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Alberto Rodríguez

El show debe seguir

El show debe seguir

No se trata de la verdad, ni más faltaba. Se trata del efecto. No se trata de la ideología, se trata de los medios. No se trata de ser políticamente correctos, se trata de capturar la atención. Tal parece el “programa” que Chávez en Venezuela puso en marcha durante más de una década. Y el “programa” que utilizó Trump en USA para hacerse con el poder. Más que animales políticos son animales mediáticos, como Fidel.

Trump debuta en The Apprentice, un reality donde era animador, juez y el premio. Hizo diez temporadas con audiencias millonarias. Fue cuando se le ocurrió vender la idea de que los problemas financieros se pueden resolver con autoridad y en una hora de televisión.

Chávez aparecía los domingos en su show “Aló, Presidente”, cantaba, regañaba, recitaba, tiraba línea,  comentaba,  destituía ministros, daba órdenes para que sus divisiones blindadas marcharan a la frontera con Colombia. No tenía límite de tiempo y controlaba las audiencias encadenadas. Una vez hizo un encadenado de 8 horas y 7 minutos. Con seguridad se divirtió mucho. Al finalizar el 2012 había hecho 2377 cadenas, y 1641 horas en otros medios.

Chávez y Trump son capaces de inventar, utilizan la ficción como recurso, son maestros del sofisma, capaces de magnificar un conflicto, de asustar con la invasión. A ambos les gravita una concepción paranoica del poder, que alimenta el sentido de la exacerbación de recursos. Conocen el poder del lenguaje. En 2011 Chávez dijo: “Obama, eres un fraude, un fraude total. Si yo pudiese ser candidato en Estados Unidos te barrería”. Son disparos de lanzallamas desde el estudio de un show televisivo.

Chávez y Trump, expertos en la provocación, saben cómo conectar audiencia, medios y provocación. Pueden decir cualquier cosa, igual nadie les pide pruebas, o porque no se los toma en serio, o porque sería una osadía. Ambos son maestros de los falsos suspensos, como Fidel y Mussolini. Sus discursos tienen el resorte  principal anclado en la realidad mediática, más que en el debate político. Trump visita a Enrique Peña Nieto. Se muestra comprensivo y diplomático, y hasta es capaz de escuchar. Diez horas después, en Phoenix, dijo que México pagará el cien por ciento del muro, y volvió a arremeter contra los inmigrantes. Su lógica política no supone coherencia, depende de las condiciones del show. 

Trump dijo: “El Estado Islámico honra al presidente Obama. Él es el fundador del Estado Islámico”. Ni siquiera el presidente se tomó el trabajo de pedirle pruebas. No hay pruebas, no tiene documentos, no hay pensamiento, no hay investigación, no hay ninguna moralidad en la publicación de esa “información”, pero se hace el show, se provoca. No hay más que provocación y la provocación siempre le viene bien a la platea. Su recurso es un lanzallamas mediático.

Trump y Chávez comparten una misma vocación y es la de ser capaces de hacerse escuchar de quienes les legan su representación. A ambos, los votos de los representados los llevaron al poder. Ambos hablaron de pobreza, de recuperación, de riqueza, ambos a su manera son nacionalistas. Trump le apuesta a América para los americanos. Chávez a Venezuela para los venezolanos. Sin injerencias, sin intromisión, sin intervención, sin pactos ni tratados que conlleven afectación de la soberanía y de los buenos negocios.

El show de Chávez terminó. Nicolás es el encargado de cerrar la puerta cuando todos salgan. El de Trump apenas empieza. No hará todo lo que dijo que iba a hacer. Ojalá no hiciera nada de lo que prometió. Pero algo hará. Aun así, lo más grave es que va a hacer lo que no nos dijo que iba a hacer.

El mundo está caliente, está en riesgo ecológico, cada vez es más ingobernable, la suma global de las economías en crisis, que no se cerraron, nos aproxima al bing bang del mercado. Y Trump, el gran provocador mediático, condenado a provocar el show más grande que haya visto el siglo XXI.     

 

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