Un encuentro con Gabo
Debió haber sido por allá en 1977. Era por entonces estudiante de filosofía de la Universidad Nacional en Bogotá, aunque mucho más que la filosofía, lo que me había atrapado por completo era la reportería periodística. Trabaja en la revista Teorema, que ya para la fecha, era la segunda más importante – en términos de circulación – después de la revista Eco de Don Karl Bucholz.
La revista no tenía una división del trabajo como las revistas modernas, departamentos de edición, de redacción, de mercadeo. El puñado de izquierdistas que éramos, lo hacíamos todo: la reportería, las notas, los editoriales, las fotografías, corregíamos los textos en interminables reuniones, vendíamos la pauta, contratábamos la impresión, hacíamos la diagramación, asistíamos a la impresión en los talleres en que nos fiaban, y recibíamos los bultos de la revista oliendo a tinta fresca. El momento que pagaba todo el esfuerzo, pero también capaz de aguar la alegría, al momento de encontrar las erratas, que a todos se nos habían pasado. Nos repartíamos la edición entre todos y nos echábamos a la calle, a las universidades, colegios, sindicatos, barrios, pueblos, librerías y naturalmente a las concentraciones políticas, a vender el órgano de la “cultura revolucionaria”.
Una noche en la que había salido solo a vender la revista en el sector de Chapinero, andaba husmeando entre corrillos de intelectuales, estudiantes nocturnos y mesas de café, en donde se arreglaba entra tanda y tanda de tinto el mundo, y en las que a veces resultaba una buena venta, cuando no era menester salir corriendo, para evitar un "debate" con los contradictores políticos. Así que sin saber exactamente cómo, llegué hasta el antiguo Teatro de la Comedia en la calle 62 con novena A, donde hoy está en el mismo local, el Teatro Libre de Chapinero.
Debió haber sido una obra de teatro la que se presentaba, ya no lo recuerdo. La calle estaba atestada de autos y hombres y mujeres elegantes. Una obra de cartel. Así que me situé en la entrada, y a cada quien que ingresaba le iba ofreciendo la revista. Ya no era necesario explicar de qué se trataba, bastaba decir Teorema. Costaba quince pesos.
De pronto se detuvo un carro negro frente al hall del teatro, largo como una limousina, y descendió acompañado de alguien más, Gabriel García Márquez, vestido con un impecable saco negro de terciopelo, por el que entresalian las puntas de una camisa blanca. Sacó de su bolsillo lateral lo que parecía un pase de cortesía, eludió la taquilla y siguió. La obra había empezado hacía unos cuantos minutos. Así que cuando llegó hasta donde yo estaba, le extendí la revista mientras nos cruzamos una rápida mirada. El hombre se detuvo, hojeo rápidamente la revista y luego del bolsillo ineterior del saco, de entre una cartera de cuero negro, sacó veinte pesos y me los extendió.
- Es un obsequio – le dije - llévatela, me haces un honor si la lees.
- Coño, no seas pendejo, si sigues regalando la revista, se van a quebrar.
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