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Alberto Rodríguez

La prueba de la existencia de los buses

La prueba de la existencia de los buses

  Qué se iba a imaginar Dios que fuera en los buses urbanos, británicos y españoles, donde se librase a la manera de la guerra de las colas – con presupuesto publicitario imaginativamente invertido –el último debate sobre su existencia. Más allá de los buses, no será necesario que vuelva a librarse, por razones prácticas. Aunque si existe, como si no, parecería que para todos resulta necesario hablar de él. (¡Ah, como Dios pocos!) Esa podría ser la moderna prueba de su existencia para quienes necesitan que exista. Que si se aceptara, nos permitiría salir de una vez para todas, de Santo Tomás, el Gordo, al que Vallejo reconoce como la criatura más dañina que vagina alguna haya arrojado sobre la tierra.

               La Unión española de ateos y librepensadores, sin saber qué hacer con los fondos de su impiedad ha contratado una línea de buses rojos para anunciar que Dios no existe. Los ingleses más empíricos en su publicidad, reconocen el derecho a la duda, no por respeto a los creyentes, sino por falta de argumentos :"Probablemente Dios no existe". Más respetuosos que los españoles pero menos contundentes. Si vamos a  dudar en público, es más digno seguir negándolo en privado. 

                Los creyentes, a su vez, instigados por la curamenta que resiente la campaña, móvil, vistosa, masiva, se vieron forzados a pagar espacios en buses azules, para que donde antes colocaban la publicidad de las películas de James Bond, ahora pongan la suya .Rebuscaron en los fondo del fondo de su piedad, para que los buses creyentes lleven el lema:"Dios existe, confía en él". Es una campaña organizada por Alternativa Española en la línea cinco, que va desde la Puerta del Sol hasta la Plaza de Castilla.

              Para quienes montamos en bus todos los días, el debate publicitario europeo pasa por ser algo superficial, una muestra de falta de imaginación. Montarnos en un bus ateo rojo ruta dos, o en un azul creyente ruta uno, no es un problema de la fe, es algo más práctico. Bien que aceptaría subir por una causa noble, en uno rojo o en uno azul. Dependería de una razón trascendental: cuál de las dos nos pone los pasajes más baratos.A nadie le sobra un poco de justo escepticismo, y pues que vamos, que un poco de confianza tampoco hace mal.  

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

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