Sábato: después del fin
Confieso estar de acuerdo con los piratas de libros, El Túnel es un estupendo long seller. Coincido con quienes creen que Sobre héroes y tumbas es su mejor novela, aunque también reconozco que es una novela a la que le sobra, tiene mucho lastre. Tal vez su tardía biografía “Antes del fin” y su “Resistencia” sean los textos más terriblemente honestos, pintorescamente atormentados como todo lo suyo, en los que más se entregó, cuando se le había pasado el tiempo de escribir ensayos y novelas. Unas memorias sencillas, escuetas, limpias, que hablan directamente por él. Es su voz, su primera persona, que se despide, con una sombría y tímida esperanza, que a muchos les dejó la impresión de que no se había hundido para siempre en el horror de haber vivido. Cómo sí nos lo hizo creer en su obra Emil Cioran.
No sé por qué tengo la impresión de que Sábato no pudo ser feliz. Tal vez porque un hombre como él no estaba para ser feliz. Ni aun habiendo tenido esa vida, o quizás justamente por haberla tenido. Primero fue la ciencia, de la que desertó cuando descubrió que la ciencia no está al servicio del hombre. Luego fue la literatura, a la que le entregó la vida hasta que la vida le quitó los ojos. Entonces fue el momento para entregarse a su vocación terminal, la pintura. Por la que terminó perdiéndose en un laberinto de ocres densos y rojizos, entre figuras deformes y fantasmales, que daban tono a esa angustia para ciegos, con la que muchos años había esbozado un informe que incluyó en Sobre héroes y tumbas. Si su literatura hubiera sido como su pintura, seguramente no habría podido leerla.
El Sábato ensayista revela a un hombre de su tiempo que hizo el mayor esfuerzo por comprender el mundo que le tocó, aunque no lo hubiera logrado, porque ¿quién entiende el mundo? Un hombre con formación, con sensibilidad un poco enferma, con un conocimiento agudo y agitado de las cosas, que nos habla de sí mismo al final, con un dejo paciente, pero desde luego, no resignado. Nos llama a “resistir”. Quisiera recordarlo por su llamado a la resistencia, que siempre me ha sonado tan bien, quizás porque siempre ha sido necesario resistir, aunque no siempre lo sepamos.
Y para resistir apeló a la memoria. Sábato: un hombre necesario. Sin la burlona fantasía de Cortázar, sin la lejanía soberana de Borges. Un hombre más de acá, cuya literatura probablemente se olvide antes que la de los otros dos.
¿Cómo desearle paz en su tumba a Sábato? A él que nunca la tuvo. Además porque ya no la necesita, ya no tendrá que ser feliz ni infeliz. Ahora es solo lo que escribió.
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