Golpe constitucional: el mal menor
Acordaron durante año y medio, conciliaron y votaron con orgullo patrio. Le habían cumplido al país. El Presidente se percató que el costo político del engendro de disposiciones criminales que habían embutido en letra menuda a la reforma constitucional a la justicia, se le habría de convertir en un búmeran político de alta peligrosidad en el camino a la reelección. Si bien Santos patrocinó y promovió la “reforma” - a través del Ministro que actuó como autor intelectual – Vargas Lleras -, del autor material – Esguerra – y del campanero, el bobo ambicioso de Federico Renjifo - a última hora su olfato político le dijo que si no la había abortado a tiempo, tendría que matarla. Le apostó a que al menos medio país no entendería la pirueta.
Y sí, la mataron, pero ni siquiera en una limpia modalidad eutanásica, sino a la manera de los narco-políticos, decapitando la constitución. El Presidente puso todo su prestigio y autoridad para descalificar la reforma, con lo que dejaba en incómoda evidencia a los congresistas, como únicos responsables del engendro, únicos tramposos. Así que sin mediar más que la conveniencia presidencial, los que ayer la votaron, fueron al día siguiente a asesinarla, para el bien del país.
A pesar de los esfuerzos jurídicos con que quiso justificarse la maniobra, las sentencias de las cortes que se desempolvaron para darle legalidad y el empeño admirable del Fiscal por tranquilizar a los conservadores respecto a las responsabilidades civiles y penales de matar la reforma, en legítimo derecho lo que se hizo fue violar la constitución para matar el mastodonte. Digamos que se optó por el mal menor. Así de grave era el engendro adulterino de los poderes, contenido en el acto de reforma.
Una democracia tan formal como la nuestra, al borde muchas veces de la inconstitucionalidad, da un ejemplo corrosivo, al invertir, por conveniencia política de los poderes, los términos del principio de constitucionalidad. El constituido – el poder ejecutivo – se subordina al constituyente – la reforma constitucional -, tal como desde Montesqieu, los liberales y conservadores dicen y enseñan que debe ser. De lo contrario la democracia ni siquiera es formal. ¿A que debe atenerse el país de aquí en adelante?
Con la desnaturalización del principio de constitucionalidad se hizo posible un auto-golpe derogatorio. Para bien del país, dicen hoy las cortes, los congresistas y el presidente. La Corte Constitucional, salvo mejor opinión, debería haber sentado una rotunda posición sobre la maniobra. Pero, tal como parece, allá en la Corte, también optaron por el mal menor.
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