El año de la muerte de Ricardo Reis
Pocas novelas como la de José Saramago tienen todos los elementos que la hicieran tan prometedora. Un heterónimo de Fernando Pessoa, Ricardo Reis, regresa del Brasil a Portugal después de veinte años de ausencia. En Lisboa se encuentra con la noticia de que Pessoa ha muerto. Así que no tiene más que encontrarse con su fantasma que aparece inopinadamente. ¿Qué más se le podría pedir a la trama de una novela para que fuese inolvidable?
La novela disponía de toda la fantasía de los personajes dentro de los personajes, de los autores fantasmas, la presencia ausente, la falta de orientación del heterónimo, hasta el clima gris y a veces azul de esa Lisboa de cuando se inicia la guerra civil en España. Sin embargo, es la gran novela fallida de José Saramago.
Y falla, porque como El turno del escriba se queda corta en la historia. La profundidad, la lentitud y la construcción de los personajes, por sí mismas no compensan la falta de historia. Falla porque todo lo que hace Ricardo Reis no es suficiente para sostener la tensión mínima a lo largo de 462 páginas. Falla porque sobre la trama argumental pesa desmedidamente el afán documentalista de la época, que no encuentra su punto de gracia novelesco. Falla por excesiva y circular, está hecha de círculos viciosos, de recurrencias sin emoción, de introspecciones sobrecargadas. Falla porque anticipa; el juego de la muerte que ronda el destino de Reis, en tanto heterónimo del Pessoa, muerto antes de que llegara a Lisboa, es previsible. Quizás lo que hubiera interesado más, hubiera sido saber, cómo en medio de ese diálogo cortado y a veces insustancial entre el fantasma y el heterónimo, se produjo la reintegración a la muerte, cómo el desdoblamiento se replegó en el ámbito urbano de una Lisboa que asiste provincialmente al prólogo de la segunda guerra mundial, a la victoria europea del fascismo.
Terminar la novela es una prueba de afecto y reconocimiento para con el autor, para con su prosa coloquial, desenvuelta y madura, salpicada con tonos ocasionales de primera persona plural, dotada con la naturalidad cotidiana de la descripciones y los diálogos, con esa inocencia profunda de un narrador, a su vez, terriblemente irónico.
Deja la novela la impresión fidedigna de lo tanto que Saramago debió haberse divertido chapoteando en la ingenuidad ácida con que nos cuenta el retorno y encuentro de Reis con Pessoa, que terminó escapándosele, o mejor desviándosele, del curso impredecible que habría debido tener en cualquier caso. No bastó haberle encontrado a Lidia, una camarera del hotel Bragansa, a la que a su muerte Reis deja embarazada, ni haberlo hecho enamorarse de Marcenda, la niña de la mano muerta.
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