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Alberto Rodríguez

Abraham entre bandidos

Abraham entre bandidos

Tomás González, el sobrino de Fernando, se jala una novela de la violencia en Colombia publicada en el 2010, que viene siendo el diario en tercera persona de un secuestro, acercándola, como ninguna otra de las suyas, al habla local, a la habladuría de la región, de la zona, apresada por una narración, mil veces contada, por novelistas y cronistas, que González salva con el delicado y mesurado juicio de un narrador testigo que cede la voz a los personajes, en diálogos precisos, medidos, atildados.

La historia cruza el primer plano del secuestro con un plano alterno de la familia que quedó en el pueblo. Las dos historias bien cruzadas producen un efecto rítmico de presente/pasado/presente. Un juego de tiempos que fortalecen mutuamente la imagen de dos presentes, separados por el secuestro, la novela de los ausentes en la medida de los presentes, la esposa, los hijos, los nietos, los socios y amigos.

Y como en una historia de K, no se sabe para qué los secuestran, los obligan a ir con ellos, no les exigen nada, beben aguardiente, juegan cartas, son humillados con benevolencia, y un día después del asalto a un pueblo los sueltan. “Saúl y Abraham se vieron de pronto libres bajo el cielo azul, como náufragos a quienes el abismo del mar hubiera esculpido en una playa remota”.

Se trató de un secuestro casi tan tranquilo como el que el M19 sometió a Álvaro Gómez. Cuando muchos años después Abraham, en el café del pueblo contaba los pormenores de su secuestro a manos de Enrique Molina, su compañero de escuela en la primaria, los más jóvenes creyeron que era la ficción de un viejo.

Leerlo es gustoso. Una pretérita sordina de la voz antioqueña de Tomás Carrasquilla, se escucha en las voces locales y proyectadas en el tiempo de las víctimas y victimarios, de Abraham entre bandidos. Es el habla el que los une. Antes de despedirse, se echaron el último aguardientico.

La guerra de hace setenta años, cincuenta, veinte, diez, la de ahora, tienen algo en común, el odio indomable. La muerte como modus vivendi, la muerte como una forma de vida.    

 

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