El sueño del Celta
Es una novela tan bien escrita que se lee como crónica. Y a su vez, la crónica de una vida, que se lee como novela. La novela del año del Nobel. Pero ante todo, un punto en la carrera de un hombre completamente entregado a las letras. Un novelista y un periodista que ha intentado dar cuenta de su época a través de la escritura. La obsesión intelectual más constante en Mario Vargas Llosa.
Vargas Llosa nos pone en el momento en que las potencias coloniales europeas intensifican la disputa de los mercados de materias primas, necesarios para los desarrollos industriales que hicieron posible echar a andar el carro asesino de la guerra de 1914. Se está explotando el mercado del caucho en el Congo y en el Amazonas, para, entre otras muchas cosas, servir a la industria de los neumáticos de carros, con los que iba ser posible movilizar tropas más rápido en la primera guerra. Se estaba cocinando el proceso de acumulación de capital industrial para financiar el estallido. Porque la guerra no comenzó en 1914. Cuando Roger Casement remontaba las aguas del río Congo en 1903, ya había comenzado
Casement: irlandés anglicano-católico, diplomático homosexual, aventurero africano, defensor de los derechos humanos, nacionalista, traidor, etnógrafo amazónico, conspirador, orador. Fue condenando a muerte por el imperio inglés. Se le ocurrió que si Alemania atacaba a Inglaterra, los irlandeses podrían lanzarse a su revolución independentista, el levantamiento de Pascua.
Es una novela adictiva. En la que la velocidad de lectura tiende a acelerarse, el ritmo es variable pero sostenido, tiene varios hilos de tensión, que entrelaza saltando tiempos, con lo que refuerza la armazón, en concreto fundido. Es una novela sólida, firme, en el argumento, la voz y los tiempos. Sabe balancear la cantidad de información y la cantidad de invención, para dar el tono preciso de novela histórica.
El Sueño del Celta, hace parte de esa clase particular de novelas, en la que la persona y el personaje se encuentran. Una novela digna de un Premio Nobel, y digna de Roger Casement, que superó al personaje.
Una vez el imperio inglés ahorcó a Roger Casement, una fría mañana de 1916, en la prisión de Pentoville, dos cirujanos enviados por las autoridades, solicitaron una verificación del cadáver. Se pusieron los guantes y le inspeccionaron el culo al cadáver, para informar al Ministerio del interior y a la Cancillería, sobre las dilataciones rectales que delatarían el gusto de Casement por prácticas anormales.
Roger Casement, el más valiente etnógrafo de comienzos del siglo XX, que con su “Informe sobre el Congo” desnudó el genocidio belga colonial del rey Lepoldo en los territorios de explotación cauchera. Y con el “Informe sobre el Putumayo”, reveló al mundo, el imperio de crimen y terror en las caucherías de Julio Cesar Arana.
Roger Casement, el mismo hombre, a cuyo cadáver insepulto el imperio británico le metió la mano al culo para que la condena fuera eterna.
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