Los libros que no vamos a leer
Quizá a todos nos pasa. Que hay libros que tenemos en alguna parte de la casa y nunca vamos a leer. Y no digo los libros que nos regalan, que compramos por solidaridad, que nos obsequian en las ferias del libro, o que los jóvenes autores nos hacen llegar. Hablo de los libros que hemos buscado, localizado y comprado, en algún momento y en alguna librería.
Hubo épocas en que después de una feria del libro podía llegar a mi casa con cincuenta títulos comprados. De la última regresé con dos. Me he hecho más realista en cuanto al tiempo, quizá porque soy más consciente de que se acaba. Tengo la impresión de que entre más viejo se es, más rápido pasa el tiempo, como si la vida, como cualquier atleta, acelerara en el tramo final. Lo cual, en términos de lectura, significa que la velocidad nos dejará menos margen. No, no es trágico. Salvo que tuviéramos la pretensión de no morir. Y resulta que toda la inversión de vida tiene un sentido que no está sino en la muerte.
¿Qué deja un lector? Es posible que no deje sino su biblioteca, de la cual la familia tendrá que deshacerse por razones prácticas, más temprano que tarde. Ofrendado el acervo como donación a una biblioteca. O sacando los libros en caja de cartón para que se los lleve el carro de basura. Es una forma póstuma de saber qué clase de lectores fuimos. A mí me gustaría, que después de muerto, mis amigas y mis amigos vinieran a la biblioteca y se los repartieran con alegría.
De los libros que no leeremos, hay unos en especial, los que comenzamos y dejamos en alguna página, con un separador lleno de anotaciones. Hay un libro que llevo leyendo diez años, a razón de 60 páginas por año. Aún no termino, pero sé que terminaré, apenas restan 50. A medida que se acerca el final, el tiempo corre más rápido, y el ritmo de la vida de los personajes me promueve a un final, después de casi una vida, sin poder abandonarlo. El problema con él, es el mismo que con las mujeres con las que sabemos que hay algo, pero no pueden bailar. Con los libros como con las mujeres hay que bailar. Un libro que no baila, es un libro al que no es necesario cogerle el paso. Y con esos libros, se avanza a trancas y mochas, a saltos, sin fluidez. Pero aún así, no nos los podemos quitar de encima.
Los que nunca vamos a leer, y que ni siquiera alguna vez comenzamos, son la especie más extraña. Los compramos, los pusimos en turno, pero siempre hubo otro que les ganó en importancia. Esos serían los que me gustaría que dejaran en una librería de viejo.
2 comentarios
Diego Marín -
Mareña -