Necrofilia patriótica
En el aniversario de los cincuenta años de la muerte de Camilo Torres, el “cura guerrillero”, la pre negociación de un acuerdo para el fin del conflicto con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), pasa por una fase simbólica de amor por los restos mortales, una especie de necrofilia que revela cómo en los actos de paz, como en los de la guerra se agazapa la muerte.
Cuando estamos en guerra, la tragedia es la de los miles que mueren, sin que nada lo merezca. Y cuando estamos en paz, la tragedia es que se llegue a romper la paz. Va a ser apenas natural que en la acción política a la que se dirigen las Farc, por algún tiempo, permanezca agazapada la amenaza politizada del rompimiento. El titular: “Las Farc declaran que el gobierno Santos no les cumple”. Pero no debe ser un temor fundado, cuando las Farc participen en los negocios de Estado, y su capacidad de corrupción los implique en algo mejor que el negocio de la guerra, no volverán a la guerra. Quedarán otros “levantados en armas”, los de la guerra del negocio.
Cincuenta años después de muerto lo reivindica el ELN, la Iglesia Católica, la izquierda académica, hasta Santos, que dice que los restos de Camilo son un “gesto simbólico” necesario para terminar con la guerra. Al cura, que pareció tan avanzado a la Colombia de su época, mejor le iba con la fe que con la política. Me explico: la crisis de fe de Camilo no fue la de su fe en Cristo, sino la de su fe en la iglesia. Pero la consecuencia de su sublevación espiritual contra la iglesia, no era tomar las armas. Cincuenta años después se ve más claro que en los años sesenta.
Nunca descarté que esa improvisada y romántica tarea de ir sin sotana y cruz, empuñando un fusil, hubiera sido un suicidio. Veinte meses antes de que en Bolivia el ejército boliviano ejecutara, con participación de la CIA, al Che Guevara.
“Reivindicar el nombre de Camilo Torres que tiene mucho que dar y enseñar a la Colombia de la reconciliación, la verdad y la justicia transicional” pidió el arzobispo de Cali, monseñor Darío de Jesús Monsalve. No sé si habla a título personal, a nombre de su iglesia o de algún sector de la feligresía local.
“Busquemos donde están los restos del cura Camilo Torres, símbolo del ELN, para que en un gesto simbólico podamos continuar en ese proceso de terminar esta guerra y reconciliarnos todos los colombianos”, dijo Santos. Un cuerpo que estuvo enterrado cuatro años entre la greda de la selva a orillas de un rio, luego embarcado en un cofre mortuorio que fue llevado a Bucaramanga, para ser alojado en el panteón de la quinta brigada, de manera anónima, con un número.
Para el “efecto simbólico” que quiere Santos y quiere el ELN, destrabar las pre negociaciones, daría lo mismo que Medicina Legal dijera que son o no son los restos de Camilo, los que encontraron en Bucaramanga. Como servicio a la patria debería decir, que lo son, que los verificaron con la más alta tecnología disponible.
Unos restos mortales, un ejército insurrecto, y un gobierno necesitado de hechos de paz, para desviar el foco de la pacífica corrupción, de los negociados, de la industria de la mermelada, del hueco fiscal de 3.5 billones, del déficit externo más alto del mundo, del detrimento patrimonial, y la crisis de la política petrolera en tiempos de crisis.
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