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Alberto Rodríguez

En vez de fantasía ortografía

En vez de fantasía ortografía   Así como el campo es el lugar donde las gallinas andan crudas, la Escuela es el lugar donde los muchachos andan crudos. La Escuela pretende prepararlos, que no es otra cosa que hacerlos adultos: sean serios, responsables y decentes, argumenten, adopten normas, lean, escriban y conozcan el mundo por vía de las ciencias. Pero toda la pretensión escolar está montado sobre una gran paradoja: los maestros no siempre argumentan, la mayoría de veces optan por la autoridad. Las normas se respetan por temor, o se quebrantan por norma. Muchos maestros no leen y no enseñan a leer, y si lo hacen no es para leer la vida, ni siquiera la literatura. Las matemáticas se las enseña como una abstracción en clave, que poco o nada tiene que ver con el número cotidiano. Las clases duran más que el recreo. Los exámenes se hacen para averiguar lo que ignoramos. La nota pesa más que la imaginación. No se enseña a jugar ajedrez, a escuchar, a cocinar, a componer un auto ni a tocar una batería. Y claro, tampoco se le ha ocurrido enseñar a desaprender ni a lidiar con el fracaso.  En vez de disfrutar de un poema, la Escuela es capaz de proponer que lo memoricemos. En vez de opinar nos pide que repitamos. En vez de hacer proyectos arriesgados, que hagamos los deberes en casa. Planas en vez de movimientos de sentido y resúmenes en vez de lecturas deliciosas. El espíritu de Escuela se podría resumir en una sola frase: en vez de fantasía ortografía.    Dos espíritus históricamente malignos recorren la Escuela. La tornan inhóspita, árida y aburrida. Uno, el que obliga a que los estudiantes se hagan para la Escuela, en vez de la Escuela hacerse para ellos, como es su obligación. Tal vez sea mucho pedir. Y el otro, el fantasma moderno de las metodologías. Las teorías del aprendizaje, las metodologías de evaluación, los currículos graduados y los modelos de enseñanza (con el cortejo inaudito de escalas, formatos, tablas, rejillas, índices, coeficientes, indicadores, que comportan) son en general loables inventos de las más lúcidas mentes pedagógicas, que aún a su pesar terminaron interesándose más en el modelo mismo, que en el usuario educativo que debe soportar durante todo un año, o un semestre, a un mal profesor.  

La soberbia metodológica de la Escuela es responsable de su pérdida de significación, lo que ha llegado a hacerla altamente impertinente entre el público escolar. Decía Kant que la educación es el problema más serio que cualquier sociedad puede proponerse. Y, hoy, ese problema pasa por lo que desde hace más de diez años se llama falta de pertinencia escolar. Nadie niega el papel de la Escuela en el desarrollo, en la movilidad inteligente de la sociedad, en la reproducción de la cultura y el avance de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, ese reconocimiento como tal no afecta para nada el hecho de que en la Escuela la autoridad estorbe la creatividad, la normativa la imaginación, la planeación la improvisación, la rigidez la diversión y la metodología la curiosidad.  

Ah y lo más grave: la Escuela ese lugar en donde los rectores andan sueltos.        

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