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Alberto Rodríguez

Violette Leduc

Violette Leduc

Era una mujer fea de solemnidad, y posiblemente idealizó su propia fealdad, plenamente reconocida por ella, y a la que atribuyó que nadie la quisiera. Tú no me quieres por fea, le dijo a Simone de Beauvoir, de la que enamoró perdidamente.

Hija natural de una sirvienta, fue criada por su abuela Fideline, la única persona que probablemente la quiso. Nació en 1907 de un padre  al que ni siquiera conoció. Su madre fue desde siempre su desgracia, jamás le dio la mano y durante toda la vida le cobró su condición, la de ser mujer, la de ser fea, la de ser inútil. Su malquerencia y abierta hostilidad la marcó y la hizo desafortunada, dependiente, deprivada con una autoestima miserable. Un ser que lo único que pedía era un poco de afecto. Tenía debilidad por los maricas y las lesbianas, y siempre que se enamoró de ellos, todo terminó en un profundo fraude, que la hizo aun más desdichada. Su inmensa conciencia de la desdicha la obligó a ser escritora. Y sin más, sin haber leído, sin haber ido a talleres, se entregó a escribir a mano en grandes cuadernos empastados, lo único que entonces podía escribir, su vida. “Su desgracia – dice Simone de Beauvoir en el prólogo de La Bastarda – está en no conocer una relación de reciprocidad con nadie; o bien el otro es para ella un objeto, o bien ella se convierte en un objeto para él”.

Los títulos de sus primeras obras, lo dicen todo: Asfixia, publicada por Albert Camus en la colección Spoir, obtuvo un elogio de Jean-Paul Sartre , Jean Cocteau y Jean Genet. La Bastarda,  fue editada por Éditions Gallimard.

El director francés Martin Provost ha insistido a lo largo de su carrera en el retrato de personajes femeninos en desgracia. Violette es su quinto largometraje. Una película cuya narración se construye por capítulos, titulados con el nombre de una persona de su vida.

Emmanuelle Devos, que encarna a Violette en el film, tiene la responsabilidad dramática de hacer que su propia fealdad le preste credibilidad a la fealdad del personaje, sin que   la representación se engolosine en la apariencia física. Más bien al contrario resalta la doble desgracia de ser mujer y ser fea, de manera creíble.

La película comienza con Violette  conviviendo en el campo con Maurice Sachs en los albores del fin de la Segunda Guerra Mundial. Tras el rompimiento, uno más, se va a París en donde se enrola en el mercado negro de alimentos, que no abandonaría hasta mucho después. Provost va desvelando al personaje, mostrando cómo de manera casi fortuita se convierte en escritora.

El contexto cultural en el que se desarrolla la película es el existencialismo francés, logra un retrato atmosférico, lúcido y taciturno de la época. Curioso resulta cómo el director crea un fuerte contraste entre los escritores que rodean a Leduc y ésta: mientras para ellos todo parece un juego, o una manera de alcanzar notoriedad, en algunos casos impostando demasiado su intelectualidad, para ella es algo mucho más serio, más personal, más doloroso y más vital: su literatura es una forma desesperada de que alguien alguna vez la escuche, de que alguien la tome en serio.

Es un film del que nadie puede salir alegre.

 

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