La maravillosa vida breve de Oscar Wao
Oscar Wao es un gringo dominicano que pesa 300 libras, desafortunado en el amor y pintado en la última parte del poema de Derek Walcott, que Junot Díaz - el autor - pone en la primera página:
"Solo soy un negro pelirrojo enamorado del mar,
recibí una sólida educación colonial,
tengo algo de holandés, negro e inglés,
así que no soy nadie, o soy una nación”.
Oscar Wao es la pronunciación en inglés dominicano de Oscar Wilde, el maricón inmortal. La novela fue Premio Pulitzer en el 2008, concedido al dominicano de nacimiento, Junot Díaz, hijo de Virtudes Díaz, y adoptado como escritor norteamericano, profesor de escritura creativa en el MIT. Díaz escribe en inglés y le traduce Achy Obejas, que más que un nombre, parece un coloquial pseudónimo. El libro está dedicado a Elizabeth de León y contiene el agradecimiento final a los nueve clanes que le ayudaron a escribir.
Oscar, el nerd del gueto del fin del mundo, Lola su hermana, Belicia su madre, la Inca su abuela, el narrador su amigo, e Ybón, su amor, son cada uno y a su vez centros de una novela sin centro, que avanza con la perfecta armonía de una bola de billar. Todos son protagonistas, porque la protagonista es la familia, sobre la que caído el fukú. Es una novela desdoblada, entre la vida en USA y la vida en la isla, sobre las que ha caído como mierda, la maldición, la llevadez, la infamia, el trujillato, el desarraigo, la enfermedad y el desamor.
“Dicen que lo primero vino de África, en los gritos de los esclavos; que fue la perdición de los taínos, apenas un susurro mientras un mundo se extinguía y otro despuntaba; que fue un demonio que irrumpió en la Creación a través del portal de pesadillas que se abrió en las Antillas: Fukú americanus”. Una tragedia que para nuestros personajes consiste en no ser ni de aquí ni de allá, en no ser queridos en ninguna parte.
Todo lo que quiere Oscar es amor, se conformaría con un beso de verdad, pero el fukú le pesa sobre su última y más grande necesidad, la de todos. Va a creer que lo encuentra – porque necesita creerlo – en una vieja puta dominicana, Ybón, por la que regresa a la Isla a morir, tras lo cual el narrador deberá preguntar si no seremos más, que diez millones de Trujillos.
La historia a varias voces está contada con sabrosura, con swing, a ritmo de deliciosos localismos, cabrerismos, juegos de palabras, dominicanismos, que le dan un sabor a novela encoñadora, a novela musical. Una novela fusión de culturas, de lenguas, ocupada en contar una historia de la vida, aunque todas lo sean, pero de una vida tan cruda, que no necesitaría de la ficción, más que para darse un clima literario, salpicado por largos píes de páginas históricas, que nos ponen a sentir en la crónica de una familia, la crónica de una nación, como Rushdie, Naipaul, Coetzee, Morrison lo han hecho, pero a un ritmo melódico, que lo hace a uno sentir como si la novela no fuera para leerse, sino para bailarse.
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