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Alberto Rodríguez

Amor enemigo

Amor enemigo

No suelo comentar malos libros, porque primero trato de no leerlos, o al menos, desecharlos a tiempo. Y porque el ejercicio de promoción de lectura que hago desde aquí, apunta a que los lectores acepten las sugerencias de lectura a partir de autores y obras, que considero de calidad. Sin embargo, voy a hacer una honrosa excepción, por tratarse de Patricia Lara y de la Editorial Planeta.

En mayo del 2009 apareció la primera edición de Amor enemigo, con crédito a la “colección laboratorio de Medellín” que no sé qué coños es. Se trata de una novela equívoca desde la pretensión que filtra sin escrúpulo: novelar la tragedia de la violencia colombiana, mostrar la reconciliación de los enemigos, el papel central de la iglesia, y de paso, dejar una lección de moral política, de convivencia, de tolerancia. Una novela que deja ver la mano del periodista, enseñándole a escribir al novelista.

Seguramente habría sido mejor una crónica rasa, o un ensayo punzante, que haber intentado una novela que desacredita a la novela. Quisiera explicar los motivos del descrédito.

Una novela que en vez de construir personajes, adopta estereotipos de cartón piedra, esquemas preconcebidos, con los que no alcanza a proponer un escenario dramático creíble, a pesar de que los hechos novelados tienen su raíz en la cruda realidad nacional. Unos lugares comunes que se mueven a lo largo de 247 interminables páginas. (Para bien de quien se atreva a leerla, se le recomienda la lectura diagonal, con la que se la despacha en 45 minutos).

El escenario es otro lugar común, el “pueblito paisa”, un pueblo de utilería, en el que se busca mostrar la maldad arquetípica de los paramilitares y la guerrilla, la bondad arquetípica del clero, y el valor arquetípico de la mujer. La primera lección de la novela: hay que desertar. El mensaje es valioso, lo deleznable es la forma novelada como se intenta promover.

La novela se alza sobre una única línea de tensión: el riesgo de una mujer tras desertar de las FAP (Fuerzas armadas populares), después de haber perdido al hombre que ama, al hijo que espera y de haberse entrenado para el asesinato. La otra línea, es una línea de conflicto falso, el presunto riesgo de un gigante negro, que deserta de las filas del paramilitarismo, al mando de Don Corcho.

El resto de la novela es un dar vueltas en un pueblo aburrido donde no pasa nada, porque siendo de utilería, no se puede esperar que pase algo, solo un vagar aburrido tras los hilos perdidos de una familia. Carece de cualquier tensión dramática, la mayor parte del tiempo se va en una repetición agresiva de los hechos. Carece de clima, no se siente el calor, el dolor, la balacera, la borrachera. Carece de color, es un relato aguachento, sin contraste. Carece de fuerza, ni el conflicto, ni el amor, ni la familia, son intensos, no revelan profundidad humana, porque la novela prefiere los esquemas.

Los diálogos son deplorables, como se hacían en los seriados de la televisión colombiana en los años setenta, cargados de lugares comunes, de disonancias, de falta de humor, de ritmo, de ironía. Cómo se echa de menos el humor, la gracia.

Para acortar, es una novela plana, falsa, ficticiamente ficticia, sin coraje narrativo, que no arriesga nada, no ofrece nada y que se le puede tragar en cinco horas.

Entre los lectores, que habrá tenido, el lugar común, la facilidad, la simpleza, el esquematismo, habrán surtido efectos seductores. La segunda edición del libro, así haría pensar.

Una novela de amor: para matar el tiempo, para matar al lector y para matar a la autora: Amor enemigo.

1 comentario

chad -

es tu opinion papu, para mi es una severa obra de arte