia a secas, el “enemigo público” del mundo, pero ante todo de USA y de todos sus “países aliados”, un socio secreto, para el que todo vale, que no paga impuestos y que utiliza la fuerza a discreción para la resolución de conflictos.

A Santos le llega el escándalo con el “sol a las espaldas”. A Samper lo asperjó desde el primer día. Santos está hasta el pescuezo intentando dejar amarrado el proceso de paz, material y jurídicamente. Samper no hizo nada más que defenderse, lo dicen hasta sus amigos.

Samper debería estar en la cárcel, a punto de salir gracias al jubileo proclamado por la visita de Pachito el Che. Si no pagó cárcel fue porque la justicia no operó, porque el Congreso se autoabsolvió, absolviéndolo, porque el Fiscal de la época, Gustavo de Greiff, no quiso actuar y además tenía vínculos non sanctos, porque el espíritu de cuerpo de la corrupción los arropó a todos para salvarlos. A Santos no le va a pasar nada, todos los términos por delito electoral están vencidos y la Corte Electoral está constituida por sus amigos. Desde luego que le dio un oleoducto completo al uribismo,  que no va a poder quemar a gusto, porque también dos de sus candidatos están untados con la mermelada de Odebrecht. (Ya llamaron a María del Rosario Guerra a calentar).

La filtración de los casetes que delataron a Samper se consigieron en una operación encubierta, a cargo de un ex militar mercenario que se las entregó a Pastrana. En el caso Santos,  fue algo menos sofisticado, pillaron a sus lavaperros, al Noño y a Otto, a quien le apretaron las pelotas para que ayudara a soltar la madeja, hasta que el hilo llegó al gerente de Campaña, un señor Prieto Uribe, que fue a tomarse un tinto mañanero a Blu Radio, donde cantó todo. (Tiene más contratos estatales que los Nule). El Presidente por la tarde salió a decir que apenas se estaba enterando, "condenó enérgicamente" el hecho y le pidió al Gerente que respondiera. Y aquí no ha pasado nada: “Odebrecht vino por lana y salió trasquilada”.

Sin desdeñar todas las explicaciones que se han dado para explicar el fenómeno de la corrupción, el auténtico problema es que no hay contraparte a la corrupción. El Estado se corrompió, no tiene reservas de ninguna clase para enfrentarla. No hay quien tome la decisión, con el poder suficiente, la integridad, la protección, las herramientas y la autoridad política y moral, para reducir a los corruptos, hacer que se cumplan los estatutos anticorrupción y extinguir las prácticas clientelistas de la política como negocio. No hay en ninguna parte unos “Intocables”, como los de Chicago en la década de los años veinte, que quieran y puedan enfrentar el crimen, la mafia, la corrupción. La novísima troika contra la corrupción Martínez, Maya, Carrillo, es apenas una comparsa de marimondas que ondea la bandera anticorrupción en medio de un carnaval que se devora el país.     

“¡Amo a Wikileaks!”

“¡Amo a Wikileaks!”

  La Agencia Central de Inteligencia (1947) es un leviatán legendario, un monstruo de mil ojos, que como dios es capaz de verlo todo en la tierra. Realiza toda la gama de acciones encubiertas, tumbaba gobiernos, espía corporaciones y da de baja a personas en cualquier lugar del mundo. Pero ni la Casa Blanca, ni el Congreso, ni la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), y mucho menos la opinión pública norteamericana, saben de los límites exactos de su alcance, porque la agencia tiene suficiente poder como para reclamarse y actuar de manera independiente. El poder dentro del poder. De la misma vieja manera en que el “maricón homofóbico” de Edgar Hoover hizo del FBI, un arma contra todos. Y todos, son todos.

La semana pasada Wikileaks (Julián Assange) publicó 9000 documentos de la CIA que revelan que la agencia en el siglo XXI ha intensificado su actividad en la producción de software malicioso. Se calcula que tiene el arsenal más grande de virus informáticos del mundo. Pero la CIA ha perdido su control. Así que llamen a Ian Fleming.

       Se trata de un arsenal de troyanos capaz de afectar todos los operativos que existen, reemplazando ejecutantes en todo el sistema, de la misma manera que después de Hiroshima, el potencial atómico era capaz de afectar el mundo en su conjunto. Es posible que la pérdida de control haya dejado la mercancía en manos del terrorismo, el mercado negro, los servicios de inteligencia de otros países, y en general de los enemigos de USA.

       Como algo de la temporada, Mr Trump, que en campaña había tildado a la CIA de utilizar métodos nazis, se puso del lado del señor Assange cuando le informaron de la filtración, a primera hora. Con toda la razón, quién demonios quisiera  estar en el lugar de la CIA. Cinco días antes había dicho que tenía “más confianza en Assange que en la CIA, el FBI y todos los demás servicios de inteligencia del país”. Ya había desestimado durante la campaña las investigaciones de la agencia sobre la participación rusa en las elecciones norteamericanas para favorecerlo a él. “Incompetentes”, les gritó, “sus informaciones son ridículas”. Y para cerrar se negó en adelante a recibir los informes diarios de inteligencia que llegan todos los días a la Casa Blanca.

Desde Obama la agencia estaba trabajando en espionaje y rastreo electrónico de manera un poco más global, incluyendo a sus amigos, sus aliados, sus socios. Se supo cómo y a qué escala por ese lengüilargo del Edward Snowden, que dio a conocer al mundo el modus operandi de la pandilla del negro, y en sus detalles, a Rusia, donde sigue asilado.

La historia de la CIA desmiente el mito de la todopoderosa agencia capaz del control completo y de manera permanente. Bastarían tres momentos para mostrarlo. Bahía Cochinos en 1961, que terminó en un chorro de babas de la agencia. Entre 1972 y 1974 la agencia, que había estado involucrada en las faenas de espionaje político del Watergate, fue incapaz de tapar y desviar las investigaciones que llevaron a la renuncia del boss, Richard Nixon. Y el más grave de todos sus “actos fallidos”, falló anticipando, ayudando a prevenir y a neutralizar, el más grande, contundente  y fatal golpe contra USA, en toda su historia. 11S.

La mítica suprema fortaleza de la CIA, se multiplicó más, por la paranoia internacionalista del mamertismo soviético y sus satélites, que porque la agencia fuera tan suprema y tan fuerte, como se nos aseguró. Desde que se conocieron –si alguna vez se conocieron– las misiones de la agencia entre 1948 y 1955 en la “cortina de hierro” y en el “patio trasero”, se nos vendió una “central del mal” que apenas si cabría en la galería kitch de malvados de Ian Fleming. Será Norman Mailer el que a finales del siglo XX habrá de encargarse de escribir la novela sobre la agencia. El fantasma de Harlot.

Fue Julian Assange el mismo que publicó los documentos, que los hackers rusos de RasPutin (como asegura la agencia y hasta el FBI) sustrajeron de los computadores de políticos del Partido Demócrata. Las filtraciones que debilitaron a Hillary Clinton y contribuyeron a su derrota.

El último golpe a la CIA se lo ha dado Julian Assange desde la embajada del Ecuador en Londres. Fue tan contundente que cuando Mr. Trump se enteró, salió eufórico y a mediovestir, corriendo por los pasillos de la Casa Blanca, como si tuviera treinta años, gritando como un enamorado: “¡Amo a Wikileaks!”           

Cusco 2

Cusco 2

Cusco viejo es el centro de la historia. Tan viva como en pocas partes del mundo. Una ciudad de callecitas medievales donde se cruzan ciudadanos de todo el mundo entre las tiendas de turismo y artesanías. Caminando por la calle de los Procuradores, oí mientras pasaba, hablar en chino y en argentino de la Plata, en inglés de Dublín, en inglés de New York, o en el hebreo de un soldado israelí en licencia. Y hasta una pareja de “mamushkas”, gordas como todas, con su carga en la bayeta colorida a la espalda, que hablaban un quechua tranquilo y rumoroso.  En esa calle se habla hasta castellano. Una fría Babel a 3600 metros sobre el nivel del mar, en la que recibí la invitación más poética que he recibido en cualquier otra ciudad, ir a ver las estrellas a la una de la tarde.  

Cusco la ciudad de los masajes. La calle del costado noroccidental que da a la plaza de armas, es como la Nana Place en Bangkok. Cada tres puertas hay una sala de masajes atendidas por cholas que con catálogo en mano salen a informar al turista de la variedad de sus servicios, que van desde un masaje relajante localizado por 20 soles, hasta un masaje con piedras calientes, aromas terapéuticas y dos masajistas, por 100 soles. El pub es un lugar para que los ingleses se sientan en casa. Hay muchas casas de familia que han adaptado una o varias habitaciones, para ofrecer hospedaje a los mochileros, los que sin mucho dinero mueven el intercambio, la música, las artesanías, las obras de teatro, las publicaciones alternativas, la droga. En algunos solares encontré almuerzos desde siete soles. En un hotel hecho bajo una estructura de capilla con puertas de cristal, el Inkaterra, consulté la carta en un atril. Una entrada del día, digamos un canapé en cama de berenjena y anchoa, 91 soles, la más barata. Un colombiano debe pagar mil pesos por un sol. Hay restaurantes ingleses donde se puede comprar el deplorable menú nacional de pescado y papas fritas, en papel secante. Un restaurante hebreo donde le sirven amba (una especie de mole) y un jraime; o un restaurante irlandés donde se puede comer un cottage pie.

La ciudad huele a viejo, a especies y a maíz. Existen tres mil variedades de papa en el Cusco y 37 de maíz. Las iglesias huelen a lo que huelen las iglesias, los santos congelados en oleos oscuros enmarcados en preciosuras del barroco limeño, permanecen iguales, el culto apenas cambia, los católicos se reconocen en sus templos y dejan su dinero para la buena causa. Y hay uno en cada esquina, tres en la plaza de armas donde los españoles descuartizaron a Túpac Amaru.

La cocina local se prueba en el mercado de San Pedro. Es una sinfonía de olores y aromas. Más de veinte variedades de queso andino, tubérculos como grandes perlas manchadas, semillas, vegetales del rojo al verde. Maíces blancos, amarillos, rojos, negros, lapislázuli. Y arepas de trigo, a siete por un sol. Comí un arroz aromatizado con hierbas que se sirve frío y con una semilla pequeña parecida al ajonjolí, y una chica morada, que no es chica ni limoná. La llama sabe a carne de ternera. Y si se quiere algo más carnudo, un anticucho (corazón pinchado), choclo en salsa huancaína, ají de gallina o un aguadito de pescado.

El almacén de las telas tradicionales, Illari, a unos cuantos pasos de la puerta de Santa Clara, es un bazar innombrable, huele a fibra nueva, huele a color. Miles de cortes perfectamente ordenados dan un decorado obsesionante de colores cruzados, geometrías de hilos, más pintorescas y originalmente mezcladas que las de las telas escocesas. Hay metro de tela desde diez soles, hasta 150. Texturas, combinaciones, geometrias tradicionales que revelan un intrincado ordenamiento, un diseño salido de los artesanos de una cultura llena de sentimiento estético.

En la plaza de armas circulan extranjeros todo el día, pero también deambulan y se sientan en las bancas, locales, mujeres y hombres que se mueven en su ciudad. Había estado caminando casi tres horas y llegué a la plaza buscando un lugar para sentarme, bajo un sol brillante y seco. En el extremo de una banca había una chola de no más de 25 años. Era evidente que esperaba a alguien, no pareció inquietarle que yo me hiciera en el otro extremo. Estuvimos al menos cinco minutos solos, y mientras yo volvía a ver las fotos que había tomado en la mañana, llegó un cholo joven, que se hizo junto a ella. La conversación desde el comienzo giró sobre un hecho que ocurre y volverá a ocurrir del Cusco y Cafarnaúm. El vive solo con su madre y por apego a ella no ha podido irse a vivir con la chola. Fue ella la que habló casi todo el tiempo, el pobre hombre no tenía respuesta a ninguno de sus reclamos, que parecían tener toda la razón. Es mucho tiempo, decía, y tú nada. Llegó finalmente al ultimátum: o te decides o me pierdes. Se despidió del hombre, se levantó y se fue sin mirar atrás. Él y yo nos miramos por primera vez, y permanecimos en una especie de silencio bobo en medio de una tarde a la que había comenzado a llegarle desprevenidamente el frio andino de la noche. 

Cusco I

Cusco I

El 31 de abril de 1530 hubo un gran terremoto en Cusco. El 21 de mayo de 1950 se repitió. Las bases arquitectónicas de la cultura inca permanecieron como si la furia de la madre tierra no fuera con ellas, y solo quisiera ensañarse con la arquitectura de adobe, viga y balconada del imperio español. Los incas levantaron la más perfecta industria de grandes ladrillos de piedra, simétricos, absolutamente pulidos, sólidos, de aristas talladas, como si hubieran sido cortados con máquina.  Monolitos facturados que ajustan como un solo cuerpo, y sobre los cuales el imperio español sobrepuso una arquitectura que no resistió ninguno de los dos grandes terremotos.

En lo que se conoce como el templo de Santo Domingo y que es en realidad el lugar del Coricancha, concurren dos historias,  dos arquitecturas. Era el más importante templo de los incas. El recinto de oro, como también se conocía, era un lugar sagrado consagrado al máximo dios inca: Inti, el sol. Solamente se podía ingresar a él en ayunas, descalzos y trasegando con una carga en señal de humildad. El frontis era un hermoso muro curvo de tres cincuenta de finísima cantería, decorado con patina de oro. Dos salones de observación y un techo de paja fina. Hoy es el anexo más “productivo” de un convento español restaurado, de corredores de madera que dan por dos costados sobre un patio cuadrangular adoquinado. Y un templo que congrega la devoción de los desocupados. Un negocio de curas, que por dejarnos entrar a ver el templo del sol, reciben diariamente una cascada generosa de “soles”.    

       En el segundo bloque de la segunda hilada hay tres orificios de conducción de aguas. En el lado opuesto el muro se hace curvo, gira 90 grados. El muro del Coricancha coronaba un sistema de andenes que bajaban hasta el río. Y en el primer bloque y afuera sobre el corredor exterior, el observatorio inca. Donde los astrónomos de Cusco oteaban los astros, medían la fluctuación de la luz, capoteaban el misterio de las sombras y el cambio de la posición relativa de los astros. Donde se hicieron grandes en el rito de la humildad cósmica. En Coricancha se ideó un dispositivo para el cálculo calendárico. Desde el templo, como centro,  partían una serie de líneas no paralelas, llamadas ceques, orientadas según puntos celestes: el equinoccio y el solsticio, las posiciones constelares; cuatro de ellas representan los cuatro caminos intercardinales que comunican las cuatro partes del Tawantinsuyu.

Una mentalidad como la mía sujeta a modernos historicismos, está tentada a ver en una obra como el Coricancha, la manifestación imperial de un poder constituido. Con un conocimiento acumulado, con un saber, con territorios controlados que iban desde Ipiales hasta el río Maule en Chile. Con una economía diversificada, con un avance tecnológico como nunca lo hubo antes en América, con un grado sofisticado de centralización y fuerza. Había “legiones” completas de soldados profesionales, disciplinados, que tenían la capacidad de moverse a unas velocidades tales, que los hacía tácticamente superiores. Se conocían como los “orejones”, porque era costumbre entre legionarios deformarse las orejas con adornos rituales.

  Me declaro víctima de mi propio historicismo que me afianza en una visión imperial del fenómeno inca, contemporáneo del renacimiento europeo, y víctima fatal de las luchas intestinas por el poder, la viruela y los españoles. Mi amigo Luis Castro de Cusco intentó explicarme que el tawantinsuyu, no puede ser considerado un imperio. No al menos, como el imperio romano, el imperio chino, azteca  o el imperio inglés.     Aun así, el peso de mis propias ideas, afianzadas durante tantos años, no me deja deslindar esa manifestación centralizada de poder que los historiadores en general han llamado el “incanato”, como expresión de fuerza política y militar concentrada, de otra concepción que se me abrió en el Cusco, en la que el sustento de un poder no proviene, como en los otros imperios, de la territorialidad efectiva controlada por una fuerza unificada, sino y además del poder de la conexión de los incas con el cosmos. La fuerza de su visión y de la comprensión última de su posición en el universo, darían una condición extraordinaria y distinta al “incario”, o al “incato”.   

Lo que los astrónomos incas vieron desde el Templo del Sol y que los llevó a considerarlo el centro, mucho antes de que en Europa se generalizaran las ideas heliocéntricas de Kepler y Galileo, los hizo grandes, más allá de la grandeza ordinaria de los imperios que ha habido en el mundo.