Memento Mori
Si Tennessee Williams le dice a uno que la novela de Muriel Spark, es de “…una brillantez escalofriante”. Y John Updike, agrega que “sus tramas son tan lujosas y misteriosas como despojado y claro su estilo; su deliberada claridad, como la de Kafka, subraya irónicamente el misterio de aquello que se está diciendo”, yo al menos, estaría completamente confiado en la recomendación de contra-caratula, que trae la edición de la Bestia Equilátera, en su edición de 2008.
La novela comienza con una esplendorosa nota de suspenso. Una anciana, y después otros más, recibe una llamada telefónica, en la que le dicen: “recuerda que debes morir”. Sobre esa tensión oculta, secreta, de una directa amenaza, de la que se da cuenta a la policía, se teje con vaporosa delicadeza una tensión fundamental. Sin embargo, Spark, no ha querido hacer una novela de suspenso, en la que seguramente algún pariente resentido, quiere asustar a su vieja tía. No, lo que Spark quiere hacer, es una novela sobre la vejez acomodada, en la que los viejos no se mueren de hambre, de frío, o de abandono, sino que son un círculo selecto, que ironiza, escribe, hace testamentos, gruñe, bebe te y hace visitas. Y los menos afortunados, los encontramos confortablemente alojados en casas inglesas de clase media alta, que sirven de hogares definitivos. Viejos, que aun muriéndose, reclaman sus derechos.
Hay dos formas de leer la novela. Quienes quieren un retrato de los viejos británicos. Y quienes van tras una trama prometida, acicateada con una presunta amenaza de muerte, que no resulta ser otra cosa, que una de las estrofas de un soneto shakespereano, titulado Memento Mori, escrito por Percy, alojado en casa de Guy Leet, del que hizo tres versiones, la primera de la cual, la mejor, dice así.
Desde lo profundo nos llega el descarnado sentir. Recuerda…¡Ay, recuerda que debes morir!
Si bien podría certificar que el estilo es tan claro como el de Kafka, no podría decir que tiene la música del checo. Diría que no tiene música, es de esas novelas que hay que leer a capela. Es de una frialdad perfecta, de una sucia limpieza, de un ascetismo que malogra el ritmo. No basta que sea a través de una forma tan ágil como el diálogo, como se hace avanzar la novela, se habría necesitado un algo más poético, al menos, una melodía agridulce.
Es una novela tan seca, como la ginebra inglesa, de esas novelas con las que no se puede salir a bailar, porque no baila.
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