Ricardo Nixon School
Un colegio puede llegar a ser parecido a una cárcel. Un salón puede llegar a parecerse a una celda de paso. Imaginen una celda donde se encuentran gruges, jevis, punketos, emos, skatos, góticos, cuchilleros, darks y soplones. Y piensen en un pobre estudiante de algún posgrado que para hacerse a unos pesos, sin haber sido maestro, de un día para otro se ve lanzado a la jaula de las tribus urbanas para ser su maestro en el Ricardo Nixon School, en Viña del Mar.
Una historia narrada en primera persona, en la que la primera persona al hablarnos a nosotros como lectores, no nos dice lo que ya sabemos, nos cuenta una experiencia personal, única, irrepetible e indeclinable. Sostiene el tono, invitando a quedarse. Aun así es una novela inocente, que no alcanza a escarbar con más tenacidad y valor, en la vida del aula, palabra con la que los romanos se referían a las “empalizadas para ceremonias”.
Cristian Geisse, el autor, chileno de cuarenta años, muestra un aula demasiado light a pesar de las circunstancias, no se siente tensión en la estadía, no se juegan mayores riesgos, los caracteres no se encuentran, no hay chispa. Es creíble lo que cuenta, pero es inocentemente superficial, rápido, ligero. No alcanza a construir personajes, se queda en un cuento largo.
Alegra la historia, el rapto de fantasía en el aula del Ricardo Nizon, de la misma clase del Rodolfo Canalla, cuando la áultima especie de las tribus urbanas llega al aula, un pero con suéter que un día llega y se sienta en un pupitre como cualquier otro, sin que nadie diga ni haga algo al respecto. El único que parece extrañarse es el profe, que no puede entender cómo hasta los perros son capaces de ir a clase, a su clase. Y como en todos los salones siempre hay una chica que le gusta al profesor, en esta hay una chica que le gusta al profe, que debe hacer un viaje todos los días a los extramuros para atender su clase. Y terminará siendo más incomprensible, que la chica sea inmune a sus discretos requiebros y más bien termine cediendo a los encantos del perro. Es el punto de giro.
Como buen maestros latinoamericano tira el colegio y se emborracha. Es cuando la novela naufraga. Saca al maestro del aula y lo pone en una travesía aleve y tonta, que suena a lugar común de ebrios, a los que las faldas y el corazón les juegan malas pasadas, amen de la lírica pobreza que los acompaña.
Es una novela que recomendaría para que los chicos de la secundaria leyeran. Con seguridad un maestro con imaginación didáctica le sacaría mucho jugo.
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