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Alberto Rodríguez

Malditos bastardos

Malditos bastardos

De la forma como Tarantino termina con la segunda guerra mundial con una película sobre una película en cuyo estreno asiste Hitler y los cabecillas de su pandilla y en la que necesariamente se encuentran el cazador de nazis – Aldo Raine - y el cazador de judíos - Hans Landa-. Es la película “más mala” de Tarantino según los críticos, lo peor que ha hecho en muchos años, una deplorable parodia del film italiano, El Maldito tren blindado, de Enzo Castellari.

Tarantino encierra a Hitler y toda su pandilla en un pequeño teatro parisino a donde han ido a ver una película y le prende fuego. Mientras la pantalla arde, pasa la película de la judía dueña del teatro, hecha a propósito, en que anuncia el fin, mientras los malditos bastardos acribillan a plomo a la pandilla nazi. ¿Un horrible sueño pacifista a través de la violencia, para poner fin a la guerra?

A pesar de la independencia, o quizás porque sea una parodia a ella, Malditos bastardos, es el sueño norteamericano de la historia. Una unidad dirigida por Aldo, descendiente de comanche dice él, va a la guerra a cazar nazis. Aldo les exige a sus hombres, como prueba de resultado, la cabellera de cada uno de esos malditos. Tarantino le ajustó cuentas a la historia haciendo una película de una película en un teatro.

Landa representa la inteligencia alemana, el personaje contraparte, antagonista, con el cual se tensiona todo el relato, que a diferencia de lo que dicen los críticos sesudos, pega a los espectadores a la pantalla. Si algo da completa validez ficcional al film, es que no se ahorró en cargar de atribuciones a Landa, aunque al final deba consagrar a Aldo como el héroe absoluto, el soldado norteamericano.

Es un film que desde luego no pierde el aire, demasiado cruel, de la violencia como anzuelo, aunque por momentos sepa mezclarse con aires de comedia ruda. Tarantino prueba, una vez más,  que el mejor tensionador de un relato es la violencia. Pero la violencia y el amor en el cine se han cargado de lugares comunes. Lo que obliga a un realizador a hacer un esfuerzo para vadear el lugar común e instalarse en un lugar de atracción original, una violencia con imaginación, una violencia creativa, una violencia que se sabe reinventar, una violencia que además termina siendo la mejor justificación ideal del sueño norteamericano de la historia.

El tratamiento de la violencia, ligado a la construcción de los personajes, y al juego incierto con que Tarantino hace su film, entre drama y comedia, le da el privilegio de torcer creativamente la historia. El héroe alemán, el que los mata a todos, podría perfectamente ser el héroe de cualquier cultura, porque ninguna de ellas, desdeña el sentido y la dimensión de la violencia, aun en el caso en que por sentido civilizatorio deba negarla.

Que Herr Goebbels y su Ministerio nazi de la propaganda, quiera, necesite, hacer una película de glorificación del héroe, como soporte argumental de la película, entre otras cosas,   como lo haría cualquier régimen y cualquier poder, es una ironización profunda de la violencia cultural, que no tiene nada de raro en sociedades que siempre necesitan héroes, aunque haya demasiados héroes.

 

 

 

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