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Alberto Rodríguez

El final de la pandilla mediática

El final de la pandilla mediática

Cuando Roberto Pombo leyó la columna de José Obdulio Gaviria en su propio periódico, el Tiempo, la mañana del 18 de septiembre mientras desayunaba, descubrió que su editorialista se había convertido, de la noche a la mañana, en un cuentista, un mal cuentista, desde luego. Pero la columna ya se había publicado y corría a velocidad de torpedo.

Cuando a Claudia López la despidieron del Tiempo por patear la lonchera, el primero en aplaudir rabiosamente fue Gaviria, el primero y más caracterizado lameculos de Monseñor Uribe Vélez.

Del incidente mediático de sabotaje que terminó con la carrera editorialista del primo de Pablo Escobar en el Tiempo, se derivan dos hechos de bulto. El primero, que la pandilla mediática de los uribeños finalmente ha sido desmantelada. El segundo, que los tres propagandistas mediáticos de la pandilla, se cayeron, más por pendejos, que por malévolos. Yamure el filoparamilitar que disparaba desde las páginas editoriales del Espectador, y Pachito Santos, el falangista, que disparaba desde los micrófonos de RCN.

Gaviria escribió un “editorial” en formato de noticia, que por sí misma era un torpedo de alta potencia en contra de las conversaciones de paz entre el gobierno y las Farc. Nada de lo que dijo sucedió, inventó los protagonistas y los hechos. Curioso que un periódico como el Tiempo no tenga el control editorial de lo que publica, no de otra manera se explica el gol editorial. El respeto por el punto de vista de los editorialistas, no puede llegar al punto que el periódico pase por alto el contenido de las columnas que publica semanalmente. Gaviria inventó un secuestro en Bogotá que había terminado negociándose en La Habana, entre el Jaramillo del gobierno y el de las Farc.

Pero al mismo tiempo, nadie puede ser más perversamente ingenuo, que el mismo Gaviria, que supuso que con una ficción, podría desde las páginas del Tiempo, hacer estallar el proceso. Se necesita creer imbéciles a los lectores, al gobierno y al periódico. Más que su mala fe narrativa, lo que no se le perdona es que nos haya creído a todos imbéciles, aunque tal sea la común y constante tentativa de los uribeños.

Ahora Gaviria, podrá intentar, enviar sus cuentos al Malpensante.

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