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Alberto Rodríguez

Tres Caínes

Tres Caínes

Dramatizar episodios violentos, oscuros, sangrientos de la vida nacional, no es ni bueno ni malo. Dramatizar, hacer una puesta en escena. A los televidentes y compradores de pauta, cuya sensibilidad moral o estética se ha resentido con la serie de RCN, Tres Caínes,  hay que decirles que se trata de un negocio, de los que vive la tele. Que se hayan resentido, tampoco los hace buenos o malos. A muchos que vemos la serie, Ricardo Silva Romero, nos ha tachado de “morbosos”. Y es cierto, morbosos como lo que muestra la serie y alimenta el negocio. Pero que sea él, el puro Silva Romero, quien venga a recordárnoslo en una columna en El País de Cali  (31 marzo), es un chiste flojo.

Asomarse a la historia reciente del país con una serie dramatizada visibiliza a víctimas y victimarios. A ellas en su anonimato o en la reparación, y los otros, en sus juegos criminales. El problema al asomarse, es el punto de vista. Quién y desde dónde se cuenta la historia. Acercarse a ella es como acercarse al álbum de fotos de la familia, en las que muchas no son buenas fotos, pero todas representan una estela de la memoria visual, que nos permite reconstruir la comprensión de nosotros mismos. Todos nos reconocemos y reconocemos a otros, tanto en el álbum como en el film. ¿No es de donde parte la antropología urbana y visual?

USA no ha tenido mejores escenarios que los de la primera y segunda guerra, la de Vietnam, la de Corea, la de Irak y la de Afganistán, para escribir novelas, hacer guiones, filmar películas y rodar series. Y las víctimas de todas las guerras, los que perdieron a sus hijos, a su padre, hermanos, en el sur y en el norte, siempre han visto que esa cinematografía visibiliza su condición. Las víctimas del cine nos conducen derecho a las víctimas reales, muchas de las cuales nunca recibieron reparación.

El otro asunto es el de la calidad estética de Tres Caínes. Silva Romero dice que no es una dramatización, sino una “ilustración”, es decir, repintar en un esquema narrativo, los hechos de la historia. ¿Pero a qué lleva una observación tan aguda? A la verdadera preocupación, la falta de talento de Gustavo Bolívar, a quien acusa de maniqueo, manipulador, carente de tino e intuición para hacer su serie.

El juez Silva Romero dictamina que los Tres Caínes, no son una serie de apología, pero que a Bolívar falta el talento para mostrar a los Castaño como fueron.

La historia nadie la cuenta como fue, todos armamos el relato a la luz de lo que se recuerda, de cómo se vivió, de lo que ha sido investigado. Así que pedirle a Bolívar que nos muestre a los Castaño como fueron, sería pedirle peras al olmo. Algo que no se le puede pedir a ningún guionista, solamente a la poesía. Además ningún cine, ninguna novela, se acercaría a lo que fue el fenómeno de ocupación paramilitar del país.  

Lo que perjudica a las audiencias no es el producto ilustrado sino la mala calidad del producto, es el dictamen final del puro Silva Romero, que nunca dijo en qué consiste la baja calidad formal de la serie, por la que descalifica el valor del álbum dramatizado de la familia Castaño.

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