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Alberto Rodríguez

La cuestión afgana

La cuestión afgana

El Pacto Kellog-Briand, negociado en 1928, tuvo la "visión" de prohibir la guerra. USA, Alemania, Italia, Japón y la Unión Soviética fueron sus signatarios principales.

El Negro no recibió al Dalai Lama en su Casa Blanca. Desde 1991 ha gozado de audiencia presidencial en sus últimas diez visitas a Washington. Pero no, Barack Obama, que ha tenido el tiempo de hablar de libros con Micomandante,  tomar el té con Vladimir V. Putin y hacer  genuflexiones ante el Rey Abdulá, no encontró un momento en su agenda para reunirse con el líder espiritual que representa el lado externo más caliente de la cuestión china: el Tibet. Lo último que el Negro quisiera, sería tocar la muela abierta del conflicto tibetano. China ocupó el Tíbet en 1950, con el mismo argumento político con que Bush ocupó Irak. Vamos a llevarles la democracia a esos pueblos.

Al Negro le llegó un mensaje del Centro de Documentación de Derechos Humanos en Irán. Una oficina con recursos del Departamento de Estado que ha documentado en los últimos cinco años,  los “juicios”, la  intimidación, la tortura y el asesinato de activistas contra el gobierno de la revolución islámica. La respuesta al mensaje, de el Departamento de Estado bajo Obama, fue: no va más. Lo último que el Negro quisiera, sería tocar la grieta de la cooperación chino-iraní  para el desarrollo de la industria atómica. Y mucho menos ahora que está buscando distender las relaciones, en el marco de las conversaciones en Viena, al interior de la Comisión Internacional de Energía Atómica. Al Negro no le interesa instigar al elegante Mahmoud Ahmadineyad.

En una dirección consistente con el movimiento de política internacional de la Casa Blanca, el asesor especial de Obama para Rusia, Michael McFaul, dijo que los Estados Unidos no van a pronunciarse como tal, frente al estado de los derechos humanos en Rusia, pensando en Chechenia. Los Estados Unidos tienen un gran rabo de paja en la misma materia, Abu Graib, Guantánamo, prisioneros en USA,  seguimientos ilegales, espionaje, detenciones extrajudiciales en bases militares en otros países. Es consistente, que un Estado tan integralmente comprometido en conductas irregulares - con oportuna justificación política, bien por defensa nacional, o como cruzada de la democracia - no quiera exponerse ni pisarle los callos rusos a Vladimir Putin.  "Nosotros no queremos desempeñar un papel de acusador", citó el diario ruso Kommersant, las palabras de McFaul. "El estilo de este presidente de EU – aclaró - no consiste en apuntar con dedo amenazador,  tiene un enfoque diferente".

Sería simplista y obvio, pero equivocado, creer que los derechos humanos dejaron de tener importancia para el gobierno del Negro, aún si se viera en el trazo de su política internacional un lazo de parentesco político, más  con las de Henry Kissinger y Pat Buchanan, que con las de Kennedy y Clinton.

El Negro tiene claro quién es su enemigo principal, el más agresivo, el menos irreductible. Está metido hasta el pescuezo en el berenjenal afgano – Al Qaeda y el Talibán -, sabe que se está jugando todo su capital, el riesgo “atómico” del uso de los presupuestos militares en tiempos de crisis, hasta la última brizna de su prestigio, con un diseño político para resolver dos cosas: la reactivación de la máquina internacional de producción capitalista y derrotar a su enemigo en Afganistán. Aunque históricamente para los Estados Unidos, Afganistán esté perdido. Aún así la suerte de los Estados Unidos más que nunca depende de lo que pase fuera de sus fronteras, y sin duda su pragmática lo ha puesto a caminar en una línea de sumatoria de fuerzas. Desde que era candidato dijo que el eje de la guerra se había desplazado de Irán a Afganistán, que el asunto de diseño estratégico de la política pasaba por la cuestión afgana.

El Negro no puede abrir más conflictos, atizar más disputas, eludir prospectos de cooperación, instigar contradicciones secundarias de la geopolítica, aunque la restricción pragmática que conlleva su necesidad de seguir la línea del diseño, haya terminado por darle a su política un aire displicente frente a los derechos humanos, que está contribuyendo - como era de esperarse - al fortalecimiento de la artilleria republicana dentro, y afuera al de las artillerias socialistas de los "gobiernos progresistas", como los de Chávez, Ortega y Correa .

El día en que el Dalai Lama le ayude al Negro, con todo su prestigio espiritual a vadear favorablemente la cuestión afgana, él mismo le pondrá la alfombra roja en el jardín de la Casa Blanca.

 

 

 

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