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Alberto Rodríguez

Blanco nocturno

Blanco nocturno

Piglia ha pasado a la historia de la literatura, por su “teorema” de la doble historia: toda historia conlleva una historia implícita. Una verdad a medias, con demasiadas excepciones. O al revés, ratificación de un hecho absoluto: detrás de cada historia siempre hay muchas, lo cual haría de su teorema, una banalidad redundante. En el 2011, después de 13 años de no publicar, gana con Blanco Nocturno, el Premio Rómulo Gallegos, a la mejor novela en español.

Una discusión ha sido si la novela es o no del género policial. Y que si lo es, inaugura, otro aporte de Piglia a la literatura, el género de la “ficción paranoica”, en la que todos son sospechosos, el criminal ya no es un individuo aislado, sino una entidad, las pistas y los testimonios son contradictorios y mantienen la sospecha en el aire, puesto que pueden cambiar en cada perspectiva. Al ser contada la novela en distintas voces y distintos puntos de vista, se esperaría que se acentuara su carácter paranoico.

No alcanza a ser así, en la perspectiva de novela criminal, al menos, de una buena novela criminal, porque el interés de Piglia no está en el crimen - primera historia - , ni en el autor intelectual, está en el proyecto paranoico de Luca Belladona, que al final de la novela termina en un “monólogo” paranoico, como los de Reno Erdosain, el personaje de Arlt. El interés es demasiado sociológico: la industria, el capital, la empresa, las herencias, la pampa, la devaluación, el dólar negro, el movimiento de capitales, la tierra, el trabajo y la constante en su obra: el conflicto ente campo y ciudad. Ese es el centro. Lo demás, lo dramático, el crimen, los personajes, todos quedan a medio terminar. Especialmente los personajes. La novela está dotada de una galería formidable: Tony Durán el mulato puertorriqueño que se encama con las dos hermanas Belladona; Ada y Sofía, las hermanas tormentosas de una familia principalísima del pueblo; el comisario Croce que se auto interna en un sanatorio mental; Yoshio Dazai, un conserje nissei, que se enamora de Durán; y el periodista, Emilio Renzi, que viene de Buenos aires a cubrir la noticia y en la noticia el comienzo de su novela (otro prototipo de Piglia).

La novela policial es un pretexto, y lo peor de todo es que se nota. Piglia no explora el arsenal de tensión que le daría una trama auténticamente criminal, porque no le interesa hacer una novela criminal. Pero el lector, en este caso yo, lo que esperamos de tales personajes, del entrecruce de acciones bien propuestas, es una auténtica intriga. Pero lo que Piglia nos hubiera podido entregar, se le ha ido de las manos.

Aparece una evidencia sobre el autor del crimen, un jockey que quería salvar un caballo de carreras. Lo confiesa en una carta. Para el inspector y para el periodista es clara la evidencia. El jockey muere y apenas queda el caballo en la paradera. Pero saber quién es el criminal, en esta ficción paranoica, no sirve de nada. El criminal es el japonés y el motivo es pasional. Es lo que se necesita que sea, para bien del capital, de la industria, de la fiscalía y de los señores que se reúnen en el club del Comercio.

Unos personajes atractivos, contrastados, con espesor, un material apasionante, una historia poderosa, llena de intersticios, que termina desvanecida por esa segunda historia, que en efecto es evidente y palmaria, solo que en Blanco nocturno, echa a perder la primera. Lo cual llevaría a una variante ingenua del teorema: detrás de toda segunda historia siempre hay una primera.

1 comentario

albeiro alvarez -

muy buen artículo, Alberto.provoca leer la novela. lo de Piglia, lo dijo de otra manera Hemingway con aquello de la teoría del iceberg; y lo de las otras muchas historias, los liguistas, con aquello de la polisemia en la literatura. a por ella.