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Alberto Rodríguez

Palabra mayor

Palabra mayor

En un taller de escritura para viejos – mayores de cincuenta – ocurrió que en un momento mientras estaban leyendo públicamente, dos de ellos lloraron. Él no se pudo contener mientras evocaba, hacía poco le habían dado un diagnóstico de cáncer, nadie en el taller lo sabía. Ella, lloró entrecortada antes de leer la primera página de Alexis, la primera novela de Margarite Yourcenar. Nos anticipó la dedicatoria de quien le regaló el libro, y se deshizo en llanto por el dolor de lo perdido.

Ambos son resultados emocionales, directos, contundentes, que causa la relación con un texto. Los textos se han hecho demasiado fríos, o los lectores han perdido calor. Por las temperaturas quizás, los talleres de Palabra Mayor. Para ningún mayor de cincuenta será difícil percibir que el riesgo más serio de la vejez, es la soledad. Esa que Gabo convirtió en el signo de los tiempos en América Latina.

Los talleres son una coartada contra la soledad. Un taller es un lugar en donde nos podemos expresar, en donde hay otros como nosotros, en donde se comparte el mismo riesgo, y la vida nos comienza a ocurrir entre el olvido y las trampas de la biología. Un taller es un lugar de reconocimiento, en donde nos escuchamos, nos leemos, nos escribimos. Hacemos todo lo contrario de lo que haríamos si estuviéramos solos.

Un taller es un lugar de reconocimiento en donde se mezclan intelectos, afectos, afirmaciones, puntos de vista, voces, maneras. Un lugar para el reconocimiento, un lugar de intercambio donde se ensaya la reciprocidad. Un clan de amenazados que se reagrupa para hacer frente al invierno de la vida.

Palabra  Mayor es una invitación permanente al sentido. Y el recurso para hacer efectiva la invitación es la literatura. Ese mundo envolvente, una especie de mundo paralelo al cotidiano, que nos invita a la inmersión, a dejarnos llevar.

La literatura, la “segunda edición de la vida”.    

 

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