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Alberto Rodríguez

El abuelo que saltó por la ventana y se largó

El abuelo que saltó por la ventana y se largó

Tras la apoteosis de Milenio estalló la primavera sueca de la literatura, a cargo de los periodistas. No son narradores de oficio, han sido reporteros, cronistas, sabuesos, como Blomkvist, que conocen el oficio llano de la redacción, con un patrón de orden, textura informativa, descripción “audiovisual”, mucha   economía y ante todo rapidez. Con la novela de Jonas Jonnasson, periodista sueco, se confirma esa clave estilística de la última literatura nórdica.

 Los novelistas del futuro serán los periodistas, farfulló García Márquez, alguna vez. La velocidad de la escritura periodística - aun la editorial - es su sello. Si con esa misma velocidad se incursiona en la novela, se habrá destronado el criterio clásico de que la novela es lenta. Ya no lo es. En la velocidad del cuento encontró el principio de su evolución.  Por lo cual un periodista disciplinado bien puede emprender una ficción de largo aliento, contada de manera llana y a una velocidad de captura. La ficción de Jonas es una ficción histórica, contada por un muy buen cronista del siglo XX, que encontró en la ficción una forma no trágica de mostrar la tragedia del siglo XX, la tragedia del poder.

 Johan Theorin es otro periodista sueco, nacido en 1963, autor de Ecos de los muertos, El cuarto oscuro, La cantera y El guardián de los niños (no es raro que por asociación inmediata el nombre nos lleve al del centeno, cuyo oficio siempre quiso que fuera cuidar niños, para evitar que se precipitaran al vacio). En su obra se verifica la clave de estilo.

 Henning Mankell es otro sueco, del 48, no es periodista, originalmente autor de libros para niños y dramaturgo. Autor de los asesinos sin rostro, Los perros de Riga, La quinta mujer y La falsa pista. En su obra se verifica la clave de estilo.

 El viejo que saltó es una novela de personaje. Tal como lo enseñó la novela clásica - hasta mitad del siglo XX -  el aliento largo bien vale la pena para que se gaste en hacer un personaje. Allan Karlsson es un personaje que puede estar en la galería de Archimboldi, Ulises Lima, Belano, Caufield, Sofía, Salander o Antonio José Bolívar Proaño.

 La novela es una recreación festiva, vital, de la vejez. Un hombre de cien años huye del ancianato, donde una horrible enfermera le impide beber. Y como si tuviera veinte años, arma un zafarrancho irónico, caricaturesco en el que junta a la mafia y el poder, o los poderes, como si fuera una fiesta a la que asisten una bruja pelirroja que anda con una elefanta y un perro, un roba gallinas, un vendedor de salchichas y su hermano y el mafioso de chaqueta negra y puñaleta. Y mientras ocurre toda la aventura de primera plana, seguida muy de cerca por la prensa, Jonnasson se ocupa de llevarnos en un paseo por todo el siglo XX, utilizando los iconos del poder y de la ciencia. A los unos los trivializa hasta la maldad, a los otros los trata como se trata a un camarero. La clave de su participación en la historia del siglo es que es un explosivista. A punta de explosiones hace su historia, en España, en USA, en China, en Irán, en Rusia, en Suecia. Se abre paso haciendo explotar cosas. El pasaporte más violento, el handi cap del terrorismo irlandés, colombiano, islámico, y como si fuera poco, lo presenta como un juego de chicos. Con el ribete de la tragedia pero en tono de comedia.

 La tragedia del siglo XX, contada como si no lo fuera, con una dosis letal de humor que hace estallar de carcajadas al lector, consternado por la hilaridad con que consigue ficcionar con ridiculez heroica el poder, y dar a la vejez el acento de un triunfo.           

 

 

 

 

 

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