Reporteros ornitorrincos
Julio Cesar Londoño dedicó su columna del sábado en El Espectador, titulada El arte de sacar cronistas de un sombrero, a Ciudad Crónica, el proyecto de formación de cronistas de la FCL en Cali. En la conversación que tuvimos, él en su condición de amigo de la FCL, le referí mi impresión gruesa sobre la experiencia.
El problema de la crónica, o más precisamente de la enseñanza de la crónica, es un asunto de competencias: conocimiento e información, como lo es todo en la educación. Debo proponerme el asunto como un problema de pedagogía, si se quiere sostener como experiencia educativa. El primer asunto, saber qué es lo que realmente enseñamos. El segundo, lo que sea que se enseñe, cómo se enseña. Una propuesta de enseñanza debe responder exactamente a las dos preguntas. Un mayor grado de sofisticación, supondría disponer de una teoría del aprendizaje que prediga, cómo un estudiante aprende lo que se pretende enseñar. ¿Cómo se aprende a ser cronista?
La pregunta de cómo se aprende a ser cronista, es el punto de partida. De principio hay dos aprendizajes. Hay que aprender a hacer reportería. Y hay que aprender a escribir. No basta saber una sola, no basta ser escritor, no basta ser reportero. La crónica no se satisface con los roles dispersos. Se trata de un solo rol, el del cronista. El que sale a buscar, y lo captura, e intenta acomodar al ornitorrinco para la foto.
Un cronista es un “reportero ornitorrinco” que sale a cazar historias, que no son buenas ni malas, son cosas de la vida que pasan, y que dejan un rastro que un reportero ornitorrinco sabe husmear, para seguirle el rastro. Pero la foto, finalmente, que se hace con palabras, esa si es buena o es mala. ¿Pero quién pone los estándares? Para que como en cualquier proceso educativo, se pueda evaluar el aprendizaje.
El estándar en escritura lo pone la lectura. La calidad de lo que se lee influye en la forma como se escribe. La calidad de un escritor, más que por el proceso de enseñanza formal que se hace en los talleres de escritura creativa, se mide por la capacidad de aprender leyendo. Leer quinientas buenas crónicas, y releerlas, para averiguar cómo se escribe, es el mejor e insustituible programa de formación de cronistas como escritores. Todo lo que tienen que aprender de la escritura – narra, describir, juzgar – está ahí.
A lo que se pretende como una escuela de formación de ornitorrincos, una experiencia piloto no basta. Seguiremos ensayando hasta encontrar solución a las preguntas con las que damos alguna legitimidad a la preocupación educativa, para que no vaya a sonar a entusiasmo “positivista”.
Quiera dios que en el camino nos encontremos con prospectos de reporteros y prospectos de escritores, a los que podamos acompañar a caminar, hasta que lo hagan como “monstruos perfectos”.
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Rosa Matilde Nieto De Avila -