Los motivos de Adonis
Yoani Sánchez
Adonis G. B. llegó al mundo cuando empezaba a descomponerse el sistema socialista en Europa del Este. Pasó su infancia en medio de las privaciones de los momentos más críticos de eso que en Cuba hemos llamado el Periodo Especial. Quizás llevó con orgullo su pañoleta de pionero o su voz era la más alta cuando gritaban la consigna de "¡Seremos como el Che!".
Los medios oficiales de las isla no han dicho ni una palabra de su muerte.
Podemos adivinar su adolescencia, estrenando los métodos educativos propios de la enseñanza a través de la televisión. También desde que tuvo la oportunidad de tener algo de dinero lo hizo bajo la confusión que provoca la dualidad monetaria, y un buen día, cuando ya empezaba a afeitarse, descubrió frente al espejo a un hombre sin expectativas.
No se trata ahora de sacarle una tajada política a la decisión tomada por el joven Adonis de emprender un viaje como polizón en el tren de aterrizaje de un avión DC-8 de Iberia, sino de encontrar las causas que lo empujaron a morir así. Lo cierto es que los medios oficiales de la isla no han dicho ni una palabra de su muerte, paralizados tal vez ante el grado de angustia popular que ella muestra. No obstante el secretismo institucional, la noticia circula por todos lados y una pregunta aflora nada más conocerla: ¿acaso era insostenible la situación de este joven en Cuba? ¿Tenía un motivo adicional, como sentirse perseguido con peligro o impulsado a pasar al otro lado del océano para encontrarse con alguien? De momento nadie lo sabe. Lo cierto es que no pudo emprender su plan sin antes haberlo planificado, porque si algo está bien protegido en esta isla son las fronteras aeroportuarias.
Difícil no pensar -una y otra vez- en su sufrimiento dentro del estrecho espacio que compartió con las ruedas del avión. Los dolores de sus huesos fracturados por el implacable mecanismo pocos segundos después del despegue, el pánico del encierro, la rabia al comprender el fracaso de su intento, el inesperado frío que terminó matándolo. Nadie sabrá nunca si tuvo ocasión para el arrepentimiento.
Tampoco conocemos la gravedad de sus problemas, lo que sí podemos intuir es que no encontró a mano solución alguna para ponerles fin. Adonis llegó a la conclusión de que debía abandonar el país. Pero no tenía un abuelo español que le permitiera cambiar de nacionalidad; nadie en el mundo le tramitaría una carta de invitación; ninguna Embajada le otorgaría una visa, porque su condición de posible emigrante seguramente se le salía por los poros. Ni siquiera era un deportista de alto rendimiento o un músico con talento para poder viajar y desertar. Carecía de contacto con los traficantes de personas que frecuentemente atraviesan el estrecho de la Florida y no tenía ni la más mínima idea de que iba a cometer una locura.
No hay termómetro que mida el desespero humano y cada cual tiene su propio umbral de resistencia. Este joven cubano cuyo cuerpo apareció colgando en una extraña posición en el aeropuerto de Barajas, tuvo dos oportunidades de participar en las elecciones, sin saber nunca cómo pensaban los candidatos que elegiría. Asistía todavía a la escuela primaria cuando se realizó el quinto congreso del Partido Comunista y debió esperar 14 años más para que la próxima cita partidista anunciara algunos cambios. Probablemente no tenía una profesión con futuro ni recursos para iniciarse en los vericuetos del trabajo por cuenta propia. Un techo propio sería, además, a sus cortos años, un imposible.
Adonis no pudo esperar. Si se hubiera quedado en su país estaría con vida, pensando en una mejor manera de escapar de aquí.
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