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Alberto Rodríguez

El conflicto del posconflicto

El conflicto del posconflicto

Perdió Santos, perdieron las Farc, perdió la mitad de los votantes, perdieron todos los partidos, exceptuando el CD y las iglesias, perdieron las encuestadoras, perdió hasta Gina Parody, se perdieron casi cinco años.

Pero, de otro lado, ganó Uribe y su CD, la mitad de los votantes, un partido que se arrogó el monopolio de la oposición, contra todo un gobierno y contra un movimiento internacional a favor del acuerdo. Pepe Mujica dijo en Cartagena, que desde afuera no se entiende el NO. Y desde adentro tampoco, digo yo.

Pero ni todo son pérdidas, ni todos son ganancias. Santos logró que Uribe trance en dos puntos, la entrega de armas (y en consecuencia todos los compromisos acordados) y los derechos políticos para la elegibilidad. Lo ha declarado Fachito Santos, hoy desde el cuartel general del NO, al norte de Bogotá. El Presidente ha sido notificado otra vez por el CD, de que a pesar de las condiciones desiguales, es capaz de ganarle los pulsos políticos. El de la primera vuelta a la presidencia, y el de hoy.

Uribe nunca se dejó sentar a la mesa con Santos, no aceptó nada, no sirvieron cartas, mensajeros, intermediarios, buenos oficios. No se quería dejar manosear, sin un argumento fuerte que le permitiera intervenir en una renegociación –reorientación– posterior del acuerdo. Esperó a las elecciones, las ganó, y ahora podrá enviar una delegación, que se siente con el Gobierno y las Farc, a rediscutir el acuerdo. Por algo se dijo, que el proceso de paz con las Farc, pasaba por desmovilizar al CD y sus adláteres.

Si el Gobierno y las Farc tienen intereses demostrados en el acuerdo, lo más práctico sería acoger al CD en una mesa posacuerdo. El CD con el as en la mano, el triunfo del NO, empuja al gobierno y a la guerrilla a abrir un nuevo escenario de negociación, muy particular, la primera vez que se sentarán del mismo lado de la mesa, y del otro, un partido de oposición que representa esa parte de la sociedad civil que por la razón que sea, no acepta parcial o totalmente el acuerdo.

Si el sentido político a favor de un acuerdo ampliado primara sobre los intereses de las pandillas –lo cual no es de esperar–, sería viable un acuerdo posacuerdo, a pesar de los enormes escollos que supondría.

A lo que hoy asistimos fue a una especie de primarias de las presidenciales del 18, en las que las pandillas midieron fuerzas, y cuyos resultados envían varias señales. Al gobierno, en lo que se refiere al sucesor de Santos. A las Farc: quedan dos años para seguir con el gobierno del mismo lado de la mesa, lo que venga después no augura las mismas condiciones. A los candidatos de todas las pandillas: hagan los caces precisos para quedar en el círculo de la repartija del poder.

La otra opción es que el gobierno y/o las Farc no acepten reabrir el acuerdo ya firmado, aun después de unas conversaciones exploratorias con el uribismo. En cualquier caso, el ingreso de las Farc a la política se aplazó, también la entrega de armas, la desmovilización, las Naciones Unidas terminarán evacuando personal y la Fiscalía amenazará con hacer efectivas las órdenes de captura, temporalmente suspendidas, contra los miembros negociadores de las Farc.

Si llegan a un acuerdo con el CD, antes de que termine el gobierno Santos, entonces por ese principio ignoto de equidad los postulados al premio Nobel de paz 2018, o 2019, deberían ser Santos, Timochenko y Uribe. Tres sangrientas líneas de historia patria, el rojo, el amarillo y el azul, concurriendo aceleradamente a una mesa que decidirá si Colombia tiene, o no tiene, una segunda oportunidad sobre la tierra. 

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