La caravana de Gardel
Confieso que leí con dificultad la novela de Fernando Cruz. Imaginé que con una historia como la que había encontrado, la novela tendría que ser de aventuras, la última de un hombre, de cuyos restos calcinados, rescatados dentro del avión, nadie puede dar certera y definitiva fe. Pero me encontré que la acción se interrumpía, además donde no se podía interrumpir, por las evocaciones y dolores que consternan la intimidad y el pasado de unos personajes, que a mí no me importaban. Yo quería que el novelista me contara lo que sucedió con la caravana. Tenía entre manos un material explosivo, entre la historia, el relato y el mito.
Hoy en Palabra Mayor, vimos La caravana de Gardel, la última película de Carlos Palau, con él. Es un realizador independiente con un historial productivo. Su opera prima, A la salida nos vemos, un film de 1986, es para quienes la recuerdan, una “viva la música” en cine. La primera impresión, al prenderse las luces, es que la Caravana de Palau tuvo que prescindir de toda la interioridad animosa de los personajes de Cruz, para hacerse posible. Lo que la novela cuenta en dos planos, el film lo cuenta en uno. Tuvo que prescindir hasta de las mulas y los arrieros, por los costos. Así que al estilo viejo norteamericano, puso al chofer y al ayudante paisa a andareguear desde Medellín hasta Buenaventura, en un pintoresco camioncito por caminos solariegos, en el que llevan, en un catafalco blanco, los presuntos restos de Gardel. Pero como si lo fueran, Cruz sabe que el mito le da la fuerza a la historia, Palau también.
Es el mejor film que ha hecho Palau. Me concedió la gana de espectador, que la novela no me dio como lector, la gana de la historia. Hay un entramado sobre la circunstancia por la cual el gobierno argentino, comprometido en el asesinato de un senador de la oposición, quiere utilizar la repatriación del mito para ocultar sus porquerías. Pero curiosamente quiere que se lo transporte por tierra, hasta el puerto, y de ahí a Nueva York. Quizá no quería que un nuevo accidente pudiera calcinar los restos calcinados del mito, que como tal podían estar en cualquier catafalco.
Palau, con recursos que le da la novela y suyos, sabe animar el film, darle discreta tensión, sabe hacer creíbles las atmósferas. El robo de los presuntos restos de Gardel, por parte de quienes dicen que los restos son de Medellín. Y el falso matrimonio, como coartada para llevarlo a cabo. Y cierra la película con una virtuosa ceremonia de alabao en Buenaventura. Los presuntos restos de Gardel son conducidos por una procesión de negras y negros que cantan, y una mujer adelante que lleva un retrato de Gardel.
Los actores que hacen los personajes de la tanguería no acaban de soltar, el tango que se bailan es magnífico, pero los diálogos, los tonos, el gesto, eso que le da perfil emocional al personaje, no deja de salir afectado por un aire de teatralidad, como si los actores no acabaran de sentir y comprender que están en una película. El chofer y el ayudante van soltando, van aprendiendo a hablar, como se habla en cine, se van calentando, y hacen que uno se caliente con el film. Más trabajo de actores, una dirección de actores más acentuada, habría conseguido un tono actoral más cinematográfico.
Palau ha hecho su mejor film. Nos ha mostrado lo que puede hacerse con un presupuesto de 250 millones, en digital. Tenía la fortaleza de una novela que se permitió escindir para escribir su guión. Se tomó las libertades que quiso. Pero hizo posible que todos nos metiéramos en una aventura mítica con acento paisa y ceremonia negra.
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Rosa Matilde Nieto -