La paz del Gobierno y la paz de las Farc
El gobierno Santos en el proceso de paz que cursa en La Habana, desde siempre ha sido víctima de la agenda. No alcanzó - por causa de la agenda - a tomarse la foto para usarla como su talismán electoral. Haber logrado la paz – el acuerdo para la terminación del conflicto – habría sido el pasaporte directo al segundo periodo.
Santos quiere más la reelección que la paz. Y las Farc quieren la continuidad del negocio y una impunidad pactada, más que la paz. Lo dicho: un par de tramposos queriendo ser honrados.
Una agenda honrada - posible –, habría puesto en primer lugar la cesación de hostilidades, teniendo en cuenta que se negocia en medio del conflicto. Pero eso no le importa a ninguna de las partes, pueden gastarse cinco meses discutiendo el modelo agrario de propiedad, algo que jamás resolverán. En segundo lugar, el reintegro de las Farc a la sociedad civil, las condiciones para hacer política. En tercer lugar las cuentas pendientes con la justicia, para terminar acordando sobre el negocio.
Ambas partes están negociando una paz acomodaticia, una paz para ellos, una pacificación de comerciantes y bandidos. Ambos saben que lo que se le va a vender al país es una paz viciada, nada distinto habrá de salir de todo el contubernio, una cesación de hostilidades, no más bala, sin entrega de armas. El negocio no está en discusión, lo que está en discusión es la declaración. En cambio de proponerle al mundo, en una declaratoria conjunta, la legalización multilateral de las drogas, van a sacar un comunicado en el que dirán que se comprometen a luchar contra el tráfico de drogas en territorio colombiano.
Santos con la ayuda del Fiscal General les ha preparado a las Farc, como Uribe les diseñó a los paramilitares, un modelo transicional, que significa estar dispuestos a cubrir el costo efectivo de la paz con el cheque de la impunidad. Hay también un marco jurídico para la paz, que autoriza el ingreso de las Farc al juego civil de la vida política.
Ahora que ha hecho agua la agenda, se ha puesto en discusión, si seguir o no seguir. Ayer Santos dijo que prefería sacrificar la reelección con tal de sacar la paz adelante. Como no la va a sacar, no será necesario que la sacrifique. Irá por un segundo mandato para continuar con la negociación. Pero en el lapso de hibernación de la agenda puede ocurrir que los términos se modifiquen.
Con lo que se levantan de la mesa, comenzarán a jugar fuera de ella, porque mientras todo no esté acordado no hay nada acordado.
A Santos una baja de popularidad y una opinión pública que cada vez descree más del proceso de paz, con una agitación social cíclica que deja al régimen sin aire, improvisando bomberos ministeriales, no le ayudan. Si suspende las conversaciones cuando vuelva a sentarse el año entrante, una vez reelegido, y más débil, los términos de la negociación habrán variado. Una cesación de negociaciones no le servirían a Santos, más que como anticipo de un rompimiento definitivo, si lo que le dicen sus generales, es que es mejor bandera reeleccionista la cesación que la continuidad. Y hacia adelante, posiblemente un cambio de énfasis, la continuidad del conflicto sin negociación. No en otro sentido, veo la declaración personal de Rafael Pardo, en el sentido de que si él fuera el Presidente, cesaría las conversaciones.
Las Farc no se llevan nada todavía. Pero no se han desgastado, han tenido toda la vitrina, se han mostrado moderadas y políticos, sin dejar de golpear en lo militar. No han recibido mayor castigo. Salvo el de las palabras siempre indignadas del Ministro de Defensa uribista, que desde adentro del gobierno juega a ganar lo que se ha perdido en La Habana.
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