Dungeons & Dragons
En el mundo, la enseñanza de la escritura en el sistema escolar, se ha vuelto un dolor de cabeza pedagógico, para el que todavía no se encuentra un analgésico. Algunos profesores renuncian porque sus alumnos no saben componer un párrafo. Los docentes de la secundaria le echan la culpa de los resultados a los de primaria, los del pregrado a los de la secundaria y los de posgrado, a todos. Los jefes de programa no saben argumentar los bajos resultados medidos por pruebas internacionales de competencia, pruebas de estado y los Ekaes. Sin embargo, los chicos, cada vez más escriben con sus teléfonos. Se los ve con los pulgares veloces ordenando mensajes escritos hasta en el transporte masivo.
Aunque en la mayoría de los casos cuando se habla de modelos de escritura se oye presuntuoso, todos los modelos tienen unas variables comunes: programa, prácticas, docentes y lectura. Los modelos han elaborado enfoques plurales y han hecho variaciones metodológicas interesantes, algunas, resultado de investigación, que orientan e introducen nuevas prácticas, virtuales, lúdicas, interactivas, intertextuales, interlenguajes, libres, dirigidas. Las prácticas, algunas muy bien planteadas, tienen en común un problema no resuelto. El problema didáctico de los aprendizajes procesales. Si la escritura es un proceso, hay que enseñarla como proceso. No es lo mismo despachar la composición de un texto con una “corrección” en lápiz rojo, en la que el docente tacha, pone signos, interrogaciones, notas al margen, y una calificación, que trabajar un solo texto en el semestre, en una línea de corrección pública comentada. De los primeros ejercicios se pueden hacer quince en un semestre.
De los profesores, no sabemos cómo son como lectores. Los indicios de algunas investigaciones arrojan una evidencia conflictiva, no enseñan a escribir porque no escriben. Y por extensión, no enseñan a leer porque no leen. Se sabe un poco más de su escritura, la de los publicados en impreso o digital, o auto-publicados. No sabemos exactamente, cómo son en el rol de Dungeons & Dragons en sus aulas. Eso no lo saben sino los chicos.
Los programas normalmente están saturados de buenas intenciones, de “metas del milenio”, objetivos que con las competencias de los estudiantes son inalcanzables. Contienen más temas, que soluciones didácticas. Todos han sido tocados por la ola de las pedagogías activas, que insisten en que es el sujeto el que por sí mismo aprende. Lo cual los lleva a una consigna cliché: a escribir se aprende escribiendo.
Aunque la consigna en términos prácticos es completamente bien intencionada, induce una desviación, más exactamente un olvido, el de la lectura. Que al introducirse en el núcleo de cualquier modelo, se retraduce en otra consigna: a escribir se aprende leyendo y escribiendo.
Los griegos clásicos en sus escuelas enseñaron a escribir y a leer, copiando. De copiar algo sin sentido se llega a comprender. Era una especie de didáctica sin mediador. El maestro de escribas se ocupa, ante todo, de revisar la fidelidad de la transcripción con el original. Ni siquiera se hacía énfasis en las condiciones neuro-motrices del movimiento de mano y los dedos para producir grafía. Con lo que quiero decir: el modelo de escritura es el texto previo. En los textos, de cualquier género, formato y edición, está todo lo que se necesita saber para escribir. Si se lee, en el sentido de leer para escribir, como muestra Daniel Cassany, se tendrá un modelo vivo, de sentido, integral. Un modelo lector de escritura.
Los estudiantes no saben, no pueden, no quieren escribir, porque no saben, no pueden, no quieren leer. No les hemos enseñado a leer, pero queremos que escriban.
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