La última muerte del guerrillero más viejo del mundo
¿Un infarto o un bombazo? Algo va de la versión de Timochenko a la de Santos. Al gobierno le hubiera gustado mandarlo al infierno con una bomba de las que nos venden los gringos. Las FARC, si lo hubieran podido momificar lo habrían hecho. Ahora resulta que el gobierno sabía dónde estaba exactamente: en su eterno santuario de la Uribe.
De la Uribe a Monseñor Uribe va la escala de los matices del eterno conflicto colombiano. El retroceso táctico y estratégico de las FARC no se corresponde con el triunfalismo oficial. En tanto la subsistencia material de las FARC dependa del negocio del narcotráfico, subsistirá por efecto de las condiciones de mercado. Porque no estamos frente a un aparto militar de corte leninista que busca tomar el poder, sino frente al cartel rojo de los farcistas.
La muerte de Marín Marín no afecta mucho la situación. El Gobierno si bien ha golpeado tácticamente a las FARC, haciéndola retroceder y concentrándola en las fronteras alrededor de sus cocinas, no ha hecho lo mismo con el resto de los actores del narcotráfico. El área sembrada ha aumentado. Las cocinas trabajan. Las rutas se mueven. Los gringos no dejan de meter.
Pintorescamente la muerte del viejo campesino quindiano, al que los godos y los liberales le masacraron su familia y lo expulsaron al monte con un grupo de campesinos mal armados, es la muerte natural del guerrillero más viejo del mundo, si creemos que murió en brazos de su amada.
Las pandillas oligárquicas del país se merecieron a Don Manuel, y quizás a otros más como él. Sin embargo, el pueblo colombiano, nosotros, no tendríamos que haber pagado los costos devastadores ocasionados por el monstruo goyesco que ellas mismas crearon para sostenerse en el poder.
Queda, a los camaradas, remitirles una esquela bolivariana a Chávez y a Correa, lamentando la muerte del “gran conductor”, el jefe de la revolución colombiana, el líder de la insurrección contra las pandillas santafereñas y paisas en el poder. Ellos sabrán ordenar largos minutos de silencio, desde luego y paradójicamente, mucho más modestos y discretos, que los que hicieron guardar por Raúl Reyes.
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alf -
Jenny