De creyentes y corruptos
Que un ministro de salud – Alejandro Gaviria – en Colombia se declare ateo, puede interpretarse como un acto de sinceridad ética, de honradez valiosa en el campo de las convicciones, o como un acto políticamente incorrecto, y probablemente innecesario, que le crea problemas, más que al ministro, al gobierno de Santos, que bien hubiera podido decirle al ministro en privado, que el palo no está pa´cucharas.
De hecho el gran inquisidor Ordoñez, y seguramente todo el enjambre de ultramontanos derechistas del país, aprovechará para decir, como en efecto lo dijo, que “un país de creyentes no se merece un ministro ateo”, sin que sea evidente ni se remarque cuál sería el efecto para la gestión de un ministro de salud, o cualquier otro ministerio, su condición de ateo o creyente. Si la gestión fuera considerablemente mejor y efectiva, siendo lo uno o lo otro, la salud pública, pasaría necesariamente por el debate de si las creencias religiosas, o la falta de ellas, tienen peso importante en los resultados de la gestión de la salud pública.
“Un país de creyentes” tampoco se merece a los curas pedófilos (por descontado que son creyentes), a una iglesia neutral frente al proceso de paz, a los corruptos (seguramente todos creyentes), que todos los días se roban el país, o a los políticos tramposos, me perdonan el oxímoron, (con seguridad todos creyentes) que buscan ganar la aprobación popular a fin de hacerse a un cargo público, en donde puedan robar y mentir con confianza y cobertura legal.
Siendo Colombia un país constitucionalmente laico, que no necesita invocar ni a dios ni al espíritu santo en su constitución, el asunto de las creencias religiosas de los funcionarios, carece de todo peso, salvo que solo sirvan de blanco para el fervoroso lanzamiento de torpedos políticos. Pero eso es otra cosa, liso y llano oportunismo. El mismo argumento invertido serviría para decir que “un país de creyentes” no se merecía que durante dos periodos se le hubiera enajenado la Procuraduría a un creyente tan ostentoso y peligroso, como Ordoñez.
Creo que las convicciones religiosas, la fe, son un asunto estrictamente privado (como la sexualidad o los vicios), que no tiene ningún peso efectivo, como criterio en la selección de las personas encargadas de las funciones públicas.
Preferiría que muchos funcionarios no fueran tan creyentes, o lo fueran, no importa, si su conducta fuera limpia, atenida a las reglas del juego, respetuosa y transparente. ¿De qué nos sirve ser tan creyentes si el país cayó en manos de los más pervertidos creyentes? Los que mienten, roban, difaman, acusan en falso, a pesar de lo cual todos los domingos van cumplidamente a las iglesias a dejar un billete de cincuenta mil pesos.
Posiblemente un “país de creyentes” no se merezca tantos creyentes.
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