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Alberto Rodríguez

Los informantes

Los informantes

Durante la segunda guerra mundial el gobierno colombiano atendiendo órdenes de la Secretaria norteamericana de Estado, intervino las propiedades de los alemanes que vivían en Colombia, a muchos de ellos confinó a una cárcel confortable en Fusagasugá, que parecía un hotel. Fue una infamia norteamericana y de sus países acólitos, aunque comprensible. La paranoia antigermana estaba en su más alta cresta. USA había tenido que abrir el frente Pacífico. Cualquiera podía ser un enemigo. Los había en todas partes. Lo mejor era sospechar, y si en el trámite se presentaba una buen oportunidad de negocio, pues adelante mijo.

Juan Gabriel Vásquez publicó hace diez años, Los informantes. Hoy, no solo se deja releer, sino que propicia un cuerpo a cuerpo más lento, como el de quien sin afán recorre un cuerpo conocido. Atisbando lo que la primera vez no se vio. Atinando a ver en detalle las relaciones declaradas, pensadas, intuidas, dictadas, escritas, leídas, que conectan a los personajes entre sí. Construidos con fragmentos de personas de carne y hueso que vivieron el drama que cuenta la novela. Lo cual, si se considera, como algo propio de la novela, revelaría que toda novela es histórica.

Vásquez, en todas sus novelas tiene un mismo soporte, la historia documentada, el “hecho real”. El marco de sus novelas es una crónica, un entramado trenzado con los hechos que a cualquiera que revise la documentación, se le presentarán como registro de memoria. Como novelista necesita el hecho documentado, no le basta el hecho anecdótico, ni el hecho imaginado; necesita material para conseguir una ficción de no ficción.

Para que parezca una “novela de no ficción”, desde luego no basta con la apelación rigurosa y continua a los hechos documentados, se necesita por encima de todo, que el lenguaje sirva para que se produzca una novela. En dar esa impresión histórica se juega el carácter de narrador Vásquez. Ser capaz con un lenguaje de crónica, de periodista profesional, contar la historia y lo inventado, como si fuera un alquimista, habilitado para jugar con las sustancias de las voces y hacer escenas con el tono emocional preciso, sin exagerar, sin simplificar la trama. A una velocidad de novela, lenta y profunda.

El personaje de Gabriel Santoro padre, me resultó el más caracterizado. Los detalles de personalidad, su capacidad oratoria, sus miedos terribles, en especial el de haber sido un informante, sus amores, su corazón enfermo, su memoria futbolística, la falta de su mano – apenas le quedó el pulgar – su miedo al libro del hijo sobre los inmigrantes alemanes a Colombia, todo da una luz concentrada a su condición. Es el desencadenante de todas las acciones trenzadas que dan cuenta de la consecuencia de haber delatado a Konrad Deresser.

Una novela letrada. Todo se desencadena por un libro.

 

 

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