En el séptimo cielo
“En el séptimo cielo”. Una película alemana del 2008, dirigida por Andreas Dresen, con un guión a ocho manos que revela la cooperación en equipo, como la mejor alternativa creativa en el cine. La participación de distintas voces y distintos puntos de vista, obra como garantía de escritura en condiciones de explorar la diversidad de la emoción, la alternativa de los puntos de vista, las variantes en la construcción del personaje, y la alteridad manifiesta en la tarea de concederles voz a los personajes, creíble, sostenida, diciente.
Es un drama de viejos, que con generosidad estética, propone el asunto del amor, de las ganas de la carne, sin conmiseración senil, sin sentimentalismo otoñal, sin compasiones kitsch, sin manierismo respecto al amor físico. Es un drama que se valida en la medida del espesor humano con el que se explora la condición humana en la vejez, en el contexto de una historia vulgarmente sencilla, llana, elemental, si se quiere. No debe confundirse con “El séptimo cielo”, una película muda de 1927 dirigida por Frank Borzage.
Infidelidad conyugal, atracción, amor, adulterio, pasión, sexo, castigo, separación y muerte. La viva constelación de emociones que enmarca la historia de tres viejos, que se presenta con exquisita naturalidad, con inocencia por momentos, para darle curso a emociones completamente vivas y furiosas después de los setenta. El amor a los setenta, mostrado con una franqueza estética que no encalla en el paréntesis de las concesiones generacionales, como en algunos films, en los que el amor de los viejos se dispone como objeto de curiosidad, como si fueran animales, o autistas, o ciegos, como si se tratara del amor de otra especie, extraña, que apenas si sirvieran para el espectáculo. Es la diferencia que marca el trabajo de Andreas Dresen.
De la monotonía de la máquina de coser, del tiempo sin objeto, de la soledad en apartamentos que huelen a orines, se pasa a los desnudos, a los cuerpos dispuestos, en medio de una economía de diálogo que apoya el foco en la fuerza expresiva, la mirada diciente, al gesto, la atmósfera discreta y sobria de las alcobas donde se entrecruzan los rostros de Inge (Ursula Werner) Karl (Horst Westphal) y Werner (Horst Rehberg).
Dresen confiere al film un ritmo parsimonioso, adusto, con la economía del cine nórdico, cargado de un halo de austeridad estética, matizado con estampas de la vida conyugal. Una película sin artificios, sin trucos, sin efecto, simple, clamorosa, pausada, como algo no ajeno a Dogma.
Dresen hace una película sobre viejos que retrata a los viejos, que del amor pasan a la tragedia, como en la vida, con la amenaza del castigo moral, también como en la vida, pero sin hacer concesiones a la senilidad espectáculo, a la decrepitud exhibida. Es una película terriblemente honesta y agridulcemente bella.
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