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Alberto Rodríguez

Hermanos de tinta

Hermanos de tinta

Lo que más me gusta de la novela de Nahum Montt es la osadía. El autor no tiene empacho en imaginar un encuentro después de la guerra, no tiene empacho en hacer coincidir en Valladolid, al manco con el maldito inglés, cuando el uno ya ha escrito Hamlet y el otro el Quijote. Pero su osadía argumental lo hacía correr un riesgo rotundo, del cual era consciente, y que lo tuvo casi cinco años escribiendo desde las tres de la madrugada hasta la hora en que las musas naufragan. Fracasar en el encuentro, lo sabía, es lo más fácil, pero también lo más aterrador, para alguien que va para su tercera novela en un mercado tan difícil.

Todo el tinglado de preparación para el encuentro está hecho de  intrigas pueblerinas, maledicencias, estafas, palizas, calabozos, putas, casinos y licor Y no hace falta ser pesimista, para pensar que en uncuentro de los dos duros, muertos el mismo año, la escena pudiera echarse a perder con toda honradez. 

Entré con la maleducada expectativa de asistir al encuentro, pero un maldito anillo, artilugio de hilo, que gusta tanto a los novelistas negros, me aplazó más allá de mi pobre paciencia, el espectáculo. Pero debo decir, que valió la pena.

Nahum Montt - un hombre con nombre de novelista -   descubre en el capítulo XII, el recurso para alejar el encuentro, de los lugares comunes ceremoniales, de los clichés históricos, o de las cultas parodias de actualización. Sin más, lo contó en clave de western.

El capitulo XII comienza con Cervantes montando su caballo para largarse del pueblo tras una paliza que le han dado. Ofrecieron ochenta coronas de recomopensa, por su cabeza y la de Shakespeare. Remonta las colinas de Valladolid y se dirige al Monte de los Susurros. "...un rufían en plena huida". "Pero más que escapar tenía la sensación de estar avanzando hacia una trampa". Vio el sauce de los condenados en la cima. "Lo demás era tierra roja y seca", "tres cuerpos borrascosos colgaban de sus ramas". Sobre la tierra al menos doce cadáveres momificados. "... se encontraban detendios en el corazón mismo de la muerte".

Avazó hasta donde encontró un bosque ralo y "se acostó bajo la sombra de un árbol y apoyó la pistola sobre una de las protuberantes raices. Se cubrío la cabeza con el sombrero y apuntó a la silueta del jinete que se aproximaba a paso lento: un punto negro que poco a poco se agrandó y adquirió la forma de un hombre...".

1 comentario

Joyita del mar -

Interesante reseña que expone la difícil audacia del escritor.
Gracias