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Alberto Rodríguez

La crónica

La crónica

El Camaleón

La Crónica, género que exige una mirada puntiaguda, audaz, subjetiva y arrasadora.

La Crónica, categoría fantástica y real del periodismo que dota de condiciones subjetivas e ilusiones vividas a aquellos lectores condenados al olvido.

Señora atrevida que se pasa por encima de todo, con el singular propósito de derramar su glaseado de magia sobre lo denominado verosímil.

Dama capaz de danzar en medio de hábitats desconocidas, con un lente objetivo programado para congelar y evolucionar, hasta armarse en un sinfín de historias, que mas se podrían definir como una artillería a favor de la memoria humana, que como un genero en contra de la realidad.

Niño desprovisto de mentiras que, a cambio de robots, exige juguetes sin caducidad narrativa.

Niña abastecida de delicadeza subjetiva, danzando en puntas con zapatillas de ballet oriundas del desorden, la miseria, lo monótono y lo transparente.

Señor de exuberante bigote que, se oxida al no poder ver los colores de un semáforo que puede detener o acelerar al mundo. Un semáforo conocido como lobo, como luna, como asfalto, o quizá como preferirían llamarlo en este universo: El semáforo de la mentira. De la romántica mentira que se esconde bajo el manto azul y negro circulante que se destapa por encima de todo lo multicolor: Sangre, traición, sonrisas, tristezas, amores furtivos, caparazones, y en medio de todo -humanos-, seres que te escriben y te usan para mostrar su realidad, seres con el poder de nombrarte ‘Crónica’ sin siquiera haberlo preguntado.

Crónica, si de poesía ha de hablarse como el género de la vida, de vos yo alardearé como la dama de los mil cuerpos. Así que también es poesía lo que emerge de tu piel cuando las palabras no conjugan.

No es este un derrotero de adulaciones propias hacia ti. Es mas un respeto y una venia por tan sincera belleza otorgada a la realidad de un periodismo parpadeante y trémulo a cargo de los ciegos. Aquellos carentes de facultades oculares en el alma, aquellos incapaces de distinguir una historia real bien estructurada en su plenitud, de un sinfín de narraciones tediosas que dan cuenta -solo por encima- del día a día que ya se conoce.

¡Y si por esto he de ser castigado!  entonces sembrarme al lado de Tom Wolfe o de Truman Capote.

Pero recuerda, primero debes darte a la tarea de hallarme, ciego. 

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