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Alberto Rodríguez

Editorialistas democráticos

Editorialistas democráticos

Hay dos señores que escriben en la segunda página de la sección editorial – B – del País de Cali, todos los domingos. Desde su trinchera de ideas, los he leído durante el último año, los he visto denigrar, denostar,  enrostrar, acusar, maldecir al proceso de paz. Qué democrático me parece que voces como la de los dos señores – Luis Guillermo Restrepo y Rafael Nieto – tengan el derecho a oponerse con similares vehemencias a un proyecto que desactiva militarmente a las Farc, que nos evita más muertos y que reduce la criminalidad inherente al conflicto.

Las ideas de ambos se vieron ratificadas con una medición en urnas, que le dio el triunfo al NO en el plebiscito. Naturalmente es algo que refuerza una posición política, muy respetable en cada caso, con unos argumentos variopintos que de fondo apuntan a que no se puede sacrificar la democracia a favor de la paz. Pero se refieren, hay que decirlo, a nuestra imperfecta democracia, tramposa, clientelista, propiciadora de la abstención, burocrática, tramitológica, excluyente. Esa misma democracia que le permitió a Monseñor Uribe atornillarse por un cuatrenio más en el poder, gracias a un cohecho. La misma democracia que en 150 años no promovió una reforma agraria. La misma democracia que nunca hizo posible que las ideas liberales tomaran el mando del país. Una democracia conservadora de rentistas, que también, durante 150 años nos ha aplastado con los bloques de constitucionalidad, las reformas espurias, los códigos, las leyes  y los incisos.

Esta noche prendo casi por casualidad la TV nacional para saber qué había pasado durante el día y encuentro que un programa de opinión hablan de la aprobación en segunda vuelta congresional del “referendo de la vergüenza”. Y encuentro al señor Nieto, el editorialista del país, en una enardecida intervención, defendiendo la tesis según la cual las familias que no respondan al modelo de la familia heterosexual completa, no tienen derecho a adoptar niños. Un modelo absolutista y excluyente, que históricamente fue desbordado por la aparición de otros modelos de familia. Tan excluyente, como decir que los niños que no sean blancos y nacidos en el seno del matrimonio católico, no tienen derecho a la educación. O como decir que las familias judías no tienen los mismos derechos de expresión que las familias cristianas. O que solo quien sea propietario tiene el derecho al voto. O que las mujeres, por ser mujeres, no tienen derecho al voto. (Ya en otra columna expliqué por qué la iniciativa de la senadora Vivian Morales es una especie de sociopatía).

En democracia, no se le puede negar un solo derecho a ninguna minoría, ni siquiera con “argumentos constitucionales”. De lo contrario la Constitución pierde todo sentido. ¿Cómo se interpretaría la carta constitucional de una democracia que niega derechos a las minorías? ¿En qué queda el discurso de la inclusión y la equidad? No hay razones de ninguna clase, para negarle derechos a las minorías.

Que coincidencia que la tara política, de un lado, y la homofobia estructural, de otro, se encuentren en las páginas de los periódicos y en los programas de televisión, para recordarnos que la democracia editorial es tan perfecta como imperfecta la democracia colombiana.    

 

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