La imaginación pornográfica
La idea de que cuando se habla de pornografía nos referimos a una sola cosa, sugiere una desviación del asunto. La pornografía en términos económicos, por ejemplo, es un asunto del mercado, de consumo masivo, de producción industrial, que con la virtualidad ha engendrado un nicho obsceno de negocios. En términos psicológicos, es decir mirada en los efectos del consumo, puede ser a la vez, una adicción o una terapia. Vista en términos de una estética, supone detenernos en el cuerpo, sus posibilidades de recreación, su más profunda intimidad, su obscena y animal explicitud.
En una visión del cuerpo, que como narrador es más de mi incumbencia, la estética pornográfica, me remite a lo que Susan Sontag llamó la Imaginación pornográfica (1967). A diferencia del cuento, en donde la gracia consiste en mostrar un explícito sobre una montaña de implícitos, la pornografía (un relato sin estructura) consiste en levantar una montaña de explícitos sobre un implícito. Es una consecuencia de la imaginación pornográfica reducida a una estética de la reproducción, de la reiteración, que consiste en devolvernos en formatos de mala calidad lo que todos hacemos en la cama. El lugar en donde todo es explícito. O para decirlo con desenfado, el lugar donde más nos vale a todos ser “pornográficos”.
La imaginación pornográfica no es solamente la del realizador que se somete al canon de lo explícito dominante en condiciones de mercado. Es también la del consumidor que establece unos patrones de consumo, unas líneas de gusto, una intención de búsqueda, que alimentan un imaginario del deseo corporal que hace deliciosamente inquietante la excitación.
La trasgresión más rotunda de la pornografía está en el hecho de hacer público, objeto de mercado, algo esencialmente privado. El acto más o menos insólito de una mujer copulada por un caballo, no es pornografía hasta que no se hace un acto público. En privado, será bestialismo, no pornografía. Hacer que un incesto, de por sí algo tan secreto, se convierta en objeto de consumo masivo a través de un video dramatizado, es lo que hace pornográfico el acto de rebelión contra el tabú, tan abominable en la mayoría de culturas. La felación de una novia a su novio, es un acto privado, que aunque a cada quien le parezca lo que le parezca, no es un acto pornográfico.
¿Por qué razón la desprivatización origina el mercado porno? Para los consumidores de pornografía hay dos caminos. El camino didáctico: alimentar el imaginario y mejorar el menú. Y el camino contemplativo de la pornografía: la imaginación pornográfica vagabundea entre los intersticios de lo implícito buscando nuevos placeres. El primero conlleva el consumo en grupo, en pareja. El segundo impone el camino de la soledad.
Cada senda de la imaginación pornográfica se identifica o se distancia de la proposición estética con que se ofrecen y distribuyen los productos pornográficos. Una característica de la estética pornográfica es la pobreza verbal, la incapacidad de hacer pornográfica el habla, más allá del reducido número de lugares comunes, y de exclamaciones mecánicas, conque se acompaña. Mostrar lo explícito no demanda hacer buenas historias, conseguir mejores actores, refinar la dirección de arte. Ninguna de las artificialidades de una atmósfera erótica es necesaria a la estética de lo explícito. Es una constante del mercado y por tanto seguirá siendo la estética dominante, que conlleva una imaginación pornográfica empobrecida enajenada, casi ridícula.
Sontag, comparando Los ciento veinte días de Sodoma, del Marqués de Sade, con La historia del ojo, de Bataille, advierte la superioridad pornográfica de la última, porque cree que ningún otro escritor, que haya leído, confirma que, ”el auténtico leitmotiv de la pornografía, no es en última instancia el sexo sino la muerte”.
2 comentarios
Anahí -
Rosa Matilde Nieto -