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Alberto Rodríguez

Asedios a le lengua de Cali

Asedios a le lengua de Cali

  

Juan Moreno Blanco

La primera vez que pasé por una plaza muy principal de Cali me asombró no encontrar  la estatua de Bolívar. En su lugar, la estatua del centro de la plaza y la placa del zócalo atrajeron mi curiosidad. Ahí leí por primera vez la palabra “vallecaucanidad”. Desde entonces, la pregunta “¿qué es la vallecaucanidad?” acompañó discretamente las experiencias que me confirmaban la existencia de un ser-estar propio a esta región o a la localidad y del que poco a poco me iba haciendo consciente. La vastedad de esa pregunta y las enormes exigencias de conocimiento de toda índole necesarias para poder responderla me llevaron a ignorarla y a tratar de olvidarla. No obstante, la interacción con el entorno y la consciencia cotidiana de mi propia diferencia cultural me llevaron a pensar que sí hay una forma de empezar a responder a esa pregunta allanándola por un sendero que nos conduce al tesoro espiritual que toda colectividad cultiva: la lengua. De ese asomo de consciencia de la diferencia, la mía y la del otro, vienen los siguientes tanteos sobre la lengua que se habla en Cali.  La voz “chuspa” y su derivada “enchuspar” dan fe de vectores y procesos de formación cultural que anclan la memoria local a regiones del país y del continente. Ese ejemplo de la extensión de la lengua quechua permite deducir que Cali recibió migraciones que le aportaban desde el sur bagajes culturales que no “subieron” hacia otros polos urbanos del país colombiano. Tal vez en otras palabras propias a la lengua de Cali reluzca ese anclaje que da cuenta de las migraciones que nutren la cultura local. Así las cosas, un ejercicio comparativo con la lengua de otras partes de Colombia puede hacer relucir los matices, la edad y el origen de las palabras con que los caleños han hecho y  hacen el “aquí” de la cultura.  Mientras muchos colombianos dirán “escalera” para indicar la construcción fija que permite subir o bajar a otro piso, el caleño dirá “las gradas”. En vez de “las vueltas”, que se utiliza en muchas partes para llamar al cambio que se recibe en una compra, en Cali se dirá el nombre en singular enriquecido con la partícula “de”, que explicita la acción de devolver: “la devuelta”. “El vigilante” o “el policía” de otras partes del país en Cali es “el guarda”. Cuando por una contrariedad una persona reacciona hoscamente ante otra, en la lengua de otras partes del país se dirá “se puso bravo”, “se disgustó”, mientras en Cali se empleará una palabra que de ordinario los no caleños sólo frecuentamos en la lengua de los libros : “se enojó”.  Por ese fenómeno de contraste lexical (que para algunos lingüistas también será semántico), el caleño detecta la diferencia de orígenes de quien le habla. Más aún, el hablante del más allá de la comunidad de habla de Cali puede emplear palabras que le informen a su interlocutor local no sólo de su exterioridad sino también de su pertenencia específica a otra comunidad de habla. Así, si dice “talego” en lugar de decir “bolsa” y “esfero”, en lugar de “bolígrafo”, el caleño podrá concluir que no solamente se las ve con alguien que no es del Valle sino que además se trata de alguien sujeto a la fuerza gravitacional del habla de Bogotá.  A no dudar, hay una fuerza generativa que aflora en la lingüisticidad del habla de toda comunidad y que viene desde lo más profundo de la identidad. En la lengua de Cali la triada “mirá”/ “ve”/ “oís” deja pensar en una especie de umbral de palabras que acusa la pertenencia a la comunidad de habla y que por tener tan íntimo conexión con los intangibles culturales nos resulta, a nosotros los foráneos, tan ajena. A tal punto, que la pronunciación de estas palabras en nuestros labios se llena de segunda intención o nos ridiculiza. Más arcano tiene aún, para la gente de tierra fría, el andamiaje expresivo no lingüístico en que se funda la inmediatez fraterna que une a los hablantes de la lengua de Cali y que se corporaliza en el “vos” o en el “tú”. Me atrevo a pensar que la soldadura de tipo lingüístico que da cercanía casi física a estos hablantes no es sino un acabado formal que completa otra soldadura de tipo visual en que la comunidad se reconoce. En Cali la lengua primero se ve, después suena; los gestos, la cadencia de los movimientos, las miradas, la medida de las distancias, las modalidades de interpelación, el acompasamiento de las casi-palabras, dicen tanto o más que las palabras. Es por eso que los foráneos, que tenemos más afincados los protocolos de acercamiento en las soldaduras lingüísticas, a veces nos sentimos sin recursos para entrar en la lengua de Cali.  Tenemos que reconocerlo: si hay una "vallecaucanidad", las raíces de su idiosincracia van más allá de la cepa de las palabras. 

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